Una fábula es una composición literaria narrativa breve, normalmente en verso o en prosa, en la que los personajes principales pueden ser animales o cosas inanimadas que actúan, obran y hablan como si fueran seres humanos.
Cada fábula cuenta, en un estilo llano, una única y breve historia que culmina con una consecuencia aleccionadora o moraleja.
Posee una intención y redacción didáctica ética y de carácter universal que casi siempre aparece al final y en muy raras ocasiones al inicio de la narración, llamada generalmente moraleja.
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Tirso de Molina (24 de marzo de 1579 – 20 de febrero de 1648) fue un dramaturgo barroco español, poeta y monje.
Se le ha atribuido tradicionalmente la creación del mito de Don Juan en El burlador de Sevilla, cuya primera versión podría ser de 1617, con la obra Tan largo me lo fiais.
Nació como Gabriel Téllez en Madrid. Estudió en Alcalá de Henares, se unió a la Orden mendicante de la Santísima Virgen María de la Misericordia en 1600 y entró en el Monasterio de San Antolín en Guadalajara en enero de 1601.
Fue ordenado sacerdote en 1610.
Estuvo diez años escribiendo obras de teatro cuando fue enviado por sus superiores en una misión a las Indias Occidentales en 1615, residiendo en Santo Domingo de 1616 a 1618.
A su regreso a España en 1618, residió en el monasterio mercedario de Madrid.
Se conservan una sesentena de piezas dramáticas de Tirso de Molina.
No obstante, según su propio testimonio, posiblemente algo exagerado, habría escrito en 1634 unas cuatrocientas, con lo que, de ser cierto, habría sido uno de los dramaturgos más prolíficos del Siglo de Oro español.
Los últimos años de su vida los pasó en Soria, en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, en el que fue nombrado comendador en 1645.
Murió en Almazán en 1648.
Sus obras más importantes son: Don Gil de las calzas verdes, Los balcones de Madrid, Los amantes de Teruel y El Burlador de Sevilla.
Fábulas de Tirso de Molina
El asno y el cochino
Señor Juan de Silva, escuche: Crio un villano en su casa un cochino y un jumento. Al cochino regalaba tanto, que al jumento mismo daba envidia, que esta falta es muy de asnos. Llegó el día de San Martín, y escuchaba el asno grandes gruñidos. Asomóse a una ventana, y vio al mísero cochino, el cuchillo a la garganta, que roncaba sin dormir. —¿Para aquesto le engordaban? —dijo el asno—. Voime al monte por leña, venga mi albarda.
Mejor goza el bien quien desde el mal vino a él
Yo sé de cierto señor algo regalado y tierno que, acostándose el invierno, después que el calentador la cama le sazonaba, se levantaba en camisa, y dando causa a la risa, desnudo se paseaba.
Burlábase de él su gente y juzgaba a desvarío que tiritase de frío y diese diente con diente quien abrigarse podía; mas él, después de haber dado sus paseos, casi helado a la cama se volvía, diciendo: —Para estimar el calor que ahora adquiero es necesario primero el frío experimentar.
La mula del doctor
Tuvo un pobre una postema (dicen que oculta en un lado) y estaba desesperado de ver la ignorante flema con que el doctor le decía: —En no yéndoos a la mano en beber, moríos, hermano, porque esa es hidropesía.
Ordenóle una receta, y cuando le llegó a dar la pluma para firmar, la muía, que era algo inquieta, asentóle la herradura (emplasto dijera yo) en el lado, y reventó la postema, ya madura; con que cesando el dolor, dijo, mirándola abierta: —En postemas, más acierta la mula que su doctor.
Estaba cojo una vez un león viejo —no es nuevo quien anda mucho mancebo estar cojo a la vejez— .
Como no podía cazar, y andaba solo y hambriento, aguzó el entendimiento para comer sin andar; y llamando a cortes reales, mandó por edicto y ley que atendiendo que era rey de todos los animales, acudiesen a su cueva. Fueron todos, y asentados, dijo : —Vasallos honrados, a mí me han dado una nueva extraña, y que me provoca a pesadumbre y pasión, y es que dicen que al león le huele muy mal la boca.
No es bien que un sujeto real, de tantos brutos señor, en vez de dar buen olor, a todos huela tan mal.
Y así, buscando el remedio, hallo que a todos os toca, que llegándoos a mi boca, veáis si al principio o medio alguna muela podrida huele mal, por que se saque, y desta suerte se aplaque afrenta tan conocida.
Metióse con esto adentro, y entrando de uno en uno, no vieron salir ninguno. La raposa, que es el centro de malicias, olió el poste; y convidándola a entrar para ver y visitar al león, respondió : —¡Oste!
Y asomando la cabeza, dijo : —Por no ser tenida por tosca y descomedida, no entro a ver a vuestra alteza; que como paso trabajos, unos ajos he almorzado, y para un rey no hay enfado como el olor de los ajos.
Por aquesta cerbatana vuestra alteza eche el aliento; que si yo por ella siento el mal olor, cosa es llana que hay muela con agujero, y el sacalla está a otra cuenta, que yo estoy sin herramienta y en mi vida fui barbero.
Fábula de Mirra, Adonis y Venus – Tirso de Molina
Al hermoso hijo y nieto del caduco Cinira, que en Chipre, rey de flores se corona; al prodigioso efecto del amor y de la ira, que humano un tiempo, ya deidad blasona; al que debe Pomona cuantos en sus pensiles engendra mayos y produce abriles, pues hortensia deidad, flores sazona, panegíricos canto la música, esta vez acorde al llanto. Aquel rapaz gigante, que al mismo Jove arrostra, y nieto de la espuma, es todo llama; ese que, si arrogante imposibles no postra, ni dios se estima, ni permite fama, venenoso derrama su contagión sabrosa en el pecho de Mirra, cuanto hermosa horrenda tanto, pues su nombre infama quien su tragedia ha escrito; si bien todo el delito disculpa de su engaño, pues fue la utilidad mayor que el daño. Mirra, de juventudes asombro desdeñoso, hoy mucho más del tálamo que ofende, venganza e ingratitudes dio en su desprecio hermoso, pues mariposa adora a quien la enciende; en la nieve pretende de las paternas canas de Cinira, templar llamas tiranas; pero es yesca la nieve si se emprende en ella del amor cualquier centella; en fin, para encendella industrias apercibe, pirausta, Mirra, que entre brasas vive. Equívocas caricias al padre lisonjean, que vende a la ignorancia el nombre de hija; y honestando malicias, se admiten y recrean, dorando plata a la vejez prolija; tal vez se regocija, porque él tronco, ella yedra, verdor trepando por su cuello medra, y, ufano que tal vid tal olmo elija, sin distinguir entre virtud agravios, se permite a los labios, puesto que desiguales, el plomo se guarnezca de corales. Juzga Cinira grato a filial afecto, cariño tanto, no a pasión lasciva; pero como es retrato de la causa el efecto, (si en la similitud amor estriba) viéndose copia viva, con su origen quisiera incorporarse Mirra lisonjera, (que donde unidad falta, amor no priva); para esto su deseo los brazos envidiaba de Briareo, y a su madre adorara, si con el ser su tálamo heredara. Teme, suspira, llora, porque, si oculta enojos, recela que el dolor no la consuma; muda tan habladora que, a descifrar sus ojos, cada pestaña de ellos fuera pluma; tal vez resuelta (en suma, a costa de su mengua) a fiar su remedio de su lengua, fuego acomete y se retira espuma; y tal de amores loca, palabras apercibe y no halla boca, que en tan ambigua guerra, puertas abre el amor que el temor cierra. Retrocedióse al pecho cobarde la osadía, que ya en los labios profanó la raya. Pero ¿de qué provecho fue, si los asistía la vergüenza en carmín, que la desmaya? Comunicóse al aya, cuyos caducos años feriaron su vejez a los engaños, que también hay tormentas en la playa, y aunque la edad la jubiló en el puerto, las más veces es cierto que, tarde o nunca, deja liviana moza los resabios, vieja. Ésta, en fin, facilita estorbos y temores, y, añadiendo a sus llamas combustibles, al viejo solicita a que despierte amores, ya tibios en su edad, si no imposibles. Díjole: «Apetecibles años de cierta hermosa, (tú, rosa seca y ella fresca rosa) pechera de delicias apacibles tributarte apetecen, si los gustos de amor rejuvenecen. Desyela señor mío en su florido abril, tu enero frío. Dejar de ti desea posteridad augusta que blasonen después sus sucesores. Baja, que de Amaltea el aparato gusta, que en tu jardín des frutos a sus flores; la noche, a sus temores, quietud oculta apresta, sin riesgo que Diana, por honesta, fiscalice, ofendida, sus amores, pues, aunque cazadora, virginidad afecta, amante adora cuando en celos se ofusca al dormido Endimión que en Caria busca». Al cano rey, la astuta aya, halló tan dispüesto, que culpa siglos cuando instantes pierde; que en la materia enjuta se introduce más presto el voraz elemento que en la verde; amor (porque recuerde en él sus incentivos, y en caducas cenizas logre, vivos, hipócritas carbones) que se acuerde le manda de hermosuras, que ocasionaron, joven, travesuras; y remozado en ellas, sopló el deseo y levantó centellas. Delinquió incestuosa esta vez la ignorancia, lince hasta aquí el amor, agora ciego. Vejez apetitosa, su misma repugnancia solicitaba nieve contra fuego; la noche que, al sosiego con sueños aplaudía, Argos de estrellas, este insulto vía; pero vendólas con tinieblas luego, abominando brazos, que en tal monstruosidad tejieron lazos, cuando amor que los funda,
vio a Mirra, estéril antes, ya fecunda. Deleite ejecutado, y amor arrepentido, todo es uno: testigo la experiencia; volvió el enero helado, si se fingió florido, a intimar su primera intercadencia; efímera violencia veloz enciende y pasa, pues ya en Cinira amor yela, no abrasa. Gozó sin ver, y huyendo la presencia que se negó a sus ojos, lo que anhelaba gustos, juzgó enojos; castigo de quien fía en cano amor, que, cuando abrasa, enfría. Mirra que, satisfecha, su infamia creyó oculta, segundo Paladión lleva consigo; y cuando sin sospecha noticias dificulta, sus entrañas hospedan su enemigo; el tiempo hizo testigo lo que escondió primero: cómplice aleve, agora pregonero, manifestarle pudo, que a veces habla más el que es más mudo. El término cumplido, Mirra ya hermana y madre, Y de Cinira, Adonis, hijo y nieto, ofensor ofendido, se vio su abuelo y padre, público ya a los hombres su secreto; Tesífone y Alecto, gigante hacen su injuria; de amor primero esfera, ya de furia, la causa enemistada con su efecto, y ardiendo por ser vivo, con la madre, al dos veces relativo, de su sustancia helada corre a verter la sangre duplicada. Plumas huyendo pide la hermosa delincuente a la deidad que obedeció lasciva; valles y selvas mide, y, del pecho pendiente, el insulto inocente es joya viva; pero, aunque fugitiva, flores desmaya apenas, azogue en vez de sangre alienta venas de la helada vejez la vengativa injuria, en cuyo empleo cada pie, que fue plomo, es caduceo, que amores y pesares al segundo Planeta hurtan talares. No Apolo enamorado a Dafne cazadora persigue aquél y estotra se retira; efectos han trocado, pues huye la que adora, siguiéndola los odios de Cinira; vuela esta vez la ira, corre amor, pues la alcanza, señal que es más ligera la venganza: pues si uno flechas otra rayos tira, y con fines opuestos plumas llevan aquellas, llamas éstos, con que una acción obliga a que huya amor y a que el desdén le siga. Ya casi a las espaldas respiraba el aliento de la venganza, que el temor avisa, y de las leves faldas que profanaba el viento, las fimbrias, tropezando, tal vez pisa, cuando viendo precisa la ejecución severa, Mirra, angustiada de su muerte fiera, a la Citerea diosa en el último trance lastimosa, intimándole enojos, dijo, el alma en los labios, y en los ojos. «Común naturaleza nos dio, amorosa diva, Chipre a las dos, que en esto nos hermana; aquí halló tu belleza patria, pues, compasiva, te adora eterna y te alimenta humana; aquí la espuma cana del mar, piélago incierto, en la cuna del nácar tomó puerto, (región sacra por ti, si antes profana) y porque fertilices su amenidad, las Horas, tus nutrices, cuando flores te adulan, Chipre tu imperio, Cipria te intitulan. Aquí, progenitora de la deidad de fuego, con sangre en vez de leche alimentado, me hiciste profesora, (mas ciega, que él es ciego) de su violenta escuela, pues he dado asombro enamorado a cuantos en sus llamas arrojan honras y consumen famas pues me atreví, por él, al primer grado, que exento de tu imperio, eterno me vincula vituperio, digna que tus favores, a más hazañas, premios den mayores. No, pues, Venus permitas que a tu poder se atreva padre verdugo, desdeñoso amante; si insultos acreditas, múdame en forma nueva, que aromas peche a tu deidad fragante; haz, desde aquí adelante, patrona compasiva, que, entre los vivos, ni me infamen viva, ni, entre los muertos muerta, honras espante, sino que mi remedio consista en ser de estos extremos medio, porque, en angustia tanta, si sensitiva no, me estimen planta». Apenas de su pena Venus oyó el discurso que, grata tutelar a su deseo, fija en la rubia arena el desmayado curso; planta es ya la de amor, monstruoso empleo, aquel arbol sabeo, cuya sudada goma, Estacte llama Arabia y, todo aroma, incorrupto cadáver dio al Hebreo, en la forma sabina, enebro en hojas y en rigor espina, que eterniza y preserva. Si fue Mirra mujer, ya es mirra yerba. Entre los brazos ramas, busca el infante el pecho, y, en vez de él, halla rústica corteza; pero imperiosas llamas de amor, que siempre han hecho mayor efecto en la mayor belleza, mostrar la fortaleza de su poder pretenden, pues, niño Adonis, en su vista encienden la misma Venus, que a sentir empieza, cuando deidad blasona, que amor su misma madre no perdona; pues que recién nacido querer no sabe Adonis y es querido. Prodigio es portentoso enamorar gorjeos, que apenas tienen ser y ya dan penas; mas era tan hermoso que ocasionó deseos a quien del mar espuma burló arenas; crióle en las amenas delicias intrincadas de Chipre y de sus selvas que, pobladas de madreselva, rosas y azucenas, sin preservar ninguna, cama le mullen y le mecen cuna, y con leche sabrosa de una cierva, esta vez sólo piadosa, crecen entre las flores él en los días, ella en los amores. Ya Adonis de la infancia pasaba a la puericia, y ya doraba en él la adolescencia bozos a la arrogancia, arnés a la milicia, flechas a la deidad, toda violencia, cuando con la asistencia del joven, sucesiva por tantos lustros, desde niño viva, es Venus del amor la quinta esencia, y en su fogosa lumbre, (como es naturaleza la costumbre) cuando sin él se mira, ni vive, ni descansa, ni respira. Del néctar olvidada, ni la ambrosía la mueve, ni afecta cielos, ni en sus luces fía, porque en él transformada espíritus le bebe, que al néctar antepone y ambrosía; amor hidropesía, bebiendo, aumenta sedes, y de Adonis los labios Ganimedes, gentilhombres de copa, alientos cría; prodigio es que sazone una sed, otra sed, y la ocasione; mas como firme sea, quien más ama y más goza, más desea. Los ratos que embaraza la juventud traviesa en Adonis el tiempo que la sisa, y por el monte a caza la fugitiva presa sigue oficioso, que el lebrel le avisa, no corre él tan aprisa, como ella aprisa llora, y como tras Menmón la blanca aurora, impidiéndole el paso, así le avisa: «Tragedias ocasiona, quien, racional, con brutos proporciona acciones militares, sin comparar afectos a pesares. Ya que las castas selvas profanes a su diosa, ni risco, temas, ni perdones cumbre, adviértote que vuelvas con presa temerosa, que quiete mi temor su mansedumbre; la natural costumbre del joven ejercicio, que de virtud, si es mucho, pasa a vicio, y en mí si en ti es deleite es pesadumbre, tus vitorias celebre, ya en el ciervo ramoso, ya en la liebre, de suerte que, al correllos, ellos huyan de ti, no tú huyas de ellos; pues si tus fuerzas mides, más que el ánimo, vencen los ardides. Los lobos salteadores, los osos mal formados, los leones carnívoros te vedo, no des a mis amores, con fúnebres cuidados, mal logros tristes que me anuncia el miedo; mas si tirar no puedo la rienda a tu apetito y te enojas por ver que te limito tanto peligro, yo te lo concedo, con tal, si a ésta te obligas, que, siguiéndolos todos, jamás sigas al jabalí impaciente, presagio de mis lágrimas su diente. Una fiera entre tantas, idolatrado mío, te niega sola quien tu amor conjura; persigue a las que espantas, no a las que muestran brío, que audacia, contra audacia, no es segura: ¡Ay de quién aventura!, que en tu infeliz impresa, cazador, de la caza has de ser presa, y de un bruto, trofeo tu hermosura. Ojalá que me amaras, de modo que jamás te me ausentaras, mas ¡ay suerte severa! que a Venus antepones una fiera». Ansí daba consejos la diva enamorada, a la incauta ocasión de sus enojos, cuando asomó de lejos en fiera transformada la sospecha de Marte, llena de ojos; usúrpale despojos Adonis, ya adquiridos, de Vulcano y Apolo perseguidos, afrenta de la red sus rayos rojos, y costándole tanto, que celos le atormenten no me espanto, pues si de raya pasan, más al amante que al esposo abrasan. No sufren los lebreles, que estorbe la traílla lances do inclinaciones tan opuestas despedazan cordeles, y rota cada hebilla, atajan valles y trasponen cuestas; Venus, que las funestas tragedias ve cercanas, abrazada con él, lágrimas vanas le intima, que si no le son molestas, bastantes son tampoco a refrenar el ímpetu que, loco, su perdición destina, al bien rebelde cuando el mal se inclina. Aljófares desprecia, desembaraza abrazos, sordo a suspiros, desdeñoso a voces, y porque llore Grecia mal logro de sus brazos, la muerte hace sus pasos más veloces; Marte, que con atroces hazañas se eterniza, trofeos a sus celos soleniza. Tente, intrépido joven, no destroces, vengando a la fortuna, dos almas que incorpora amor en una; no es jabalí el que baja, flechas las púas, el marfil navaja, el dios sí, en sangre tinto, severo alcaide del alcázar quinto. En círculo le ciñe la turba ladradora, ya campo de armas la floresta verde, pero tan diestra riñe la bestia vengadora, que en sangre paga el que sus cerdas muerde; Venus que el tiempo pierde en excusarle enojos, volando tras su Adonis con los ojos, con el alma le avisa que se acuerde de presagios fatales; pero el que apresurando va sus males, consejos desestima, vientos atrasa y el venablo anima. Llega y, de siete, mira reducidos a cuatro, cadáveres los tres, sus perros fieles; enciéndele la ira, y al verde anfiteatro volver jura mosquetas en claveles; provoca los lebreles, y en la derecha planta cargado el cuerpo, el otro pie levanta, (digna postura de animar pinceles). Tonante es, que fulmina rayo el furor, en vez de jabalina, a no errar, codicioso, valiente el tiro, pero no dichoso. Hurtóle el cuerpo el bruto, ¿qué mucho si le adiestra la bélica deidad del quinto cielo? y viendo el poco fruto del golpe, Adonis muestra mejillas, si antes grana, agora yelo; retírale el recelo de verse desarmado; pero Marte, en la fiera transformado, cometa es que le sigue, el paso vuelo; huye el que perseguía, persigue agora el que primero huía, mas el correr, ¿qué importa, si sacre la venganza, vientos corta? Cedió a fatal violencia la juventud briosa, cedió amor a los celos, sus bastardos, cayó la adolescencia, que apenas se vio rosa y, ya lirio, pimpollos brota pardos; llegaron, aunque tardos, a hacer los escarmientos cuerda a la juventud, cuyos alientos mil veces malograron los gallardos ímpetus juveniles; florecen los abriles, sopla el Bóreas enjuto, y el almendro, que aborta en flor el fruto, enseña castigado al prudente moral razón de estado. Abrió el marfil buido, puerta a la muerte franca, que, en fe de reina, en púrpura teñida, prestó su colorido a la amapola blanca su rosicler, recuerdos de su herida; Venus, con media vida, perdida la otra media, presume, por correr, que la remedia; pero huyendo la bestia adonicida, al paso que más corre, sintiendo penas más, menos socorre; que el mal en todo amante, menos aflige, cuanto más distante. Desnudo el pie de nieve, carrera presurosa, las plantas, donde el alma está, encamina; sacrílega se atreve, (sospecho que envidiosa) de la rosa, hasta allí blanca, una espina; para quedar divina, divina sangre vierte, con que el candor en rosicler convierte, medio ya entre jazmín y clavellina; dichoso sacrilegio, que ganó entre las flores privilegio de ser, puesto que bellas, ella su emperatriz, sus damas ellas. Violetas con claveles, mezcló amor en los labios de Adonis y de Venus lastimosa; no hay plumas ni pinceles, que pinten los agravios, que a Marte intima la ofendida hermosa. Pondere la amorosa pasión, qué tal sería lo que Venus entonces sentiría, dios el dolor, como su dueño diosa; que yo aquí reverencio los hipérboles mudos del silencio. No a fuer del ave santa, que al túmulo, antes nido, agrega aromas que el oriente espira, Mauseolos levanta que injurien al olvido, ni a holocaustos de amor consagra pira: sembrado el campo mira de lechugas, y entre ellas quiere Venus probar si las centellas que en el cadáver aún vivir admira apagan sus ardores, que, como su frialdad entibia amores, recela que no basta a amor tan firme compañía tan casta. Aquí sepulcro apresta la diva enamorada, para el amante que aún difunto adora; aquí le manifiesta a cuantos malograda su muerte compadece; aquí le llora quien, tierna protectora de su pasión, desea la diosa que con llantos lisonjea, hasta que resucite con la aurora Adonis, que eterniza sus llamas, semidiós, no ya ceniza, estrella sí, en la parte que ni se esconde al sol, ni teme a Marte».
Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso: — ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago! A todo malvado, aunque parezca actuar como bueno, no debe de creérsele.
El lobo y el asno
Un lobo fue elegido rey entre sus congéneres y decretó una ley ordenando que lo que cada uno capturase en la caza, lo pusiera en común y lo repartiese por partes iguales entre todos; de esta manera ya no tendrían los lobos que devorarse unos a otros en épocas de hambre. Pero en eso lo escuchó un asno que estaba por ahí cerca, y moviendo sus orejas le dijo: — Magnífica idea ha brotado de tu corazón, pero ¿Por qué has escondido todo tu botín en tu cueva? Llévalo a tu comunidad y repártelo también, como lo has decretado. El lobo, descubierto y confundido, derogó su ley. Si alguna vez llegas a tener poder de legislar, sé el primero en cumplir tus propias leyes.
El lobo y el león
Cierta vez un lobo, después de capturar a un carnero en un rebaño, lo arrastraba a su guarida. Pero un león que lo observaba, salió a su paso y se lo arrebató. Molesto el lobo, y guardando prudente distancia le reclamó: — ¡Injustamente me arrebatas lo que es mío! El león, riéndose, le dijo: — Ajá; me vas a decir seguro que tú lo recibiste buenamente de un amigo. Lo que ha sido mal habido, de alguna forma llegará a ser perdido.
El lobo y el perro
Se encontró un lobo con un corpulento perro sujeto por un collar, y le preguntó: — ¿Quién te ha encadenado y quién te ha alimentado de esa forma? — Mi amo, el cazador — respondió el perro. — ¡Que los dioses nos libren a los lobos de semejante destino! Prefiero morir de hambre a tener que cargar tan pesado collar. Vale más el duro trabajo en libertad, que el placer en esclavitud.
El lobo y el pastor
Acompañaba un lobo a un rebaño de ovejas pero sin hacerles daño. Al principio el pastor lo observaba y tenía cuidado de él como un enemigo. Pero como el lobo le seguía y en ningún momento intentó robo alguno, llegó a pensar el pastor que más bien tenía un guardián de aliado. Cierto día, teniendo el pastor necesidad de ir al pueblo, dejó sus ovejas confiadamente junto al lobo y se marchó. El lobo, al ver llegado el momento oportuno, se lanzó sobre el rebaño y devoró casi todo. Cuando regresó el pastor y vio todo lo sucedido exclamó: — Bien merecido lo tengo; porque ¿De dónde saqué confiar las ovejas a un lobo?
Nunca dejes tus valores al alcance de los codiciosos, no importa su inocente apariencia.
El lobo harto y la oveja
Un lobo hartado de comida y ya sin hambre, vio a una oveja tendida en el suelo. Dándose cuenta que se había desplomado simplemente de terror, se le acercó, y tranquilizándola le prometió dejarla ir si le decía tres verdades. Le dijo entonces la oveja que la primera es que preferiría no haberle encontrado; la segunda, que como ya lo encontró, hubiera querido encontrarlo ciego; y por tercera verdad le dijo: — ¡Ojalá, todos los lobos malvados, murieran de mala muerte, ya que, sin haber recibido mal alguno de nosotras, nos dan una guerra cruel! Reconoció el lobo la realidad de aquellas verdades y dejó marchar a la oveja. Camina siempre soportado en la verdad, y ella te abrirá los caminos del éxito, aún entre adversarios.
El lobo herido y la oveja
Un lobo que había sido mordido por unos perros, yacía en el suelo todo malherido. Viendo la imposibilidad de procurarse comida en esa situación, pidió a una oveja que pasaba por allí que le llevara un poco de agua del cercano río. — Si me traes agua para beber — le dijo –, yo mismo me encargaré de mi comida. — Si te llevo agua para beber — respondió la oveja –, yo misma asistiré a tu cena. Prevé siempre el verdadero fondo de las aparentemente inocentes propuestas de los malhechores.
