Su leyenda es tan fascinante que ha sido divisada, cartografiada, fotografiada e incluso visitada (o eso dicen). Pero, ¿qué tiene esta isla para haber seducido a navegantes, poetas y hasta conspiranoicos? Abróchese el cinturón (o el chaleco salvavidas), que nos zambullimos en esta historia llena de mapas antiguos, monjes viajeros y misteriosas huellas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción.
¿Dónde está San Borondón? Respuesta corta: quién sabe
Juan de Abreu Galindo, autor del siglo XVII, situó a San Borondón a 10º10’ de longitud y 29º30’ de latitud. ¿Qué significa eso? Pues que si sales de Canarias y avanzas unos cuantos kilómetros con suerte, quizás encuentres algo… o nada.
Mucho antes, ya en 1367, el mapa de Pizzigano ya mostraba una isla misteriosa al oeste de El Hierro, y siglos después, Toscanelli y otros cartógrafos seguían diciendo: “Tranquilos, muchachos, ahora no la veis pero está ahí”.
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Lo curioso es que cada vez que alguien intenta avistarla, San Borondón juega al escondite. Cuando la isla parece emerger de las profundidades como si fuera la prima mística de la Atlántida, la noche la engulle. Como si dijera: “Ya me habéis visto suficiente, ¡Hasta luego!”.
El testimonio de los aventureros (o los exagerados del siglo XVI)
La historia está repleta de valientes –o ingenuos– marineros que juran haber pisado San Borondón. Uno de los relatos más conocidos es el del portugués Pedro Vello, que, junto a su tripulación, fue empujado por los vientos hacia la isla fantasma. Según Vello, encontraron “enormes huellas humanas”.
El caso es que por alguna razón perdió de vista a sus hombres, pero sí logró zarpar de vuelta antes de que los vientos se lo llevaran a él también. ¿Coincidencia o una táctica para dejarse olvidados a los tripulantes más molestos? Nunca lo sabremos.
Otro navegante, Marcos Verde, afirmó haber recorrido la isla sin encontrar señales de vida.
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En 1721, el capitán general de las Islas Canarias, Juan de Mur y Aguirre, organizó una expedición liderada por Gaspar Domínguez para resolver de una vez por todas el misterio. ¿El resultado? Nada, aparte de quizás nuevas anécdotas para contar en la barra de la taberna.
De San Brandán a San Borondón: un santo con espíritu aventurero
San Borondón debe su nombre a San Brandán. Este santo irlandés del siglo VI decidió que la vida monástica era demasiado aburrida y se lanzó a buscar la Isla del Paraíso junto a catorce monjes. Durante siete años navegó por el Atlántico, enfrentándose a tormentas y desafíos dignos de un entrenamiento militar de supervivencia. ¿Encontró la isla? Bueno, depende de a quién le preguntes. Pero su historia se popularizó tanto que Canarias no tardó en apropiársela y darle el toque local.
En los mapas medievales, San Borondón apareció etiquetada como la isla del misterio, rodeada de dragones dibujados por cartógrafos aburridos. Porque si algo no se entiende, ¿qué mejor que añadir un dragón para darle emoción?
San Borondón: ¿Realidad, espejismo o marketing del siglo XV?
A lo largo de los siglos, San Borondón ha sido un enigma que desafía la lógica y la paciencia. En 1958, un fotógrafo aseguró haber capturado la isla desde La Palma. En la imagen, se veía una silueta en la distancia, pero podría haber sido cualquier cosa: una nube, una ilusión óptica o un mal pulso al sacar la foto. Luis Diego Cuscoy, el autor del reportaje, no dudó en asegurar que “San Borondón había sido fotografiada por primera vez”. Claro, qué mejor «prueba definitiva» como una imagen borrosa en blanco y negro.
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Incluso en la televisión se han mostrado vídeos de la isla, aunque la ciencia moderna insiste en que San Borondón probablemente sea un espejismo causado por fenómenos atmosféricos como la refracción. Pero, siendo sinceros, ¿a quién le interesa una explicación racionalmente científica cuando puedes imaginar una isla mágica?
El legado de San Borondón: la novena isla que todos quieren visitar
Aunque la existencia física de San Borondón esté en duda, su impacto cultural es innegable. La isla ha inspirado canciones, poemas y leyendas. Los Sabandeños, por ejemplo, la mencionaron en una de sus canciones, mientras que escritores y estudiosos la incluyen como un ejemplo perfecto de cómo la imaginación humana puede convertir cualquier cosa en un mito.
Y ahí está el verdadero encanto de San Borondón: no importa si es real o no. Su historia nos recuerda que, en un mundo lleno de certezas, todavía hay espacio para lo desconocido y lo maravilloso.
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