Una mirada a la vida y legado del «rey felón»
Fernando VII de Borbón, conocido por muchos como el «rey felón», fue una figura central en la historia de España durante una época de cambios profundos y conflictos. Este monarca, que reinó en varias ocasiones entre 1808 y 1833, se ha convertido en un personaje polémico, admirado y criticado por igual. En esta biografía, exploraremos su vida, su papel en los eventos históricos de su tiempo y el impacto de su legado en la historia de España.
Primeros años de Fernando VII
Fernando VII nació el 14 de octubre de 1784 en el Palacio de El Escorial, como el hijo mayor de Carlos IV y María Luisa de Parma. Desde su nacimiento, Fernando fue preparado para ser el heredero al trono de España, pero su infancia y juventud estuvieron marcadas por tensiones dentro de la corte y la influencia de personajes clave como Manuel Godoy, el poderoso primer ministro de su padre.
Fernando creció en un entorno de intrigas palaciegas. Desarrolló una relación conflictiva con sus padres y especialmente con Godoy, a quien consideraba responsable de muchas de las decisiones controvertidas del reinado de Carlos IV. Estas tensiones culminaron en la llamada «Conspiración de El Escorial» en 1807, un intento fallido de derrocar a Godoy que reflejó el descontento de Fernando y de amplios sectores de la sociedad española.
La abdicación de Bayona y la intervención francesa
Uno de los episodios más destacados en la vida de Fernando VII fue su papel durante la intervención napoleónica en España. En 1808, bajo presión de Napoleón Bonaparte, tanto Carlos IV como Fernando VII abdicaron en Bayona, dejando el trono español en manos de José Bonaparte, hermano del emperador francés. Este evento desató la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), una lucha feroz contra las tropas francesas que también fue parte de un conflicto más amplio conocido como las Guerras Napoleónicas.
Durante este período, Fernando fue llevado a Francia, donde permaneció como prisionero en el castillo de Valençay. Mientras tanto, en España, la resistencia contra los franceses se organizó en torno a las Juntas de Gobierno, que posteriormente redactarían la Constitución de Cádiz de 1812, un documento clave en la historia del constitucionalismo español.
El regreso al trono y el «sexenio absolutista»
Tras la derrota de Napoleón y la retirada de las tropas francesas, Fernando VII regresó a España en 1814. Fue recibido con entusiasmo por muchos españoles que esperaban que restaurara la estabilidad después de años de guerra. Sin embargo, su primer acto significativo fue abolir la Constitución de 1812 y restablecer el absolutismo, lo que marcó el inicio del llamado «sexenio absolutista» (1814-1820).
Durante este periodo, Fernando VII gobernó con mano dura, restaurando los privilegios de la nobleza y el clero y persiguiendo a los liberales que habían apoyado la constitución. Su gobierno estuvo plagado de conflictos internos y represión, y su imagen como monarca se deterioró entre amplios sectores de la población.
El trienio liberal y la época final de su reinado
En 1820, un levantamiento militar liderado por el coronel Rafael del Riego obligó a Fernando VII a aceptar de nuevo la Constitución de 1812, iniciando el llamado «trienio liberal» (1820-1823). Durante este periodo, España vivió un intento de transición hacia un gobierno constitucional, pero las tensiones entre liberales y absolutistas persistieron.
En 1823, con la intervención de la Santa Alianza y las tropas francesas conocidas como los «Cien Mil Hijos de San Luis», Fernando VII recuperó el poder absoluto. Este segundo período de absolutismo se caracterizó por una mayor represión contra los liberales y por la pérdida de gran parte del imperio colonial español en América Latina, lo que marcó un declive significativo en la influencia de España a nivel global.
El problema de la sucesión y la pragmática sanción
Uno de los aspectos más destacados del reinado de Fernando VII fue la cuestión de la sucesión al trono. En 1830, Fernando promulgó la Pragmática Sanción, que permitía a las mujeres heredar el trono en ausencia de un heredero varón. Esto garantizó los derechos dinásticos de su hija Isabel, nacida de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.
La Pragmática Sanción provocó una profunda división en la sociedad española. Los partidarios del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando, se opusieron a esta medida y defendieron un modelo absolutista tradicional. Esta disputa dinástica dio lugar a las Guerras Carlistas, un conflicto que marcaría el panorama político de España durante varias décadas.
Muerte y legado
Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833 en Madrid, dejando un país profundamente dividido y enfrentando grandes retos políticos y sociales. Su hija Isabel ascendió al trono como Isabel II, pero su reinado también estaría plagado de conflictos derivados de las divisiones políticas y sociales que surgieron durante el gobierno de su padre.
El legado de Fernando VII es complejo. Para algunos, fue un monarca que intentó mantener el orden y la tradición en una época de cambios radicales. Para otros, su resistencia a las reformas y su enfoque represivo lo convierten en un símbolo de retroceso y oportunismo político. Sin duda, su vida y reinado siguen siendo objeto de debate y estudio por parte de historiadores y especialistas.
Curiosidades sobre Fernando VII
- El apodo de «rey felón»: Este título despectivo le fue otorgado por sus detractores debido a su tendencia a traicionar a sus aliados y a cambiar de postura según le convenía.
- Su pasión por el arte: A pesar de su reputación política, Fernando VII fue un gran amante del arte y las antigüedades. Durante su reinado, apoyó la restauración del Museo del Prado, que había sido fundado por su padre, Carlos IV.
- Problemas de salud: Fernando VII sufrió de gota durante gran parte de su vida, lo que afectó su movilidad y su estado de ánimo.
- Su matrimonio múltiple: Se casó cuatro veces, pero solo tuvo descendencia con su última esposa, María Cristina. Este hecho exacerbó los conflictos dinásticos en la corte española.
Conclusión
La figura de Fernando VII es un reflejo de una época de transición y turbulencia en la historia de España. Su vida estuvo marcada por la lucha entre el absolutismo y el constitucionalismo, y su legado, aunque controvertido, ofrece una ventana única para comprender los complejos procesos políticos y sociales que definieron el siglo XIX en España. Su reinado, lleno de luces y sombras, sigue siendo un tema fascinante para quienes desean entender las raíces de la España moderna.
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Isabel II de España, nacida el 10 de octubre de 1830 en Madrid, fue la monarca que gobernó el país durante un período convulso de transformaciones políticas y sociales. Su reinado, comprendido entre 1833 y 1868, estuvo marcado por luchas internas, avances institucionales y el auge de las revoluciones liberales. Esta biografñia profundiza en su vida, desde su infancia hasta su abdicación, resaltando eventos clave y su impacto en la historia de España.
Infancia y ascenso al trono
Isabel II nació como hija de Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Desde su nacimiento, la cuestión sucesoria estuvo rodeada de controversias debido a la Ley Sálica, que impedía a las mujeres heredar el trono. Sin embargo, Fernando VII promulgó en 1830 la Pragmática Sanción, eliminando esta restricción y asegurando la sucesión de su hija.
A la muerte de su padre en 1833, Isabel fue proclamada reina con tan solo tres años de edad, aunque el poder efectivo quedó en manos de su madre, quien asumió la regencia. Este hecho desencadenó la Primera Guerra Carlista (1833-1840), un conflicto entre los partidarios de Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, y los defensores de Isabel.
La regencia de María Cristina y la influencia de los liberales
La regencia de María Cristina estuvo marcada por alianzas con sectores liberales para consolidar la posición de su hija en el trono. Durante este período, se llevaron a cabo importantes reformas, como la abolición del régimen señorial y la desamortización de bienes eclesiásticos, medidas impulsadas por ministros como Juan Álvarez Mendizábal. Estas políticas generaron tensiones entre conservadores y liberales, preparando el terreno para futuros enfrentamientos.
En 1840, María Cristina fue obligada a abandonar la regencia y el país, dejando el poder en manos del general Baldomero Espartero, líder progresista y figura clave de la época.
Mayoría de edad y primeros años de gobierno
Isabel II alcanzó la mayoría de edad en 1843, con tan solo 13 años, y asumió formalmente las responsabilidades del trono. Su reinado estuvo caracterizado por una constante inestabilidad política, con frecuentes cambios de gobierno y enfrentamientos entre las facciones moderada y progresista del liberalismo español.
Uno de los eventos más destacados de esta etapa fue su matrimonio en 1846 con su primo Francisco de Asís de Borbón. Esta unión, promovida por intereses políticos, fue ampliamente criticada y marcada por tensiones personales entre la pareja. Se decía que el matrimonio carecía de afinidad, lo que generó numerosos rumores y especulaciones sobre la vida privada de la reina.