El lobo y el labrador
Llevó un labrador su yunta de bueyes al abrevadero. Caminaba por ahí cerca un lobo hambriento en busca de comida. Encontró el lobo el arado y empezó a lamer los bordes del yugo, y enseguida y sin darse cuenta terminó por meter su cabeza adentro. Agitándose como mejor podía para soltarse, arrastraba el arado a lo largo del surco. Al regresar el labrador, y viéndolo en esta actividad le dijo: — ¡Ah, lobo ladrón, que felicidad si fuera cierto que renunciaste a tu oficio y te has unido a trabajar honradamente la tierra! A veces, por casualidad o no, los malvados parecieran actuar bien, mas su naturaleza siempre los delata.
El lobo y el perro dormido
Dormía plácidamente un perro en el portal de una casa. Un lobo se abalanzó sobre él, dispuesto a darse un banquete, cuando en eso el perro le rogó que no lo sacrificara todavía. — Mírame, ahora estoy en los huesos — le dijo –; espera un poco de tiempo, ya que mis amos pronto van a celebrar sus bodas y como yo también me daré mis buenos atracones, me engordaré y de seguro seré un mucho mejor manjar para tu gusto. Le creyó el lobo y se marchó. Al cabo de algún tiempo volvió. Pero esta vez encontró al perro durmiendo en una pieza elevada de la casa. Se detuvo al frente y le recordó al perro lo que habían convenido. Entonces el perro repuso: — ¡Ah lobo, si otro día de nuevo me ves dormir en el portal de la casa, no te preocupes por esperar las bodas! Si una acción te lleva a caer en un peligro, y luego te logras salvar de él, recuerda cual fue esa acción y evita repetirla para no volver a ser su víctima.
El lobo y el cabrito encerrado
Protegido por la seguridad del corral de una casa, un cabrito vio pasar a un lobo y comenzó a insultarle, burlándose ampliamente de él. El lobo, serenamente le replicó: — ¡Infeliz! Sé que no eres tú quien me está insultando, sino el sitio en que te encuentras. Muy a menudo, no es el valor, sino la ocasión y el lugar, quienes proveen el enfrentamiento arrogante ante los poderosos.
El lobo flautista y el cabrito
Un cabrito se rezagó en el rebaño y fue alcanzado por un lobo que lo perseguía. Se volvió hacia éste y le dijo: — Ya sé, señor lobo, que estoy condenado a ser tu almuerzo. Pero para no morir sin honor, toca la flauta y yo bailaré por última vez. Y así lo hicieron, pero los perros, que no estaban lejos, oyeron el ruido y salieron a perseguir al lobo. Viendo la mala pasada, se dijo el lobo: — Con sobrada razón me ha sucedido esto, porque siendo yo cazador, no debí meterme a flautista. Cuando vayas a efectuar una nueva actividad, antes ten en cuenta tus capacidades y las circunstancias, para valorar si puedes salir adelante.
Los dos perros
Un hombre tenía dos perros. Uno era para la caza y otro para el cuido. Cuando salía de cacería iba con el de caza, y si cogía alguna presa, al regresar, el amo le regalaba un pedazo al perro guardián. Descontento por esto el perro de caza, lanzó a su compañero algunos reproches: que sólo era él quien salía y sufría en todo momento, mientras que el otro perro, el cuidador, sin hacer nada, disfrutaba de su trabajo de caza. El perro guardián le contestó: — ¡ No es a mí a quien debes de reclamar, sino a nuestro amo, ya que en lugar de enseñarme a trabajar como a ti, me ha enseñado a vivir tranquilamente del trabajo ajeno! Pide siempre a tus mayores que te enseñen una preparación y trabajo digno para afrontar tu futuro, y esfuérzate en aprenderlo correctamente.
Los perros hambrientos
Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así llegar fácilmente a las pieles. Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles. Ten siempre cuidado con los caminos rápidos, pues no siempre son los más seguros.
El hombre al que mordió un perro
Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todo lado buscando quien le curara. Un vecino le dijo que mojara un pedazo de pan con la sangre de su herida y se lo arrojase al perro que lo mordió. Pero el hombre herido respondió: –¡Si así premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a morderme! Grave error es halagar la maldad, pues la incitas a hacer más daño todavía.
El perro y el cocinero
Preparó un hombre una cena en honor de uno de sus amigos y de sus familiares. Y su perro invitó también a otro perro amigo. — Ven a cenar a mi casa conmigo — le dijo. Y llegó el perro invitado lleno de alegría. Se detuvo a contemplar el gran festín, diciéndose a sí mismo: –¡Qué suerte tan inesperada! Tendré comida para hartarme y no pasaré hambre por varios días. Estando en estos pensamientos, meneaba el rabo como gran viejo amigo de confianza. Pero al verlo el cocinero moviéndose alegremente de allá para acá, lo cogió de las patas y sin pensarlo más, lo arrojó por la ventana. El perro se volvió lanzando grandes alaridos, y encontrándose en el camino con otros perros, estos le preguntaron: — ¿Cuánto has comido en la fiesta, amigo? — De tanto beber, — contestó — tanto me he embriagado, que ya ni siquiera sé por donde he salido. No te confíes de la generosidad que otros prodigan con lo que no les pertenece
El perro de pelea y los perros sencillos
Un perro había sido muy bien alimentado en una casa y fue adiestrado para luchar contra las fieras. Un día, al ver un gran número de ellas colocadas en fila, rompió el collar que le sujetaba y rápidamente echó a correr por las calles del pueblo. Lo vieron pasar otros perros, y viendo que era fuerte como un toro, le preguntaron: — ¿ Por qué corres de esa manera? — Sé que vivo en la abundancia, sin hambres, con mi estómago siempre satisfecho, pero también siempre estoy cerca de la muerte combatiendo a esos osos y leones — respondió. Entonces los otros perros comentaron: — Nuestra vida es en verdad pobre, pero más bella, sin tener que pensar en combatir con leones ni osos. Las grandes ganancias, siempre van acompañadas de grandes riesgos.
El perro, el gallo y la zorra
Cierta vez un perro y un gallo se unieron en sociedad para recorrer el mundo. Llegada una noche, el gallo subió a un árbol y el perro se recostó al pie del tronco. Y como era su costumbre, cantó el gallo antes del amanecer. Oyó su canto una zorra y corrió hacia el sitio, parándose al pie del árbol. Le rogó que descendiera, pues deseaba besar a un animal que tenía tan exquisita voz. Le replicó entonces el gallo que por favor, primero despertara al portero que estaba durmiendo al pie del árbol. Y entonces el perro, cuando la zorra buscaba como establecer conversación con el portero, le saltó encima descuartizándola. Es inteligente actitud, cuando encontramos un enemigo poderoso, encaminarlo a que busque a otros más fuertes que nosotros.
El perro y la almeja
Un perro de esos acostumbrados a comer huevos, al ver una almeja, no lo pensó dos veces, y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó inmediatamente. Desgarradas luego sus entrañas, se sintió muy mal y se dijo: — Bien merecido lo tengo, por creer que todo lo que veo redondo son huevos. Nunca tomes un asunto sin antes reflexionar, para no entrar luego en extrañas dificultades.
El perro y la liebre
Un perro de caza atrapó un día a una liebre, y a ratos la mordía y a ratos le lamía el hocico. Cansada la liebre de esa cambiante actitud le dijo: — ¡Deja ya de morderme o de besarme, para saber yo si eres mi amigo o si eres mi enemigo! Sé siempre consistente en tus principios.
El perro y su reflejo en el río
Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne. Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne mayor que el suyo. Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar el trozo a su supuesto compadre. Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno: éste porque no existía, sólo era un reflejo, y el otro, el verdadero, porque se lo llevó la corriente. Nunca codicies el bien ajeno, pues puedes perder lo que ya has adquirido con tu esfuerzo.
El perro y el carnicero
Penetró un perro en una carnicería, y notando que el carnicero estaba muy ocupado con sus clientes, cogió un trozo de carne y salió corriendo. Se volvió el carnicero, y viéndole huir, y sin poder hacer ya nada, exclamó: — ¡ Oye amigo! allí donde te encuentre, no dejaré de mirarte! No esperes a que suceda un accidente para pensar en cómo evitarlo.
El perro con campanilla
Había un perro que acostumbraba morder sin razón. Le puso su amo una campanilla para advertirle a la gente de su presencia cercana. Y el can, sonando la campanilla, se fue a la plaza pública a presumir. Mas una sabia perra, ya avanzada de años le dijo: — ¿ De qué presumes tanto, amigo? Sé que no llevas esa campanilla por tus grandes virtudes, sino para anunciar tu maldad oculta. Los halagos que se hacen a sí mismos los fanfarrones, sólo delatan sus mayores defectos.
La corneja y el cuervo
Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos. Quiso la corneja poseer las mismas cualidades. Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzándoles espantosos gritos. Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás: — Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no son de presagios. Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.
La corneja con los cuervos
Una corneja que por esas cosas del destino era más grande que sus compañeras, despreciando y burlándose de sus congéneres, se fue a vivir entre los cuervos pidiéndoles que aceptaran compartir su vida. Pero los cuervos, a quienes su figura y voz les eran desconocidas, sin pensarlo mucho la golpearon y la arrojaron de su grupo. Y la corneja, expulsada por los cuervos, volvió de nuevo donde las demás cornejas. Pero éstas, heridas por el ultraje que les había hecho, se negaron a recibirla otra vez. Así, quedó esta corneja excluida de la sociedad de unos y de otros. Cuando pienses cambiar de sociedad, domicilio o amistades, no lo hagas nunca despreciando a la anterior, no sea que más tarde tengas que regresar allá.
La corneja y las aves
Quería una vez Zeus proclamar un rey entre las aves, y les señaló un día para que comparecieran delante de él, pues iba a elegir a la que encontrara más hermosa para que reinara entre ellas. Todas las aves se dirigieron a la orilla de un río para limpiarse. Entonces la corneja, viéndose más fea que las demás, se dedicó a recoger las plumas que abandonaban los otros pájaros, ajustándolas a su cuerpo. Así, compuesta con ropajes ajenos, resultó la más hermosa de las aves. Llegó el momento de la selección, y todos los pájaros se presentaron ante Zeus, sin faltar por supuesto, la corneja con su esplendoroso plumaje. Y cuando ya estaba Zeus a punto de concederle la realeza a causa de tanta hermosura, los demás pájaros, indignados por el engaño, le arrancaron cada uno la pluma que le correspondía. Al fin, desplumada de lo ajeno, la corneja, simplemente corneja se quedó. Nunca hagas alarde de los bienes ajenos como si fueran propios, pues tarde o temprano se descubre el engaño.
La corneja y los pichones
Conoció una corneja un palomar que habitaban unos pichones muy bien alimentados, y queriendo disfrutar de tan buena comida blanqueó sus plumas y se unió a ellos. Mientras la corneja estuvo en silencio, los pichones, creyéndola como uno de los suyos, la admitieron sin reclamo. Pero olvidándose de su actuación, en un descuido la corneja lanzó un grito. Entonces los pichones, que no le reconocieron su voz, la echaron de su nido. Y la corneja, viendo que se le escapaba la comida de los pichones, volvió a buscar a sus semejantes. Mas por haber perdido su color original, las otras cornejas tampoco la recibieron en su sociedad; de manera que por haber querido disfrutar de dos comidas, se quedó sin ninguna. Contentémonos con nuestros bienes, pues tratar de tomar sin derecho los ajenos, sólo nos conduce a perderlo todo.
La corneja fugitiva
Un hombre cazó a una corneja, le ató un hilo a una pata y se la entregó a su hijo. Mas la corneja, no pudiendo resignarse a vivir prisionera en aquel hogar, aprovechó un instante de libertad en un descuido para huir y tratar de volver a su nido. Pero el hilo se le enredó en las ramas de un árbol y el ave no pudo volar más, quedando apresada. Viendo cercana su muerte, se dijo: –¡Hecho está! Por no haber sabido soportar la esclavitud entre los hombres, ahora me veo privada de la vida. En cuanto mayor son los valores que se buscan, mayores son los riesgos.
El cuervo y la culebra
Andaba un cuervo escaso de comida y vio en el prado a una culebra dormida al sol; cayó veloz sobre ella y la raptó. Mas la culebra, despertando de su sueño, se volvió y la mordió. El cuervo viéndose morir dijo: — ¡Desdichado de mí, que encontré un tesoro pero a costa de mi vida! Antes de querer poseer algún bien, primero hay que valorar si su costo vale la pena.
El cuervo y Hermes
Un cuervo que había caído en un cepo prometió a Apolo que le quemaría incienso si lo salvaba; pero una vez liberado de la trampa olvidó su promesa. Capturado de nuevo en otro cepo, dejó a Apolo para dirigirse a Hermes, prometiéndole también un sacrificio. Mas el dios le dijo: Si por nuestra voluntad faltamos a nuestra primera promesa, no tendremos oportunidad de que nos crean una segunda.
El cuervo enfermo
Un cuervo que se encontraba muy enfermo dijo a su madre: — Madre, ruega a los dioses por mí y ya no llores más. La madre contestó: — ¿ Y cuál de todos, hijo mío, tendrá piedad de ti? ¿ Quedará alguno a quien aún no le hayas robado la carne? No te llenes innecesariamente de enemigos, pues en momentos de necesidad no encontrarás un solo amigo.
El ruiseñor y el gavilán
Subido en un alto roble, un ruiseñor cantaba como de costumbre. Lo vio un gavilán hambriento, y lanzándose inmediatamente sobre él, lo apresó en sus garras. Seguro de su próxima muerte, el ruiseñor le rogó que le soltara, diciéndole que con sólo él no bastaría para llenar su vientre, y que si en verdad tenía hambre, debería de apresar a otros más grandes. El gavilán le repuso: — Necio sería si te oyera y dejara escapar la presa que tengo, por ir a buscar a la que ni siquiera he visto. No dejemos los bienes que ya tenemos, por ilusiones que ni siquiera divisamos.
El ruiseñor y la golondrina
Invitó la golondrina a un ruiseñor a construir su nido como lo hacía ella, bajo el techo de las casas de los hombres, y a vivir con ellos como ya lo hacía ella. Pero el ruiseñor repuso: — No quiero revivir el recuerdo de mis antiguos males, y por eso prefiero alojarme en lugares apartados. Los bienes y los males recibidos, siempre quedan atados a las circunstancias que los rodearon.
El gallo y la comadreja
Una comadreja atrapó a un gallo y quiso tener una razón plausible para comérselo. La primera acusación fue la de importunar a los hombres y de impedirles dormir con sus molestos cantos por la noche. Se defendió el gallo diciendo que lo hacía para servirles, pues despertándolos, les recordaba que debían comenzar sus trabajos diarios. Entonces la comadreja buscó una segunda acusación: que maltrataba a la Naturaleza por buscar como novias incluso a su madre y a sus hermanas. Repuso el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las gallinas ponían más huevos. Para el malvado decidido a agredir, no lo para ninguna clase de razones.
Los gallos y la perdiz
Un hombre que tenía dos gallos, compró una perdiz doméstica y la llevo al corral junto con ellos para alimentarla. Pero estos la atacaban y la perseguían, y la perdiz, pensando que lo hacían por ser de distinta especie, se sentía humillada. Pero días más tarde vio cómo los gallos se peleaban entre ellos, y que cada vez que se separaban, estaban cubiertos de sangre. Entonces se dijo a sí misma: — Ya no me quejo de que los gallos me maltraten, pues he visto que ni aun entre ellos mismos están en paz. Si llegas a una comunidad donde los vecinos no viven en paz, ten por seguro que tampoco te dejaran vivir en paz a ti.
El ciervo, el manantial y el león
Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial. Después de beber, vio su reflejo en el agua. Al contemplar su hermosa cornamenta, sintióse orgulloso, pero quedó descontento por sus piernas débiles y finas. Sumido aún en estos pensamientos, apareció un león que comenzó a perseguirle. Echó a correr y le ganó una gran distancia, pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas y la del león en su corazón. Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia que le salvaba; pero al entrar en el bosque sus cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar, fue atrapado por el león. A punto de morir, exclamó para sí mismo: — ¡Desdichado soy! Mis pies, que pensaba que me traicionaban, eran los que me salvaban, y mis cuernos, en los que ponía toda mi confianza, son los que me pierden. Muchas veces, a quienes creemos más indiferentes, son quienes nos dan la mano en las congojas, mientras que los que nos adulan, ni siquiera se asoman.
La cierva y la viña
Una cierva era perseguida por unos cazadores y se refugio bajo una viña. Pasaron cerca los cazadores, y la cierva, creyéndose muy bien escondida, empezó a saborear las hojas de la viña que la cubría. Viendo los cazadores que las hojas se movían, pensaron muy acertadamente, que allí adentro había un animal oculto, y disparando sus flechas hirieron mortalmente a la cierva. Ésta, viéndose morir, pronunció estas palabras: — ¡Me lo he merecido, pues no debí haber maltratado a quien me estaba salvando¡ Sé siempre agradecido con quien generosamente te da la ayuda para salir adelante.
La cierva en la gruta del león
Una cierva que huía de unos cazadores, llegó a una gruta donde no sabía que moraba un león. Entrando en ella para esconderse, cayó en las garras del león. Viéndose sin remedio perdida, exclamó: — ¡Desdichada de mí! Huyendo de los hombres, caí en las garras de un feroz animal. Si tratas de salir de un problema, busca que la salida no sea caer en otro peor.
La cierva tuerta
Una cierva a la que le faltaba un ojo pacía a orillas del mar, volviendo su ojo intacto hacia la tierra para observar la posible llegada de cazadores, y dando al mar el lado que carecía del ojo, pues de allí no esperaba ningún peligro. Pero resulta que una gente navegaba por este lugar, y al ver a la cierva la abatieron con sus dardos. Y la cierva agonizando, se dijo para sí: — ¡Pobre de mí! Vigilaba la tierra, que creía llena de peligros, y el mar, al que consideraba un refugio, me ha sido mucho más funesto. Nunca excedas la valoración de las cosas. Procura ver siempre sus ventajas y desventajas en forma balanceada.
El ciervo y el cervatillo
Díjole un día un cervatillo al ciervo: — Padre: eres mayor y más veloz que los perros y tienes además unos cuernos magníficos para defenderte; ¿por qué huyes delante de ellos? El ciervo respondió riendo: — Justo es lo que me dices, hijo mío; mas no sé lo que me sucede, pero cuando oigo el ladrido de un perro, inmediatamente me doy a la fuga. Cuando se tiene un ánimo temeroso, no hay razón que pueda cambiarlo.
El caballo viejo
Un caballo viejo fue vendido para darle vueltas a la piedra de un molino. Al verse atado a la piedra, exclamó sollozando: — ¡Después de las vueltas de las carreras, he aquí a que vueltas me he reducido! No presumas de la fortaleza de la juventud. Para muchos, la vejez es un trabajo muy penoso.
El caballo, el buey, el perro y el hombre
Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella. Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo. Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición: que le cediera una parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó. Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir el mal tiempo. Le contestó el hombre lo mismo: que lo admitiría si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una parte y quedó admitido. Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio. Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados. Describe esta fábula las etapas del hombre: inocente niñez, vigorosa juventud, poderosa madurez y sensible vejez.
El caballo y el palafrenero
Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo; pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo de lo mejor. Un día el caballo le dijo: — Si realmente quieres que me vea hermoso, no robes la cebada que es para mi alimento. Ten cuidado de quien mucho te adule o alabe, pues algo busca quitarte a cambio.
El caballo y el asno
Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo: — Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida. El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo: — ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima! Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.
El caballo y el soldado
Un soldado, durante una guerra, alimentó con cebada a su caballo, su compañero de esfuerzos y peligros. Pero, acabada la guerra, el caballo fue empleado en trabajos serviles y para transportar pesados bultos, siendo alimentado únicamente con paja. Al anunciarse una nueva guerra, y al son de la trompeta, el dueño del caballo lo aparejó, se armó y montó encima. Pero el caballo exhausto se caía a cada momento. Por fin dijo a su amo: — Vete mejor entre los infantes, puesto que de caballo que era me has convertido en asno. ¿Cómo quieres hacer ahora de un asno un caballo? En los tiempos de bienestar, es cuando debemos prepararnos para las épocas críticas.
La mula
Henchida de cebada, una mula (producto del cruce de asno y yegua) se puso a saltar, diciéndose a sí misma: — Mi padre es un caballo veloz en la carretera, y yo me parezco en todo a él. Pero llegó la ocasión en que la mula se vio obligada a correr. Terminada la carrera, muy contrariada, se acordó de pronto de su verdadero padre: el sereno asno. Siempre debemos reconocer nuestras raíces, respetando nuestras herencias y las ajenas.
El camello que estercoló en el río
Atravesaba un camello un río de aguas rápidas. Sintió la necesidad de estercolar, y viendo enseguida que pasaba delante de él su excremento, arrastrado por el río, exclamó: — ¿Cómo sucede esto? ¡Lo que estaba detrás de mí, ahora lo veo pasar adelante! Es como en algunos estados o empresas, donde los incapaces y los corruptos pasan a ocupar los primeros lugares, en lugar de los más sensatos, honestos y capaces. Si llegas a tener puestos de mando, promueve siempre a los mejores.
El camello, el elefante y el mono
Votaban los animales para elegir un rey. El camello y el elefante se pusieron en fila disputándose los sufragios, ya que esperaban ser preferidos sobre los demás gracias a su tamaño y su fuerza. Pero llegó el mono y los declaró a los dos incapacitados para reinar. — El camello no sirve — dijo –, porque no se encoleriza contra los malhechores, y el elefante tampoco nos sirve porque tendremos que estar temerosos de que nos ataque un marrano, animal a quien teme el elefante. La fortaleza más grande, siempre se mide en el punto más débil.
El camello visto por primera vez
Cuando los humanos vieron por primera vez al camello, se asustaron, y atemorizados por su gran tamaño emprendieron la huída. Pero pasado el tiempo y viendo que era inofensivo, se envalentonaron y se acercaron a él. Luego viendo poco a poco que el animal no conocía la cólera, llegaron a domesticarle hasta el punto de colocarle una brida, dándoselo a los niños para conducirlo. Es natural que lo desconocido lo tratemos siempre con recelo y prudencia. Después de varias observaciones podremos tener un juicio mejor.
El camello bailarín
Obligado por su dueño a bailar, un camello comentó: — ¡Que cosa! No sólo carezco de gracia andando, sino que bailando soy peor aun. Usa siempre cada cosa para el propósito con el que fue creado.
El camello y Zeus
Sentía el camello envidia por los cuernos del toro, y quiso obtener los suyos propios. Para esto fue a ver a Zeus, pidiéndole le regalara a él unos semejantes. Pero Zeus, indignado de que no se contentara de su gran tamaño y fuerza, no sólo le negó el darle los cuernos, sino que además le cortó una parte de las orejas. La envidia no es buena consejera. Cuando quieras mejorar en algo, hazlo con tu esfuerzo y por tu deseo de progresar, no porque tu vecino lo tenga.
La cabra y el cabrero
Llamaba un cabrero a sus cabras para llevarlas al establo. Una de ellas, al pasar por un rico pasto se detuvo, y el cabrero le lanzó una piedra, pero con tan mala suerte que le rompió un cuerno. Entonces el cabrero le suplicó a la cabra que no se lo contara al patrón, a lo que la cabra respondió: — ¡Quisiera yo quedarme callada, mas no podría! ¡Bien claro está a la vista mi cuerno roto!. Nunca niegues lo que bien se ve.
La cabra y el asno
Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo. La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo: — Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones. Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra y así curar al asno. En todo plan de maldad, la víctima principal siempre es su propio creador.
El lobo y el cordero en el arroyo
Miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo. Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber. Y le respondió el cordero: — Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba. Viéndose el lobo burlado, insistió: — El año pasado injuriaste a mis padres. — ¡Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo! — contestó el cordero. Dijo entonces el lobo: — Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena. Para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo. No te acerques nunca donde los malvados.
El lobo y el cordero en el templo
Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito decidió refugiarse en un templo cercano. Lo llamó el lobo y le dijo que si el sacrificador lo encontraba allí dentro, lo inmolaría a su dios. — ¡Mejor así! — replicó el cordero — prefiero ser víctima para un dios a tener que perecer en tus colmillos. Si sin remedio vamos a ser sacrificados, más nos vale que sea con el mayor honor.
El lobo y la cabra
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo: — Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y crecido. Pero la cabra le dijo: — Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu plato. Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.
El lobo, la nana y el niño
Se hallaba hambriento un lobo, y vagaba en busca de su comida. Llegó a una choza y oyó a un niño que lloraba y a su nana que le decía: — No llores, mi niño, porque te llevo donde el lobo. Creyendo el lobo aquellas palabras, se quedo esperando por mucho tiempo. Y llegada la noche, la nana, cuando arrullaba al niño le cantaba: — Si viene el lobo, lo mataremos. Al oír el lobo las nuevas palabras, siguió su camino meditando: — En esta casa dicen primero una cosa, y después quieren hacer otra muy diferente. Más importante que las palabras, son los actos de amor verdadero.
Augusto Monterroso Bonilla (21 de diciembre de 1921 – 7 de febrero de 2003) fue un escritor hondureño que adoptó la nacionalidad guatemalteca.
Conocido por el estilo irónico y humorístico de sus cuentos, es considerado una figura imprescindible en la generación llamada del «Boom latinoamericano».
Recibió varios premios, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias de Literatura (2000), el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (1997) y el Premio Juan Rulfo (1996).
Una de sus aportaciones más valiosas y reconocidas al mundo de la literatura son su colección de fábulas.
✅ Fábulas de Augusto Monterroso ✅
✅ El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
✅ El paraíso imperfecto
—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
✅ Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
✅ La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
✅ Fábulas de Augusto Monterroso ✅
✅La vida en común
Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades.
✅ El perro que deseaba ser un ser humano
En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto.
Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.
✅ Fábulas de Augusto Monterroso ✅
✅ Nulla dies sine linea
Envejezco mal -dijo; y se murió.
✅ El Conejo y el León
Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semi perdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León. En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
✅ Nube
La nube de verano es pasajera, así como las grandes pasiones son nubes de verano, o de invierno, según el caso.
✅ Fábulas de Augusto Monterroso ✅
✅ El camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse
En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, al que le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo camaleón morado, aunque se condujera como camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.
Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdeazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro, o cinco superposiciones de cristales.
Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición,adoptó también el sistema.
Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban de colores, según el clima político o las opiniones políticas prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche.
Como es fácil comprender, eso se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos que todos estuvieran dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.
Además de lo estatuido por el reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales si alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir inclusive a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía entre las naciones más civilizadas.
Sólo el León que por entonces era el presidente de la Selva se reía de unos y otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco lo suyo, por divertirse.
De esa época viene el dicho de que…
Todo Camaleón es según el color del cristal con que se mira.
✅ La tela de Penélope o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas. Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo. De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
✅ El grillo maestro
Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el grillo daba a los grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el director, que era un grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la escuela todo siguiera como en sus tiempos.
✅ La Tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta. En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones. En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
✅ El rayo que cayó dos veces en el mismo sitio
Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
✅ El Fabulista y sus críticos
En la Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio. Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.
✅ El burro y la flauta
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del burro y de la flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.
✅ La rana que quería ser una rana auténtica
Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
✅ El mono que quiso ser escritor satírico
En la selva vivía una vez un Mono que quiso ser escritor satírico. Estudió mucho, pero pronto se dio cuenta de que para ser escritor satírico le faltaba conocer a la gente y se aplicó a visitar a todos y a ir a los cócteles y a observarlos por el rabo del ojo mientras estaban distraídos con la copa en la mano. Como era de veras gracioso y sus ágiles piruetas entretenían a los otros animales, en cualquier parte era bien recibido y él perfeccionó el arte de ser mejor recibido aún. No había quien no se encantara con su conversación y cuando llegaba era agasajado con júbilo tanto por las Monas como por los esposos de las Monas y por los demás habitantes de la Selva, ante los cuales, por contrarios que fueran a él en política internacional, nacional o doméstica, se mostraba invariablemente comprensivo; siempre, claro, con el ánimo de investigar a fondo la naturaleza humana y poder retratarla en sus sátiras. Así llegó el momento en que entre los animales era el más experto conocedor de la naturaleza humana, sin que se le escapara nada. Entonces, un día dijo voy a escribir en contra de los ladrones, y se fijó en la Urraca, y principió a hacerlo con entusiasmo y gozaba y se reía y se encaramaba de placer a los árboles por las cosas que se le ocurrían acerca de la Urraca; pero de repente reflexionó que entre los animales de sociedad que lo agasajaban había muchas Urracas y especialmente una, y que se iban a ver retratadas en su sátira, por suave que la escribiera, y desistió de hacerlo.
Después quiso escribir sobre los oportunistas, y puso el ojo en la Serpiente, quien por diferentes medios -auxiliares en realidad de su arte adulatorio lograba siempre conservar, o sustituir, mejorándolos, sus cargos; pero varias Serpientes amigas suyas, y especialmente una, se sentirían aludidas, y desistió de hacerlo. Después deseó satirizar a los laboriosos compulsivos y se detuvo en la Abeja, que trabajaba estúpidamente sin saber para qué ni para quién; pero por miedo de que sus amigos de este género, y especialmente uno, se ofendieran, terminó comparándola favorablemente con la Cigarra, que egoísta no hacia más que cantar y cantar dándoselas de poeta, y desistió de hacerlo. Después se le ocurrió escribir contra la promiscuidad sexual y enfiló su sátira contra las Gallinas adúlteras que andaban todo el día inquietas en busca de Gallitos; pero tantas de éstas lo habían recibido que temió lastimarlas, y desistió de hacerlo. Finalmente elaboró una lista completa de las debilidades y los defectos humanos y no encontró contra quién dirigir sus baterías, pues todos estaban en los amigos que compartían su mesa y en él mismo. En ese momento renunció a ser escritor satírico y le empezó a dar por la Mística y el Amor y esas cosas; pero a raíz de eso, ya se sabe cómo es la gente, todos dijeron que se había vuelto loco y ya no lo recibieron tan bien ni con tanto gusto.
✅ Gallus Aureorum Ovurum
En uno de los inmensos gallineros que rodeaban a la antigua Roma vivía una vez un Gallo en extremo fuerte y notablemente dotado para el ejercicio amoroso, al que las Gallinas que lo iban conociendo se aficionaban tanto que después no hacían otra cosa que mantenerlo ocupado de día y de noche.
El propio Tácito, quizá con doble intención, lo compara al Ave Fénix por su capacidad para reponerse, y añade que este Gallo llegó a ser sumamente famoso y objeto de curiosidad entre sus conciudadanos, es decir los otros Gallos, quienes procedentes de todos los rumbos de la República acudían a verlo en acción, ya fuera por el interés del espectáculo mismo como por el afán de apropiarse de algunas de sus técnicas.
Pero como todo tiene un límite, se sabe que a fin de cuentas el nunca interrumpido ejercicio de su habilidad lo llevó a la tumba, cosa que le debe de haber causado no escasa amargura, pues el poeta Estacio, por su parte, refiere que poco antes de morir reunió alrededor de su lecho a no menos de dos mil Gallinas de la más exigentes, a las que dirigió sus últimas palabras, que fueron tales: “Contemplad vuestra obra. Habéis matado al Gallo de los Huevos de Oro”, dando así pie a una serie de tergiversaciones y calumnias, principalmente la que atribuye esta facultad al rey Midas, según unos, o, según otros, a una Gallina inventada más bien por la leyenda.
✅ El Zorro es más sabio
Un día que el zorro estaba aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto y lo otro y nunca lo hacen.
Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aún escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaban los años y no publicaba otra cosa.
Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir:
¿Qué pasa con el zorro?, y cuando lo encontraban en los cócteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
– Pero si ya he publicado dos libros – respondía él con cansancio.
– Y son muy buenos -le contestaban- por eso mismo tiene usted que publicar otro.
El zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”.
Y no lo hizo.
✅ El espejo que no podía dormir
Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.
Leonardo da Vinci nació en abril de 1452 fue un genio italiano del Renacimiento cuyas áreas de interés incluían invención, dibujo, pintura, escultura, arquitectura, ciencia, música, matemáticas, ingeniería, literatura, anatomía, geología, astronomía, botánica, paleontología y cartografía.
Es ampliamente considerado como uno de los pintores más grandes de todos los tiempos a pesar de que solo quince de sus pinturas han sobrevivido.
Nacido fuera del matrimonio de un notario, Piero da Vinci, y una mujer campesina, Caterina, en Vinci, en la región de Florencia, Italia, Leonardo se educó en el estudio del reconocido pintor italiano Andrea del Verrocchio. Gran parte de su vida laboral anterior la pasó al servicio de Ludovico il Moro en Milán, y más tarde trabajó en Roma, Bolonia y Venecia.
Pasó sus últimos tres años en Francia, donde murió en 1519.
Leonardo da Vinci también cultivó el arte de la escritura legando diversas fábulas. A continuación recopilamos algunas de ellas.
✅ Fábulas de Leonardo da Vinci ✅
✅ El pavo real ✅
El campesino partió, después de cerrar la puerta del cercado.
Esperaba volver pronto, pero pasaron los días sin que se dejase ver. Los animales del corral tenían hambre y sed: ni siquiera el gallo cantaba ya. Estaban todos quietos, para no consumir las fuerzas, bajo la sombra de una planta.
Solamente el pavo real, también aquel día, se levantó vacilante sobre sus patas, abrió el abanico de su gran cola multicolor y comenzó a pasear de arriba abajo. -Mamá -preguntó una gallinita flaca a la clueca-, ¿Por qué el pavo real hace la rueda cada día?
-Porque es vanidoso, hija mía, y la presunción es un vicio que sólo desaparece con la muerte.
✅ Fábulas de Leonardo da Vinci ✅
✅ El castaño y la higuera ✅
Un viejo castaño vio un día a un hombre subido en una higuera. El hombre atraía hacia él las ramas, arrancaba los frutos y uno detrás de otro se los ponía en la boca, deshaciéndolos con sus duros dientes.
El castaño, con un largo murmullo de hojarasca, dijo:
-¡Oh, higuera, cuánto menos debes que yo a la madre naturaleza! ¿Ves cómo me ha hecho? ¡Qué bien ha protegido y ordenado mis dulces hijos, al vestirlos primero con una camisa sutil, sobre la cual ha puesto una chaqueta de piel dura y forrada! Y no contenta con haberme hecho tanto bien, ha construido para ellos una cubierta sólida y encima ha plantado muchas aguzadas espinas para defenderlos de las manos del hombre.
Un higo, al oír esto, se echó a reír y después de haber reído mucho dijo:
Higuera. ¿pero tú conoces al hombre? Tiene tal ingenio que de todos modos se llevará todos tus frutos. Armado de pértigas, de palos, de piedras, sacudirá tus ramas, hará caer tus frutos y cuando estén caídos los pisoteará o los aplastará con las piedras para sacarlos de la cáscara tan erizada de espinas, y tus hijitos saldrán de ella maltrechos, rotos y estropeados.
En cambio, yo soy tratado con delicadeza, ya que únicamente me tocan con las manos.
✅ El ratón, la comadreja y la gata ✅
Cierta mañana quiso un ratón salir de su agujero pero, como era precavido, antes de nada dirigió un vistazo por los alrededores.
¡De buena había escapado, gracias a su previsión!
¡Caramba, la comadreja a dos pasos de aquí! –exclamó-. Esperaré a que se marche, no vaya a servirle de almuerzo.
De repente llegó la gata gris con aire goloso y sin dar tiempo a la comadreja para escapar, saltó sobre su lomo, la apresó con los dientes y empezó a devorarla.
¡Vaya…! Estoy de suerte -murmuró el incauto ratoncillo-. Ahora ya puedo tranquilamente ir a dar un paseíto.
Y avanzó tan alegre y descuidado, moviendo con énfasis la cola. Pero su libertad apenas duró un instante, ya que el pobre la perdió, juntamente con la vida, entre los dientes de la insaciable gata gris.
✅ La navaja de afeitar ✅
Saliéndose un día la hoja de afeitar de su mango, que le sirve también de estuche, y habiéndose expuesto al sol, lo vio reflejado en su cuerpo, de lo que se envaneció grandemente y volviendo atrás su pensamiento, exclamó:
– ¿Volveré jamás a la tienda de donde acabo de salir? No, a buen seguro. ¡Dios no permita que tan espléndida belleza caiga en tan vil tentación! ¡Qué locura sería la de ir a rapar las enjabonadas barbas de rústicos aldeanos y ocuparme de mecánicos trabajos! ¿Convienen a este cuerpo semejantes ejercicios? Ciertamente, no. Prefiero esconderme en algún lugar secreto y pasar allí una vida de tranquilo reposo.
Y en efecto, pasó unos cuantos meses oculta; pero vuelta al aire libre, al salir de su mango, se vio convertida en algo semejante a una herrumbrosa sierra, e incapaz ya de reflejar en su superficie al sol resplandeciente. Con inútil arrepentimiento lamentó en vano el daño irreparable, diciendo para sí:
– ¡Oh, cuánto mejor fuera ejercitar en manos del barbero, mi tan agudo filo, ahora perdido! ¿Dónde está mi lustrosa apariencia? ¡La odiosa y fea herrumbre la ha destruido!
✅ Fábulas de Leonardo da Vinci ✅
✅ Las grullas ✅
El rey era bueno, pero tenía muchos enemigos. Las grullas, fieles y leales, estaban preocupados por él. Era posible, especialmente de noche, que el enemigo rodease el palacio para apoderarse del soberano. -¿Qué haremos?- se preguntaron-.
Los soldados, en vez de hacer guardia, se duermen; los perros, siempre de caza y siempre cansados, no se enteran de nada.
A nosotras toca vigilar el palacio y hacer dormir sueños tranquilos a nuestro rey. Y así, las grullas decidieron trasformarse en centinelas, asignándose a cada cual una zona con tonos regulares de guardia. El grupo más numeroso se distribuyo por el prado que rodeaba el palacio; otro grupo fue situándose ante todas las puertas de entrada; el tercero decidió apostarse en la cámara del rey para verlo mas de cerca. –¿Y si nos vence el sueño?—preguntaron algunas. -Contra el sueño –respondió la grulla más anciana-emplearemos este remedio.
Todas sostendremos una piedra con la pata que tenemos alzada cuando estamos firmes. Si alguna de nosotras se durmiera, la piedra al caer, con su ruido la despertaría. Desde aquel día, las grullas se relevan cada dos horas, para dar guardia al rey. Y ninguna, todavía, ha dejado caer la piedra.
✅ El lobo que se hizo justicia ✅
Una noche oscura y quieta, solitaria y fría, el lobo salió del bosque atraído por cierto olorcillo delicioso.
Mientras caminaba con toda cautela, se dijo:
Diantres, Eso que percibo no puede ser sino aroma de rebaño. ¡Pues no sé yo nada de estas cosas!
Y siguió adelante con sigiloso cuidado para no mover ni una brizna de hierba, a fuerza de medir cada uno de sus pasos. Antes de posar sus patas lo pensaba bastante, ya que el menor ruido podía despertar al perrazo que cuidaba del rebaño.
A pesar de tanta precaución, izas!, pisó una tabla; ésta se movió y más allá ladró el perro.
El lobo se vio en la necesidad de alejarse. Por esta vez se había quedado sin banquete. Entonces, severo consigo mismo, levantó una pata, la culpable del desaguisado y se mordió hasta hacerse sangre.
✅ La ostra y el cangrejo ✅
Una ostra estaba enamorada de la luna.
Cuando en el cielo resplandecía la luna llena, se pasaba las horas con las valvas abiertas, mirándola. Un cangrejo, desde su puesto de observación, se dio cuenta de que la ostra se abría completamente en el plenilunio, y pensó comérsela. La noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echo dentro una piedrecilla. La ostra, al instante intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió. Así sucede a quien abre la boca para decir un secreto: que siempre hay un oído que lo apresa.
✅ El armiño ✅
En un verde sendero de la montaña estaba comiendo un zorro, cuando pasó junto a él un armiño.
¿Gustas? – dijo el zorro, que ya estaba satisfecho.
Gracias, pero ya he comido -replicó el armiño.
Al zorro le dio mucha risa.
¡Ja! ja! Vosotros, los armiños, sois los animales más comedidos del mundo Coméis una sola vez al día y preferís ayunar antes que mancharon vuestros blancos vestidos.
En aquel momento llegaron los cazadores. Como un rayo, el zorro se refugió bajo tierra. Menos rápido que aquél, el armiño corrió hacia su madriguera.
Pero el sol había fundido la nieve, y la madriguera estaba inundada. Titubeó el armiño, poco deseoso de ensuciarse con el fango, y se detuvo.
Los cazadores le eligieron por blanco y sonaron los disparos.
✅ El ibis ✅
Aquel desenfrenado ibis, ahora que había aprendido a correr y a volar, no paraba jamás. Siempre estaba buscando alimentos y comía ávidamente todo lo que encontraba, sin discernimiento ni medida. Una mañana, sin embargo, el joven ibis se quedo en el nido: tenia fiebre y le dolía mucho la panza. Su mama, asustada, corrió inmediatamente hacia él; lo miro, lo toco con el pico y las patas, y luego le dijo: –Ya lo comprendo. Has comido alguna cosa que no debiste, porque eres un tragón, y ahora te a hecho daño. Dicho esto, la mamá se fue al estanque y se lleno el buche de agua. Cuando regreso al nido dijo al hijo: –Date vuelta. Y con su largo pico le puso una lavativa.
✅ La planta y el palo ✅
Una linda planta, que se erguía airosa levantando orgullosamente al cielo su penacho de hojas tiernas, soportaba con disgusto la presencia junto a ella de un palo seco, derecho y viejo.
Palo -se impacientó la planta-, te tengo demasiado cerca. ¿No podrías irte un poco más allá?
El palo se hizo el sordo para no replicar.
Entonces la planta se dirigió al seto de zarzas que la rodeaba y dijo:
Seto, ¿no podrías marcharte a cualquier otro lugar?. Me molestas.
El seto fingió no oír y callado siguió.
Pero un lagarto que reptaba por allí, levantó su cabecita y, mirando con sorna a la planta, dijo:
Bella planta, ¿no has comprendido que debes al palo el poder estar derecha? Y en cuanto al seto, ¿todavía no te has dado cuenta de que está protegiéndote contra las malas compañías?
✅ La leona ✅
Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente. La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió enseguida el peligro. Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella dispuestos a herirla. A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar, pero pensó que si huía dejaría a sus hijos en manos de los cazadores. Por lo tanto, decidida a defenderlos, bajo la mirada para no ver las amenazadoras puntas de aquellos hierros que la aterraban y dando un salto desesperado se lanzo sobre los cazadores, poniéndolos en fuga. Su extraordinario coraje la salvo.
✅ La lengua y los dientes ✅
Érase un muchacho tan parlanchín que todos decían de él: «Ese habla más de la cuenta».
¡Qué lengua! -suspiraron un día los dientes-. No está quieta jamás.
¿Qué estáis murmurando? Debíais ya de saber, dientes, que vuestra única obligación es masticar lo que como. Entre nosotros no hay nada en común. ¡Ocupaos de vuestros asuntos!
Y el muchacho seguía hablando de cosas que no venían a cuento y la lengua, feliz, hallaba palabras nuevas.
Hasta que un día el muchacho, después de haber cometido una necedad, permitió a la lengua decir una gran mentira. Y los dientes, obedientes a la voz de la justicia, se dispararon a un tiempo y la mordieron.
La lengua enrojeció de sangre y el muchacho de vergüenza. Aquélla, escarmentada, se volvió temerosa y prudente.
✅ El toro ✅
Un toro en libertad hacía estragos en los rebaños y las vacadas. Los pastores ya no se atrevían a llevar los animales al prado por culpa de aquella bestia salvaje que se presentaba inopinadamente, embistiendo con la cabeza baja, para ensartar con los cuernos todo lo que encontraba.
Los pastores, sin embargo, sabían que el toro odiaba el color rojo; así que, un día, decidieron tenderle una trampa.
Forraron el tronco de un árbol grande con tela roja y luego se escondieron. El toro, resoplando por las narices, no se hizo esperar mucho.
Viendo aquel tronco rojo, bajó la cabeza y se arrancó; y, con gran estruendo, clavó los cuernos en el árbol, quedando aprisionado.
Y los pastores lo mataron.
✅ La mona y el pajarito ✅
Cierto día de verano, una monita joven que iba de rama en rama, descubrió un nido. Más contenta que unas pascuas, alargó la mano. Y los pajarillos, que sabían volar, huyeron a la desbandada. Todos, menos uno, el más chiquitín. Nuestra mona, con mil cabriolas de alegría, se apoderó del pajarito, con el que se dirigió a su casa.
La pobre avecilla era suave, tibia, blanda, delicada. La monita se extasiaba besuqueándola, acariciándola y apretándola contra su pecho.
Su madre la miraba sin decir nada.
¡Qué precioso pajarito! ¡Cuánto le quiero! – gritaba la mona, fuera de sí.
Y tantos fueron sus besos y apretujones, que la pobre avecilla murió asfixiada contra su pecho.
✅ El topo ✅
Un topo, bajo tierra, paseaba por las largas galerías que su familia había excavado y pulido en muchos años de trabajo.
Andaba de atrás adelante, subía a los pisos superiores, bajaba a las bodegas como si gozase de muy buena vista, aunque, como todos los topos, tenía los ojos pequeñitos y poca visión. Por fin enfiló un corredor desconocido y siguió caminando. -¿Detente! -gritó una voz desde el piso de abajo-. ¿Esta galería lleva afuera y es peligrosa!
El topo, sin hacer caso, continuó caminando hasta que se encontró dentro de un montón de tierra y estiércol todavía fresco.
Levantó el hocico hacia lo alto y se asomó, pero la luz sol, que brilló como un relámpago, lo mató.
✅ El vino y el borracho ✅
Cierta tarde de verano, un campesino, que había bebido más de la cuenta, ordenó a su mujer:
¡Hala, tráeme otra botella!
Bueno, bueno, pero que conste que es la última -replicó ella al entregarle el vino-.
¡Y qué! -vociferó el campesino-. Quiero terminar con todo el vino que haya en la casa.
Y se marchó, vaciando vaso tras vaso, hasta dejar seca la botella.
Y he aquí que el vino, ofendido, trató de vengarse del bebedor.
Y cuando el campesino salía de la casa para tomar un poco de aire y calmar el ardor que se había adueñado de él, el vino se encargó de hacerle trastabillar las piernas, lanzándole de cabeza sobre un maloliente estercolero.
✅ La zorra y la urraca ✅
Un zorro hambriento dio en llegar un día bajo un árbol donde se había posado una bandada de bulliciosas urracas. El zorro, escondido, comenzó a observarlas y se dio cuenta de que aquellas aves estaban buscando siempre que comer y ni si quiera tenían miedo de posarse y picotear sobre esqueletos de animales. –Probemos—dijo para sí el zorro. Despacio, despacio, sin que lo sintiesen, se tumbo, quedándose inmóvil, con la boca abierta como si estuviese muerto. Poco después una urraca lo vio y enseguida se dejo caer del árbol. Se acerco al zorro y, creyéndole muerto, comenzó a picotearle en la lengua. Y así dejo la cabeza en la boca del zorro como un cepo.
✅ El vencejo ✅
La venceja, con gritos alegres y alborotados chillidos, había vuelto a su viejo nido. Después de limpiarlo y arreglarlo, puso sus huevos. Después los incubo. Al fin, cuando ya hubieron nacidos sus hijos, comenzó a volar del nido al cielo y del cielo al nido, para alimentar a su numerosa familia. En cambio, el vencejo volaba. Había volado durante los trabajos domésticos, después mientras ella empollaba, y volaba aún, todos lo días, del alba al crepúsculo, sin darse un instante de reposo. -¿Por qué siempre estas volando? -le preguntaron un día. -Porque a mi no me gusta trabajar –respondió.
✅ Audiolibro con tres fábulas de Leonardo da Vinci ✅
La mayoría de las fábulas chinas cuentan una historia entretenida para ilustrar una lección moral o moraleja.
En general, las fábulas chinas, de manera especial las más antiguas, son pequeñas historias que argumentan grandes enseñanzas. La mayoría de ellas no fueron escritas y se han ido transmitiendo de forma oral de generación en generación y muchas de ellas sobreviven aún hoy en día, pasando de padres a hijos, representando una forma didáctica de transmitir a través de la tradición oral los valores más importantes de la milenaria cultura oriental a las nuevas generaciones.
✅ 19 fábulas chinas
✅ La cola del tigre
Una vez, Confucio caminaba junto a un discípulo por unas montañas de tupida arboleda. Sentían mucha sed, por lo que mandó a su alumno que bajara al riachuelo por un poco de agua.
Cuando Zi Lu, el adepto, se incorporó después de saciarse en la cristalina corriente, sintió que su cabello se erizaba al ver a un tigre que se le venía encima.
Fracciones de segundo antes de que la terrible fiera lo derribara de un golpe, se hizo a un lado y se apoderó, no supo cómo, de la cola del animal y tiró de ella una y otra vez. Al final, vio que el felino se alejaba gimiendo.
El atónito discípulo se quedó con la cola del tigre en las manos. Un buen rato después, cuando hubo recuperado la calma, volvió con el agua y el exótico botín de su hazaña. Zi Lu le preguntó al maestro cómo matan al tigre los más valerosos, Confucio le contestó: -Los héroes lo hacen asestándoles golpes en la cabeza, los menos valientes lo hacen tirando de sus orejas, y los cobardes se apoderan únicamente de la cola.
El discípulo de Confucio se sintió avergonzado. Arrojó lejos la cola del tigre y metió una piedra en su bolsillo. Odiaba a su maestro creyendo que lo había enviado por agua para que lo matara la fiera.
Quería vengarse con esa piedra justiciera, pero antes preguntó: -Maestro, ¿cómo matan los más valerosos? -Los más valerosos matan con el pincel, los menos valientes lo hacen con la lengua. -¿Y los cobardes? -Con la piedra en el bolsillo.
El discípulo se estremeció de miedo y se puso de rodillas ante su sabio tutor. De allí en adelante se convirtió en el alumno más fiel y más brillante de Confucio.
✅ El origen del mundo
Hace miles y miles de años, no existían ni el cielo, ni la Tierra. El universo no era más que una nebulosa y allí dormía tranquilo el gigante Pan Ku.
Después de una siesta de dieciocho mil años, el gigante se despertó y, al ver que a su alrededor solo había tinieblas se encolerizó. Comenzó a agitar sus brazos para apartarlas y, al hacerlo, se produjo una explosión.
La nebulosa que había sido el universo, comenzó a girar violentamente y, todo aquello que había en su interior comenzó a agitarse. Todo aquello que era muy ligero se elevó formando el cielo azúl, y todo aquello que era más pesado comenzó a dar lugar a la Tierra.
Pan Ku, se sintió alegre con su obra, pero temió que si se volvía a dormir, el cielo y la Tierra volvieran a unirse. Pensó que debía hacer y decidió sujetar la Tierra con las manos. Fue creciendo más de tres metros cada día para ir separando más el cielo de la Tierra y así siguió durante otros dieciocho mil años.
Pan Ku llegó a tener 45.000 kilómetros de altura pero, al poco tiempo y siendo el gigante más gigante del universo, murió extenuado. No pudo vivir para crear el mundo que había imaginado, con montañas, ríos, animales, la luna y el sol, pero al morir ocurrió algo.
Su cuerpo comenzó a cambiar dando lugar a todo lo que nos rodea, de cada parte de su cuerpo surgió un elemento de la Tierra y así es como Pan Ku, dio origen a nuestro planeta.
✅ La sospecha
Una vez, un hombre perdió una de sus herramientas de trabajo, y se le ocurrió que el ladrón había sido uno de los hijos de su vecino.
Durante días, no podía dejar de mirar su forma de caminar, que le parecía que era la de un ladrón, y también su forma de comportarse. Al final, todo lo que hacía le parecía propio de un delincuente.
Días después, encontró sus herramientas en un camino del bosque, y desde entonces todos los gestos de su vecino le parecieron completamente normales.
