Autor: El café de la Historia
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Richebourg, un espía de talla
Recientemente publicamos una entrada dedicada al considerado peor espía de todos los tiempos, Werner Von Janowski, en la cual enfatizábamos en el hecho de que para poder dedicarse a ser espía con un mínimo de garantías de éxito se requiere de una serie de habilidades tales como mimetismo, improvisación, frialdad, dominio de idiomas, alta capacidad intelectual, memoria…
Pues bien, el caso que hoy nos ocupa se lleva la Matrícula de Honor cum laude en prácticamente todas las asignaturas. Veamos.
Richebourg, a secas
Richebourg, del cual la historia sólo nos ha legado el apellido en lo que parece un halago a otra de sus habilidades: la discreción, nació en 1768 y pasó los primeros años de su vida empleado como sirviente en la casa de la Duquesa de Orleans.
Y esa fue su principal ocupación hasta que cumplió los 21 años.
Porque Richebourg estaba destinado a otras cosas ya que se da la circunstancia de que nuestro protagonista era enano y apenas sobrepasaba el medio metro: medía 58 centímetros.
Con esas características, en el siglo XVIII, su destino natural era ser bufón, titiritero o cómico, pero Richebourg poseía dos cualidades fundamentales: inteligencia y memoria.
Métodos imaginativos en tiempos convulsos
1789. Estalla la Revolución francesa y a Richebourg le pilla en las cercanías de París trabajando para la duquesa y ésta, viendo el feo aspecto que están cogiendo los acontecimientos se alarma e intenta ponerse en contacto con su círculo de amistades en París.
Tras un primer intento infructuoso debido a que los soldados habían incomunicado la capital francesa, la duquesa, altamente preocupada, toma la decisión de contratar a un espía para que cruce los límites de París y entregue la correspondencia a sus contactos para recabar información sobre la situación.
Y Richebourg se ofrece voluntario para la delicada y peligrosa misión.
Las misiones y los métodos del espía enano
Puertas de Paris. Una señora aparece con un carrito de bebé en el férreo control militar y los soldados, cordialmente, les dejan pasar.
Puertas de París al día siguiente: la misma señora, con el mismo carrito y llevando al mismo bebé, aparece haciendo el camino contrario. Los soldados, de nuevo, les dejan pasar con la misma amabilidad que el día anterior.
En el espacio entre un paso y otro, Richebourg había entrado en la ciudad de París, había entregado la correspondencia de la duquesa a sus destinatarios y volvía con la respuesta bien escondida en los pañales.
Para estas peligrosas misiones, Richebourg se afeitaba meticulosamente tanto la cara como la cabeza, se vestía como una criatura de pocos meses, se arropaba con una manta, y sólo dejaba a la vista una mínima porción de su rostro. Asimismo, la niñera avisaba que no lo destaparan ya que estaba muy enfermo. Y usando esta táctica se infiltró en multitud de ocasiones recabando preciosa información a pesar de tener una edad en aquellos momentos de más de veinte años.
La duquesa quedó fascinada y lo utilizó no sólo como correo clandestino sino que le asignaba misiones de espionaje puro.
En ocasiones la señora contratada para hacer el papel de niñera pedía a los soldados si se podían hacer cargo del bebé mientras ella iba a hacer unos encargos. Normalmente éstos accedían y nuestro espía se quedaba en el cochecito memorizando lo que los soldados hablaban entre ellos, ya sean noticias censuradas, movimientos militares, el paradero de algún personaje ilustre, todo ello totalmente confiados de que nadie les escuchaba.
Como hemos mencionado, una de las capacidades más notables de Richebourg, aparte de un afilado sentido del oído, era su prodigiosa memoria. Gracias a este talento era capaz de recordar con exactitud milagrosa todas las informaciones recogidas mediante este método.
En otras ocasiones se le asignaban objetivos más concretos: un miembro del gobierno, algún personaje ilustre, algún funcionario, o cualquier persona susceptible de tener información privilegiada. Y a él que se iba la señora con el carrito pidiendo, por favor, si le podían vigilar al bebé unos minutos.
Otra táctica utilizada por este peculiar espía consistía en ser entregado en las comisarias en calidad de niño perdido, y durante su permanencia en las estancias policiales aprovechaba para recabar información de primera mano.
Las veces que su misión era trasmitir un mensaje concreto, la niñera iba con el carrito al punto de encuentro, el receptor se acercaba a hacer unas carantoñas a tan precioso bebé y Richebourg le trasmitía el mensaje memorizado. El interesado a su vez le dictaba la respuesta que el bebé memorizaba para llevar de vuelta a su destinatario.
La carrera de espía fue tan larga como fructífera, nunca fue detectado y la prueba de todo ello es que murió en París a la provecta edad de 90 años. E inmensamente rico gracias a su talento.
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Cagate lorito… Qué curioso
Desde hoy sólo hablaré del tiempo y mejoras en la alineación de la Roja en presencia de enanos.
Gracias, siempre aprendo algo nuevo
¡Gracias a ti por seguirnos, Bego!
Fantástico Richebourg!!
Gracias, Fumeta. Y sí, un crack el espía.
Muy interesante. Me alegra que se reactive El Café.
Gracias, Pablo.