La década moderada (1844-1854)
El período conocido como la década moderada marcó un intento de estabilización política bajo el liderazgo de figuras como Ramón María Narváez. Durante este tiempo, se consolidaron instituciones como la Guardia Civil (fundada en 1844) y se aprobó la Constitución de 1845, que reforzaba el centralismo y reducía las libertades individuales promovidas en etapas anteriores.
Sin embargo, la concentración de poder en manos de los moderados provocó descontento entre los sectores progresistas, quienes buscaban mayor participación política y reformas sociales más profundas.
El bienio progresista y la crisis del régimen
En 1854, un pronunciamiento liderado por el general Leopoldo O’Donnell y respaldado por Espartero dio inicio al bienio progresista (1854-1856). Este período fue testigo de reformas significativas, como la Ley de Ferrocarriles y la desamortización civil, aunque también estuvo plagado de conflictos internos y tensiones sociales.
A partir de 1856, la reina Isabel II optó por una política más conservadora, apoyándose en líderes moderados como Narváez y O’Donnell. Sin embargo, esta estrategia no logró resolver los problemas estructurales del país, como la creciente desigualdad social, la corrupción administrativa y la insatisfacción con el sistema político.
Abdicación y exilio
El descontento generalizado hacia el régimen isabelino culminó en la Revolución de 1868, conocida como «La Gloriosa». Este levantamiento, liderado por progresistas y demócratas, resultó en el derrocamiento de Isabel II y su posterior exilio en Francia. En 1870, la reina abdicó formalmente en favor de su hijo, Alfonso XII, marcando el inicio de la Restauración borbónica.
Vida en el exilio
Tras su abdicación, Isabel II residió en París, donde llevó una vida discreta, lejos de la política española. Su papel en la historia fue reevaluado con el tiempo, destacándose tanto los logros institucionales de su reinado como las limitaciones impuestas por las circunstancias de la época.
Falleció el 9 de abril de 1904 en París, dejando un legado controvertido pero innegablemente relevante para comprender la España del siglo XIX.
Legado y valoración histórica
El reinado de Isabel II es objeto de debate entre los historiadores. Por un lado, su periodo en el trono presenció avances en infraestructura, como la expansión del ferrocarril, y la consolidación de instituciones modernas. Por otro lado, su incapacidad para manejar la creciente polarización política y social contribuyó a la crisis del régimen.
Curiosidades sobre Isabel II
- Una infancia marcada por la guerra: Isabel creció en medio del conflicto carlista, lo que influyó en su percepción de la política desde una edad temprana.
- El apodo «la reina de los tristes destinos»: Este mote refleja las adversidades personales y políticas que marcaron su vida.
- Relaciones personales polémicas: La vida sentimental de Isabel II fue objeto de constante escrutinio, alimentando rumores sobre su matrimonio y sus presuntas relaciones extramaritales.
Conclusión
Isabel II de España fue una figura central en un período crucial de la historia española. Su reinado, aunque controvertido, sentó las bases para el desarrollo de un Estado moderno, enfrentando desafíos que reflejaban las tensiones de una sociedad en transición. Su biografía ofrece una ventana única para entender los cambios y contradicciones de la España del siglo XIX.
Alfonso XII de Borbón (Madrid, 28 de noviembre de 1857 – El Pardo, 25 de noviembre de 1885) fue rey de España entre 1874 y 1885. Su reinado marcó una etapa de transición y relativa estabilidad política tras la convulsa época de la Revolución de 1868 y la Primera República. Este período, conocido como la Restauración, fue crucial para la consolidación de un sistema político basado en la alternancia de partidos y el consenso entre las élites.
Contexto histórico
Para comprender plenamente la importancia del reinado de Alfonso XII, es fundamental situarlo en el contexto histórico. España había atravesado una época de gran inestabilidad tras la Revolución Gloriosa de 1868, que forzó la salida de la reina Isabel II, madre de Alfonso. A esta etapa le siguieron el breve reinado de Amadeo I de Saboya (1870-1873), la proclamación de la Primera República (1873-1874) y la guerra carlista, que enfrentó a partidarios de diferentes dinastías.
La Restauración borbónica, iniciada en 1874 con el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos, devolvió el trono a la familia Borbón con Alfonso XII como figura central. Este periodo buscó la estabilidad y la reconciliación política mediante un sistema parlamentario moderado.
Infancia y educación
Alfonso XII nació en el Palacio Real de Madrid, hijo de Isabel II y su esposo, Francisco de Asís de Borbón. Su infancia estuvo marcada por las tensiones políticas y las acusaciones sobre su linaje, ya que se rumoreaba que el verdadero padre de Alfonso era el general Enrique Puigmoltó, una teoría que nunca se confirmó.
Tras la Revolución de 1868, Alfonso acompañó a su madre al exilio en Francia, donde comenzó su educación en un ambiente marcado por la incertidumbre política. Posteriormente, se trasladó a Inglaterra y más tarde a Austria, donde completó su formación en el Real Colegio Militar de Sandhurst. Este período fue clave para su desarrollo como figura política, ya que recibió una educación basada en los principios del deber, la disciplina y el patriotismo.
Ascenso al trono
En 1874, el pronunciamiento de Sagunto, liderado por el general Martínez Campos, proclamó a Alfonso XII como rey de España. Este evento marcó el inicio de la Restauración borbónica. Alfonso regresó a España para asumir el trono y enfrentar una situación política y social compleja, caracterizada por la guerra carlista, los conflictos en Cuba y una economía debilitada.
Su llegada al poder fue respaldada por el político Antonio Cánovas del Castillo, quien diseñó un sistema basado en la alternancia pacífica de partidos mediante el «turno pacífico». Este sistema buscaba evitar los enfrentamientos violentos y garantizar la estabilidad política.
Reinado
El reinado de Alfonso XII fue relativamente breve, pero estuvo lleno de acontecimientos significativos que marcaron el curso de la historia de España.
La guerra carlista
Uno de los primeros retos que enfrentó Alfonso XII fue la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), un conflicto que enfrentaba a los partidarios del pretendiente carlista Carlos VII contra las fuerzas del gobierno. Alfonso mostró un gran interés por liderar personalmente las tropas y se ganó el respeto de sus soldados por su valor y compromiso.
La victoria en esta guerra fue crucial para consolidar su autoridad y estabilizar el reino. En 1876, la derrota de los carlistas puso fin al conflicto y permitió la integración de las regiones afectadas en el marco constitucional.
La constitución de 1876
Uno de los logros más destacados del reinado de Alfonso XII fue la promulgación de la Constitución de 1876, que estableció las bases del sistema político de la Restauración. Esta constitución, redactada por Cánovas del Castillo, permitía una monarquía parlamentaria y reconocía ciertos derechos y libertades, aunque con limitaciones.
El sistema político se basaba en la alternancia de los dos principales partidos, el Liberal y el Conservador, mediante un acuerdo conocido como «el pacto del turno». Aunque este sistema fue criticado por su falta de democracia real, logró proporcionar una estabilidad relativa en un país marcado por los conflictos.
El conflicto en Cuba
Durante el reinado de Alfonso XII, España también enfrentó la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878), un conflicto que buscaba la independencia de la isla. Alfonso apoyó los esfuerzos por negociar una solución pacífica y en 1878 se firmó el Pacto de Zanjón, que puso fin a la guerra. Aunque este acuerdo no resolvió las tensiones en Cuba, fue un paso importante hacia una paz temporal.
Vida personal
Alfonso XII tuvo una vida personal marcada por la tragedia y los romances. Se casó en primeras nupcias con su prima María de las Mercedes de Orleans y Borbón en 1878. Este matrimonio fue muy popular entre el pueblo español debido a la belleza y juventud de la pareja, pero su felicidad duró poco. María de las Mercedes murió a los pocos meses debido a una fiebres tifoideas, lo que causó un gran impacto emocional en Alfonso.
Posteriormente, se casó con María Cristina de Habsburgo-Lorena en 1879, con quien tuvo tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y Alfonso, quien nació póstumo y se convirtió en Alfonso XIII.
Muerte y legado
Alfonso XII murió prematuramente a los 27 años debido a la tuberculosis. Su muerte, ocurrida en el Palacio de El Pardo en 1885, dejó al país en una situación delicada. Sin embargo, su viuda, la reina regente María Cristina, logró mantener la estabilidad del reino hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII.
El legado de Alfonso XII reside en su papel como monarca conciliador y moderado que buscó la estabilidad en un momento de gran incertidumbre. Aunque su reinado fue breve, sentó las bases para un sistema político que, con sus defectos, logró mantener la paz en España durante varias décadas.
Curiosidades
- El rey soldado: Alfonso XII se ganó el apodo de «rey soldado» por su participación activa en las campañas militares, especialmente durante la Tercera Guerra Carlista.