✅ La rana en el pozo
En un pozo poco profundo vivía una rana.
– ¡Mira qué bien estoy aquí! – le decía a una gran tortuga del Mar del Este –. Cuando salgo puedo saltar alrededor, sobre el brocal, y cuando regreso puedo descansar en las hendiduras de los ladrillos.
Puedo chapalear, sacando sólo la cabeza fuera del agua, hasta llenar mi corazón de gozo; o andar sobre el lado suave con los pies sumergidos hasta los tobillos.
Ni los cangrejos, ni los renacuajos pueden compararse conmigo. Soy amo del agua y señor de este pozo. ¿Qué más puede ambicionar un ser? ¿Por qué no vienes aquí, más a menudo, a pasar un rato?
Antes que la tortuga del Mar del Este pudiera meter su pie izquierdo en el pozo, sin saber cómo, ya su pie derecho se había enganchado con algo. Se detuvo y retrocedió; entonces comenzó a describir a la rana el océano.
– Tiene más de mil metros de ancho y más de quinientos de profundidad.
En otros tiempos había inundaciones nueve años de cada diez; sin embargo, el agua del océano no aumentaba.
Después hubo sequía siete años de cada ocho, sin embargo, el agua del océano no disminuía. Se ha mantenido igual a través de los años.
Por eso me gusta vivir en el Mar del Este.
La rana, en el pozo insignificante, se quedó atolondrada y sintió algo de vergüenza.
✅ La piedra del deseo
Érase una vez un anciano que tenía tres hijos.
Eran muy perezosos y nunca habían trabajado.
Enfadado les dijo que tenían que aprender una profesión y trabajar porque él era mayor y pronto no estaría para ayudarles.
Los tres hermanos, se reunieron, pensaron un plan para viajar en busca de fortuna y encontrarse al cabo de tres años con las ganancias obtenidas.
Así hicieron.
Mientras el hermano mayor y el mediano aprendían oficios, el tercer hermano se encontró con una compañía de actores, se unió a ella y recorrió el país actuando con ellos, con su disfraz y su guitarra divertía a las gentes de los pueblos.
Un buen día, al cabo de tres años, recordó el acuerdo y quiso volver a su casa. En su camino, se encontró ante un gran mar, pero las olas eran tan altas que no pudo avanzar.
Se quedó triste y lloroso mientras tocaba una melodía en su guitarra. De pronto, vio al mensajero del rey dragón separando las olas.
— El rey dragón ha quedado maravillado con tu canción, te suplica que vayas a su reino y cantes para él.
El tercer hijo pasó en el reino tres días cantando y divirtiendo al rey dragón pero, de nuevo, quiso volver con sus padres.
El hijo del rey viéndole entristecido le avisó de que su padre le ofrecería oro y plata para que se quedara, pero le dijo que no los aceptara y en su lugar tomara la piedra mágica que él llevaba en su pecho, le concedería todos sus deseos.
Estoy muy feliz con tu presencia aquí, te daré oro y plata si te quedas, dijo el rey dragón al día siguiente cuando el hermano pequeño manifestó su intención de marchar.
— No quiero oro y plata, prefiero esa joya que tu hijo el príncipe lleva sobre el pecho, respondió el astuto hermano pequeño.
El rey dragón se la dio y el tercer hijo se marchó hacia su casa. Allí se reencontró con su familia.
Allí se encontró con toda su familia.
El anciano padre, estaba contento porque sus hijos mayores habían aprendido oficios, pero el pequeño se había hecho actor.
Así que ante el miedo que dilapidara su fortuna, le desheredaron.
Sin embargo, tenía la piedra del deseo del rey dragón y a ella le pidió una gran casa, animales, comidas y riquezas.
El hermano mayor, viendo todo aquello le pidió una parte de la piedra.
El hermano pequeño, que no era rencoroso y sí generoso, la repartió entre ambos pero, cuando el hermano mayor quiso pedirle un deseo, toda su casa y sus pertenencias salieron volando en un gran tornado, junto con su trozo de la piedra del deseo que voló por los aires hasta unirse de nuevo a su otra mitad.
Una vez juntas la dos mitades, se alejaron hacia el fondo del mar, de donde nunca jamás volvieron a salir.
✅ El cochero vanidoso
Un día Yan Zi, Primer Ministro del Reino de Qi, salió en su carroza.
La mujer de su cochero, desde el portal observó cómo su marido, engreído y presumido, conducía los cuatro caballos desde el pescante.
Cuando el cochero regresó a casa la mujer le dijo que quería abandonarle.
El marido preguntó el porqué.
– Yan Zi es Primer Ministro de Qi – repuso ella –. Es famoso a través de todos los Reinos. Pero hoy lo vi sumido en sus pensamientos y sin darse aires.
Tú eres un simple cochero; sin embargo te das gran importancia y estás muy satisfecho de ti mismo.
Por eso te quiero dejar.
Desde entonces, el marido se comportó con modestia.
Cuando Yan Zi, sorprendido, inquirió el motivo de este cambio, el cochero le dijo la verdad.
Entonces Yan Zi lo recomendó para un puesto oficial.
✅ La fábula de amor
Hace mucho, pero mucho tiempo, un príncipe del norte de China, llamado a ser Emperador, lanzó un concurso entre las jóvenes solteras de la corte.
El motivo de la lid era hallar la candidata perfecta para desposarla, pues permanecía soltero y así no podía ser monarca.
Acudieron decenas de jóvenes ricas y bellas, y una de muy singular belleza también, pero que era muy pobre y solo había ido para ver de cerca al príncipe.
La muchacha se sabía en desventaja, pero como siempre había estado enamorada del príncipe, le bastaba estar cerca de él aunque fuera por unos minutos.
Así, el príncipe entregó una semilla a cada joven y les dijo que la que llegase al cabo de seis meses con la flor más bonita brotada de esa semilla, sería su esposa.
Todas las jóvenes se dieron a ello de inmediato, y la de pocas riquezas, por no decir nulas, le puso permanente empeño.
A pesar que sabía poco de técnicas de cultivo investigó e intentó todo. Mas cada esfuerzo fue en balde, pues a los seis meses nada había brotado de la semilla.
Llegado el día de presentar las flores entonces, decidió acudir con su vaso vacío. Aunque estaba segura de que no ganaría, porque todas las demás candidatas tenían bellísimas flores de variados colores, pensó que volver a ver al príncipe y futuro emperador de cerca bien valía cualquier vergüenza.
Sin embargo, cual no sería su sorpresa al ser ella la escogida. El príncipe dijo que la prueba se basaba en la honestidad y que solo ella la había pasado.
Todas las semillas entregadas por él eran estériles, de forma que el resto de las candidatas eran viles mentirosas y solo ella era la indicada para amar y reinar a su lado. Así, el Emperador y su honesta Emperatriz fueron felices para toda la vida.
✅ El oro
Había una vez un hombre que ansiaba tener una pieza de oro más que nada en la vida. Un día, se vistió de gala y fue al mercado a buscar al comerciante.
Al verlo, cogió una de sus piezas y salió corriendo sin pagarla.
Cuando le cogieron, le preguntaron por qué había robado la pieza de oro delante de tanta gente, cuando estaba claro que le atraparían.
El hombre contestó que estaba tan cegado por el oro que para él no había nadie más alrededor.
✅ La sospecha
Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Espió la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón.
Observó la expresión del joven –como la de un ladrón.
Tuvo en cuenta su forma de hablar –igual a la de un ladrón.
En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
✅ La lechuza se muda de casa
Un día la lechuza se encontró con la tórtola.
– ¿A dónde vas? – preguntó la tórtola.
– Me estoy mudando al Este – dijo la lechuza.
– ¿Por qué? – demandó la tórtola.
– A la gente de aquí no le gusta mi graznido – replicó la lechuza –. Por eso quiero trasladarme al Este.
– Si puedes cambiar tu voz, estará muy bien.
Pero si no puedes, aunque te vayas al Este, será lo mismo, porque a la gente de allí no le gustará tampoco.
✅ El muro desmoronado
Había una vez un hombre rico en el Reino de Sung.
Después de un aguacero, el muro de su casa comenzó a desmoronarse.
-Si no se repara ese muro, -le dijo su hijo- , por ahí va a entrar un ladrón.
Un viejo vecino le hizo la misma advertencia.
Aquella misma noche le robaron una gran suma de dinero.
Entonces el hombre rico elogió la inteligencia de su hijo; pero desconfió de su viejo vecino.
✅ El regalo de las palomas
Era costumbre en Handan cazar palomas para regalarlas al príncipe el día de Año Nuevo. Esto agradaba tanto al soberano que repartía valiosas recompensas.
Alguien le preguntó la razón de esta costumbre.
– El día de Año Nuevo dejo las palomas en libertad para demostrar mi bondad – contestó el príncipe.
– Como sus súbditos saben que Ud. necesita palomas para libertarlas, todos se dedican a cazarlas – comentó el otro –.
Y el resultado es que al cazarlas, mueren muchas.
Si Ud. realmente quiere salvarlas, es mejor que prohíba su caza.
Tal como están las cosas, Ud. las caza para libertarlas y su bondad no puede reparar el daño que ocasiona.
El príncipe asintió.
✅ La parábola del estudio
Ya tengo setenta años –dijo el duque Ping de Dsin a su músico ciego, Shi Kuang-.
Aunque quisiera estudiar y leer algunos libros, creo que ya es demasiado tarde.
-¿Por qué no enciende la vela? –sugirió Shi Kuang.
-¿Cómo se atreve un súbdito a bromear con su señor? –exclamó el duque enojado.
-Yo, un músico ciego no me atrevería –protestó Shi Kuang-.
Pero he oído decir que si un hombre es estudioso en su juventud, su futuro será brillante como el sol matinal; si se aficiona al estudio en la edad media, es como el sol del mediodía; mientras que si comienza a estudiar de viejo, es como la llama de la vela.
Aunque la vela no es muy brillante, por lo menos es mejor que andar a tientas en la oscuridad.
El duque estuvo de acuerdo.
✅ Ungüento para manos agrietadas
En el Reino de Song había una familia que elaboraba un ungüento para las grietas en las manos; por eso, de generación en generación, se dedicaban al lavado de ropa. Un hombre oyó hablar de la cosa y ofreció 100 monedas de oro por la receta.
– Hemos estado, por generaciones, en este negocio de la lavandería – argumentaba la familia, mientras discutía la oferta –. Pero jamás ganamos más que unas cuantas monedas de oro. Sin vacilar debemos venderla.
Por entonces, el Reino de Yue invadía el Reino de Wu; y el hombre que habían comprado la receta, se la regaló al príncipe de Wu, quien al punto lo nombró general. Ese invierno, sus tropas entraron en un combate naval con las de Yue, derrotando totalmente al enemigo. Y el príncipe recompensó al general con un feudo.
Así, el mismo ungüento para las manos agrietadas pudo ganar un feudo, o simplemente aliviar a los lavanderos.
✅ El zorro que se aprovechó del poder del tigre
Andando de cacería, el tigre cogió a un zorro. – A mí no puedes comerme – dijo el zorro –. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás como los otros animales huyen en cuanto me ven. El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él.
✅ El príncipe y su arco
El príncipe Xuan era aficionado a disparar flechas y le agradaba que le dijeran que era un arquero fuerte. Pero la verdad era que no podía tender un arco que pesara más de treinta libras. Cuando mostraba su arco a sus acompañantes, éstos simulaban tratar de arquearlo, pero lo hacían sólo hasta la mitad de su extensión. – ¡Debe pesar por lo menos noventa libras! – exclamaban todos –. Nadie, salvo Su Alteza, puede manejar un arco así. Y esto llenaba al príncipe de satisfacción. Aunque tendía un arco de sólo 30 libras, hasta el fin de su vida creyó que éste pesaba 90. Eran 30 de hecho y 90 de nombre. Por mantener fama inmerecida, el príncipe dejó la verdad por el camino.
✅ La barra de hierro
Un día, hace muchos años, tres niños iban cantando y riendo camino de la escuela. Como todas las mañanas atravesaron la plaza principal de la ciudad y en vez de seguir su ruta habitual, giraron por una oscura callejuela por la que nunca habían pasado.
De repente, algo llamó su atención; en uno de los portales, sentada sobre un escalón, vieron a una viejecita de moño blanco y espalda encorvada que frotaba sin descanso una barra de hierro contra una piedra.
Los niños, perplejos, se quedaron mirando cómo trabajaba. La barra era grande, más o menos del tamaño un paraguas, y no entendían con qué objetivo la restregaba sin parar en una piedra que parecía la rueda de un molino de agua.
Cuando ya no pudieron aguantar más la curiosidad, uno de ellos preguntó a la anciana:
– Disculpe, señora ¿podemos hacerle una pregunta?
La mujer levantó la mirada y asintió con la cabeza.
– ¿Para qué frota una barra de hierro contra una piedra?
La mujer, cansada y sudorosa por el esfuerzo, quiso saciar la curiosidad de los chavales. Respiró hondo y con una dulce sonrisa contestó:
– ¡Muy sencillo! Quiero pulirla hasta convertirla en una aguja de coser.
Los niños se quedaron unos momentos en silencio y acto seguido estallaron en carcajadas. Con muy poco respeto, empezaron a decirle:
– ¿Está loca? ¡Pero si la barra es gigantesca!
– ¿Reducir una barra de hierro macizo al tamaño de una aguja de coser? ¡Qué idea tan disparatada!
– ¡Eso es imposible, señora! ¡Por mucho que frote no lo va a conseguir!
A la anciana le molestó que los muchachos se burlaran de ella y su cara se llenó de tristeza.
– Reíros todo lo que queráis, pero os aseguro que algún día esta barra será una finísima aguja de coser. Y ahora iros al colegio, que es donde podréis aprender lo que es la constancia.
Lo dijo con tanto convencimiento que se quedaron sin palabras y bastante avergonzados. Con las mejillas coloradas como tomates, se alejaron sin decir ni pío.
Al llegar a la escuela se sentaron en sus pupitres y contaron la historia a su maestro y al resto de sus compañeros. El sabio profesor escuchó con mucha atención y levantando la voz, dijo a todos los alumnos:
– Vuestros amigos son muy afortunados por haber conocido a esa anciana; aunque no lo creáis, les ha enseñado algo muy importante.
El aula se llenó de murmullos porque nadie sabía a qué se refería. Finalmente, uno de los tres protagonistas levantó la mano y preguntó:
– ¿Y qué es eso que nos ha enseñado, señor profesor?
– Está muy claro: la importancia de ser constante en la vida, de trabajar por aquello que uno desea. Os garantizo que esa mujer, gracias a su tenacidad, conseguirá convertir la barra de hierro en una pequeña aguja para coser ¡Nada es imposible si uno se plantea un objetivo y se esfuerza por conseguirlo!
Los niños se quedaron pensando en estas palabras y preguntándose si el maestro estaría en lo cierto o simplemente se trataba de una absurda fantasía.
Por suerte, la respuesta no tardó en llegar; pocas semanas más tarde, de camino al cole, los tres chicos se encontraron de nuevo a la anciana en la oscura callejuela. Esta vez estaba cómodamente sentada en el escalón del viejo portal, muy sonriente, moviendo algo diminuto entre sus manos.
Corrieron para acercarse a ella y ¿sabéis qué hacía? ¡Dando forma al agujerito de la aguja por donde pasa el hilo!
✅ Demasiados senderos
Un vecino de Yang Zi, que había perdido una oveja, mandó a todos sus hombres a buscarla y le pidió al sirviente de Yang Zi que se uniera a ellos.
– ¡Qué! – exclamó Yang Zi –. ¿Necesita Ud. a todos estos hombres para encontrar una oveja?
– Son muchos los senderos que puede haber seguido – explicó el vecino. Cuando regresaron, Yang Zi preguntó al vecino:
– Bueno, ¿encontraron la oveja?
Este contestó que no. Entonces Yang Zi preguntó por qué habían fracasado.
– Hay demasiados senderos – respondió el vecino –. Un sendero conduce a otro, y no supimos cuál tomar; así es que regresamos.
Yang Zi se quedó hondamente pensativo. Permaneció silencioso largo tiempo y no sonrió en todo el día.
Sus discípulos estaban sorprendidos.
– Una oveja es una nadería – dijeron –, y ésta no era ni siquiera suya. ¿Por qué tiene Ud. que dejar de hablar y sonreír?
Yang Zi no respondió, y sus discípulos se llenaron de perplejidad. Uno de ellos, Mengsun Yang, fue a contarle a Xindu Zi lo que ocurría.
– Cuando hay demasiados senderos – dijo Xindu Zi –, un hombre no puede encontrar su oveja. Cuando un estudiante se dedica a demasiadas cosas, malgasta su tiempo y pierde su ruta. Usted es discípulo de Yang Zi y aprende de él; sin embargo, parece que no ha llegado a comprenderle nada. ¡Qué lástima!
✅ Las dos culebras
Había una vez dos culebras que vivían tranquilas y felices en las aguas estancadas de un pantano. En este lugar tenían todo lo que necesitaban: insectos y pequeños peces para comer, sitio de sobra para moverse y humedad suficiente para mantener brillantes y en buenas condiciones sus escamas.
Todo era perfecto, pero sucedió que llegó una estación más calurosa de lo normal y el pantano comenzó a secarse. Las dos culebras intentaron permanecer allí a pesar de que cada día la tierra se resquebrajaba y se iba agotando el agua para beber. Les producía mucha tristeza comprobar que su enorme y querido pantano de aguas calentitas se estaba convirtiendo en una mísera charca, pero era el único hogar que conocían y no querían abandonarlo.
Esperaron y esperaron las deseadas lluvias, pero éstas no llegaron. Con mucho dolor de corazón, tuvieron que tomar la dura decisión de buscar otro lugar para vivir.
Una de ellas, la culebra de manchas oscuras, le dijo a la culebra de manchas claras:
– Aquí solo ya solo quedan piedras y barro. Creo, amiga mía, que debemos irnos ya o moriremos deshidratadas.
– Tienes toda la razón, vayámonos ahora mismo. Tú ve delante, hacia el norte, que yo te sigo.
Entonces, la culebra de manchas oscuras, que era muy inteligente y cautelosa, le advirtió:
– ¡No, eso es peligroso!
Su compañera dio un respingo.
– ¿Peligroso? ¿Por qué lo dices?
La sabia culebra se lo explicó de manera muy sencilla:
– Si vamos en fila india los humanos nos verán y nos cazarán sin compasión ¡Tenemos que demostrar que somos más listas que ellos!
– ¿Más listas que los humanos? ¡Eso es imposible!
– Bueno, eso ya lo veremos. Escúchame atentamente: tú te subirás sobre mi lomo pero con el cuerpo al revés y así yo meteré mi cola en tu boca y tú tu cola en la mía. En vez de dos serpientes pareceremos un ser extraño, y como los seres humanos siempre tienen miedo a lo desconocido, no nos harán nada.
– ¡Buena idea, intentémoslo!
La culebra de manchas claras se encaramó sobre la culebra de manchas oscuras y cada una sujetó con la boca la cola de la otra. Unidas de esa forma tan rara, comenzaron a reptar. Al moverse sus cuerpos se bamboleaban cada uno para un lado formando una especie de ocho que se desplazaba sobre la hierba.
Como habían sospechado, en el camino se cruzaron con varios campesinos y cazadores, pero todos, al ver a un animal tan enigmático, tan misterioso, echaron a correr muertos de miedo, pensando que se trataba de un demonio o un ser de otro planeta.
El inteligente plan funcionó, y al cabo de varias horas, las culebras consiguieron su objetivo: muy agarraditas, sin soltarse ni un solo momento, llegaron a tierras lluviosas y fértiles donde había agua y comida en abundancia. Contentísimas, continuaron tranquilas con su vida en este nuevo y acogedor lugar.
✅ Fábulas de la China milenaria recitadas en español
Un trompetista, que dirigía con valentía a los soldados, fue capturado por el enemigo. Él gritó a sus captores:
Les ruego que me escuchen, y no tomen mi vida sin causa o sin preguntar. No he matado a un solo hombre de su tropa. No tengo ninguna arma, y solamente llevo esta trompeta de cobre.
Es la justa razón por la cual usted debe ser sentenciado, dijeron ellos; porque mientras usted no participa directamente en la lucha, su trompeta mueve a todos los demás para luchar.
Tan responsable es quien ejecuta como quien promueve.
El águila y la flecha
Estaba asentada un águila en el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres. Mas la vio un cazador, y lanzándole una flecha le atravesó su cuerpo. Viendo el águila entonces que la flecha estaba construida con plumas de su propia especie exclamó: -¡Qué tristeza, terminar mis días por causa de las plumas de mi especie! Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras propias armas.
La zorra y la pantera
Disputaban otro día la zorra y la pantera acerca de su belleza. La pantera alababa muy especialmente los especiales pintados de su piel.
Replicó entonces la zorra diciendo: — ¡Mucho más hermosa me considero yo, no por las apariencias de mi cuerpo, sino más bien por mi espíritu! Las cualidades del espíritu son preferibles a las del cuerpo.
La zorra y el mono coronado rey
En una junta de animales, bailó tan bonito el mono, que ganándose la simpatía de los espectadores, fue elegido rey. Celosa la zorra por no haber sido ella la elegida, vio un trozo de comida en un cepo y llevó allí al mono, diciéndole que había encontrado un tesoro digno de reyes, pero que en lugar de tomarlo para llevárselo a él, lo había guardado para que fuera él personalmente quien lo cogiera, ya que era una prerrogativa real. El mono se acercó sin más reflexión, y quedó prensado en el cepo. Entonces la zorra, a quien el mono acusaba de tenderle aquella trampa, repuso: — ¡Eres muy tonto, mono, y todavía pretendes reinar entre todos los animales! No te lances a una empresa, si antes no has reflexionado sobre sus posibles éxitos o peligros.
Fábulas de Esopo
El asno y su comprador
Un hombre quiso comprar un asno, y acordó con su dueño que él debería probar al animal antes de comprarlo. Entonces llevó al asno a su casa y lo puso en donde guarda la paja junto con sus otros asnos.
El nuevo animal se separó de todos los demás e inmediatamente se fue junto al que era el más ocioso y el mayor comedor de todos ellos.
Viendo esto, el hombre puso un cabestro sobre él y lo condujo de regreso a su dueño.
Siendo preguntado cómo, en un tiempo tan corto, él podría haber hecho un proceso de calificación, él contestó:
No necesito mayor tiempo; sé que él será exactamente igual a aquel que él eligió para su compañía.
Penetró una zorra en un rebaño de corderos, y arrimando a su pecho a un pequeño corderillo, fingió acariciarle. Llegó un perro de los que cuidaban el rebaño y le preguntó: — ¿Qué estás haciendo? — Le acaricio y juego con él — contestó con cara de inocencia. — ¡ Pues suéltalo enseguida, si no quieres conocer mis mejores caricias! Al impreparado lo delatan sus actos. Estudia y aprende con gusto y tendrás éxito en tu vida.
La zorra y el mono discuten sobre su nobleza
Viajaban juntos por esta tierra una zorra y un mono, comentando a la vez cada uno sobre su nobleza. Mientras cada cual detallaba ampliamente sus títulos, llegaron a cierto lugar. Volvió el mono su mirada hacia un cementerio y rompió a llorar. Preguntó la zorra que le ocurría, y el mono, mostrándoles unas tumbas le dijo: — ¡ Oh, cómo no voy a llorar cuando veo las lápidas funerarias de esos grandes héroes, mis antepasados! — ¡Puedes mentir cuanto quieras — contestó la zorra –; pues ninguno de ellos se levantará para contradecirte! Sé siempre honesto en tu vida. Nunca sabrás si el vecino que te escucha sabe la verdad y corroborará o desmentirá tus palabras.
La zorra y el chivo en el pozo
Cayó una zorra en un profundo pozo, viéndose obligada a quedar adentro por no poder alcanzar la orilla. Llegó más tarde al mismo pozo un chivo sediento, y viendo a la zorra le preguntó si el agua era buena. Ella, ocultando su verdadero problema, se deshizo en elogios para el agua, afirmando que era excelente, e invitó al chivo a descender y probarla donde ella estaba. Sin más pensarlo saltó el chivo al pozo, y después de saciar su sed, le preguntó a la zorra cómo harían para salir allí Dijo entonces la zorra: — Hay un modo, que sin duda es nuestra mutua salvación. Apoya tus patas delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos; luego yo subiré por tu cuerpo y una vez afuera, tiraré de ti. Le creyó el chivo y así lo hizo con buen gusto, y la zorra trepando hábilmente por la espalda y los cuernos de su compañero, alcanzó a salir del pozo, alejándose de la orilla al instante, sin cumplir con lo prometido. Cuando el chivo le reclamó la violación de su convenio, se volvió la zorra y le dijo: — ¡ Oye socio, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no hubieras bajado sin pensar antes en cómo salir después! Antes de comprometerte en algo, piensa primero si podrías salir de aquello, sin tomar en cuenta lo que te ofrezcan tus vecinos.
Fábulas de Esopo
El águila de ala cortada y la zorra
Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada. Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador. La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole: –No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas. Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.
La zorra con el rabo cortado
Una zorra a la cual un cepo le había cortado la cola, estaba tan avergonzada, que consideraba su vida horrorosa y humillante, por lo cual decidió que la solución sería aconsejar a las demás hermanas cortarse también la cola, para así disimular con la igualdad general, su defecto personal. Reunió entonces a todas sus compañeras, diciéndoles que la cola no sólo era un feo agregado, sino además una carga sin razón. Pero una de ellas tomó la palabra y dijo: — Oye hermana, si no fuera por tu conveniencia de ahora, ¿ nos darías en realidad este consejo? Cuídate de los que dan consejo en busca de su propio beneficio, y no por hacer realmente un bien.
La zorra que nunca había visto un león
Había una zorra que nunca había visto un león. La puso el destino un día delante de la real fiera. Y como era la primera vez que le veía, sintió un miedo espantoso y se alejó tan rápido como pudo. Al encontrar al león por segunda vez, aún sintió miedo, pero menos que antes, y lo observó con calma por un rato. En fin, al verlo por tercera vez, se envalentonó lo suficiente hasta llegar a acercarse a él para entablar conversación. En la medida que vayas conociendo algo, así le irás perdiendo el temor. Pero mantén siempre la distancia y prudencia adecuada.
