París… La ciudad del amor, los croissants y el arte de tratar mal a los turistas.
Pero, sobre todo, la ciudad de la Torre Eiffel, ese coloso de hierro forjado que se ha convertido en el emblema de Francia y un imán para selfies.
Sin embargo, pocos saben que, en 1925, un hombre logró la hazaña más surrealista de la historia: vender la Torre Eiffel como si fuera un juego de Monopoly.
Y no contento con eso, ¡lo hizo dos veces!
Esta es la historia del Conde Victor Lustig, un estafador con clase.
Un conde de mentira y un genio del engaño
Victor Lustig no era conde ni tenía un castillo en Transilvania. Había nacido en una pequeña ciudad del Imperio Austrohúngaro y, desde joven, demostró que tenía un talento innato para el engaño. Políglota, encantador y siempre impecablemente vestido, Lustig era la personificación de un caballero… hasta que revisabas tu cartera y te dabas cuenta de que había de todo menos billetes.
Su carrera como estafador incluyó falsificaciones, timos a grandes empresarios y, por supuesto, el golpe maestro: la venta de la Torre Eiffel.
Pero, ¿cómo llegó a idear semejante locura? Pues como cualquier estafador visionario: con un poco de observación, mucho descaro y quintales de imaginación.
La Torre Eiffel, un problema de hierro
En 1925, la Torre Eiffel no era el monumento venerado que conocemos hoy. Había sido construida en 1889 para la Exposición Universal y, aunque muchos parisinos la habían aceptado a regañadientes, seguía siendo una estructura cara de mantener. Limpieza, pintura, engrase de ascensores… cada tornillo tenía su precio, y eso empezaba a ser un dolor de cabeza para el gobierno francés.
El rumor de que sería desmontada y vendida como chatarra flotaba en el aire.
¿Y quién olfateó esta oportunidad como un tiburón oliendo sangre?
Exacto, el conde-que-no-era-conde.
El golpe maestro: vender lo invendible
Lustig llegó a París con un plan en mente y, como buen estafador, se preparó como si fuera a dar un discurso en la ONU. Contrató a un falsificador para que le diseñara papelería oficial del gobierno francés, incluyendo membretes y sellos. Luego, alquiló un lujoso salón en el Hotel de Crillon, donde el champán era más caro que un viaje al espacio.
Con su nueva personalidad de “Subdirector del Servicio Nacional de Correos y Telégrafos”, convocó a seis empresarios del negocio de la chatarra. Allí, con una mezcla de seriedad y falsa preocupación, les explicó que el gobierno había decidido desmontar la Torre Eiffel porque era cara de mantener y no encajaba con el estilo arquitectónico de la ciudad.
Eso sí, les pidió discreción absoluta porque el proyecto era top secret.
Acto seguido, soltó el anzuelo: el contrato para desmontar la torre y quedarse con las 7.300 toneladas de hierro forjado sería para el empresario que ofreciera más dinero.
El pez que mordió el anzuelo
De los seis empresarios, cinco tenían dudas razonables. Pero había uno que estaba convencido de que esta era la oportunidad de su vida: André Poisson. (Sí, su apellido significa “pez” en francés. El universo tiene un excelente sentido del humor).
Poisson quería demostrar que era más listo que los demás, así que, cuando Victor Lustig insinuó que un soborno ayudaría a “agilizar” el proceso, el empresario no lo dudó. Le entregó 70.000 francos en un elegante maletín y se despidió creyendo que había cerrado el negocio del siglo.
Y no lo había hecho.
Un año después… ¡segunda ronda!
Tras embolsarse el dinero, Lustig huyó de París antes de que Poisson se diera cuenta de que había sido estafado. Pero aquí viene lo mejor: al año siguiente, el conde regresó a París para repetir la hazaña. Convocó a otro grupo de chatarreros y repitió el mismo espectáculo, con discursos, membretes falsos y promesas de contratos millonarios.

Esta vez, sin embargo, uno de los empresarios sospechó algo raro y alertó a las autoridades. Cuando Lustig se enteró de que la policía iba tras él, desapareció como Houdini, dejando atrás humo y una estela de billetes.
De París a América: el estafador incansable
Si pensaban que Lustig se retiró después de su doble golpe en París, se equivocan. El conde cruzó el Atlántico y se instaló en Estados Unidos, donde continuó su carrera criminal con más audacia que nunca. Se convirtió en un maestro falsificador, creando billetes tan convincentes que engañaron incluso a los bancos.
Durante su estancia en Estados Unidos llegó a tener tratos y «negocios» con el mismísimo Al Capone que dan para artículo propio.
Finalmente, fue arrestado y pasó sus últimos años en la prisión de Alcatraz. Pero su legado sigue vivo como uno de los estafadores más ingeniosos y descarados de la historia.
Lecciones de Victor Lustig para aprendices de estafador
La historia de Lustig nos enseña que:
- La confianza es clave: Lustig sabía que la mejor manera de engañar a alguien es hacerle sentir que es la persona más inteligente de la sala.
- El detalle marca la diferencia: Desde los membretes hasta el alquiler de un hotel de lujo, Lustig sabía que el éxito de su estafa dependía de que todo pareciera auténticamente real.
- La creatividad no tiene límites: Vender la Torre Eiffel no es solo un acto de descaro, es una obra de arte criminal.
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- Sandford, Christopher(Autor)
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