- La inspiración para zarzuelas: Su historia de amor con María de las Mercedes inspiró varias zarzuelas, como Doña Francisquita y La leyenda del beso.
- Un reinado de transición: Aunque breve, su reinado marcó el inicio de una nueva etapa política que duraría hasta el advenimiento de la Segunda República en 1931.
En resumen, Alfonso XII fue un monarca que, pese a las adversidades, dejó una huella significativa en la historia de España. Su capacidad para liderar en tiempos difíciles y su compromiso con la reconciliación política lo convierten en una figura clave del siglo XIX.
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Alfonso XIII: el rey que nació monarca y murió cuestionado
Pocas vidas empiezan con tanto peso sobre los hombros como la de Alfonso XIII. Imagina que naces, abres los ojos al mundo en un lujoso palacio madrileño, y de inmediato alguien te dice: “¡Enhorabuena! Eres rey.” Claro, con menos pañales y más protocolos. Así comenzó la vida de Alfonso, el último monarca antes de que España decidiera que, tal vez, eso de la monarquía ya no era lo suyo por un tiempo.
Nacido el 17 de mayo de 1886, Alfonso nunca conoció a su padre, Alfonso XII, quien había fallecido meses antes. Su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, se encargó del trono hasta que el joven alcanzó la mayoría de edad en 1902. Una infancia de estudios militares, política y paseos por los salones dorados del Palacio Real lo preparó, al menos en teoría, para enfrentar un país que no paraba de agitarse como un cóctel sin tapa.
Reinando entre ruinas y remiendos
Cuando Alfonso asumió formalmente el trono, España estaba todavía lamiéndose las heridas del Desastre del 98, esa humillante pérdida de las últimas colonias ultramarinas: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El país había pasado de ser un imperio global a… bueno, a necesitar un buen terapeuta colectivo. Las tensiones internas crecían como setas tras la lluvia: obreros enfadados, intelectuales escribiendo novelas pesimistas, y regiones como Cataluña y el País Vasco pidiendo más autonomía. Alfonso, con su educación tradicional pero con un ojo curioso para las nuevas tecnologías, intentó mantener un equilibrio. Pero aquí está el problema: querer meter mano en todo cuando eres monarca constitucional puede salirte caro.
El sistema de turnos entre liberales y conservadores, que hasta entonces había funcionado como un reloj suizo lleno de caciques, empezó a dar muestras de agotamiento. Alfonso, convencido de que su intervención podía arreglar las cosas, se convirtió en un monarca que no sabía quedarse al margen. Lo que empezó como entusiasmo terminó generando desconfianza.
La Semana Trágica: un cóctel explosivo
En 1909, Barcelona fue el escenario de la llamada Semana Trágica. ¿El detonante? Una guerra en Marruecos y la movilización de reservistas, sobre todo obreros que no podían permitirse pagar la exención militar, privilegio de los ricos. Lo que empezó con protestas pronto se convirtió en huelgas, disturbios y, para colmo, la quema de conventos e iglesias, en una época donde el anticlericalismo era casi un deporte nacional.
La respuesta del gobierno fue tan sutil como una estampida: represión brutal, con cientos de muertos y detenidos. Para ponerle la guinda al pastel, ejecutaron a Francesc Ferrer i Guàrdia, un pedagogo progresista que, según la versión oficial, había incitado el caos. La comunidad internacional puso el grito en el cielo, y la reputación de Alfonso XIII quedó más tocada que un violín en un concierto.
Este episodio no fue solo una crisis puntual; fue una señal de que el sistema no daba más de sí. Industrialización, urbanización, demandas de justicia social… España estaba cambiando a una velocidad que ni el rey ni su gobierno supieron manejar.
La guerra que no peleamos (pero que igual nos complicó)
Con la Primera Guerra Mundial llegó un inesperado respiro económico. España, neutral y astuta, empezó a comerciar con ambos bandos. Las fábricas echaban humo, y las exportaciones alcanzaron niveles estratosféricos. Todo suena maravilloso hasta que te das cuenta de que los beneficios se quedaron en los bolsillos de unos pocos, mientras que la clase trabajadora tenía que lidiar con precios por las nubes.
En un intento por mejorar su imagen, Alfonso impulsó en 1915 la creación de la Oficina Pro Cautivos, una iniciativa para mediar entre los bandos y ayudar a prisioneros de guerra. Una movida humanitaria que, aunque aplaudida internacionalmente, poco hizo por calmar las tensiones internas en un país que ya estaba polarizado hasta el extremo.
El resultado fue un cocktail explosivo: desigualdad creciente, tensiones ideológicas y un rey que, aunque bien intencionado en ocasiones, no lograba conectar con las necesidades reales de su pueblo.
Alfonso XIII es, en última instancia, un personaje atrapado entre dos mundos: el de la tradición que le formó y el de la modernidad que no pudo abrazar del todo. Un rey que quiso ser piloto de un barco que ya hacía aguas por todas partes. La historia lo recordará con una mezcla de admiración, crítica y, sobre todo, un suspiro irónico. Porque, después de todo, ¿qué podía hacer un monarca en un país donde hasta las guerras no peleadas traían problemas?
La dictadura de Primo de Rivera: cuando la estabilidad llevó la cuenta
Corría el año 1923, y España era un cóctel explosivo de huelgas, crispación política y una monarquía que daba tumbos como un barco sin rumbo. En medio de este panorama, Alfonso XIII, siempre tan certero en sus decisiones (guiño irónico incluido), decidió apostar por un golpe de Estado liderado por Miguel Primo de Rivera, un general que, con bigote marcial y un aire de salvador, prometía poner orden en el caos.
Primo de Rivera instauró una dictadura que, al menos en sus inicios, fue algo así como un cirujano de emergencia: cortó de raíz el desorden político, estabilizó el país y, de paso, se lanzó a pavimentar media España con carreteras y a regar los campos con ambiciosos proyectos hidráulicos. Una suerte de «dictador ingeniero», si se quiere. Eso sí, no todo fue pragmatismo: también implementó reformas laborales, como los famosos comités paritarios, un intento de sentar a obreros y patronos en la misma mesa sin que se lanzaran platos. Pero, como era de esperar, ni los unos ni los otros quedaron demasiado satisfechos.
Mientras tanto, el régimen, cada vez más autoritario, empezó a sacar de quicio a los liberales y republicanos, que veían cómo las libertades democráticas se esfumaban como el humo de un puro en manos de un burgués. Y así, entre descontentos, la crisis económica mundial de 1929 y la falta de apoyos en las altas esferas, la dictadura se desmoronó. En 1930, Primo de Rivera, agotado y sin muchos amigos, presentó su dimisión, dejando al rey en una posición más que comprometida.
El ocaso de Alfonso XIII: una monarquía a la deriva
Un año más tarde, en 1931, las elecciones municipales demostraron que el pueblo español estaba listo para algo nuevo: la República. Alfonso XIII, en un movimiento que algunos llamaron prudente y otros desesperado, abandonó España sin abdicar formalmente. Pero vamos, que a efectos prácticos se quedó sin corona.
El exilio del rey fue una mezcla de melancolía y una pizca de conspiración. Pasó sus días entre Francia e Italia, soñando con un regreso que nunca llegó, mientras mantenía contacto con grupos monárquicos tan entusiastas como ineficaces. Su figura fue perdiendo brillo y, con ella, las esperanzas de restaurar su trono.
Un legado que sigue dando que hablar
Alfonso XIII es un personaje que provoca tantos aplausos como miradas de desaprobación. Algunos lo ven como un rey con buenas intenciones pero con la puntería política de alguien que lanza dardos con los ojos vendados. Otros lo culpan directamente de personificar los problemas estructurales que arrastraba España en el siglo XX.
A su favor, hay que reconocerle su interés por la modernización: apoyó el desarrollo de la aviación y mostró fascinación por las nuevas tecnologías, lo que no está nada mal para un monarca más acostumbrado a caballos que a aeroplanos. Pero claro, ese mismo entusiasmo técnico contrasta con sus decisiones políticas, especialmente su respaldo a Primo de Rivera, que terminó por dinamitar la ya maltrecha legitimidad de la monarquía.
El 28 de febrero de 1941, Alfonso XIII falleció en Roma, lejos de su tierra, dejando un legado lleno de luces, sombras y, sobre todo, lecciones para quienes se atrevan a mirar con honestidad una de las épocas más convulsas de la historia española.
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Alfonso I de Portugal
Alfonso Enriquez o Alfonso I de Portugal, apodado el Conquistador, fue el primer rey de Portugal.
Logró la independencia del condado de Portugal, estableciendo un nuevo reino y duplicando su territorio a base de expandirse hacia el sur, un objetivo que persiguió hasta su muerte.