La zorra y la careta vacía
Entró un día una zorra en la casa de un actor, y después de revisar sus utensilios, encontró entre muchas otras cosas una máscara artísticamente trabajada. La tomó entre sus patas, la observó y se dijo: — ¡ Hermosa cabeza! Pero qué lástima que no tiene sesos. No te llenes de apariencias vacías; llénate mejor siempre de buen juicio.
Fábulas de Esopo
La zorra y el hombre labrador
Había un hombre que odiaba a una zorra porque le ocasionaba algunos daños ocasionalmente. Después de mucho intentarlo, pudo al fin cogerla, y buscando vengarse de ella, le ató a la cola una mecha empapada en aceite y le prendió fuego. Pero un dios llevó a la zorra a los campos que cultivaba aquel hombre. Era la época en que ya se estaba listo para la recolección del producto y el labrador siguiendo a la raposa, contempló llorando, cómo al pasar ella por sus campos, se quemaba toda su producción. Procura ser comprensivo e indulgente, pues siempre sucede que el mal que generamos, tarde o temprano se regresa en contra nuestra.
El águila y la zorra
Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que eso afianzaría su amistad. El águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol. Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos, y entonces ella y sus crías se regocijaron con un banquete. Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse, que saber de la muerte de sus pequeños; ¿Cómo podría ella, siendo un animal terrestre, sin poder volar, perseguir a uno que vuela? Tuvo que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lo lejos a su enemigo. Mas no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición contra la amistad. Se encontraban en el campo unos pastores sacrificando una cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó una víscera que aún conservaba fuego, colocándola en su nido. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas, ardiendo también sus pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, los cuales se vinieron al suelo. Corrió entonces la zorra, y tranquilamente devoró a todos los aguiluchos ante los ojos de su enemiga. Nunca traiciones la amistad sincera, pues si lo hicieras, tarde o temprano del cielo llegará el castigo.
La zorra y el cangrejo de mar
Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la playa. Lo vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer, corrió hacia él y lo capturó. Entonces el cangrejo, ya listo para ser devorado exclamó: — ¡Merezco todo esto, porque siendo yo animal del mar, he querido comportarme como si fuera de la tierra! Si intentas entrar a terrenos desconocidos, toma primero las precauciones debidas, no vayas a ser derrotado por lo que no conoces.
Fábulas de Esopo
La zorra y el cuervo hambriento
Un flaco y hambriento cuervo se posó en una higuera, y viendo que los higos aún estaban verdes, se quedó en el sitio a esperar a que maduraran. Vio una zorra al hambriento cuervo eternizado en la higuera, y le preguntó qué hacía. Una vez que lo supo, le dijo: — Haces muy mal perdiendo el tiempo confiado a una lejana esperanza; la esperanza se llena de bellas ilusiones, mas no de comida. Si tienes una necesidad inmediata, de nada te servirá pensar satisfacerla con cosas inalcanzables.
La zorra y el cuervo gritón
Un cuervo robó a unos pastores un pedazo de carne y se retiró a un árbol. Lo vio una zorra, y deseando apoderarse de aquella carne empezó a halagar al cuervo, elogiando sus elegantes proporciones y su gran belleza, agregando además que no había encontrado a nadie mejor dotado que él para ser el rey de las aves, pero que lo afectaba el hecho de que no tuviera voz. El cuervo, para demostrarle a la zorra que no le faltaba la voz, soltó la carne para lanzar con orgullo fuertes gritos. La zorra, sin perder tiempo, rápidamente cogió la carne y le dijo: — Amigo cuervo, si además de vanidad tuvieras entendimiento, nada más te faltaría realmente para ser el rey de las aves. Cuando te adulen, es cuando con más razón debes cuidar de tus bienes.
Las zorras, las águilas y las liebres
Cierto día las águilas se declararon en guerra contra las liebres. Fueron entonces éstas a pedirle ayuda a las zorras. Pero ellas les contestaron: — Las hubiéramos ayudado si no supiéramos quienes son ustedes y si tampoco supiéramos contra quienes luchan. Antes de decidir unirte a una campaña, mide primero la capacidad de los posibles adversarios.
La zorra y la liebre
Dijo un día una liebre a una zorra: — ¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la «ganadora»? — Si quieres saberlo — contestó la zorra –, te invito a cenar conmigo. Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no había más cena que la misma liebre. Entonces dijo la liebre: — ¡Al fin comprendo para mi desgracia de donde viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de tus engaños! Nunca le pidas lecciones a los tramposos, pues tú mismo serás el tema de la lección.
El águila, la liebre y el escarabajo
Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que le ayudara. Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia. Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus huevos. Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de estiércol, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos. Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.
La zorra y el león anciano
Un anciano león, incapaz ya de obtener por su propia fuerza la comida, decidió hacerlo usando la astucia. Para ello se dirigió a una cueva y se tendió en el suelo, gimiendo y fingiendo que estaba enfermo. De este modo, cuando los otros animales pasaban para visitarle, los atrapaba inmediatamente para su comida. Habían llegado y perecido ya bastantes animales, cuando la zorra, adivinando cuál era su ardid, se presentó también, y deteniéndose a prudente distancia de la caverna, preguntó al león cómo le iba con su salud. — Claro que hubiera entrado — le dijo la zorra — si no viera que todas las huellas entran, pero no hay ninguna que llegara a salir. Siempre advierte a tiempo los indicios del peligro, y así evitarás que te dañe.
La zorra, el oso y el león
Habiendo encontrado un león y un oso al mismo tiempo a un cervatillo, se retaron en combate a ver cual de los dos se quedaba con la presa. Una zorra que por allí pasaba, viéndolos extenuados por la lucha y con el cervatillo al medio, se apoderó de éste y corrió pasando tranquilamente entre ellos. Y tanto el oso como el león, agotados y sin fuerzas para levantarse, murmuraron: — ¡Desdichados nosotros! ¡Tanto esfuerzo y tanta lucha hicimos para que todo quedara para la zorra! Por empeñarnos en no querer compartir, podemos perderlo todo.
Las ranas y el pantano seco
Vivían dos ranas en un bello pantano, pero llegó el verano y se secó, por lo cual lo abandonaron para buscar otro con agua. Hallaron en su camino un profundo pozo repleto de agua, y al verlo, dijo una rana a la otra: — Amiga, bajemos las dos a este pozo. — Pero, y si también se secara el agua de este pozo, — repuso la compañera –, ¿Cómo crees que subiremos entonces? Al tratar de emprender una acción, analiza primero las consecuencias de ella.
La rana del pantano y la rana del camino
Vivía una rana felizmente en un pantano profundo, alejado del camino, mientras su vecina vivía muy orgullosa en una charca al centro del camino. La del pantano le insistía a su amiga que se fuera a vivir al lado de ella, alejada del camino; que allí estaría mejor y más segura. Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una morada donde ya estaba establecida y satisfecha. Y sucedió que un día pasó por el camino, sobre la charca, un carretón, y aplastó a la pobre rana que no quiso aceptar el mudarse. Si tienes la oportunidad de mejorar tu posición, no la rechaces.
Las ranas pidiendo rey
Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey. Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca. Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso. Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo. Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión. A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto.
La rana que decía ser médico y la zorra
Gritaba un día una rana desde su pantano a los demás animales: — ¡Soy médico y conozco muy bien todos los remedios para todos los males! La oyó una zorra y le reclamó: — ¿Cómo te atreves a anunciar ayudar a los demás, cuando tú misma cojeas y no te sabes curar? Nunca proclames ser lo que no puedes demostrar con el ejemplo.
La rana gritona y el león
Oyó una vez un león el croar de una rana, y se volvió hacia donde venía el sonido, pensando que era de algún animal muy importante. Esperó y observó con atención un tiempo, y cuando vio a la rana que salía del pantano, se le acercó y la aplastó diciendo: — ¡Tú, tan pequeña y lanzando esos tremendos gritos! Quien mucho habla, poco es lo que dice.
El león y el boyero
Un boyero que apacentaba un hato de bueyes perdió un ternero. Lo buscó, recorriendo los alrededores sin encontrarlo. Entonces prometió a Zeus sacrificarle un cabrito si descubría quien se lo había robado. Entró de inmediato al bosque y vio a un león comiéndose al ternero. Levantó aterrado las manos al cielo gritando: — ¡Oh grandioso Zeus, antes te prometí inmolarte un cabrito si encontraba al ladrón; pero ahora te prometo sacrificar un toro si consigo no caer en las garras del ladrón! Cuando busques una solución, ten presente que al encontrarla, ésta a su vez puede convertirse en el siguiente problema.
El león y los tres bueyes
Pastaban juntos siempre tres bueyes. Un león quería devorarlos, pero el estar juntos los tres bueyes le impedía hacerlo, pues el luchar contra los tres a la vez lo ponía en desventaja. Entonces con astucia recurrió a enojarlos entre sí con pérfidas patrañas, separándolos a unos de los otros. Y así, al no estar ya unidos, los devoró tranquilamente, uno a uno. Si permites que deshagan tu unidad con los tuyos, más fácil será que te dañen.
El león y el mosquito volador
Un mosquito se acercó a un león y le dijo: — No te temo, y además, no eres más fuerte que yo. Si crees lo contrario, demuéstramelo. ¿Qué arañas con tus garras y muerdes con tus dientes? ¡Eso también lo hace una mujer defendiéndose de un ladrón! Yo soy más fuerte que tú, y si quieres, ahora mismo te desafío a combate. Y haciendo sonar su zumbido, cayó el mosquito sobre el león, picándole repetidamente alrededor de la nariz, donde no tiene pelo. El león empezó a arañarse con sus propias garras, hasta que renunció al combate. El mosquito victorioso hizo sonar de nuevo su zumbido; y sin darse cuenta, de tanta alegría, fue a enredarse en una tela de araña. Al tiempo que era devorado por la araña, se lamentaba que él, que luchaba contra los más poderosos venciéndolos, fuese a perecer a manos de un insignificante animal, la araña. No importa que tan grandes sean los éxitos en tu vida, cuida siempre que la dicha por haber obtenido uno de ellos, no lo arruine todo.
El buen rey león – Fábulas de Esopo
Había un león que no era enojoso, ni cruel, ni violento, sino tratable y justo como una buena criatura, que llegó a ser el rey. La tímida liebre dijo entonces: — He anhelado ardorosamente ver llegar este día, a fin de que los débiles seamos respetados con justicia por los más fuertes. E inmediatamente corrió lo mejor que pudo. Cuando en un Estado se practica la justicia, los humildes pueden vivir tranquilos…, pero no deben atenerse.
El león apresado por el labrador – Fábulas de Esopo
Entró un león en la cuadra de un labrador, y éste, queriendo cogerlo, cerró la puerta. El león, al ver que no podía salir, empezó a devorar primero a los carneros, y luego a los bueyes. Entonces el labrador, temiendo por su propia vida, abrió la puerta. Se fue el león, y la esposa del labrador, al oírlo quejarse le dijo: — Tienes lo que buscaste, pues ¿por qué has tratado de encerrar a una fiera que más bien debías de mantener alejada? Si te metes a competir con los más poderosos, prepárate antes muy bien. De lo contrario saldrás malherido de la contienda.
El león enamorado de la hija del labrador – Fábulas de Esopo
Se había enamorado un león de la hija de un labrador y la pidió en matrimonio. Y no podía el labrador decidirse a dar su hija a tan feroz animal, ni negársela por el temor que le inspiraba. Entonces ideó lo siguiente: como el león no dejaba de insistirle, le dijo que le parecía digno para ser esposo de su hija, pero que al menos debería cumplir con la siguiente condición: que se arrancara los dientes y se cortara sus uñas, porque eso era lo que atemorizaba a su hija. El león aceptó los sacrificios porque en verdad la amaba. Una vez que el león cumplió lo solicitado, cuando volvió a presentarse ya sin sus poderes, el labrador lleno de desprecio por él, lo despidió sin piedad a golpes. Nunca te fíes demasiado como para despojarte de tus propias defensas, pues fácilmente serás vencido por los que antes te respetaban.
El león, la zorra y el ciervo – Fábulas de Esopo
Habiéndose enfermado el león, se tumbó en una cueva, diciéndole a la zorra, a la que estimaba mucho y con quien tenía muy buena amistad: — Si quieres ayudarme a curarme y que siga vivo, seduce con tu astucia al ciervo y tráelo acá, pues estoy antojado de sus carnes. — Vengo a darte una excelente noticia. Como sabes, el león, nuestro rey, es mi vecino; pero resulta que ha enfermado y está muy grave. Me preguntaba qué animal podría sustituirlo como rey después de su muerte. Y me comentaba: «el jabalí no, pues no es muy inteligente; el oso es muy torpe; la pantera muy temperamental; el tigre es un fanfarrón; creo que el ciervo es el más digno de reinar, pues es esbelto, de larga vida, y temido por las serpientes por sus cuernos.» Pero para qué te cuento más, está decidido que serás el rey. ¿Y que me darás por habértelo anunciado de primero? Contéstame, que tengo prisa y temo que me llame, pues yo soy su consejero. Pero si quieres oír a un experimentado, te aconsejo que me sigas y acompañes fielmente al león hasta su muerte. Terminó de hablar la zorra, y el ciervo, lleno de vanidad con aquellas palabras, caminó decidido a la cueva sin sospechar lo que ocurriría. Al verlo, el león se le abalanzó, pero sólo logró rasparle las orejas. El ciervo, asustado, huyó velozmente hacia el bosque. La zorra se golpeaba sus patas al ver perdida su partida. Y el león lanzaba fuertes gritos, estimulado por su hambre y la pena. Suplicó a la zorra que lo intentara de nuevo. Y dijo la zorra: — Es algo penoso y difícil, pero lo intentaré. Salió de la cueva y siguió las huellas del ciervo hasta encontrarlo reponiendo sus fuerzas. Viéndola el ciervo, encolerizado y listo para atacarla, le dijo: ¡Zorra miserable, no vengas a engañarme! ¡Si das un paso más, cuéntate como muerta! Busca a otros que no sepan de ti, háblales bonito y súbeles los humos prometiéndoles el trono, pero ya no más a mí. Mas la astuta zorra le replicó: — Pero señor ciervo, no seas tan flojo y cobarde. No desconfíes de nosotros que somos tus amigos. El león, al tomar tu oreja, sólo quería decirte en secreto sus consejos e instrucciones de cómo gobernar, y tú ni siquiera tienes paciencia para un simple arañazo de un viejo enfermo. Ahora está furioso contra ti y está pensando en hacer rey al intrépido lobo. ¡Pobre!, ¡todo lo que sufre por ser el amo! Ven conmigo, que nada tienes que temer, pero eso sí, sé humilde como un cordero. Te juro por toda esta selva que no debes temer nada del león. Y en cuanto a mí, sólo pretendo servirte. Y engañado de nuevo, salió el ciervo hacia la cueva. No había más que entrado, cuando ya el león vio plenamente saciado su antojo, procurando no dejar ni recuerdo del ciervo. Sin embargo cayó el corazón al suelo, y lo tomó la zorra a escondidas, como pago a sus gestiones. Y el león buscando el faltante corazón preguntó a la zorra por él. Le contestó la zorra: — Ese ciervo ingenuo no tenía corazón, ni lo busques. ¿Qué clase de corazón podría tener un ciervo que vino dos veces a la casa y a las garras del león? Nunca permitas que el ansia de honores perturbe tu buen juicio, para que no seas atrapado por el peligro.
El león y la liebre – Fábulas de Esopo
Sorprendió un león a una liebre que dormía tranquilamente. Pero cuando estaba a punto de devorarla, vio pasar a un ciervo. Dejó entonces a la liebre por perseguir al ciervo. Despertó la liebre ante los ruidos de la persecución, y no esperando más, emprendió su huída. Mientras tanto el león, que no pudo dar alcance al ciervo, ya cansado, regresó a tomar la liebre y se encontró con que también había buscado su camino a salvo. Entonces se dijo el león: — Bien me lo merezco, pues teniendo ya una presa en mis manos, la dejé para ir tras la esperanza de obtener una mayor. Si tienes en tus manos un pequeño beneficio, cuando busques uno mayor, no abandones el pequeño que ya tienes, hasta tanto no tengas realmente en tus manos el mayor.
El león y el jabalí – Fábulas de Esopo
Durante el verano, cuando con el calor aumenta la sed, acudieron a beber a una misma fuente un león y un jabalí. Discutieron sobre quien debería sería el primero en beber, y de la discusión pasaron a una feroz lucha a muerte. Pero, en un momento de descanso, vieron una nube de aves rapaces en espera de algún vencido para devorarlo. Entonces, recapacitando, se dijeron: — ¡Más vale que seamos amigos y no pasto de los buitres y cuervos! Las luchas inútiles sólo sirven para enriquecer y alimentar a sus espectadores.
El león y el delfín – Fábulas de Esopo
Paseaba un león por una playa y vio a un delfín asomar su cabeza fuera del agua. Le propuso entonces una alianza: — Nos conviene unirnos a ambos, siendo tú el rey de los animales del mar y yo el de los terrestres– le dijo. Aceptó gustoso el delfín. Y el león, quien desde hacía tiempo se hallaba en guerra contra un loro salvaje, llamó al delfín a que le ayudara. Intentó el delfín salir del agua, mas no lo consiguió, por lo que el león lo acusó de traidor. — ¡No soy yo el culpable ni a quien debes acusar, sino a la Naturaleza — respondió el delfín –, porque ella es quien me hizo acuático y no me permite pasar a la tierra! Cuando busques alianzas, fíjate que tus aliados estén en verdad capacitados de unirte a ti en lo pactado.
El león, la zorra y el lobo – Fábulas de Esopo
Cansado y viejo el rey león, se quedó enfermo en su cueva, y los demás animales, excepto la zorra, lo fueron a visitar. Aprovechando la ocasión de la visita, acusó el lobo a la zorra expresando lo siguiente: — Ella no tiene por nuestra alteza ningún respeto, y por eso ni siquiera se ha acercado a saludar o preguntar por su salud. En ese preciso instante llegó la zorra, justo a tiempo para oír lo dicho por el lobo. Entonces el león, furioso al verla, lanzó un feroz grito contra la zorra ; pero ella, pidió la palabra para justificarse, y dijo: — Dime, de entre todas las visitas que aquí tenéis, ¿quién te ha dado tan especial servicio como el que he hecho yo, que busqué por todas partes médicos que con su sabiduría te recetaran un remedio ideal para curarte, encontrándolo por fin? — ¿Y cuál es ese remedio?, dímelo inmediatamente. — Ordenó el león. — Debes sacrificar a un lobo y ponerte su piel como abrigo — respondió la zorra. Inmediatamente el lobo fue condenado a muerte, y la zorra, riéndose exclamó: — Al patrón no hay que llevarlo hacia el rencor, sino hacia la benevolencia. Quien tiende trampas para los inocentes, es el primero en caer en ellas.
El león y el asno ingenuo – Fábulas de Esopo
Se juntaron el león y el asno para cazar animales salvajes. El león utilizaba su fuerza y el asno las coses de sus pies. Una vez que acumularon cierto número de piezas, el león las dividió en tres partes y le dijo al asno: — La primera me pertenece por ser el rey; la segunda también es mía por ser tu socio, y sobre la tercera, mejor te vas largando si no quieres que te vaya como a las presas. Para que no te pase las del asno, cuando te asocies, hazlo con socios de igual poder que tú, no con otros todopoderosos.
El león y el asno presuntuoso – Fábulas de Esopo
De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno y el león para salir de caza. Llegaron a una cueva donde se refugiaban unas cabras monteses, y el león se quedó a guardar la salida, mientras el asno ingresaba a la cueva coceando y rebuznando, para hacer salir a las cabras. Una vez terminada la acción, salió el asno de la cueva y le preguntó si no le había parecido excelente su actuación al haber luchado con tanta bravura para expulsar a las cabras. — ¡Oh sí, soberbia — repuso el león, que hasta yo mismo me hubiera asustado si no supiera de quien se trataba! Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen.
El león y el ratón – Fábulas de Esopo
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar. Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre. — Días atrás — le dijo –, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos. Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán.
El león, la zorra y el asno – Fábulas de Esopo
El león, la zorra y el siempre ingenuo asno se asociaron para ir de caza. Cuando ya tuvieron bastante, dijo el león al asno que repartiera entre los tres el botín. Hizo el asno tres partes iguales y le pidió al león que escogiera la suya. Indignado por haber hecho las tres partes iguales, saltó sobre él y lo devoró. Entonces pidió a la zorra que fuera ella quien repartiera. La zorra hizo un montón de casi todo, dejando en el otro grupo sólo unas piltrafas. Llamó al león para que escogiera de nuevo. Al ver aquello, le preguntó el león que quien le había enseñado a repartir tan bien. — ¡Pues el asno, señor, el asno! Siempre es bueno no despreciar el error ajeno y más bien aprender de él.
El león, Prometeo y el elefante – Fábulas de Esopo
No dejaba un león de quejarse ante Prometeo diciéndole: — Tu me hiciste bien fuerte y hermoso, dotado de mandíbulas con buenos colmillos y poderosas garras en las patas, y soy el más dominante de los animales. Sin embargo le tengo un gran temor al gallo. — ¿ Por qué me acusas tan a la ligera? ¿ No estás satisfecho con todas las ventajas físicas que te he dado? Lo que flaquea es tu espíritu. Replicó Prometeo. Siguió el león deplorando su situación, juzgándose de pusilánime. Decidió entonces poner fin a su vida. Se encontraba en esta situación cuando llegó el elefante, se saludaron y comenzaron a charlar. Observó el león que el elefante movía constantemente sus orejas, por lo que le preguntó la causa. — ¿Ves ese minúsculo insecto que zumba a mi alrededor?–respondió el elefante –, pues si logra ingresar dentro de mi oído, estoy perdido. Entonces se dijo el león: ¿No sería insensato dejarme morir, siendo yo mucho más fuerte y poderoso que el elefante, así como mucho más fuerte y poderoso es el gallo con el mosquito? Muchas veces, muy pequeñas molestias nos hacen olvidar las grandezas que poseemos.
Gayo Julio Fedro, más conocido universalmente con el nombre de Fedro,(en latín Caius Iulius Phaedrus o Phaeder, en griego antiguo Φαῖδρος), nació alrededor del año 14 o 15 A.C. y falleció sobre el año 50 D.C..
Es un fabulista latino de origen tracio y nacido en la que fuera provincia romana de Macedonia, ex esclavo de la casa imperial y liberado por el emperador Augusto pasando a denominarse liberto, que así se denominaba a los esclavos liberados por sus amos en la Roma imperial.
Recibió una excelente educación, ya que fue llevado a Roma y formó parte de los esclavos personales del emperador Augusto. Recibió la libertad de manos del mismo Augusto.
Desarrolló su actividad literaria durante los mandatos de Tiberio, Calígula y Claudio.
Publicó en cinco libros su colección de fábulas latinas en verso.
La mayor fuente de inspiración le conecta directamente con Esopo; el resto de su obra procede de su experiencia personal o se inspira en la sociedad de su época de la cual fue un agudo observador.
Su lengua materna fue el griego, pero dominaba el latín con bastante soltura y solvencia.
Aproximadamente un tercio de su obra está tomada de Esopo, cuyas fábulas adaptó; los otros dos tercios son enteramente producto de su imaginación. Al igual que su predecesor, Fedro cuenta historias sobre animales, pero también presenta figuras humanas, incluyendo al mismo Esopo.
«Esopo fue el primero en encontrar el material: yo lo pulí en versos serenos. Este pequeño libro tiene un doble mérito: hace reír a la gente y da sabios consejos para la conducción en la vida. A aquellos que me reprochan injustamente que no sólo hago hablar a los animales sino también a los árboles, les recuerdo que es diversión sobre ficción.»
«Las enseñanzas de Esopo son un ejemplo perfecto, y se debe buscar sólo el objetivo de sus fábulas: corregir los errores de los hombres, y lograr en ellos una viva imitación de la vida. Cualquiera que sea la naturaleza de un cuento, si cautiva y cumple con su propósito es válido. Por lo tanto, seguiré escrupulosamente los pasos del sabio.»
Las escasas informaciones que tenemos sobre Fedro provienen del propio fabulista, a través de su obra. Nacido en Tracia, probablemente en la colonia romana de Filipos, Fedro llegó a Roma como esclavo, aunque no se sabe a ciencia cierta en qué circunstancias. Sus manuscritos, sin embargo, le denominan Augusti libertus («liberado de Augusto»). En cualquier caso, consiguió dotarse de una buena formación intelectual, y el latín se convierte rápidamente en su segunda lengua.
Durante el mandato de Tiberio, publica sus dos primeros libros de Fábulas y rápidamente atrae ciertas enemistades poderosas. Su prólogo al Libro III quiere ser una justificación pública: niega cualquier intención o significado oculto de sus cuentos.
En este epílogo del Libro III, se dirige a Eutico, personaje desconocido, vagamente identificable con el favorito de Calígula, para obtener el perdón de sus enemigos; en los Libros IV y V, ya no alude a sus problemas con posibles enemistades, y se deduce que su alegato fue acogido favorablemente.
Su obra se recoge bajo el nombre de Phaedri Augusti Liberti Fabulae Æsopiae (Las Fábulas Esópicas de Fedro, liberado de Augusto). Consta de cinco libros que contienen ciento veintitrés fábulas versificadas. Cada libro está precedido por un prólogo y seguido por un epílogo, con la excepción del Libro I que no tiene epílogo.
Como indica el título de la colección, las Fábulas de Fedro se inspiran en Esopo: «Aesopus auctor quam materiam repperit, hanc ego poliui uersibus senariis» (Esopo, que creó la fábula, encontró el material, y yo lo he pulido en versos), escribe en el prólogo del Libro I. Sólo cuarenta y siete piezas fueron prestadas o inspiradas directamente de la obra de su predecesor Esopo.
