Autor: El café de la Historia
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El robo del cadáver de Charles Chaplin
Es una noche cerrada de principios de marzo de 1978 y dos delincuentes de poca monta y aún menos luces se introducen en el cementerio de la localidad suiza de Corsier-sur-Vevey con una misión: robar el cadáver de Charles Chaplin.
Chaplin, fallecido dos meses atrás, justamente el día de Navidad de 1977, había sido enterrado en este cementerio situado sobre una colina y con unas vistas espectaculares al Lago Lemán, debido a su cercanía al lugar donde había residido el cómico junto a su familia desde los últimos años.
Años estos en que la salud del genio británico se había deteriorado de manera alarmante, habiéndose recluido en su mansión lejos de los focos mediáticos y evitando en lo posible las apariciones en público.
Cuando se presenta la policía en el cementerio se encuentra con el hoyo desenterrado donde había estado depositado el ataúd, algunas huellas de pisadas en la puerta del camposanto y unas marcas dejadas por los neumáticos de un vehículo.
A pesar de las pocas pistas, la policía sospecha desde el primer momento que la intención de los ladrones es pedir un rescate. Bingo.
Pasados los primeros días, la policía suiza cae en el desconcierto al no ver cumplidas sus sospechas y recurre a la ayuda de la Interpol ya que la esperada llamada no llegaba a producirse.
Lo que estaba ocurriendo es que los secuestradores se asustaron al ver que la repercusión del suceso era enorme y decidieron esperar a ver si con un poco de suerte las aguas se calmaban.
Cuando ya se trabajaba en otras hipótesis y el alcance de la búsqueda se ampliaba a medio continente, por fin, se produce la llamada de los secuestradores.
Piden un rescate por el cuerpo de 600.000 dólares, el equivalente actual de más de dos millones y medio.
Los dos integrantes de la peculiar banda eran Gandscho Ganev, un joven de nacionalidad búlgara y Roman Joseph Wardas, algo mayor, de origen polaco, ambos mecánicos de profesión. Y unos pardillos en el mundo del crimen.
La viuda de hielo
Pero Ganev y Wardas se topan con la frontal intransigencia de la viuda Oona O´Neill.
Este par no sabían con quién se enfrentaban… O´Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill, antes de casarse con Chaplin y darle ocho hijos, había tenido aventuras con Salinger y Orson Welles, y tenía fama de imperturbable dama de hielo.
La susodicha les dice que no piensa pagar un céntimo y les trata con una indiferencia exasperante.
Ante esta situación, se suceden las llamadas y, con cada nueva llamada, las rebajas en la cantidad cada vez que la viuda se niega categóricamente a soltar un dólar.
Lo que empezó en 600.000 dólares acabó en 300.000.
Esta coyuntura hace pensar a las fuerzas del orden que se están enfrentando a unos aficionados para nada familiarizados ni duchos en el peculiar arte del secuestro y la extorsión.
La viuda (a la que tampoco le entusiasmaba demasiado la idea de colaborar con las fuerzas del orden) al fin comunica a la policía que ha emplazado a los secuestradores a que le llamen a una hora concreta para, supuestamente, cerrar los últimos flecos de la negociación y los términos de la entrega de los restos de Chaplin, y se monta un dispositivo de vigilancia en cientos de cabinas telefónicas de la zona de Lausanne.
El primero en caer fue Wardas, pillado in fraganti cuando se disponía a hablar con la viuda.
Su compinche cayó poco después, y ambos confesaron que la idea del peculiar secuestro se les ocurrió tras leer en la prensa un caso similar ocurrido tiempo atrás en Italia. Tras robar el ataúd lo llevaron hasta un campo de cultivo de maíz, a poco más de un kilómetro de la mansión de los Chaplin, donde lo enterraron a la espera de poder hacer la transacción con la familia.
Una vez recuperado el cadáver, la familia volvió a despedir al actor pero esta vez tomó la precaución de sepultarlo bajo una capa de casi dos metros de hormigón para evitar nuevos sobresaltos.
La justicia acusó a la pareja de delincuentes de saqueo de tumbas e intento de extorsión en un juicio que se celebró a los pocos meses de su detención.
La instrucción dejó clara la cronología de los hechos: Wardas convenció a Ganev del robo. Aprovecharon que el mausoleo que la familia había encargado aún no estaba construido ni instalado, para ir, amparados en la oscuridad nocturna, al cementerio en el que estuvieron dos horas cavando para extraer el ataúd de 150 kilos de roble macizo, meterlo en una furgoneta y enterrarlo a la espera de cerrar la operación. El juicio arrojó luz sobre las motivaciones: eran puramente económicas; ambos eran refugiados del otro lado del Telón de Acero y vieron en esta maniobra su oportunidad de hacerse ricos.
Wardas, el cerebro del secuestro, fue condenado a cuatro años y seis meses de trabajos forzados y su cómplice, Ganev, a dieciocho meses de prisión.
Bienvenidos al capitalismo, pardillos.
Y por fin Chaplin descansó
Así, tras once semanas de macabra excursión, buscado por las policías de media Europa, el cuerpo de Chaplin, por fin, descansó bajo toneladas de hormigón en la tumba familiar tras una ceremonia a la que sólo asistieron los más íntimos, poniendo punto y final a una rocambolesca aventura que bien parece sacada de alguna de sus más desquiciadas películas.
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