Alfonso era hijo de Enrique de Borgoña y Teresa de León, co-gobernantes del condado de Portugal.
Enrique murió en 1112, dejando a Teresa como la única gobernante.
Descontenta con la alianza de Teresa con Galicia, la nobleza portuguesa se unió a Alfonso, quien se rebeló y derrotó a su madre en la Batalla de São Mamede en 1128 y se convirtió en Conde de Portugal.
En 1139, Alfonso renunció a la soberanía del Reino de León y estableció el Reino independiente de Portugal.
Alfonso mantuvo una campaña activa contra los árabes en el sur. En 1139 obtuvo una victoria decisiva en la Batalla de Ourique, y en 1147 conquistó Santarém y Lisboa a los árabes.
Consiguió la independencia de Portugal después de una victoria sobre León en la Batalla de Valdevez y recibió la aprobación papal a través del Manifiesto Probatum.
Alfonso murió en 1185 y fue sucedido por su hijo, Sancho I.
Juventud de Alfonso I de Portugal
Alfonso era hijo de Enrique de Borgoña y Teresa, la hija ilegítima del rey Alfonso VI de León y Castilla.
Según la Crónica de Portugal de 1419 de Fernão Lopes, el futuro rey portugués nació en Guimarães.
En ese momento, Guimarães era el centro político más importante.
Este hecho fue aceptado por la mayoría de los estudiosos portugueses hasta 1990.
Ese año, Torquato de Sousa Soares propuso que Coimbra era su lugar de nacimiento.
La propuesta causó indignación en Guimarães y desató una gran polémica entre historiadores que aún continúa.
Almeida Fernandes propuso a Viseu como el lugar de nacimiento de Alfonso.
Se basó en la Chronica Gothorum, que afirma que nació en 1109.
José Mattoso apoyó esta teoría en su biografía del rey.
Por su parte, Abel Estefanio ha sugerido una fecha y una tesis diferentes.
Propone 1106 como la fecha de nacimiento de Alfonso.
También sugiere que la comarca castellana de Tierra de Campos podría ser su lugar de nacimiento.
Incluso considera Sahagún como otra posibilidad.
Estas ideas se basan en los itinerarios conocidos de los condes Enrique y Teresa.
Enrique y Teresa, condes de Portugal
Enrique y Teresa gobernaron conjuntamente como conde y condesa de Portugal hasta la muerte del primero muerte el 22 de mayo de 1112 durante el asedio de Astorga, después de lo cual Teresa regentó Portugal en solitario.
Teresa se proclamó reina (reconocida incluso por el Papa Pascual II en 1116) pero fue capturada y obligada a reafirmar su vasallaje a su media hermana, Urraca de León.
No se sabe a ciencia cierta quién fue el tutor de Alfonso. Las crónicas posteriores afirmaron que había sido Egas Moniz de Ribadouro. Sin embargo, los documentos contemporáneos, es decir, la documentación de la cancillería de Alfonso en sus primeros años como conde de Portugal, indican según el historiador José Mattoso, que el tutor más probable de Alfonso Enriquez era el hermano mayor de Egas Moniz, Ermígio Moniz, quien, además de pertenecer a la poderosa familia Ribadouro, se convirtió en el «mayordomo» de Alfonso I desde 1128 hasta su muerte en 1135, lo que indica su grado de proximidad y cercanía al príncipe.
En un esfuerzo por obtener una mayor participación en la herencia leonesa, su madre Teresa unió fuerzas con Fernando Pérez de Trava, el conde más poderoso de Galicia. A la nobleza portuguesa no le gustó la alianza entre Galicia y Portugal y se unió en torno a Alfonso.
El arzobispo de Braga también estaba preocupado por el dominio de Galicia, inquieto por las pretensiones eclesiásticas de su rival, el arzobispo gallego de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, quien había reclamado la devolución de un supuesto descubrimiento de reliquias de Santiago en Braga, como manera de ganar poder y riquezas sobre las otras catedrales en la península ibérica.
En 1122, Alfonso cumplió catorce años, la edad adulta en el siglo XII. Se hizo nombrar caballero en la Catedral de Zamora en 1125, con el permiso de su madre.
Después de la campaña militar de Alfonso VII de León contra su madre Teresa en 1127, Alfonso se rebeló contra ella y procedió a tomar el control del condado.
Alfonso, conde de Portugal
En 1128, en las proximidades de Guimaraes, en la batalla de São Mamede, Alfonso y sus partidarios vencieron a las tropas de su madre y su amante, el conde Fernando Peres de Trava de Galicia. Alfonso exilió a su madre a Galicia y se hizo cargo del gobierno del condado de Portugal.
Así, se eliminó la posibilidad de reincorporar Portugal a un Reino de Portugal y Galicia.
Alfonso se convirtió en el único gobernante en Portugal.
Esto ocurrió tras las demandas de mayor independencia por parte de la iglesia y los nobles del condado.
La disputa no fue tenida en cuenta por el soberano leonés que estaba ocupado en ese momento con una revuelta en Castilla. También estaba, muy probablemente, esperando la reacción de las familias gallegas. Después de la muerte de Teresa en 1131, Alfonso VII de León y Castilla procedió a exigir vasallaje a su primo.
El 6 de abril de 1129, Alfonso Enríquez dictó la orden judicial que lo proclamó Príncipe de Portugal o Príncipe de los portugueses.
Este acto fue permitido de manera informal por Alfonso VII.
Alfonso VII consideró que Alfonso Enríquez tenía este derecho de sangre como uno de los dos nietos de El Emperador de Hispania.
Alfonso dirigió sus esfuerzos contra el persistente problema de los árabes en el sur. Sus campañas fueron exitosas y, el 25 de julio de 1139, obtuvo una victoria abrumadora en la Batalla de Ourique, siendo proclamado Rey de los portugueses por sus soldados, estableciendo su igualdad de rango en los otros reinos de la Península, aunque la primera referencia escrita a su título real data de 1140.
Alfonso I de Portugal y la monarquía portuguesa
El condado de Portugal todavía tenía que ser reconocido diplomáticamente por las tierras vecinas como un reino y, lo más importante, por la Iglesia Católica y el Papa.
Alfonso se casó con Mafalda de Saboya, hija de Amadeo III, conde de Saboya, y envió embajadores a Roma para negociar con el Papa.
Logró renunciar al vasallaje a su primo, Alfonso VII de León, convirtiéndose en su lugar en un vasallo del papado, como lo habían hecho los reyes de Sicilia y Aragón antes que él.
Construyó varios monasterios y conventos y otorgó importantes privilegios a las órdenes religiosas.
Es el constructor del Monasterio de Alcobaça.
En 1143, escribió al Papa Inocencio II jurando expulsar a los árabes de la Península Ibérica.
Alfonso continuó distinguiéndose por sus hazañas contra los árabes, a quienes arrebató Santarém y Lisboa en 1147.
También conquistó una parte importante de las tierras al sur del río Tajo, aunque fueron reconquistadas por los árabes nuevamente en los años siguientes.
Mientras tanto, el rey Alfonso VII de León (primo de Alfonso) consideraba al gobernante independiente de Portugal como un rebelde.
El conflicto entre los dos fue constante y amargo en los años siguientes. Alfonso se involucró en la guerra entre su primo y Aragón poniéndose del lado del rey aragonés, enemigo de Castilla.
El conflicto con León
Para asegurar la alianza, su hijo Sancho se comprometió con Dulce, hermana del conde de Barcelona e infanta de Aragón. Tras ganar la batalla de Valdevez, el Tratado de Zamora (1143) estableció la paz entre los primos y el reconocimiento por parte del Reino de León de que Portugal era un reino totalmente independiente.
En 1169, el ya viejo Don Alfonso fue hecho prisionero en una batalla cerca de Badajoz contra los árabes, tras sufrir una caída de su caballo en la que se golpeó contra uno de los hierros que guarnecían una puerta de la villa y se rompió un muslo, siendo capturado por Fernando de León que había acudido acompañado de sus huestes.
Esta campaña dio por resultado un tratado de paz entre ambos reyes, en virtud del cual Alfonso recobró la libertad, en cambio de devolver al leonés las plazas de Cáceres, Badajoz, Trujillo, Santa Cruz de la Sierra, Montánchez y Monfragüe.
Pasó meses convaleciente en las aguas termales de São Pedro do Sul, pero nunca se recuperó del todo y, a partir de este momento, el rey portugués nunca pudo volver a montar a caballo.
Sin embargo, no es seguro si esto se debió a la discapacidad producida por las heridas; de acuerdo con la crónica portuguesa posterior, esto sucedió porque Alfonso juramentó a Fernando II de León arriesgarse a la guerra entre los dos reinos si alguna vez volvía a montar un caballo de nuevo.