En su obra, opta por el verso, donde Esopo eligió la prosa. El autor latino pone en escena principalmente historias de animales (que inspirarán siglos después a Jean de La Fontaine), personajes humanos, e incluso a él mismo.
El resto de su obra proviene de varias fuentes y creaciones originales. Algunos incluso parecen sacados de noticias y hechos reales contemporáneos.
Fedro no alcanzó en vida la gloria literaria a la que aspiraba, no siendo reconocido por sus contemporáneos que mayoritariamente lo ignoran, hecho del cual se queja amargamente en el prólogo del Libro III.
Cae en el anonimato y su nombre no sale del olvido hasta que, muchos siglos después, llegado el Renacimiento, se produce el descubrimiento de un antiguo manuscrito por parte de los humanistas franceses Pierre Pithou y François Pithou y que publicaron la primera edición de los cinco libros en 1596.
Transmitida de manera fragmentaria e incompleta, casi toda su obra sólo pudo ser restaurada tras la recopilación de diversos manuscritos. La más importante data del siglo XIX y ya fue la utilizada por Pierre Pithou para su edición de 1596.
A pesar de todo, tras un laborioso trabajo de recopilación y estudio, se ha llegado a la conclusión que el final del Libro I y parte del Libro V se han perdido irremediablemente.
De los dos manuscritos más antiguos de las fábulas de Fedro, el primero, el manuscrito de Pithou, se conserva hoy en día; el otro, el conocido como manuscrito de Saint-Remi de Reims, se destruyó en 1774 en el incendio de la biblioteca de esta abadía.
✅ Fábulas de Fedro
✅ Un cazador y un perro
Un perro valiente contra todo género de fieras, aun las mas veloces, habiendo siempre satisfecho a su amo, comenzó a desmayar por los muchos años. En una ocasión echado a reñir con un jabalí, hizo presa en la oreja; pero soltó la presa por tener ya los dientes corroídos: sentidos de esto el cazador reñía al perro: este, aunque viejo, respondió ladrando: no me falta el brío, sino las fuerzas. Alabas lo que fui, y echas menos lo que ya no soy.
✅ Demetrio y Menandro
Demetrio, llamado Falereo, se apoderó de Atenas con tiranía. Sin embargo todos, y a porfía, como es ordinario en el vulgo, se atropellan a saludarle con alegres vivas. Aun los magnates besan la mano que los oprime, lamentándose interiormente de la triste mudanza de su fortuna. Aun los perezosos y entregados al ocio, acuden los últimos, porque no les perjudique el haber faltado a esta atención; entre los cuales Menandro, célebre por sus comedias, (las cuales había leído Demetrio, y admirado su ingenio, sin conocerle) venía con paso afeminado y lánguido, lleno de perfumes y arrastrando el vestido. Luego que el tirano le vio entre los últimos, dijo: ¿Cómo este afeminado tiene valor para ponerse en mi presencia? Respondiéronle los que venían a su lado: este es Menandro el escritor, trocado de repente, le saluda cariñosamente y le da la mano.
✅ La rana rota y el buey
En un prado, cierta vez, una rana vio a un buey, y, tocada por la envidia de tanta grandeza, su rugosa piel infló.
Entonces a sus hijos preguntó si era más grande que el buey. Ellos dijeron que no. De nuevo tensó su piel con mayor esfuerzo, y de similar modo preguntó quién era mayor. Ellos dijeron: «el buey». Nuevamente indignada, mientras quiere más fuertemente inflarse, con su cuerpo roto yació.
✅ Unos caminantes y un ladrón
Dos hombres iban caminando a la ligera cobarde el uno, mas el otro muy valiente. Sáleles al encuentro un ladrón, y amenazándoles con la muerte, les pidió la bolsa. El animoso acometiéndole con brío, rebate la fuerza con la fuerza, atraviesa con su espada al ladrón, que no lo esperaba, y se libró del peligro con su valor. Muerto este, acudió el compañero cobarde, desenvaina el acero, y terciando el capote, dice: Déjamele, que yo le haré saber con quien se las toma. Entonces el que había vencido, le respondió: hubiérasme ayudado antes siquiera con esas palabras, y hubiera estado mas alentado, creyendo que iban de veras. Ahora envaina la espada, y juntamente esa lengua fanfarrona, para deslumbrar a otros que no te conozcan. Yo, que por experiencia he visto cuan ligero huyes, sé muy bien que no hay mucho que fiar de tu valor.
Esta fábula se debe aplicar a aquél, que se hace el valiente a golpe seguro, y en trance dudoso escapa.
✅ La zorra y el cuervo
Como de una ventana un cuervo un queso robado quisiera comerse, sentándose en un alto árbol, lo envidió una zorra, luego así empezó a hablar: «¡Oh cómo es, cuervo, el brillo de tus plumas! ¡Qué gran belleza llevas en tu cuerpo y en tu rostro! Si voz tuvieras, ningún ave superior habría». Y aquél, mientras quiere también su voz mostrar, de su boca abierta soltó el queso; rápidamente la astuta zorra lo arrebató con sus ávidos dientes. Sólo entonces gimió el cuervo, burlado por su estupidez.
✅ Un charlatán y un rústico
Suelen los hombres engañarse por pasión, y cuando mas se obstinan en mantener su errado dictamen, verse obligados con la evidencia de la verdad a retratarle.
Queriendo un hombre rico y noble celebrar una fiestas, convidó con premios a todos, para que cada uno trajese la invención que pudiese. Concurrieron los diestros a la fama de este certamen, entre los cuales un truhán bien conocido por su gracejo, dijo, que él sabia una habilidad, que nunca se había representado en el teatro. Esparcida esta voz, conmuévese la ciudad. Faltan ya para el gentío los asientos poco antes desocupados. Pero luego que apareció en el teatro solo, sin aparato, sin compañía, la misma expectación puso a todos en silencio. En esto bajó la cabeza al pecho, y remedó tan al vivo el gruñido de un lechoncillo, que todos porfiaban sobre que le ocultaba con la capa y le mandaban que la sacudiese. Hecho esto y no hallando nada, le colman de alabanzas y le celebran con el mayor aplauso. Vio lo que pasaba un rústico, y dijo: por vida mía, que a mí no me ha de ganar; y de contado se ofreció a hacerlo él mejor al día siguiente. Acude mayor gentío; siéntase no tanto para verle, cuanto por burlarse de él, por estar preocupados a favor del otro. Salen ambos al tablado: el Truhán gruñe primero, y se lleva los aplausos y aclamaciones. Entonces el rústico, fingiendo que escondía entre el vestido algún marranillo, como de verdad lo hacia, y lo hacia con mas seguridad, por cuanto nada escondido habían hallado en el primero, tiró de la oreja al marrano verdadero, que había ocultado, y él con el dolor prorrumpió en su natural gruñido. El pueblo levanta el grito diciendo, que el Truhán lo había remedado con mas propiedad, y manda echar al rústico enhoramala. Mas él saca de su seno el marranillo, convenciendo con la evidencia su error grosero, y les dice: veis aquí, este declara, que tales son vuestros juicios.
✅ Príncipe flautero
Hubo en Roma un flautero de algún crédito, llamado Príncipe, que solía hacer el son a Batylo, cuando danzaba en el teatro. Este en ciertos juegos, no me acuerdo cuales, al moverse rápidamente una máquina, dio sin pensar una gran caída, y se rompió la canilla izquierda, aunque hubiera querido más que se le quebrasen dos de sus flautas derechas. Cogido en brazos y dando muchos gemidos, le llevan a su casa: pásanse algunos meses en curarse hasta sanar; y los mirones según su costumbre y buen humor, comenzaron a echar menos al que con sus flautas avivaba la agilidad del bailarín. Estaba para dar unas grandes fiestas cierto personaje, y ya Príncipe comenzaba a andar por su pie. Redúcele a fuerza de súplicas y dinero a que por lo menos se deje ver en público en el mismo día de los juegos. Luego que llegó, comienza a correr la voz en el teatro. Unos afirman, que es muerto: otros, que saldrá luego a las tablas. Corridas las cortinas, remedados los truenos, bajaron los dioses a hablar en el teatro en la forma ordinaria. Entonces engañó al pobre flautero, el coro de músicos y su sabida cantinela, cuya substancia era esta: Gózate Roma dichosa por la salud de tu Príncipe. Levántanse todos a aclamar. y el flautero se deshace a besamanos, porque piensa que lo hacen por él. Advierten los caballeros su error grosero, y pereciendo de risa, mandan que se repita la canción. Repítese, y el buen hombre se tiende de largo a largo en el tablado: los caballeros le aplauden por mofa: el pueblo imagina, que pide la corona, premio de estos juegos. Pero luego que se hizo patente a todos su loca persuasión, el triste del Príncipe con su pierna ligada con vendas blancas, con su vestido y zapatos blancos, engreído con el imaginado honor, que es propio, de la augusta casa, asido de los cabezones, fue por todos arrojado fuera del teatro.
✅ El lobo y la grulla
Como quedara clavado un hueso, al tragarlo, en la garganta de un lobo, vencido por el gran dolor empezó a seducir a todos con un premio para que le extrajeran aquel mal. Finalmente, fue persuadida por el juramento una grulla, que entregando la longitud de su cuello a la garganta hizo la peligrosa cirugía al lobo. Como por esto solicitara insistentemente el premio pactado, «Ingrata eres» dijo» porque sacaste incólume tu cabeza de mi boca y pides recompensa».
✅ Las ranas pidiendo un rey
Floreciendo Atenas por la igualdad de sus leyes, la libertad descarada turbó la ciudad, y la disolución rompió el antiguo freno. Con esta ocasión, puestas en bandos las parcialidades, el tirano Pisistrato se apoderó del alcázar. Y como los atenienses llorasen su triste servidumbre; no porque el tirano fuese cruel, sino porque toda carga es pesada para los que no están hechos a ella, y hubiesen comenzado a quejarse, Esopo les contó al caso este cuentecillo.
Las ranas, que antes vagueaban libremente por las lagunas, pidieron á grandes voces a Júpiter un rey, que con rigor refrenase sus licenciosas costumbres. Sonrióse el padre de los dioses, y las dio una vigueta pequeña, la cual arrojada de improviso, con el movimiento y ruido que causó en el agua, aterró a la tímida grey. Como esta vigueta se mantuviese por largo rato clavada en el cieno, por fortuna una de ellas sacó poco a poco la cabeza del estanque, y después de haber observado bien al nuevo rey, las llama á todas. Ellas, perdido el miedo; se acercan nadando a porfía, y la chusma desvergonzada brincaba sobre el leño; y después de haberle ensuciado con todo genero de inmundicias, enviaron a pedir á Júpiter otro rey, porque era inhábil el que las había dado. Entonces las envió un culebrón, que con áspero diente comenzó a morderlas. En vano las desdichadas hacen por huir de la muerte: el miedo las embarga la voz. De secreto, pues, encargan á Mercurio, que pida a Júpiter, socorra a las afligidas. Eso no, las dice el dios: pues no quisisteis contentaros con vuestro bien, sufrid el mal que os ha venido: y vosotros también, o ciudadanos, concluyó Esopo, llevad en paciencia este trabajo, no sea que os suceda otro tanto mayor.
✅ Los perros hambrientos
Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así llegar fácilmente a las pieles. Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles.
✅ El César a un criado
Hay en Roma una casta de hombres bulliciosos, que andan afanados de aquí para allí, ocupados sin que hacer, azorados sin causa metiendo la mano en todo, sin hacer nada molestos para sí y enfadadísimos para los demás. A estos pretendo corregir, si es posible, con un cuento verdadero: merece atención.
Habiendo Tiberio César, que pasaba a Nápoles, llegando a su casa de campo de Miseno, la cual edificada por Lúculo, en la cumbre de un monte, extiende sus vistas de un lado al mar de Sicilia, y de otro al de Toscana: un criado, de los que andaban faldas en cinta, y traía la túnica de lienzo de Damiata, arregazada de los hombros a la cintura, con sus flecos pendientes, al tiempo que el soberano paseaba sus amenos jardines, comenzó a regar la tierra fogosa con un regador de madera, blasonando de la oportunidad de su obsequio; pero hizo burla de él. Después tomando las vueltas, que bien sabia, se adelantó a regar otra calle, para apagar el polvo. Conocióle el César, y le penetró el pensamiento. Y cuando el pensaba haber hecho un gran negocio, le dice el soberano: oyes, ven acá. Acude volando, alegre con la cierta esperanza de alguna merced. Entonces la majestad de tan grande emperador se burló de él con este donaire: no es cosa lo que hiciste, y has trabajado en vano: que mas caras que eso vendo yo las bofetadas.
✅ El lobo y el cordero
A un mismo riachuelo un lobo y un cordero habían llegado, por la sed impulsados. En la parte de arriba estaba el lobo, y bastante más abajo el cordero. Entonces, excitado por su voracidad,
el cazador un motivo de pelea introdujo; “¿Por qué», dijo, «me enturbiaste el agua a mí, que estoy bebiendo?” A su vez, el cordero, teniendo miedo: “¿Cómo puedo, te pregunto, hacer eso de lo que te quejas, lobo? El agua discurre de ti hacia mis sorbos». Aquel, rechazado por la fuerza de la verdad, «Seis meses antes» dijo «hablaste mal de mí». Responde el cordero: «Ciertamente no había nacido». » Tu propio padre,¡Por Hércules!» dijo aquél, «habló mal de mí»; y, agarrado de tal manera, lo descuartizó en una muerte injusta.
✅ Un ciervo y unos bueyes
Un ciervo ojeado de entre los escondrijos de un bosque, para escapar de la muerte, que la amenazaba de parte de los cazadores, se acogió a una quinta cercana, y se escondió en el matadero, que era el sitio mas a mano. Allí un buey le dijo al refugiado: ¿En qué has pensado, infeliz, que por tu pie has venido corriendo al matadero, y fiado tu vida a la merced de los hombres? A esto respondió humilde el ciervo: Vosotros por ahora no me descubráis, que yo me saldré a la primera ocasión que se ofrezca. A la luz del día suceden las tinieblas de la noche; el boyero trae ramaje para los bueyes, y no por eso ve al ciervo: entran y salen una y otra vez los demás rústicos, y ninguno repara en él: pasa por allí también el cachicán, y ni este lo advierte. Gozoso entonces el ciervo comenzó a dar muchas gracias a los pacíficos bueyes, por haberle dado asilo en su desgracia. Respondiole uno de ellos: nosotros a la verdad deseamos verte libre; pero si viniere el de cien ojos, en gran riesgo está tu vida. Al decir esto, hétele aquí el amo después de cena; y porque había observado poco antes, que los bueyes estaban desmejorados, se llega a los pesebres y dice: ¿Por qué habrá aquí tan poca hoja? aquí faltan las mullidas: ¿tanto hubiera costado quitar estas telarañas? Al tiempo que así lo registra todo, descubre también los altos cuernos del ciervo, al cual, convocada la familia, manda matar y se alza con él, como presa suya.
✅ El lobo y el caballo
Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso: − ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!
✅ Un perro y un lobo
Un lobo transido de hambre se encontró casualmente con un perro bien cebado. Saludándose mutuamente, luego que se pararon, comenzó el lobo: dime por tu vida
¿Cómo estás tan lucido, o con qué alimento has echado tanto cuerpo, cuando yo, que soy mas valiente perezco de hambre? El perro respondió llanamente: tú puedes lograr la misma fortuna, si te atreves a servir a mi amo como yo.
¿En qué? replica el lobo; en ser guarda de la puerta, y defender la casa por la noche de los ladrones, Pues estoy pronto: ahora ando expuesto a las nieves y lluvias, pasando una vida trabajosa en las selvas: ¿Cuánta mas cuenta me tiene vivir a sombra de tejado y hartarme de comida, sin tener que hacer? Pues vente conmigo, dijo el perro. Yendo los dos juntos, reparó el lobo, que el cuello del perro estaba pelado del peso de la cadena, y díjole: ¿De qué es esto, amigo? No es nada. No importa: dímelo por tu vida. Como me tienen por inquieto, me atan entre día para que descanse y vele cuando llegare la noche: suelto al anochecer; ando por donde se me antoja. Tráenme pan sin pedirlo: el amo desde su mesa me alarga los huesos, la familia me arroja sus mendrugos, y cada cual el guisado de que no gusta. Y así sin fatiga se llena la panza. Bien: ¿pero si quieres salir de casa, te dan licencia? Eso no, respondió el perro. Pues sino, concluyó el lobo, disfruta tú esos bienes que tanto alabas, que yo ni reinar quiero, si me ha de faltar la libertad.
✅ El lobo y la cabra
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo: − Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer.
Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y crecido. Pero la cabra le dijo: − Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu plato.
✅ Un hermano y su hermana
Cierto hombre tenia una hija feísima, y al mismo tiempo un hijo de gallardo y hermoso aspecto. Enredando los dos como niños, por casualidad se miraron en un espejo, que estaba en el tocador de su madre.
El chico se precia de lindo: la niña se enoja, y no sufre las chanzas del hermanito vanaglorioso, tomándolas todas (¿Cómo no?) a desprecio suyo.
Fuese, pues, corriendo a su padre, para despicarse, y acusa a su hermano de una culpa muy odiosa; porque siendo hombre, echó la mano al espejo, cosa propia de mujeres.
El padre, abrazando a los dos, besándolos y repartiendo entre ambos su tierno amor, les dice: Yo quiero que ambos uséis del espejo cada día.
Tú, hijo mío, para que no afees con los vicios tu hermosura: y tú, hija mía, para que venzas la fealdad de tu rostro con tus buenas costumbres.
✅ El hombre y la piedra
Un día, Esopo le pidió a uno de sus esclavos que fuera a los baños públicos para ver si había mucha gente. El muchacho obedeció y se dirigió hacia los baños, pero se dio cuenta de que en la entrada había una piedra con la que todos tropezaban al intentar entrar en los baños.
Uno a uno, al chocar con la piedra, se daban la vuelta. Pero entonces vio que una de las personas, antes de entrar, de pronto miró al suelo, se agachó y retiró la piedra para no tropezar. La dejó lejos, en una esquina, para que ninguno más se cayera.
El esclavo entró entonces en los baños y echó un vistazo. Al regresar, Esopo le preguntó:
– Y bien, ¿había mucha gente?
Y él contestó:
– Hummm…. No, solo una persona.
✅ El poeta sobre creer y no creer / Fábulas de Fedro
El creerlo todo y no creer nada, es igualmente peligroso. De uno y otro apuntaré brevemente varios ejemplos. Hipólito murió, porque se dio crédito a su madrastra; Por no habérsele dado a Casandra, fue asolada Troya. Luego se debe examinar mucho la verdad, antes que una resolución indiscreta juzgue con desacierto; mas para no desacreditar esta verdad con antiguallas fabulosas, te contaré lo que pasó en mi tiempo.
Como un marido amase mucho a su mujer, y previniese ya la toga blanca para su hijo, fue llamado aparte por un liberto suyo, que esperaba ser su inmediato heredero, si el hijo faltase; el cual después de haberle contado muchos mas de los delitos de su buena mujer, añadió lo que conocía, que había de herir más en lo vivo a quien le amaba; y fue, que a su casa venia frecuentemente a hurtadillas un hombre con quien ella perdía su fama, y desperdiciaba los bienes de la casa. Irritado él con este falso testimonio, fingió, que iba a la quinta, y quedose, oculto en el lugar: luego a la noche entró de improviso en su casa, encaminándose en derechura al cuarto de su mujer; en el cual ella había mandado dormir a su hijo, por guardarle mejor, respecto de su edad adulta. Mientras buscan luz, y mientras se azora la familia, no pudiendo contener el ímpetu de su cólera enfurecida, se llega a la cama y a tientas toca una cabeza, Luego que sintió que tenia cortado el cabello, le atraviesa el corazón con la espada, no reparando en nada, a trueque de vengar su agravio. Traída la luz, así que vio a su hijo y a la inocente esposa, que dormía en su alcoba, y rendida al primer sueño, nada había sentido, se anticipó a darse el castigo de su maldad, y se arrojó sobre la espada, que había desenvainado su credulidad. Los acusadores dieron querella contra la mujer, y la obligaron a comparecer en Roma ante los centumviros. Tenia contra sí las sospechas de la malignidad, porque poseía los bienes del difunto. Salen a la defensa sus abogados, alegando fuertemente a favor de la mujer inocente. Entonces los jueces pidieron al emperador Augusto, que les ayudase a hacer justicia, a la que estaban obligados por su juramento, porque se hallaban embarazados en una causa tan intrincada. El César, después que disipó las tinieblas de la calumnia, y halló el origen cierto de la verdad: Pague, dijo, la pena el liberto autor de esta tragedia; porque a la mujer despojada del hijo, y juntamente del marido, antes la juzgo digna de lástima, que de castigo. Que si el padre de familias hubiera examinado bien tan atroces delaciones, si hubiera desentrañado el falso testimonio hasta dar en la raíz, no hubiera arruinado su asa con funesto arrojo.
Nada desprecie el oído, ni se crea de ligero, pues tal vez pecan aun los que no pensaras, y los que no pecan son infamados con mentiras. Esto pueda también servir de aviso a los sencillos, para que no juzguen de las cosas por la opinión ajena. Porque la varia ambición de los mortales se deja llevar de su traición, y de su desafecto. Aquel tendrás bien conocido, a quien hubieres tanteado por ti mismo.
Esto he contado mas a la larga, porque he disgustado a algunos con la demasiada brevedad.
✅ El novillo, el león y el bandido / Fábulas de Fedro
Un león estaba sobre un novillo abatido. Se presentó un bandido pidiéndole una parte.
-Te la daría -dijo- si no estuvieras acostumbrado a tomártela por ti mismo.
Y rechazó al malvado. Por casualidad un inofensivo viajero llegó al mismo lugar y, al ver la fiera, echó atrás sus pasos. El león, tranquilo, le dijo:
-No temas nada y llévate con audacia la parte que se le debe a tu modestia.
Entonces, tras hacer trozos del cuerpo del novillo, se dirigió a los bosques para dejar libre acceso al hombre.
✅ La mujer parturienta / Fábulas de Fedro
Nadie visita con agrado el lugar que le ha dañado.
En el momento del parto, transcurridos los meses, una mujer yacía en el sueño profiriendo afligidos gemidos. El marido la exhortó a que descansara su cuerpo en el lecho donde liberaría mejor el peso de la naturaleza.
-No creo -dijo ella- que sea posible de ningún modo poner fin a este mal en el lugar en que se concibió en su principio.
✅ Un piloto y un marinero / Fábulas de Fedro
Estaba una nave a merced de los varios y encontrados, vientos de alterado mar, y la tripulación con las lágrimas, temor y congojas de cercana muerte; serenose de súbito el furioso temporal; continuaron bogando con próspero viento, y al punto se vio a los pasajeros., henchidos de gozo, solazarse con inusitada alegría. Mas el piloto, aleccionado con la experiencia del pasado peligro, dijo así. «Puesto que en la tierra andan siempre asidos de la mano el placer y la pena, mostrémonos tan prudentes antes de llegar al deseado puerto, que tanto las expansiones como las quejas sean siempre moderadas.»
✅ El caballo y el jabalí
Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco. Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos. Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda. -Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero debes permitirme montar sobre tu lomo. El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo. Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no pensaba desmontar. -Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo. Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura. Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo. Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día: -¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!
✅ Las ranas contra el sol
Quiso casarse el sol allá en tiempos antiguos; y tanto se alborotaron las ranas al saber la noticia, que hubo de preguntarles Júpiter el motivo de tan inusitadas quejas. Adelantándose en aquel punto la más osada de entre ellas, dijo: «Al presente el sol es uno solo, y con todo eso, abrasa y deseca nuestras lagunas, forzándonos a morir en estas por todo extremo áridas moradas; pregunto: ¿qué nos sucedería si llegare a tener hijos?»
✅ Fábulas de Fedro: Las dos perras
Fabulas de Fedro
Suelen envolver una asechanza las caricias de los malos, y para no caer en ella, nos conviene tener muy presente lo que diremos a continuación. Una perra solicitó de otra permiso para echar en su choza la cría, favor que le fue otorgado sin dificultad alguna; pero es el caso que iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos. Como se le hiciesen nuevas instancias, pasado el último plazo que ella misma había fijado, contestó arrogantemente : «Me saldré de aquí, si tienes valor para luchar conmigo y con mi turba.»
✅ Fábulas de Fedro: De un milano enfermo
Fabulas de Fedro
Hacía largo tiempo que un milano estaba enfermo, y viéndose ya sin esperanzas de vida, rogó a su madre que acudiese al pie de los altares, y cansase a las divinidades con fervientes súplicas por el restablecimiento de su salud. «Que me place, respondió la madre; pero mucho me temo, sea todo infructuoso; porque si tú, atropellando por la reverencia debida a lo sagrado, profanaste los templos y llevaste la osadía hasta el punto de no perdonar ni aún a los sacrificios de los dioses, ¿cómo quieres que les pida clemencia en favor tuyo?»
✅ Fábulas de Fedro: Una vieja a un cántaro
Yacía en tierra un cántaro vacío, y ya fuese por las heces del vino o ya por lo exquisito de su barro, es lo cierto que despedía suavísima fragancia. Violó una vieja, y después de haberle olido, dijo así: «¡Oh suave licor! ¿En qué alabanzas no me desharé al ponderar lo que antes fuiste, mostrando todavía tales reliquias?» Lo que ahora escribo (dice Fedro) declara cuál debió ser el vigor y elegancia de lo que escribí en mejores días.
✅ Fábulas de Fedro: Dos calvos
Fabulas de Fedro
Uno se encontró por casualidad en medio de la calle un peine; llegóselo otro, tan calvo como él, y dijo: «A la parte, a la parte.» Mostrando el primero su hallazgo, añadió después. «Está visto, los dioses han querido favorecernos; mas por nuestra mala ventura hemos hallado, como se dice, carbones en lugar de un tesoro.»