Por otra parte, Portugal se vio obligado a devolver casi todas las conquistas que Alfonso había hecho en Galicia en los años anteriores.
Desastre de Badajoz
Todos estos acontecimientos, consecuencia de su apresamiento, son conocidos en la historia portuguesa como el Desastre de Badajoz.
En 1179, los privilegios y favores otorgados a la Iglesia Católica dieron frutos.
Gracias al esfuerzo del Arzobispo Primado de Braga, Paio Mendes, se promulgó la bula papal Manifestis Probatum.
Dicho documento aceptaba al nuevo rey como vasallo exclusivo del Papa.
En la bula, el Papa Alejandro III también reconoció a Alfonso como Rey y a Portugal como una corona independiente.
Además, otorgó a Portugal el derecho de conquistar tierras a los árabes.
Con esta bendición papal, Portugal aseguró finalmente su estatus como reino.
En 1184, el califa almohade Abu Yaqub Yusuf reunió una gran fuerza para tomar represalias contra las incursiones portuguesas realizadas tras una tregua de cinco años y asedió Santarém, que fue defendida por el heredero Sancho.
El asedio almohade fracasó al llegar noticias de que el arzobispo de Compostela había acudido en defensa de la ciudad acompañado por el propio Fernando II de León con su ejército.
Los almohades levantaron el asedio y su retirada se convirtió en una derrota debido al pánico en su campamento, resultando el califa almohade herido en el proceso y muriendo en el camino de regreso a Sevilla. Alfonso murió poco después, probablemente por causa repentina, el 6 de diciembre de 1185.
Los portugueses lo veneran como héroe por su indomable carácter personal y por ser el fundador de su nación.
Existen historias míticas sobre él, como que se necesitaron diez hombres para llevar su espada.
Otras afirman que Alfonso retaba a otros monarcas a enfrentarse en combate personal, pero ningún rey aceptó su desafío.
También se dice que tenía mal genio.
Investigación científica sobre el rey Alfonso I
En julio de 2006, investigadores de la Universidad de Coimbra (Portugal) y de la Universidad de Granada (España) abrieron con fines científicos la tumba del rey que se encuentra en el Monasterio de Santa Cruz en Coimbra.
La apertura de la tumba provocó gran preocupación en algunos sectores de la sociedad portuguesa.
La Agencia Estatal Portuguesa para el Patrimonio Arquitectónico (Instituto Português do Património Arquitectónico – IPPAR) detuvo la apertura. Solicitó más protocolos al equipo científico debido a la importancia del rey en la historia de Portugal. Desde entonces, la investigación ha quedado paralizada hasta nuestros días.
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Víctor Manuel II de Italia
Víctor Manuel II (en italiano: Vittorio Emanuele II; nombre completo: Vittorio Emanuele Maria Alberto Eugenio Ferdinando Tommaso di Savoia; 14 de marzo de 1820 – 9 de enero de 1878) fue rey de Cerdeña desde 1849 hasta el 17 de marzo de 1861, fecha en que asumió el título de Rey de Italia y se convirtió en el primer rey de una Italia unida desde el siglo VI, bajo el nombre de Víctor Manuel II, título que mantuvo hasta su muerte en 1878.
Tomando del antiguo título latino Pater Patriae de los emperadores romanos, los italianos le dieron el epíteto de Padre de la Patria.
Nacido en Turín como el hijo mayor de Carlo Alberto I, Príncipe de Carignano y María Teresa de Austria, luchó en la Primera Guerra de Independencia italiana (1848-49) antes de ser nombrado Rey de Piamonte-Cerdeña tras la abdicación de su padre. Nombró a Camillo Benso, conde de Cavour, como su primer ministro, y consolidó su posición suprimiendo a la izquierda republicana.
En 1855, envió un cuerpo expedicionario como aliado de las fuerzas francesas y británicas durante la Guerra de Crimea; El despliegue de las tropas italianas en Crimea, y la valentía mostrada en episodios como la Batalla de Chernaya (16 de agosto de 1855) o el Asedio de Sebastopol llevaron al Reino de Cerdeña a estar entre los participantes en la conferencia de paz una vez finalizó la guerra, donde podría abordar la cuestión de la unificación italiana a otras potencias europeas.
Víctor Manuel, aliado de Napoleón III
Esto permitió a Víctor Manuel aliarse con Napoleón III, emperador de Francia. Francia había apoyado a Cerdeña en la Segunda Guerra de Independencia italiana, lo que dio como resultado la liberación de Lombardía del dominio austríaco.
Víctor Manuel apoyó la Expedición de los Mil (1860-1861) dirigida por Giuseppe Garibaldi, que precipitó la rápida caída del Reino de las Dos Sicilias en el sur de Italia.
Sin embargo, Víctor Manuel detuvo a Garibaldi cuando se preparaba para atacar Roma, aún bajo los Estados Pontificios, ya que estaba bajo protección francesa.
En 1860, Toscana, Módena, Parma y Romaña decidieron ponerse del lado de Cerdeña-Piamonte, y Víctor Manuel marchó triunfante en la región de Umbría después de la victoriosa batalla de Castelfidardo sobre las fuerzas papales.
Posteriormente se reunió con Garibaldi en Teano, recibiendo de éste el control del sur de Italia y convirtiéndose así en el primer rey de Italia el 17 de marzo de 1861.
En 1866, la Tercera Guerra de Independencia italiana permitió a Italia anexionarse el Véneto.
En 1870, Victor Manuel aprovechó la victoria prusiana sobre Francia en la Guerra Franco-Prusiana para hacerse cargo de los Estados Pontificios después de que los franceses se retiraran.
Entró en Roma el 20 de septiembre de 1870 y estableció la nueva capital allí el 2 de julio de 1871. Murió en Roma en 1878 y fue enterrado en el Panteón.
Biografía de Víctor Manuel II
Victor Manuel II era el hijo mayor de Carlo Alberto, Príncipe de Carignano y Maria Teresa de Austria. Su padre sucedió a un primo lejano como Rey de Cerdeña-Piamonte en 1831.
Vivió durante algunos años de su juventud en Florencia y mostró un temprano interés por la política, el ejército y los deportes.
En 1842, se casó con su prima, Adelaida de Austria. Fue nombrado como duque de Saboya antes de convertirse en rey de Cerdeña-Piamonte.
Participó en la Primera Guerra de Independencia italiana (1848-1849) con su padre, el rey Carlo Alberto, luchando en primera línea en las batallas de Pastrengo, Santa Lucía, Goito y Custoza.
Se convirtió en rey de Cerdeña-Piamonte en 1849 cuando su padre abdicó del trono, después de ser derrotado por los austriacos en la batalla de Novara.
Victor Manuel pudo obtener un armisticio favorable en Vignale por parte del comandante del ejército imperial austríaco, Radetzky.
Massimo D’Azeglio, primer ministro
Sin embargo, el tratado no fue ratificado por la Cámara de Diputados piamontesa, y Víctor Manuel tomó represalias despidiendo a su primer ministro, Claudio Gabriele de Launay, siendo reemplazado por Massimo D’Azeglio.
Tras nuevas elecciones, la paz con Austria fue aceptada por la nueva Cámara de Diputados. En 1849, Víctor Manuel reprimió ferozmente una revuelta en Génova, definiendo a los rebeldes como una «raza vil e infectada de canallas».
En 1852, nombró al conde Camillo Benso de Cavour, el Conde Cavour, como primer ministro de Piamonte-Cerdeña.
Resultó ser una elección acertada, ya que Cavour era un intelectual que jugó un importante papel en la unificación italiana. Victor Manuel II pronto se convirtió en el símbolo del «Risorgimento«, el movimiento de unificación italiano de la década de 1850 y principios de los 60.
Fue especialmente popular en el Reino de Cerdeña-Piamonte debido a su respeto por la nueva constitución y sus reformas liberales.
Guerra de Crimea
Siguiendo el consejo de Victor Manuel, Cavour se unió a Gran Bretaña y Francia en la Guerra de Crimea contra Rusia.
Cavour era reacio a ir a la guerra debido al poder de Rusia en ese momento y al elevado coste que supondría. Víctor Manuel, sin embargo, estaba convencido de las recompensas que se obtendrían de la alianza creada con Gran Bretaña y, lo que es más importante, con Francia.
Después de lograr con éxito el apoyo británico y de congraciarse con Francia y Napoleón III en el Congreso de París en 1856 al final de la guerra, el Conde Cavour organizó una reunión secreta con el emperador francés.
En 1858, se encontraron en Plombières-les-Bains (en Lorena), donde acordaron que si los franceses ayudaban a Piamonte a combatir a Austria, que todavía ocupaba el Reino de Lombardía-Venecia en el norte de Italia, Francia recibiría a cambio Niza y Saboya.
Las Guerras de Unificación
La campaña italo-francesa contra Austria en 1859 comenzó con éxito. Sin embargo, preocupado por las bajas y por la movilización de las tropas prusianas, Napoleón III hizo un tratado en secreto con Francisco José de Austria en Villafranca por el cual Piamonte solo se quedaría con Lombardía.
Como resultado, Francia no recibió Niza y Saboya, pero Austria mantuvo a Venecia, un gran revés para los piamonteses, mayormente porque el tratado había sido hecho a sus espaldas.
Después de varias disputas sobre el resultado de la guerra, Cavour dimitió y el rey tuvo que buscar otros asesores.
Francia solo se anexionó Niza y Saboya después de que se firmara el Tratado de Turín en marzo de 1860, una vez Cavour había sido nombrado de nuevo como Primer Ministro, y se llegara a un acuerdo con los franceses para que se celebraran plebiscitos en los Ducados del centro de Italia.
Víctor Manuel II versus el Papa
Ese mismo año, Víctor Manuel II envió sus fuerzas para luchar contra el ejército papal en Castelfidardo y llevó al Papa a la Ciudad del Vaticano.
Su éxito en estos objetivos lo llevó a ser excomulgado de la Iglesia Católica. Más tarde, Giuseppe Garibaldi conquistó Sicilia y Nápoles, y Cerdeña-Piamonte se hizo aún más grande.
El 17 de marzo de 1861 se estableció oficialmente el Reino de Italia y Víctor Manuel II se convirtió en su rey.
Victor Manuel apoyó la Expedición de los Mil de Giuseppe Garibaldi (1860-1861), que precipitó la caída del Reino de las Dos Sicilias en el sur de Italia.
Sin embargo, el rey detuvo a Garibaldi cuando parecía listo para atacar Roma, aún bajo los Estados Pontificios, ya que estaba bajo protección francesa.
En 1860, mediante plebiscitos locales, Toscana, Módena, Parma y Romaña decidieron unirse a Cerdeña-Piamonte.
Una serie de plebiscitos en las tierras ocupadas proclamaron a Víctor Manuel como el primer Rey de Italia, ratificado por el nuevo Parlamento el 17 de marzo de 1861.
Turín, nueva capital
Turín se convirtió en la capital del nuevo estado. Solo quedaban por conquistar Roma, Véneto y Trentino.
En 1866, Víctor Manuel se alió con Prusia en la llamada Tercera Guerra de la Independencia italiana. Aunque no salió victorioso en el escenario italiano, se las arregló para recibir Véneto después de la derrota austriaca en Alemania.
El secretario de Asuntos Exteriores británico, Lord Clarendon, visitó Florencia en diciembre de 1867 e informó a Londres tras conversar con varios políticos italianos: «Existe un acuerdo universal de que Víctor Manuel es un imbécil. Es un hombre deshonesto que miente a todos. A este ritmo, perderá su corona y arruinará Italia y su dinastía».
En 1870, después de dos intentos fallidos de Garibaldi, aprovechó la victoria prusiana sobre Francia en la Guerra Franco-Prusiana para capturar Roma una vez Francia se retiró.
Entró en Roma el 20 de septiembre de 1870 y estableció la nueva capital allí el 2 de julio de 1871, después del traslado temporal a Florencia en 1864.
La nueva residencia real era el Palacio del Quirinal.
El resto del reinado de Víctor Manuel II fue mucho más tranquilo. Después de que se estableció el Reino de Italia, decidió continuar con el nombre de Víctor Manuel II en lugar de Víctor Manuel I de Italia.
Víctor Manuel II de Italia
No fue una buena decisión para las relaciones públicas, pues no reflejaba el nuevo comienzo que deseaba el pueblo italiano.
Además, sugería que Cerdeña-Piamonte había tomado el control de la península, en lugar de unificarla.
A pesar de este tropiezo inicial, el resto del reinado de Víctor Manuel II transcurrió de forma más o menos rutinaria.
Su papel en el gobierno del día a día disminuyó gradualmente, ya que se hizo cada vez más evidente que un rey ya no podía mantener un gobierno en el cargo contra la voluntad del Parlamento.
Muerte de Victor Manuel II
Víctor Manuel murió en Roma en 1878, después de reunirse con los enviados del papa Pío IX, quienes habían revertido la excomunión. Fue enterrado en el Panteón. Su sucesor fue su hijo Umberto I.
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Luis XIII de Francia
Luis XIII, también llamado Luis el Justo (27 de septiembre de 1601 – 14 de mayo de 1643) fue rey de Francia de 1610 a 1643 y rey de Navarra (como Luis III) de 1610 a 1620, cuando la corona de Navarra se fusionó con la francesa.
Poco antes de su noveno cumpleaños, Luis se convirtió en rey de Francia y Navarra después de que su padre Enrique IV fuera asesinado.
Su madre, María de Medicis, actuó como regente durante su minoría de edad. La mala gestión del reino y las incesantes intrigas políticas de María y sus favoritos italianos, llevaron al joven rey a tomar el poder en 1617 exiliando a su madre y ejecutando a sus seguidores, incluido Concino Concini, el italiano más influyente en la corte francesa.
Luis XIII, taciturno y receloso, dependía en gran medida de sus principales ministros, primero Charles d’Albert, duque de Luynes y luego el cardenal Richelieu, para gobernar el Reino de Francia.
El rey y el cardenal son recordados por fundar la Academia Francesa y poner fin a la revuelta de la nobleza francesa.
Destruyeron sistemáticamente los castillos de los señores desafiantes y sancionaron el uso de la violencia privada (duelos, portar armas y mantener ejércitos privados).
A finales de la década de 1620, Richelieu había establecido «el monopolio real de la fuerza» como la doctrina dominante.
Su reinado también estuvo marcado por las luchas contra los hugonotes y la España de los Habsburgo.
Primeros años de Luis XIII: de 1601 a 1610
Nacido en el Palacio de Fontainebleau, Luis XIII fue el hijo mayor del rey Enrique IV de Francia y su segunda esposa, María de Medicis.
Como hijo del rey, era un Fils de France («hijo de Francia»), y como el hijo mayor, Delfín de Francia.
Su padre, Enrique IV, fue el primer rey francés de la Casa de Borbón, después de haber sucedido a su primo segundo, Enrique III (1574-1589), en aplicación de la ley sálica.
Los abuelos paternos de Luis XIII fueron Antoine de Bourbon, duque de Vendôme, y Jeanne d’Albret, reina de Navarra.
Sus abuelos maternos fueron Francesco I de Medicis, Gran Duque de Toscana, y Joanna de Austria, Gran Duquesa de Toscana. Eleonora de Medici, su tía materna, era su madrina.
Cuando era niño, fue criado bajo la supervisión de la institutriz real Françoise de Montglat.
El embajador del rey Jaime I de Inglaterra ante la corte de Francia, Sir Edward Herbert, quien presentó sus credenciales a Louis XIII en 1619, comentó sobre el impedimento congénito extremo del habla de Luis y sus dobles dientes:
«… Le presenté al Rey [Luis] una carta de crédito del Rey [Jaime] mi maestro: el Rey [Luis] me aseguró un afecto recíproco al Rey [Jaime] mi maestro, y de mi particular bienvenida a su corte: sus palabras nunca fueron muchas, ya que era tan tartamudo [sic] tan tartamudo que a veces se sacaba la lengua de la boca un buen rato antes de poder hablar tanto como una palabra; Tenía además una doble hilera de dientes, y rara vez o nunca se le escupía o se soplaba la nariz, o sudaba mucho, aunque era muy laborioso y casi infatigable en sus ejercicios de caza y venta ambulante, a lo que era mucho aficionado…«
Regencia de María de Medicis, 1610–1617
Luis XIII ascendió al trono en 1610 tras el asesinato de su padre, y su madre, María de Medicis, actuó como su regente. Aunque Luis XIII alcanzó la edad de trece años (1614), su madre no renunció a su cargo como Regente hasta 1617, cuando tenía 16 años.
María mantuvo a la mayoría de los ministros de su esposo, con la excepción de Maximilien de Béthune, duque de Sully, quien era impopular en el país.
Se apoyó principalmente en Nicolás de Neufville, el señor de Villeroy, Noël Brûlart de Sillery y Pierre Jeannin para obtener asesoramiento político. Maríae siguió una política moderada, confirmando el Edicto de Nantes.
Sin embargo, no pudo evitar la rebelión de nobles como Henri, Príncipe de Condé (1588-1646), segundo en la línea del trono después del segundo hijo sobreviviente de María, Gastón, duque de Orleans.