Estaba un señor Cuervo posado en un árbol, y tenía en el pico un queso. Atraído por el tufillo, el señor Zorro le habló en estos o parecidos términos: “¡Buenos días, caballero Cuervo! ¡Gallardo y hermoso sois en verdad! Si el canto corresponde a la pluma, os digo que entre los huéspedes de este bosque sois vos el Ave Fénix.” Al oír esto el Cuervo, no cabía en la piel de gozo, y para hacer alarde de su magnífica voz, abrió el pico, dejando caer la presa. Agarrola el Zorro, y le dijo: “Aprended, señor mío, que el adulador vive siempre a costas del que le atiende; la lección es provechosa; bien vale un queso.” El Cuervo, avergonzado y mohino, juró, aunque algo tarde, que no caería más en el garlito.
La encina y la caña
Dijo la Encina a la Caña: “Razón tienes para quejarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave peso; la brisa más ligera, que riza la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. Mi frente, parecida a la cumbre del Cáucaso, no sólo detiene los rayos del sol; desafía también la tempestad. Para ti, todo es aquilón; para mí, céfiro. Si nacieses, a lo menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías tanto: yo te defendería de la borrasca. Pero casi siempre brotas en las húmedas orillas del reino de los vientos. ¡Injusta ha sido contigo la naturaleza! –Tu compasión, respondió la Caña, prueba tu buen natural; pero no te apures. Los vientos no son tan temibles para mí como para ti. Me inclino y me doblo, pero no me quiebro. Hasta el presente has podido resistir las mayores ráfagas sin inclinar el espinazo; pero hasta el fin nadie es dichoso.” Apenas dijo estas palabras, de los confines del horizonte acude furibundo el más terrible huracán que engendró el septentrión. El árbol resiste, la caña se inclina; el viento redobla sus esfuerzos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la Encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus pies en los dominios del Tártaro.
Fábulas de Jean de La Fontaine
La rana que quiso hincharse como un buey
Vio cierta Rana a un Buey, y le pareció bien su corpulencia. La pobre no era mayor que un huevo de gallina, y quiso, envidiosa, hincharse hasta igualar en tamaño al fornido animal. “Mirad, hermanas, decía a sus compañeras; ¿es bastante? ¿No soy aún tan grande como él? –No.- ¿Y ahora?- Tampoco. -¡Ya lo logré! -¡Aún estás muy lejos!” Y el bichuelo infeliz hinchose tanto, que reventó. Lleno está el mundo de gentes que no son más avisadas. Cualquier ciudadano de la medianía se da ínfulas de gran señor. No hay principillo que no tenga embajadores. Ni encontraréis marqués alguno que no lleve en pos tropa de pajes.
Los zánganos y las abejas
Sucedió que algunos panales de miel no tenían dueño. Los Zánganos los reclamaban, las Abejas se oponían; llevose el pleito al tri- bunal de cierta Avispa: ardua era la cuestión; testigos deponían haber visto volando al rededor de aquellos panales unos bichos alados, de color oscuro, parecidos a las Abejas; pero los Zánganos tenían las mismas señas. La señora Avispa, no sabiendo qué decidir, abrió de nuevo el sumario, y para mayor ilustración, llamó a declarar a todo un hormiguero; pero ni por esas pudo aclarar la duda. “¿Me queréis decir a qué viene todo esto? preguntó una Abeja muy avisada. Seis meses hace que está pendiente el litigio, y nos encontramos lo mismo que el primer día. Mientras tanto, la miel se está perdiendo. Ya es hora de que el juez se apresure; bastante le ha durado la ganga. Sin tantos autos ni providencias, trabajemos los Zánganos y nosotras, y veremos quien sabe hacer panales tan bien concluidos y tan repletos de rica miel.” No admitieron los Zánganos, demostrando que aquel arte era superior a su destreza, y la Avispa adjudicó la miel a sus verdaderos dueños. Así debieran decidirse todos los procesos. La justicia de moro es la mejor. En lugar de código, el sentido común. No subirían tanto las costas. No sucedería como pasa muchas veces, que el juez abre la ostra, se la come, y les da las conchas a los litigantes.
Los dos mulos
Andaban dos mulos, anda que andarás. Iba el uno cargado de avena; llevaba el otro la caja de recaudo. Envanecido éste de tan preciosa carga, por nada del mundo quería que le aliviasen de ella. Caminaba con paso firme, haciendo sonar los cascabeles. En esto, se presenta el enemigo, y como lo que buscaba era el dinero, un pelotón se echó sobre el Mulo cogiolo del freno y lo detuvo. El animal, al defenderse, fue acribillado, y el pobre gemía y suspiraba. “¿Esto es, exclamó, lo que me prometieron? El Mulo que me sigue escapa al peligro; ¡yo caigo en él, y en él perezco! _Amigo, díjole el otro; no siempre es una ganga tener un buen empleo: si hubieras servido, como yo, a un molinero patán, no te verías tan apurado.”
Fábulas de Jean de La Fontaine
El gallo y la perla
Un día cierto Gallo, escarbando el suelo, encontró una perla, y se la dio al primer lapidario que halló a mano. “Fina me parece, le dijo, al dársela; pero para mí vale más cualquier grano de mijo o avena.” Un ignorantón heredó un manuscrito, y lo llevó en el acto a la librería vecina. “Paréceme cosa de mérito, le dijo al librero; pero, para mí, vale más cualquier florín o ducado.”
El gato y los ratones
Un gato, llamado Rodilardo, causaba entre las ratas tal estrago y las diezmaba de tal manera que no osaban moverse de su cueva. Así, con tal penuria iban viviendo que a nuestro gato, el gran Rodilardo, no por tal lo tenían, sino por diablo. Sucedió que un buen día en que Rodilardo por los tejados buscaba esposa, y mientras se entretenía con tales cosas, reuniéronse las ratas, deliberando qué remedio tendrían sus descalabros. Habló así la más vieja e inteligente: -Nuestra desgracia tiene un remedio: ¡atémosle al gato un cascabel al cuello! Podremos prevenirnos cuando se acerque, poniéndonos a salvo antes que llegue. Cada cual aplaudió entusiasmada; esa era la solución ¡estaba clara! Mas poco a poco reaccionaron las ratas, pues ¿cuál iba a ser tan timorata? ¡Quién iba a atarle el cascabel al gato!
La muerte y el leñador
Un pobre leñador, agobiado bajo el peso de los haces y los años, cubierto de ramaje, encorvado y quejumbroso, camina a paso lento, en demanda de su ahumada choza. Pero, no pudiendo ya más, deja en tierra la carga, cansado y dolorido, y se pone a pensar en su mala suerte. ¿Qué goces ha tenido desde que vino al mundo? ¿Hay alguien más pobre y mísero que él en la redondez de la tierra? El pan le falta muchas veces, y el reposo siempre: la mujer, los hijos, los soldados, los impuestos, los acreedores, la carga vecinal, forman la exacta pintura del rigor de sus desdichas. Llama a la Muerte; viene sin tardar y le pregunta qué se le ofrece. “Que me ayudes a volver a cargar estos haces; al fin y al cabo no puedes tardar mucho.” La Muerte todo lo cura; pero bien estamos aquí: antes padecer que morir, es la divisa del hombre.
El niño y el maestro de escuela
Un muchacho cayó al agua, jugando a la orilla del Sena. Quiso Dios que creciese allí un sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido estaba a ellas, cuando pasó un Maestro de escuela. Gritole el Niño: “¡Socorro, que muero!” El Dómine, oyendo aquellos gritos, volvióse hacia él, muy grave y tieso, y de esta manera le adoctrinó: “¿Habráse visto pillete como él? Contemplad en qué apuro le ha puesto su atolondramiento. ¡Encargaos después de calaverillas como éste! ¡Cuán desgraciados son los padres que tienen que cuidar de tan malas pécoras! ¡Bien dignos son de lástima!” y terminada la filípica, sacó al Muchacho a la orilla. Alcanza esta crítica a muchos que no se lo figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante, a quien no siente bien el discursillo que he puesto en labios del Dómine. Y de pedantes, censores y charlatanes, es larga la familia. Dios hizo muy fecunda esta raza. Venga o no venga al caso, no piensan en otra cosa que en lucir su oratoria. –Amigo mío, sácame del apuro y guarda para después la reprimenda.
Fábulas de Jean de La Fontaine
Un hombre de cierta edad y sus dos amantes
Un hombre de edad madura, más pronto viejo que joven, pensó que era tiempo de casarse. Tenía el riñón bien cubierto, y por tanto, donde elegir; todas se desvivían por agradarle. Pero nuestro galán no se apresuraba. Piénsalo bien, y acertarás. Dos viuditas fueron las preferidas. La una, verde todavía; la otra, más sazonada, pero que reparaba con auxilio del arte lo que había destruido la naturaleza. Las dos viuditas, jugando y riendo, le peinaban y arreglaban la cabeza. La más vieja le quitaba los pocos pelos negros que le quedaban, para que el galán se le pareciese más. La más joven a su vez, le arrancaba las canas; y con esta doble faena, nuestro buen hombre quedó bien pronto sin cabellos blancos ni negros. “Os doy gracias, les dijo, oh señoras mías, que tan bien me habéis trasquilado. Más es lo ganado que lo perdido, porque ya no hay que hablar de bodas. Cualquiera de vosotras que escogiese, querría hacerme vivir a su gusto y no al mío. Cabeza calva no es buena para esas mudanzas: muchas gracias, pues, por la lección.”
El lobo y el perro
Era un lobo, y estaba tan flaco, que no tenía más que piel y huesos: tan vigilantes andaban los perros de ganado. Encontró a un mastín, rollizo y lustroso, que se había extraviado. Acometerlo y destrozarlo, cosa es que hubiese hecho de buen grado el señor Lobo; pero había que emprender singular batalla, y el enemigo tenía trazas de defenderse bien. El lobo se le acerca con la mayor cortesía, entabla conversación con él, y le felicita por sus buenas carnes. “No estáis tan lucido como yo, porque no queréis, contesta el Perro: dejad el bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo a la ventura! ¡Siempre al atisbo de lo que caiga! Seguidme, y tendréis mejor vida.” Contestó el lobo: “¿Y qué tendré que hacer? –Casi nada, repuso el Perro: acometer a los pordioseros y a los que llevan bastón o garrote; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es esto, tendréis por gajes buena pitanza, las sobras de todas las comidas, huesos de pollos y pichones; y algunas caricias, por añadidura.” El Lobo, que tal oye, se forja un porvenir de gloria, que le hace llorar de gozo. Camino haciendo, advirtió que el perro tenía en el cuello una peladura. “¿Qué es eso? preguntole. –Nada.- ¡Cómo nada! –Poca cosa.- Algo será. –Será la señal del collar a que estoy atado.- ¡Atado! exclamó el Lobo: pues ¿que? ¿No vais y venís a donde queréis? –No siempre, pero eso, ¿qué importa? – Importa tanto, que renuncio a vuestra pitanza, y renunciaría a ese precio el mayor tesoro.” Dijo, y echó a correr.
Aún está corriendo.
El ratón de campo y el ratón de ciudad
Invitó el ratón de la corte a su primo del campo con mucha cortesía a un banquete de huesos de exquisitos pajarillos, contándole lo bien que en la ciudad se comía. Sirviendo como mantel un tapiz de Turquía, muy fácil es entender la vida regalada de los dos amigos. Pero en el mejor momento algo estropeó el festín: En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido y vieron que asomó el gato. Huyó el ratón cortesano, seguido de su compañero que no sabía dónde esconderse. Cesó el ruido; se fue el gato con el ama y volvieron a la carga los ratones. Y dijo el ratón de palacio: — Terminemos el banquete. — No. Basta — responde el campesino –. Ven mañana a mi cueva, que aunque no me puedo dar festines de rey, nadie me interrumpe, y podremos comer tranquilos. ¡ Adiós pariente ! ¡Poco vale el placer cuando el temor lo amarga !
La muerte y el desdichado
Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la Muerte. “¡Oh Muerte! exclamaba: ¡cuán agradable me pareces! Ven pronto y pon fin a mis infortunios.” La Muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acu- dió al momento. Llamó a la puerta, entró y se le presentó. “¿Qué veo? exclamó el desdichado; llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! Su presencia me aterra y horroriza. ¡No te acerques, oh Muerte! ¡retírate pronto!” Mecenas fue hombre de gusto; dijo en cierto pasaje de sus obras: “Quede cojo, manco, impotente, gotoso, paralítico; con tal de que viva, estoy satisfecho. ¡Oh Muerte! ¡no vengas nunca!” Todos decimos lo mismo.
Simónides preservado por los dioses
Nunca alabaremos bastante a los Dioses, a nuestra amante y a nuestro rey. Malherbe lo decía, y suscribo a su opinión: me parece una excelente máxima. Las alabanzas halagan los oídos y ganan las voluntades: muchas veces conquistáis a este precio los favores de una hermosa. Veamos cómo las pagan los Dioses. El poeta Simónides se propuso hacer el panegírico de un atleta, y tropezó con mil dificultades. El asunto era árido: la familia del atleta, desconocida; su padre, un hombre vulgar; él, desprovisto de otros méritos. Comenzó el poeta hablando de su héroe, y después de decir cuanto pudo, salióse por la tangente, ocupándose de Cástor y de Pólux; dijo que su ejemplo era glorioso para los luchadores; ensalzó sus combates, enumerando los lugares en que más se distinguieron ambos hermano; en resumen: el elogio de aquellos Dioses llenaba dos tercios de la obra. Había prometido el atleta pagar un talento por ella; pero cuando la hubo leído, no dio más que la tercera parte, diciendo, sin pelos en la lengua, que abonasen el resto Cástor y Pólux. “Reclamad a la celestial pareja, añadió. Pero, quiero obsequiaros, por mi parte: venid a cenar conmigo. Lo pasaremos bien: Los convidados son gente escogida; mis parientes y mis mejores amigos: sed de los nuestros.” Simónides aceptó: temió perder, a más de lo estipulado, los gajes del panegírico. Fue a la cena: comieron bien; todos estaban de buen humor. De pronto se presenta un sirviente, avisándole que a la puerta había dos hombres preguntando por él. Se levanta de la mesa, y los demás continúan sin perder bocado. Los dos hombres que le buscan, son los celestes gemelos del panegírico. Danle gracias, y en recompensa de sus versos, le advierten que salga cuanto antes de la casa, porque va a hundirse. La predicción se cumplió. Flaqueó un pilar; el techo, falto de apoyo, cayó sobre la mesa del festín, quebrando platos y botellas. No fue esto lo peor: para completar la venganza debida al vate, una viga rompió al atleta las dos piernas y lastimó a casi todos los comensales. Publicó la fama estas nuevas. “¡Milagro!” gritaron todos; y doblaron el precio a los versos de aquél varón tan amado de los Dioses. No hubo persona bien nacida que no le encarga- se el panegírico de sus antecesores, pagándolo a quién mejor. Vuelvo a mi texto, y digo, en primer lugar, que nunca serán bastante alabados los Dioses y sus semejantes. En segundo lugar, que Melpómene muchas veces, sin desdoro, vive de su trabajo; y por último, que nuestro arte debe ser tenido en algo. Hónranse los grandes cuando nos favorecen: en otro tiempo, el Olimpo y el Parnaso eran hermanos y buenos amigos.
La ternera, la cabra, y la oveja, en compañía del león
La Ternera, la Cabra y la Oveja, hicieron compañía, en tiempos de antaño, con un fiero León, señor de aquella comarca, poniendo en común pérdidas y ganancias. Cayó un ciervo en los lazos de la Cabra, y al punto envió la res a sus socios. Presentáronse éstos, y el León le sacó las cuentas. “Somos cuatro para el reparto,” dijo, despedazando a cuartos el ciervo, y hechas partes, tomó la primera, como rey y señor. “No hay duda, dijo, en que debe ser para mí, porque me llamo León. La segunda me corresponde también de derecho: ya sabéis cual derecho, el del más fuerte. Por ser más valeroso, exijo la tercera. Y si alguno de vosotros toca la cuarta, en mis garras morirá”
Los ladrones y el jumento – Fabulas de Jean de la Fontaine
Por un jumento robado de peleaban dos ladrones. Mientras llovían puñetazos, llega un tercer ladrón y se lleva el borriquillo. El Jumento suele ser alguna mísera provincia; los ladrones, éste o el otro Príncipe, como el de Transilvania, el de Hungría o el Otomano. En lugar de dos, se me han ocurrido tres: bastantes son ya. Para ninguno de ellos es la provincia conquistada: viene un cuarto, que los deja a todos iguales, llevándose el borriquillo.
La zorra y la cigüeña – Fabulas de Jean de la Fontaine
Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo, pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante. Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra. — Encantada — dijo –, yo no soy protocolaria con mis amistades. Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne, partida en finos pedazos, la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y apretando su cola. Para vosotros escribo, embusteros: ¡ Esperad la misma suerte !
El dragón de muchas cabezas y el de muchas colas
Un mensajero del Gran Turco se vanagloriaba, en el palacio del Emperador de Alemania, de que las fuerzas de su soberano eran mayores que las de este imperio. Un alemán le dijo: “Nuestro Príncipe tiene vasallos tan poderosos que por sí pueden mantener un ejército.” El mensajero, que era varón sesudo, le contestó: “Conozco las fuerzas que puede armar cada uno de los Electores, y esto me trae a las mientes una aventura,
algo extraña, pero muy verídica. Hallábame en lugar seguro, cuando vi pasar a través de un seto las cien cabezas de una hidra. La sangre se me helaba, y no había para menos. Pero todo quedó en susto: el monstruo no pudo sacar el cuerpo adelante. En esto, otro dragón, que no tenía más que una cabeza, pero muchas colas, asoma por el seto. ¡No fue menor mi sorpresa, ni tampoco mi espanto! Pasó la cabeza, pasó el cuerpo, pasaron las colas sin tropiezo: esta es la diferencia que hay entre vuestro Emperador y el nuestro.
La liebre y la tortuga – Fabulas de Jean de la Fontaine
Una Liebre y una Tortuga hicieron una apuesta. La Tortuga dijo: -A que no llegas tan pronto como yo a este árbol…
—¿Que no llegaré? -contestó la Liebre riendo-. Estás loca. No sé lo que tendrás que hacer antes de emprender la carrera para ganarla.
—Loca o no, mantengo la apuesta.
Apostaron, y pusieron junto al árbol lo apostado; saber lo que era no importa a nuestro caso, ni tampoco quién fue juez de la contienda.
Nuestra Liebre no tenía que dar más que cuatro saltos. Digo cuatro, refiriéndome a los saltos desesperados que da cuando la siguen ya de cerca los perros, y ella los da muy contenta y sus patas apenas se ven devorando el yermo y la pradera.
Tenía, pues, tiempo de sobra para pacer, para dormir y para olfatear el tiempo. Dejó a la tortuga andar a paso de canónigo. Ésta partió esforzándose cuanto pudo; se apresuró lentamente. La Liebre, desdeñando una fácil victoria, tuvo en poco a su contrincante, y juzgó que importaba a su decoro no emprender la carrera hasta la última hora. Estuvo tranquila sobre la fresca hierba, y se entretuvo atenta a cualquier cosa, menos a la apuesta. Cuando vio que la Tortuga llegaba ya a la meta, partió como un rayo; pero sus patas se atoraron por un momento en el matorral y sus bríos fueron ya inútiles. Llegó primero su rival.
—¿Qué te parece? -le dijo riendo la Tortuga-. ¿Tenía o no tenía razón? ¿De qué te sirve tu agilidad siendo tan presumida? ¡Vencida por mí ¿Que te pasaría si llevaras, como yo, la casa a cuestas?
El hombre y su imagen (al Señor Duque de la Rochefocauld)
Un hombre enamorado de sí mismo, y sin rival en estos amores, se tenía por el más gallardo y hermoso del mundo. Acusaba de falsedad a todos los espejos, y vivía contentísimo con su falaz ilusión. La Suerte, para desengañarle, presentaba a sus ojos en todas partes esos mudos consejeros de que se va- len las damas: espejos en las habitaciones, espejos en las tiendas, espejos en las faltriqueras de los petimetres, espejos hasta en el cinturón de las señoras. ¿Que hace nuestro Narciso? Se esconde en los lugares más ocultos, no atreviéndose a sufrir la prueba de ver su imagen en el cristal. Pero un canalizo que llena el agua de una fuente, corre a sus pies en aquel retirado paraje: se ve en él, se exalta y cree divisar una quimérica imagen. Hace cuanto puede para evitar su vista; pero era tan bello aquel arroyo, que le daba pena dejarlo. Comprenderéis a dónde voy a parar: a todos me dirijo: esa ilusión de que hablo, es un error que alimentamos complacidos. Nuestra alma es el enamorado de sí mismo: los espejos, que en todas partes encuentra, son las ajenas necedades que retratan las propias; y en cuanto al canal, cualquiera lo adivinará: es el Libro de las Máximas.
El león, el lobo y la zorra – Fabulas de Jean de la Fontaine
Un León decrépito, paralítico, y al cabo ya de sus días, pedía el remedio para la vejez. A los reyes no se les puede decir imposible. Envió a buscar médicos entre todas las castas de animales, y de todas partes llegaron los doctores, bien provistos de recetas. Muchas visitas le hicieron, pero faltó la de la Zorra, que se mantuvo encerrada en su guarida. Un Lobo, que también hacia la corte al monarca moribundo, denunció al ausente camarada. El rey mandó que en el acto hicieran salir a la Zorra de su madriguera, y la llevaran a su presencia. Llegó, se presentó, y sospechando que el Lobo había llevado el chisme, habló así al León: —Mucho temo, señor, que informes maliciosos hayan achacado a falta de celo la demora de mi presentación. Quiero que sepas, pues, que estaba peregrinando, en cumplimiento de cierta promesa que hice por tu salud, y he podido tratar en mi viaje con varones expertos y doctos, a quienes he consultado sobre la postración que te aqueja y aflige. Lo único que te falta es calor: los años lo han gastado. —¿Y qué tengo que hacer? -preguntó el León. —Que te apliquen la piel caliente y humeante de un Lobo, desollándolo vivo. Es remedio excelente para una naturaleza desfallecida. Ya verás qué camiseta interior tan buena te proporciona el señor Lobo. Pareció bien el remedio al monarca, y mandó desollar en el acto al Lobo. Lo descuartizaron e hicieron tajadas. Cenó de ellas el León y se abrigó con su pellejo.
El sol y las ranas – Fabulas de Jean de la Fontaine
Las Ranas decidieron celebrar un consejo. Estaban muy asustadas. El Sol había dicho que iba a cambiar su rumbo. Que sólo calentaría la Tierra durante seis meses al año; los otros serían de oscuridad y frío. —¿Qué será de nosotras? -alegaban consternadas-; se secarán las charcas, los ríos…No podremos echarnos panza arriba a calentarnos; desaparecerán los insectos que nos alimentan. ¡No es justo! ¡Tenemos que protestar seriamente! Elevaron sus clamores, y entonces una voz les respondió: —¿Sólo por ustedes…por su bienestar, desean que el Sol siga alumbrando y calentando la Tierra todo el año? —¿Y por qué tenemos que desearlo por alguien más? -contestaron sorprendidas.
La cigarra y la hormiga – Fabulas de Jean de la Fontaine
Durante el verano una hormiga muy trabajadora iba y venía una y otra vez del campo a su hormiguero, siempre cargada con algo. Pronto llegaría el otoño y después el invierno. Por lo tanto debía de recoger granos, hojas y otros alimentos para almacenarlos y poder tener provisiones hasta la llegada del próximo verano. Mientras tanto, una cigarra cantaba muy contenta, tumbada en la rama de un árbol.
La cigarra cantaba y cantaba a todas horas alegremente. No se preocupaba de nada más que de comer y de cantar. La hormiga, que veía siempre a la cigarra descansando, no entendía por qué ella no se preocupaba de llenar también su despensa para cuando llegase el invierno. Un día la cigarra le dijo a la hormiga: -No deberías trabajar tanto. Haz como yo. Olvídate del trabajo, descansa, diviértete y disfruta de la vida.
Pero la hormiga no le hizo caso y continuó igual de laboriosa, acarreando hacia la despensa de su hormiguero todos los alimentos que encontraba a su paso. Lo mismo que ella también hacían otras hormigas que vivían en su hormiguero. Mientras la cigarra, que era muy perezosa para trabajar, cantaba sin parar, alegre y feliz, en los días de verano.
Pasó el verano y llegó el otoño, y como las nubes amenazaban lluvia, la hormiga trabajó aún más para terminar de llenar su granero.
¡Estoy muy satisfecha de mi trabajo!- pensó la hormiga- Ya tengo provisiones para todo el invierno. Y, después de esto se refugió en su hormiguero, porque se acercaba el invierno y empezaba a hacer frío. -¡Qué frio tengo! – Dijo la cigarra- Ya no tengo ganas de cantar. Además tengo mucha hambre. Pero ¿dónde podré encontrar comida y un refugio para soportar este frío? Entonces se acordó de la hormiga y del alimento que había recogido, mientras que ella solo se preocupó de cantar y cantar. Por eso pensó en ir a su casa para pedirle ayuda. La hormiga, que era muy bondadosa, al verla muerta de frío le ofreció refugio en su granero y le dio alimento. La cigarra se lo agradeció mucho y, por fin comprendió lo importante que es trabajar. A partir de entonces le prometió a la hormiga que cuando llegase la primavera trabajarían juntas y que sólo después de realizar su trabajo se dedicaría a cantar.
Dos amigos – Fabulas de Jean de la Fontaine
Allá, muy lejos en Monomotapa, había dos amigos verdaderos. Todo lo que poseían era común entre ellos. Esos son amigos; no los de nuestro país. Una noche que ambos descansaban, aprovechando la ausencia del sol, uno de ellos se levanta de la cama todo azorado; corre a casa de su compañero, llama a los criados: Morfeo reinaba en aquella mansión. El amigo dormido despierta sobresaltado, toma la bolsa, toma las armas, y sale en busca del otro. “¿Qué pasa? Le pregunta: no acostumbráis a ir por el mundo a estas horas; empleáis mejor el tiempo destinado al sueño. ¿Habéis perdido al juego vuestro caudal? Aquí tenéis oro. ¿Tenéis algún lance pendiente? Llevo la espada, vamos. ¿Os cansáis de dormir solo? A mi lado tengo una esclava muy hermosa: la llamare, si queréis.- No contestó el amigo; no es nada de eso. Soñaba os veía, y me pareció que estabais algo triste. Temí que fuese verdad, y vine corriendo. Ese pícaro sueño tiene la culpa. «Cuál de estos dos amigos era más amigo del otro? He ahí una cuestión que vale la pena dilucidarla. ¡Oh, que gran cosa es un buen amigo! Investiga vuestras necesidades y os ahorra la vergüenza de revelárselas: un ensueño, un presagio, una ilusión: todo lo asusta, si se trata de la persona querida.