Condé se enfrentó a María en 1614 y brevemente levantó un ejército, pero encontró poco apoyo en el país y María pudo formar su propio ejército.
No obstante, María prefirió acordar convocar una asamblea general de Estados para abordar las quejas de Condé.
Los Estados Generales
La asamblea de estos Estados Generales se retrasó hasta que Luis XIII cumplió formalmente la edad en su decimotercer cumpleaños. Aunque su mayoría de edad terminó formalmente la Regencia de María, ella siguió siendo la gobernante de facto de Francia.
Los Estados Generales lograron poco, dedicando su tiempo a discutir la relación de Francia con el papado y la venalidad de los cargos, pero sin llegar a ninguna resolución.
A partir de 1615, María comenzó a confiar cada vez más en Concino Concini, un italiano que asumió el papel de su favorito, y era muy impopular porque era extranjero. Esto enfureció aún más a Condé, quien lanzó otra rebelión en 1616.
Los líderes hugonotes apoyaron la rebelión de Condé, lo que llevó al joven Luis XIII a concluir que nunca serían sujetos leales. Finalmente, Condé y la Reina María firmaron la paz a través del Tratado de Loudun, que permitió a Condé un gran poder en el gobierno pero no eliminó a Concini.
Con la creciente insatisfacción de los nobles debido a la posición de Concini, la Reina María, con la ayuda de Luis, encarceló a Condé para proteger a Concini, lo que condujo a revueltas revueltas contra la Reina y Concini.
Mientras tanto, Charles d’Albert, convenció a Luis XIII de que debía romper con su madre y apoyar a los rebeldes. Luis organizó un golpe de estado en palacio.
Como resultado, Concini fue asesinado el 24 de abril de 1617. Su viuda Leonora Dori Galigaï fue juzgada por brujería, condenada, decapitada y quemada el 8 de julio de 1617, y María fue enviada al exilio en Blois. Más tarde, Luis otorgó el título de duque de Luynes a d’Albert.
Ascenso de Charles de Luynes, 1617–1621
Luynes pronto se volvió tan impopular como lo había sido Concini. Otros nobles desconfiaban de su monopolización del rey. Luynes fue visto como menos competente que los ministros de Enrique IV, muchos ahora ancianos o fallecidos, que habían rodeado a María de Medicis.
La Guerra de los Treinta Años estalló en 1618. La corte francesa inicialmente no estaba segura de qué lado apoyar.
Por un lado, la rivalidad tradicional de Francia con la Casa de los Habsburgo pesó a favor de intervenir en nombre de las potencias protestantes (y el padre de Luis Enrique IV de Francia había sido un líder hugonote). Por otro lado, Luis XIII tuvo una estricta educación católica, y su inclinación natural era apoyar al Sacro Emperador Romano, el Habsburgo Fernando II.
Los nobles franceses se enfrentaron aún más contra Luynes por la revocación de 1618 de impuestos y por la venta de edificios en 1620.
Desde su exilio en Blois, María de Medicis se convirtió en el punto de reunión obvio para este descontento, y al obispo de Luçon (quien se convirtió en el cardenal Richelieu en 1622) se le permitió actuar como su principal asesor, sirviendo de intermediario entre María y el Rey.
La rebelión de la nobleza
La nobleza francesa lanzó una rebelión en 1620, pero sus fuerzas fueron fácilmente derrotados por las fuerzas reales en Les Ponts-de-Cé en agosto de 1620.
Luis lanzó una expedición contra los hugonotes del Bearn que habían desafiado una serie de decisiones reales. Esta expedición logró restablecer el catolicismo como la religión oficial de Bearn.
Sin embargo, la expedición llevó a los hugonotes de otras provincias a una rebelión dirigida por Henri, duque de Rohan.
En 1621, Luis XIII se reconcilió formalmente con su madre. Luynes fue nombrado ministro de Francia, después de lo cual él y Luis se dispusieron a sofocar la rebelión hugonote. El asedio en la fortaleza hugonote de Montauban tuvo que abandonarse después de tres meses debido a la gran cantidad de tropas reales que habían sucumbido a las fiebres en el campamento.
Una de las víctimas de la fiebre del campamento fue Luynes, quien murió en diciembre de 1621.
Gobierno del Consejo, 1622–24
Tras la muerte de Luynes, Luis determinó que gobernaría por consejo. Su madre regresó del exilio y, en 1622, ingresó en este consejo, donde Condé recomendó la represión violenta de los hugonotes.
Sin embargo, la campaña de 1622 siguió el patrón del año anterior: las fuerzas reales obtuvieron algunas victorias tempranas, pero no pudieron completar un asedio, esta vez en la fortaleza de Montpellier.
La rebelión fue finalizada a través del Tratado de Montpellier, firmado por Luis XIII y el duque de Rohan en octubre de 1622. El tratado confirmó los principios del Edicto de Nantes: varias fortalezas hugonotes fueron arrasadas, pero los hugonotes conservaron el control de Montauban y La Rochelle
Luis finalmente despidió a Noël Brûlart de Sillery y Pierre Brûlart en 1624 debido a su descontento con la forma en que manejaron la situación diplomática sobre Valtellina con España. Valtellina era un área con habitantes católicos bajo la soberanía de las Tres Ligas Protestantes.
Problemas con España
Sirvió como una ruta importante a Italia para Francia y proporcionó una conexión fácil entre los imperios español y sacro romano, especialmente para ayudarse mutuamente en el aspecto militar si fuera necesario. España estaba constantemente interfiriendo en la Valtellina, lo que enfureció a Luis, ya que quería mantener la posesión de este territorio estratégico.
En estos años, el reino francés estaba literalmente rodeado por los reinos de los Habsburgo, ya que eran reyes de España y también emperadores del Sacro Imperio Romano.
Además, los imperios español y sacro-romano incluían los territorios de la actual Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Alemania y el norte de Italia.)
Mientras tanto, encontró un fiel servidor en su ministro de Finanzas, Charles de La Vieuville, que tenía opiniones similares sobre el asunto de España como el rey, y que aconsejó a Luis que se pusiera del lado de los holandeses a través del Tratado de Compiègne.
Así mismo, La Vieuville fue despedido a mediados de 1624, en parte debido a su mal comportamiento (durante su mandato como ministro fue arrogante e incompetente) y debido a una campaña de panfletos bien organizada por el cardenal Richelieu contra su rival del consejo.
Luis necesitaba un nuevo consejero jefe; el cardenal Richelieu sería ese consejero.
El cardenal Richelieu, 1624–42
El cardenal Richelieu desempeñó un papel importante en el reinado de Luis XIII desde 1624, determinando la dirección de Francia en el transcurso de los próximos dieciocho años.
Como resultado del trabajo de Richelieu, Luis XIII se convirtió en uno de los primeros ejemplos de un monarca absoluto.
Bajo Luis y Richelieu, la corona intervino con éxito en la Guerra de los Treinta Años contra los Habsburgo, logró mantener a la nobleza francesa a raya y se retractó de los privilegios políticos y militares otorgados a los hugonotes por Enrique IV (manteniendo sus libertades religiosas).
Luis XIII dirigió con éxito el importante asedio de La Rochelle. Además, Luis modernizó el puerto de Le Havre y construyó una poderosa armada.
El rey también trabajó para revertir la tendencia de prometedores artistas franceses que se van a Italia a trabajar y estudiar.
Él encargó a los pintores Nicolas Poussin y Philippe de Champaigne que decoraran el Palacio del Louvre. En asuntos extranjeros, Luis organizó el desarrollo y la administración de Nueva Francia, expandiendo sus asentamientos hacia el oeste a lo largo del río San Lorenzo, desde la ciudad de Quebec hasta Montreal.
Marruecos
Con el fin de continuar los esfuerzos de exploración de su predecesor Enrique IV, Luis XIII consideró una empresa colonial en Marruecos y envió una flota bajo Isaac de Razilly en 1619.
Razilly pudo explorar la costa hasta Mogador. En 1624 fue encargado de una embajada en el puerto pirata de Salé en Marruecos, para resolver el asunto de la biblioteca de Mulay Zidan.
En 1630, Razilly pudo negociar la compra de esclavos franceses a los marroquíes. Visitó Marruecos nuevamente en 1631 y ayudó a negociar el Tratado Franco-Marroquí.
El Tratado otorgó a Francia un trato preferencial, conocido como Capitulaciones, aranceles preferenciales, el establecimiento de un Consulado y la libertad de religión para los súbditos franceses.
América
A diferencia de otras potencias coloniales, Francia, bajo la guía de Luis XIII y el cardenal Richelieu, alentó una coexistencia pacífica en Nueva Francia entre los nativos y los colonos.
Estos indios, convertidos al catolicismo, fueron considerados como «franceses naturales» por la Ordenanza de 1627:
«Los descendientes de los franceses que están acostumbrados a este país [Nueva Francia], junto con todos los indios que conocerán la fe y la profesarán, serán considerados y reconocidos franceses naturales, y como tal pueden venir vivir en Francia cuando quieran, y adquirir, donar y tener éxito y aceptar donaciones y legados, como verdaderos súbditos franceses, sin tener que tomar cartas de declaración de naturalización «.
Acadia también se desarrolló bajo Luis XIII. En 1632, Isaac de Razilly se involucró, a petición del cardenal Richelieu, en la colonización de Acadia, tomando posesión de la habitación en Port-Royal (ahora Annapolis Royal, Nueva Escocia) y convirtiéndola en una colonia francesa.
El Rey le dio a Razilly el título oficial de teniente general de Nueva Francia. Asumió tareas militares como tomar el control de Fort Pentagouet en Majabigwaduce en la Bahía Penobscot, que se le había dado a Francia en un Tratado anterior, e informar a los ingleses que iban a desalojar todas las tierras al norte de Pemaquid.
Esto dio lugar a la restauración de todos los intereses franceses en Acadia.
En Brasil, la colonia de Francia equinoccial se estableció en 1612, pero solo duró 4 años hasta que fue eliminada por los portugueses.
Asia
Las relaciones entre Francia y Japón comenzaron bajo Luis XIII en 1615 cuando Hasekura Tsunenaga, un samurai y embajador japonés, enviado a Roma por Date Masamune, visitó Saint-Tropez durante unos días.
En 1636, Guillaume Courtet, un sacerdote dominico francés, correspondió la visita a Japón.
También en 1615, María de Medici reunió a los comerciantes de Dieppe y otros puertos con el fin fundar la Compañía de las Molucas.
En el año1619, una expedición armada compuesta por tres barcos (275 tripulantes, 106 cañones) y llamada la «Flota de Montmorency» al mando del general Augustin de Beaulieu fue enviada desde Honfleur, para luchar contra los holandeses en el Lejano Oriente.
Ya en 1624, con el Tratado de Compiègne, el cardenal Richelieu obtuvo un acuerdo para detener la guerra holandesa-francesa en el Lejano Oriente.
Rivalidad con su hermano
Hasta dos veces el hermano menor del rey, Gastón, duque de Orleans, tuvo que abandonar Francia por conspirar contra su gobierno y por intentar socavar la influencia de su madre y el cardenal Richelieu. Después de librar una guerra infructuosa en Languedoc, se refugió en Flandes.
En 1643, a la muerte de Luis XIII, Gastón se convirtió en teniente general del reino y luchó contra España en las fronteras del norte de Francia.
Matrimonio de Luis XIII
El 24 de noviembre de 1615, Luis XIII se casó con Ana de Austria, hija de Felipe III de España. Este matrimonio siguió una tradición de consolidar alianzas militares y políticas entre los poderes católicos de Francia y España con matrimonios reales.
La tradición se remonta al matrimonio de Luis VII de Francia y Constanza de Castilla. El matrimonio fue solo brevemente feliz, y los deberes del Rey a menudo los mantenían separados. Después de veintitrés años de matrimonio y cuatro abortos, Ana finalmente dio a luz a un hijo el 5 de septiembre de 1638, el futuro Luis XIV.
Muchos consideraron este nacimiento como un milagro y, en muestra de gratitud a Dios por el tan esperado nacimiento de un heredero, sus padres lo llamaron Louis-Dieudonné («dado por Dios»).
Como otra señal de gratitud, según varias interpretaciones, siete meses antes de su nacimiento, Francia fue dedicada por Luis XIII a la Virgen María, quien, muchos creyeron, había intercedido por el milagro percibido.
Sin embargo, el texto de la dedicatoria no menciona el embarazo real y el nacimiento como una de sus razones. Además, se dice que el propio Luis XIII expresó su escepticismo con respecto al milagro después del nacimiento de su hijo.
En agradecimiento por haber dado a luz con éxito, la reina fundó la abadía benedictina de Val-de-Grâce, para la cual el propio Luis XIV colocó la piedra angular de su iglesia, una de las primeras obras maestras de la arquitectura barroca francesa.
Vida sexual de Luis XIII
No hay evidencia de que Luis tuviera amantes (una distinción que le valió el título de «Luis el Casto»), y varios informes sugieren que pudo haber sido homosexual.
La brecha temporal prolongada entre los embarazos de la reina puede haber sido el resultado de la aversión de Luis XIII a la heterosexualidad, una cuestión de gran trascendencia política, ya que la pareja tardó más de 20 años de matrimonio antes del nacimiento de Luis XIV.
Sus intereses como adolescente se centraron en los cortesanos varones.
Desarrolló un intenso vínculo emocional con su favorito, Charles d’Albert.
Aunque algunos dicen que no hay evidencia clara de una relación sexual física.
Gédéon Tallemant des Réaux, basándose en los rumores que le contó la Marquesa de Rambouillet, especuló explícitamente en sus Historiettes sobre lo que sucedía en la cama del rey.
Luis también fue cautivado por Henri Coiffier de Ruzé, marqués de Cinq-Mars.
Más tarde, este fue ejecutado por conspirar con el enemigo español en tiempo de guerra.
Tallemant describió cómo en un viaje real, el Rey «envió a M. le Grand [de Cinq-Mars] a desvestirse, quien regresó, adornado como una novia.» A la cama, a la cama «, le dijo con impaciencia … y el mignon no estaba antes de que el rey ya le besara las manos «.
Muerte de Luis XIII
Luis XIII murió en París el 14 de mayo de 1643, exactamente treinta y tres años después que su padre.
Según su biógrafo A. Lloyd Moote:
«Sus intestinos estaban inflamados y ulcerados, lo que hacía la digestión prácticamente imposible. La tuberculosis se había extendido a los pulmones, acompañada de una tos habitual.
Cualquiera de estas dolencias importantes, o la acumulación de problemas menores, pudo haberlo matado.
No se puede descartar la debilidad fisiológica que lo hacía propenso a las enfermedades.
Además, los remedios de sus doctores, como los enemas y las hemorragias, continuaron hasta su muerte».
Luis XIII, compositor y laudista
Luis XIII compartió el amor de su madre por el laúd, desarrollado en su infancia en Florencia.
Uno de sus primeros juguetes fue un laúd y su médico personal, Jean Héroard, informa que lo tocó para su madre en 1604, a la edad de tres años.
En 1635, Luis XIII compuso la música, escribió el libreto y diseñó los trajes para el «Ballet de la Merlaison». El mismo rey bailó en dos presentaciones del ballet el mismo año en Chantilly y Royaumont.
Influencia de Luis XIII en la moda masculina
En el ámbito de la moda masculina, Luis ayudó a introducir el uso de pelucas entre los hombres en 1624, que se puso de moda por primera vez desde la antigüedad.
Éste sería un estilo dominante entre los hombres en países con influencia europea durante casi 200 años hasta los cambios de moda provocados por la Revolución Francesa.
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Biografía del rey Walia
Walia (385 – 418) fue rey de los visigodos de 415 a 418, ganando una sólida reputación como gran guerrero y prudente gobernante.
Walia
De la dinastía baltinga, era hijo de Atanarico, y hermano de Ataúlfo.
Fue el tercer rey visigodo reinando después de Ataúlfo y Sigerico. Murió asesinado en 415.
Walia
Tras el asesinato de Ataúlfo en 415 se generó una lucha por el trono entre Sigerico y Walia.
En un principio accedió al poder Sigerico, quien en sus siete días de gobierno dio pruebas inequívocas de sus intenciones: mandó matar a los seis hijos de Ataúlfo, para evitar futuros descendientes, y atacó sin piedad a Gala Placidia, viuda de Ataúlfo.
Estos hechos enojaron profundamente a los partidarios de Walia, quienes asesinaron a Sigerico el séptimo día de su reinado.
Desde un principio, Walia firmó la paz con el emperador Honorio y aceptó un tratado con el Imperio Romano.
También le devolvió a Gala Placidia, la hermana de Honorio.
Como beneficio de estos tratos con el emperador, tras derrotar a vándalos y alanos, a Walia se le concedió Aquitania en 417 como la región donde los visigodos se establecerían como aliados oficiales o foederati.
Estableció su corte en Toulouse, la cual se convirtió en la capital visigoda durante el resto del siglo quinto.
La hija de Walia se casó con Requila, rey de los suevos, y era la madre de Ricomero y la suegra de Gundowech, rey de los borgoñones.
Algunos historiadores suponen que Walia ha sido el modelo histórico de la legendaria figura de Walter de Aquitania.
Le sucedió Teodorico I, hijo ilegítimo de Alarico.
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