El lobo y el cordero – Fabulas de Jean de la Fontaine
Un corderillo sediento bebía en un arroyuelo. Llegó en esto un lobo en ayunas, buscando pendencias y atraído por el hambre. “¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua? dijo malhumorado al corderillo. Castigaré tu temeridad. –No se irrite Vuesa Majestad, contestó el cordero; considere que estoy bebiendo en esta corriente veinte pasos más abajo, y mal puedo enturbiarle el agua. –Me la enturbias, gritó el feroz animal; y me consta que el año pasado hablaste mal de mí. — ¿Cómo había de hablar mal, si no había nacido? No estoy destetado todavía. –Si no eras tú, sería tu hermano. –No tengo hermanos, señor. –Pues sería alguno de los tuyos, porque me tenéis mala voluntad a todos vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Lo sé de buena tinta, y tengo que vengarme.” Dicho esto, el lobo me lo coge, me lo lleva al fondo de sus bosques y me lo come, sin más auto ni proceso.
El león y el ratón – Fabulas de Jean de la Fontaine
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar. Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.- Días atrás – le dijo – te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por tí en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.
Las alforjas – Fabulas de Jean de la Fontaine
Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la tierra. Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos. -¿Qué dices tú, la mona? -preguntó. -¿Me habla a mí? -saltó la mona-. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura! -Que hable el oso -pidió Júpiter. -Aquí estoy -dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante! -Que se presente el elefante… -Francamente, señor -dijo aquél-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas… -Que pase el avestruz. -Por mí no se moleste -dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello… Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella. -Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que sólo ve los cascotes. La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional. -Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie… -Que pase la víbora -dijo Júpiter algo fatigado. Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina: -Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas. -¡Basta! -exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila. -Precisamente -empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado? -¡Esto es el colmo! -dijo Júpiter, dando por terminada la reunión-. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros. Suele ocurrir.
La golondrina y los pajaritos – Fabulas de Jean de la Fontaine
Una golondrina había aprendido mucho en sus viajes. Nada hay que enseñe tanto. Preveía nuestro animalejo hasta las menores borrascas, y antes de que estallasen, las anunciaba a los marineros. Sucedió que, al llegar la sementera del cáñamo, vio a un labriego que echaba el grano en los surcos. “No me gusta eso, dijo a los otros pajaritos. Lástima me dais. En cuanto a mí, no me asusta el peligro, porque sabré alejarme y vivir en cualquier parte. ¿Veis esa mano que echa la semilla al aire? Día vendrá, y no está lejos, en que ha de ser vuestra perdición lo que va esparciendo. De ahí saldrán lazos y redes para atraparos, utensilios y máquinas, que serán para vosotros prisión o muerte. ¡Guárdeos Dios de la jaula y de la sartén! Conviene, pues, prosiguió la Golondrina, que comáis esa semilla. Creedme.” Los Pajaritos se burlaron de ella: ¡había tanto que comer en todas partes! Cuando verdearon los sembrados del cáñamo, la golondrina les dijo: “Arrancad todas las yerbecillas que han nacido de esa malhadada semilla, o sois perdidos. -¡Fatal agorera! ¡Embaucadora! le contestaron: ¡no nos das mala faena! ¡Poca gente se necesitaría para arrancar toda esa sementera!” Cuando el cáñamo estuvo bien crecido: “¡Esto va mal! exclamó la Golondrina: la mala semilla ha sazonado pronto. Pero, ya que no me habéis atendido antes, cuando veáis que está hecha la trilla, y que los labradores, libres ya del cuidado de las mieses, hacen guerra a los pájaros, tendiendo redes por todas partes, no voléis de aquí para allá; permaneced quietos en el nido, o emigrad a otros países: imitad al pato, la grulla y la becada. Pero la verdad es que no os halláis en estado de cruzar, como nosotras, los mare y los desiertos: lo mejor será que os escondáis en los agujeros de alguna tapia.” Los Pajaritos, cansados de oírla, comenzaron a charlar, como hacían los troyanos cuando abría la boca la infeliz Casandra. Y les pasó lo mismo que a los troyanos: muchos quedaron en cautiverio. Así nos sucede a todos: no atendemos más que a nuestros gustos; y no damos crédito al mal hasta que lo tenemos encima.
Señor don Juan, quedito, que me enfado: besar la mano es mucho atrevimiento; abrazarme… don Juan, no lo consiento. Cosquillas… ay Juanito… ¿Y el pecado? Qué malos son los hombres… mas, cuidado, que me parece, Juan, que pasos siento… no es nadie…, despachemos un momento. ¡Ay, qué placer… tan dulce y regalado!
Jesús, qué loca soy, quién lo creyera que con un hombre yo… siendo cristiana mas… que… de puro gusto… ¡ay… alma mía!
Ay, qué vergüenza, vete… ¿aún tienes gana? Pues cuando tú lo pruebes otra vez… pero, Juanito, ¿volverás mañana?
Respuesta de Don Tomás de Iriarte a una dama que le preguntó que era lo mejor que hallaba en su cuerpo
Con licencia, señora, de ese pelo que en rubias ondas llega a la cintura, y de esos ojos cuya travesura ardor infunde al pecho más de hielo;
con licencia del talle, que es modelo propuesto por Cupido a la hermosura, y de esa grata voz cuya dulzura de un alma enamorada es el consuelo,
juro que nada en tu persona he visto como el culo que tienes, soberano, grande, redondo, grueso, limpio, listo;
culo fresco, suavísimo, lozano; culo, en fin, que nació, ¡fuego de Cristo!, para el mismo Pontífice romano.
Los dos loros
De Santo Domingo trajo dos loros una señora. La isla en parte es francesa, y en otra parte española. Así, cada animalito hablaba distinto idioma. Pusiéronlos al balcón, y aquello era Babilonia. De francés y castellano hicieron tal pepitoria, que al cabo ya no sabían hablar ni una lengua ni otra. El francés del español tomó voces, aunque pocas; el español al francés casi se las toma todas. Manda el ama separarlos, y el francés luego reforma las palabras que aprendió de lengua que no es de moda. El español, al contrario, no olvida la jerigonza, y aun discurre que con ella ilustra su lengua propia. Llegó a pedir en francés los garbanzos de la olla, y desde el balcón de enfrente una erudita cotorra la carcajada soltó, haciendo del loro mofa. Él respondió solamente, como por tacha afrentosa: «Vos no sois más que PURISTA». Y ella dijo: «A mucha honra». ¡Vaya, que los loros son lo mismo que las personas!
Los dos conejos
Por entre unas matas, seguido de perros, no diré corría, volaba un conejo. De su madriguera salió un compañero y le dijo: «Tente, amigo, ¿Qué es esto?»
«¿Qué ha de ser?», responde; «sin aliento llego…; dos pícaros galgos me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro, «por allí los veo, pero no son galgos». «¿Pues qué son?» «Podencos.»
«¿Qué? ¿podencos dices? Sí, como mi abuelo. Galgos y muy galgos; bien vistos los tengo.»
«Son podencos, vaya, que no entiendes de eso.» «Son galgos, te digo.» «Digo que podencos.»
En esta disputa llegando los perros, pillan descuidados a mis dos conejos.
Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, Llévense este ejemplo.
Fábulas de Tomás de Iriarte
El apretón
Cantaron mil ingenios inventores empresas de valientes capitanes o amoríos de damas y galanes; otros, conversaciones de pastores, o ya el cultivo de árboles y flores; unos, útiles fábulas morales; muchos, agudas sátiras cantaron, y otros, entre columnas teatrales, con las prestadas voces declamaron, ya el suceso festivo, ya el funesto. Yo canto; mas no canto nada de esto, ni he de decir lo que es, pues con decillo pierde toda la gracia el cuentecillo. Musas, pues hoy no halláis quien os invoque, y casi se os olvida ya el oficio, por poneros siquiera en ejercicio, algo de influjo espero que me toque; y en vez de estaros mano sobre mano, inspirad a un poeta chabacano.
Entre unos cerros ásperos, enfrente del camino llamado de la Puente, que va desde el Molar a Talamanca, paso difícil, solitario, estrecho, que apenas deja trecho a la pezuña asnal o humana zanca, una mañana del templado mayo caminaba un ocioso, sin destino, con sombrero chambergo. con un sayo, un bastón cual bordón de peregrino, y atado atrás el pelo, como un payo.
Iba ya en lo mejor de su paseo, cuando, sin más ni más, le sobrevino un apretón terrible, un insulto enemigo del aseo, urgencia y tentación irresistible, precisión cuotidiana y repentina, no de aquellas que un hombre presto aplaca con soltar un botón a la pretina, sino de aquellas en que no hay consuelo mientras el infeliz no desataca plenamente las bragas hasta el suelo.
Confuso y angustiado, allí suspende el paso el caminante, y tendiendo al instante la vista por la falda del collado, ningún paraje ve proporcionado para cumplir tan necesario intento. Alza las manos a la azul techumbre, e invocando a las ninfas de la cumbre, así las ruega en lastimero acento: «¡Oh dríadas y oréadas piadosas, que habitáis estas verdes soledades. sátiros, faunos y demás deidades, dueños de estas montañas escabrosas! Así los moradores de la empinada sierra de Buitrago os multipliquen aras y loores, que me saquéis de lance tan aciago. Atended al quejido de aquesta apuradísima persona. que, como en vuestros montes no ha nacido, y se crió en la corte regalona, no sabe despachar tal diligencia sino sentado a toda conveniencia. ¡Oh, si por orden vuestra aquí naciera (ya que númenes sois y obráis portentos) alguno de los frágiles asientos de que abunda Alcorcón y Talavera! No reparara entonces en que fuera el barro tosco o fino, ya blanco el baño, terso y cristalino, ya oscuro, ya verdoso, o del redondo hueco en las orillas mal vidriado con orlas amarillas, que a fe que no sería escrupuloso».
Así decía; y las silvestres diosas, apiadadas, sin duda, del fracaso, le guiaban el paso por medio de unas sendas peñascosas, hasta que descubrió la mejor silla, digna de un presidente de Castilla; digna… ¿qué digo? si en la urgencia rara ni por silla de un papa la trocara.
Llevan por un barranco su vertiente dos pobres, pero limpios, arroyuelos, que apenas (aun ya líquidos los hielos) aumentan a Jarama la corriente. La tierra misma entre ellos forma un nicho de los aires y lluvias resguardado, que la naturaleza, por capricho, fabricó en un terreno tan quebrado. Dos lisas piedras de uno y otro lado ofrecen tal asiento, que está en el medio de la peña dura hecha como de intento una capaz y cómoda abertura.
No quedó más gozoso, más ufano Colón la vez primera que avistó la ribera del nuevo continente americano, ni obtuvo mayor gloria el extremeño Hernando al verse dueño del precioso tesoro mejicano, que este descubridor, cuando su acierto le llevó en tal borrasca a tan buen puerto.
Vosotras, ¡oh sensibles criaturas! las que sabéis por ciencia y experiencia cuán dulce complacencia, después de tan molestas apreturas, es aflojar un hombre lo aflojable, considerad ¡qué ansioso y diligente tomaría el paciente posesión del asilo incomparable! corre, se desabrocha, dicho y hecho, se remanga, se sienta… ¡Buen provecho!
Aquel asiento, que era juntamente poltrona, canapé, reclinatorio, nicho, púlpito y cátedra eminente, también era azotea, observatorio, mirador y atalaya, desde donde se registraba un vasto territorio. Allí, pues, a la vista no se esconde ni la antigua Sansueña, célebre por sus fértiles campiñas, ni el soto de Silillos con su aceña, ni Arjete, Fuente-el-Saz y Valdetorres, de mieses circundados y de viñas. Y tú, Jarama altivo, que recorres tanta fecunda tierra, desde la fría sierra hasta aquellos jardines en cuyos amenísimos confines el nombre y el raudal te usurpa Tajo, también allá descubres en lo bajo tu agua brillante cual bruñida plata, bañando con reposo el distrito frondoso que hasta Tor-de-laguna se dilata. Por otra parte ostenta su aspereza el monte de Vellón intransitable, y los cerros, cubiertos de maleza, ocultan en un valle extenso y llano el Molar y la fuente saludable a que dio nombre un toro, que fue descubridor de aquel tesoro, y con beber sus aguas quedó sano.
Mas ¿para qué es pintar lo que el lejano horizonte a los ojos representa, cuando en lo más cercano del natural asiento en que regenta el ya desahogado caballero, un recreo no menos placentero, donde quiera que mira, experimenta?
En todo aquel recinto delicioso cantuesos aromáticos florecen, el romero oloroso y el menudo tomillo reverdecen. Los rayos del hermano de Dïana no alteraban aún de la mañana el apacible fresco, y entre tanto, cruzando por el aire en prontos vuelos, alternaban las aves dulce canto; y el ruido de entrambos arroyuelos, susurrando entre guijas, infundía la interior y pacífica alegría que una campestre soledad ofrece cuando más melancólica parece.
¡Ah! no es posible, no, que un grave monje en el escurialense monasterio se arrellane, se esponje, se abandone, recueste y regodee con tal prosopopeya y magisterio, cuando ocupa a sus solas y posee uno de los asientos celebrados de aquellas necesarias, ostentosas, cómodas, separadas, anchurosas, cuya profundidad por todos lados baña el agua corriente, como el repantigado señor mío cuando goza y dispone a su albedrío del trono que adquirió tan felizmente.
Mas ya el sol, que, apuntando en el oriente, le alumbraba de cara, algo molesto, le obligaba a dejar el útil puesto; y él, haciéndole humilde cortesía, así con tierna voz se despedía:
«Lugar nada común, antes bien raro, necesario lugar, lugar secreto, donde hallé receptáculo y amparo, quédate en paz, y a tu retiro quieto jamás se atreva el tiempo codicioso lávente siempre el pie los riachuelos de este monte fragoso; siempre alejen los cielos de ti sus destructoras tempestades, y dures celebrado en las edades.»
Dijo; y sacando de la vaina el hierro, con la punta afilada, en el tronco de un árbol de aquel cerro la siguiente inscripción dejó grabada: «Pasajero que vas por estas breñas, si acaso ves al célebre arquitecto, autor de las cloacas madrileñas, di que le está esperando entre estas penas el modelo de Y griega más perfecto».
Fábulas de Tomás de Iriarte
Perico y Juana
Un día con Perico riñó Juana por no se que disgusto o fantasía pero antes que pasase una semana ya de tanta altivez se arrepentía con el zagal querido más humana volver quiso a entablar nueva armonía y para hacer las paces mano a mano diole una cita que él aceptó ufano.
Una fresca mañana del otoño madrugo Juana y desde el pie pulido hasta el dorado pelo de su moño de traje más airoso que lucido adornada salió, y junto a un madroño que en un sombrío valle está escondido alegre el rostro y el oído atento esperando a su amante tomó asiento.
Viendo pues lo mucho que tardaba y que era solitario aquel paraje segura de que nadie la miraba abrió de las enaguas el encaje descubrió pues la maravilla octava que ocultaban las sombras del ropaje y ató en la pierna una encarnada liga ¡pero que pierna¡ Dios se la bendiga.
Llevaba tan delgada vestidura que casi estar desnuda parecía, la ágil cadera, el muslo, la cintura todo el lienzo sutil lo descubría, dos hemisferios de gentil hechura en que un rollizo globo se partía formaban tiernos y elevados bultos que no pudo el brial tener ocultos.
Perico entre unas matas a Juanilla atento observaba en tan graciosa planta ya admira la robusta pantorrilla ya del pie a la estrechísima garganta ¡que redonda y nevada es la rodilla! ¡como a los ojos y aún al alma encantan el corto zagalejo, aquel calzado la media blanca y el azul cuadrado!.
Arrebatado de un impulso ardiente de la imaginación y los sentidos salió el joven gallardo y de repente con brazos amorosos y atrevidos ciñó a la ninfa, y señaló en su frente la estampa de los labios encendidos y el dulce fuego que alteró sus venas esto le permitió decir apenas.
Deja que bese el blanco y liso pecho que a la nieve ha robado su blancura ¡que alto y bien dividido! ¡que derecho! sin sufrir de cotilla la clausura ¡de que terso marfil estará hecho el cordón de esa enana dentadura! ¡que dicha! repetía el fino mozo en un abrazo mil deleites gozo.
Ella que antojadiza y desdeñosa mostrarse intentó tal vez por gala negole aquélla boca que de rosa el color tiene y el olor exhala y huyendo de sus brazos presurosa poco menos le envió que en enhoramala Perico que la entiende al verla descontenta finge serenidad, calla, y se ausenta.
Sola queda la ninfa y ya reniega de su capricho y melindre raro no, dice, ¿no es verdad que el amor ciega? ¿cuándo en tales escrúpulos repaso? la que al dueño que adora no se entrega la que su cuerpo le vende caro no merece los gustos de Cupido sino que su beldad muera en olvido.
Parte tras su galán y lo divisa vuelto de cara a un roble y despachando diligencia, no limpia, aunque precisa estaba el joven (si lo diré) meando escondiose la moza a toda prisa a observar de Perico el contrabando y ardiendo en cosquillas de deseo se chupaba los labios de recreo.
Salen a la luz pública por fin las crecidas insignias de varón con un botón más blanco que carmín con un miembro más blanco que algodón menudos como el césped de un jardín negros rizos se asoman al calzón y ocultos dos acólitos se ven que no dejó el calzón distinguir bien.
Apenas el zagal regado había el grueso tronco cuando descuidado sintió que el cuerpo por detrás le asía un bello brazo de su dueño amado y forcejeando entonces a por fía cayeron ambos en el verde prado, él, sin botón alguno en la bragueta y con las faldas ella en la mollera.
No de otra suerte la sutil caterva de inferiores poetas imaginan, que en la edad de oro la mojada hierba sirvió de lecho al hombre, y que la encina que de aires y soles le preserva del tálamo nupcial era cortina, si este era Siglo de oro a fe que Juana lo gozó con Perico una mañana.
El dulce peso del mancebo siente en el desnudo muslo y la rodilla ya con deseo mueve impaciente del empeine la suave almohadilla ya incita al saleroso combatiente con saltos de lasciva rabadilla y juntando los labios a las mejillas tiernas enlazados los brazos y las piernas.
¡Con que desenvoltura, cuan risueña al nervio altivo echó la mano blanca él era corpulento, ella pequeña empuñarle intentó, pero fue en vano, ya con el dedo practico le enseña el paso del estrecho gaditano y ofreciendo al bajel la senda clara las dos columnas de Hércules separa.
Aquel angosto y deleitoso ojal con los bordes teñidos de clavel entre dos blancas rocas de cristal más rubio el crespo pelo que oropel aquel en que unos dicen que hallan sal y otros son de dictamen de que hay miel con mil cosquillas y respingos mil hospedó el instrumento varonil.
Y mientras con caricias regaladas palpa el joven los pechos de la moza con las dos que le cuelgan arrancadas el tacto de la picara retoza, dale tiernos pellizcos y palmadas se empina, se columpia, se alboroza y al fin yo no se qué la sucede que en éxtasis suspensa hablar no puede.
La dulce boca inmóvil medio abierta con la lengua cogida entre los dientes a suspirar apenas casi casi acierta en lugar de dar ósculos ardientes, la vista con los párpados cubierta solo indica repentinos accidentes y sino ha muerto Juana por lo menos le ha dado un parasismo de los buenos.
En gracias a Dios que resucita pronto se ha serenado, no, no es cosa como abre ya los ojos, pobrecita que tal, ¿estáis mejor? duerme reposa antes que la congoja se repita ¡ay ay, que enfermedad tan contagiosa! pegósele a Perico, vaya vaya también el angelito se desmaya.
Ella que ya por experiencia sabe la causa de aquel mal su especie y cura viendo que cada vez era más grave del zagal la amorosa calentura con un meneo de caderas suave el remedio aplicó con tal blandura que la inundó por dentro y fuera de copioso sudor la delantera.
Aquí de los amantes abrazados alegremente suspendió el oído el canto que formaban acordados los jilgueros del valle y el ruido de un manso arroyo, a que ellos ocupados no habían hasta entonces atendido y allí soplando el céfiro halagüeño embargó sus espíritus el sueño.
A este tiempo un pastor que la espesura penetraba guardando su vacada en divertida y cómoda postura encontró a nuestra gente embelesada de la dormida y lánguida hermosura el pecho de Perico era almohada enlazados los muslos de él y de ella y sin pañuelo su garganta bella.
Lindo, dijo el pastor, por vida mía ¿son estos los que quieren que se crea que hay entre ellos mortal antipatía? condujo allí las mozas de la aldea y señalando a Juana las decía mirad como esta su beldad emplea aprended a hacer paces bellas niñas así habéis de dar fin a vuestras riñas.
El burro flautista
Esta fabulilla, salga bien o mal, me ha ocurrido ahora por casualidad. Cerca de unos prados que hay en mi lugar, pasaba un borrico por casualidad.
Una flauta en ellos halló, que un zagal se dejó olvidada por casualidad.
Acercóse a olerla el dicho animal, y dio un resoplido por casualidad.
En la flauta el aire se hubo de colar, y sonó la flauta por casualidad.
«iOh!», dijo el borrico, «¡qué bien sé tocar! ¡y dirán que es mala la música asnal!»
Sin regla del arte, borriquitos hay que una vez aciertan por casualidad.
La barca de Simón
Tuvo Simón una barca no más que de pescador, y no más que como barca, a sus hijos la dejó.
Mas ellos tanto pescaron e hicieron tanto doblón, que ya tuvieron a menos no mandar buque mayor. La barca pasó a jabeque, luego a fragata pasó; de aquí a navío de guerra, y asustó con su cañón.
Mas ya roto y viejo el casco de tormentas que sufrió, se va pudriendo en el puerto. ¡Lo que va de ayer a hoy!
Mil veces lo han carenado, y al cabo será mejor desecharle, y contentarnos con la barca de Simón.
La abeja y el cuclillo
Saliendo del colmenar, dijo al Cuclillo la Abeja: «Calla, porque no me deja tu ingrata voz trabajar. No hay ave tan fastidiosa en el cantar como tú: cucú, cucú y más cucú, y sempre una misma cosa» «¿Te cansa mi canto igual? (el Cuclillo respondió). Pues a fe que no hallo yo variedad en tu panal. Y pues que del propio modo fabricas uno que ciento, si yo nada nuevo invento, en ti es viejísimo todo.» A esto la abeja replica:
«En otra de utilidad, la falta de variedad no es lo que más perjudica; pero en obra destinada sólo al gusto y diversión, si no es varia la invención, todo lo demás es nada.»
Extensión y fama del oficio de puta
No te quejes, ¡oh, Nise!, de tu estado aunque te llamen puta a boca llena, que puta ha sido mucha gente buena y millones de putas han reinado. Dido fue puta de un audaz soldado y Cleopatra a ser puta se condena y el nombre de Lucrecia, que resuena, no es tan honesto como se ha pensado;
esa de Rusia emperatriz famosa que fue de los virotes centinela, entre más de dos mil murió orgullosa;
y, pues todas lo dan tan sin cautela, haz tú lo mismo, Nise vergonzosa; que aquesto de honra y virgo es bagatela.
El té y la salvia
El té, viniendo del imperio chino, se encontró con la salvia en el camino.
Ella le dijo: «Adónde vas, compadre?» «A Europa voy, comadre, donde sé que me compran a buen precio.» «Yo», respondió la salvia, «voy a China, que allá con sumo aprecio me reciben por gusto y medicina. En Europa me tratan de salvaje, y jamás he podido hacer fortuna. Anda con Dios. No perderás el viaje, pues no hay nación alguna que a todo lo extranjero no dé con gusto aplausos y dinero».
La salvia me perdone, que al comercio su máxima se opone. Si hablase del comercio literario, yo no defendería lo contrario, porque en él para algunos es un vicio lo que es en general un beneficio; y español que tal vez recitaría quinientos versos de Boileau y el Tasso, puede ser que no sepa todavía en qué lenguas los hizo Garcilaso.
El galán y la dama
Cierto galán a quien París aclama, petimetre del gusto más extraño, que cuarenta vestidos muda al año y el oro y plata sin temor derrama, celebrando los días de su dama, unas hebillas estrenó de estaño, sólo para probar con este engaño lo seguro que estaba de su fama.
«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!», dijo la dama, «¡viva el gusto y numen del petimetre en todo primoroso!»
Y ahora digo yo: «Llene un volumen de disparates un autor famoso, y si no le alabaren, que me emplumen.»
El sombrerero
A los pies de un devoto franciscano se postró un penitente.-Diga, hermano: ¿Qué oficio tiene?-Padre, sombrerero. -¿ y qué estado?-Soltero. -¿ Y cuál es su pecado dominante? -Visitar una moza. -¿Con frecuencia? -Padre mío, bastante. -¿Cada mes?-Mucho más.-¿Cada semana? -Aun todavía más-. ¡Ya! ¿Cotidiana? -Hago dos mil propósitos sinceros, pero Explíquese, hermano, claramente: ¿dos veces cada día? -Justamente. -¿Pues cuándo diablos hace los sombreros?
El rico erudito
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos «¡Lástima que en vivienda tan preciosa», le dijo un amigo, «falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.» «Cierto», responde el otro. «Que esa idea no me haya ocurrido!… A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino. Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros. Ya tenernos estantes. Pues, ahora», el buen hombre dijo, «¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo… Pero ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos? Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos tengo yo un pintorcillo que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino. Manos a la labor.» Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar, y a más de los impresos, varios manuscritos. El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito. Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian títulos de libros, si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?