Revolución anarquista en Gran Bretaña

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Autor: El café de la Historia


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Es parte de la cultura popular del siglo XX la retransmisión radiofónica por parte de Orson Welles de una ficticia invasión alienígena que asustó a Estados Unidos.

Esta ficción sonora se emitió el día de Halloween de 1938 con unos resultados asombrosamente efectivos a pesar de las varias ocasiones en que el propio Orson Welles advertía a la audiencia de que la emisión era pura ficción.

Señoras y señores, les presentamos el último boletín de Intercontinental Radio News. Desde Toronto, el profesor Morse de la Universidad de McGill informa que ha observado un total de tres explosiones del planeta Marte entre las 7:45 P.M. y las 9:20 P.M.

Pues bien, esta famosísima emisión de tintes apocalípticos tuvo un precedente, quizás no tan conocido actualmente pero que sacudió a la sociedad británica de arriba a abajo doce años antes de la emisión de La guerra de los mundos al otro lado del Atlántico, como vamos a explicar a continuación.

Imaginen que están tan tranquilamente escuchando la radio el 16 de enero de 1926 ¿Cómo reaccionarían si se enteran el todopoderoso Imperio británico se desmorona en medio de una Revolución bolchevique?

Los oyentes escuchaban lo que creían era un programa cultural sobre literatura clásica y pocos sabían que lo que estaban empezando a oír era una dramatización sobre una revuelta anarquista ficticia escrita en tono
burlesco por el sacerdote católico Ronald Knox que respondía al título de Retransmitiendo las barricadas (Broadcasting the Barricades).

Knox era un hombre de intereses sumamente peculiares y variados. Era un respetado traductor, un teólogo de cierto renombre en Reino Unido, escritor de relatos policiacos y un redomado bromista. En 1926 trabajaba para la BBC, que en aquellos momentos era una joven emisora con sólo cuatro años de antigüedad.

BBC, 16 de enero de 1926

Aquel día, a las 7:40 de la tarde, la programación fue interrumpida para que un aparentemente alarmado locutor, el propio Knox, anunciase que en esos mismos momentos se estaban produciendo graves altercados en la ciudad de Londres.

Ese breve comunicado fue seguido de una inquietante música ligera. A los pocos minutos vendría el siguiente «boletín in formativo».

Una turba de parados liderados por un tal Poppleberry, secretario general del Movimiento Nacional para la Abolición de los Retrasos en el Teatro (a ver, esto era una pista mas que evidente de que lo venía a continuación como una broma), se había concentrado sin previo aviso en Trafalgar Square.


Algo más de música ligera, información del tiempo y nuevo informe: la multitud se dirige hacia el Arco del Almirantazgo en «actitud amenazante».

La siguiente noticia es mucho más inquietante: los manifestantes se encaminan en dirección a la National Gallery con la intención de saquear el museo.

En cuestión de minutos las obras de arte de la National Gallery habían sido robadas o, peor aún, destruidas por la turba y los restos se encontraban dispersos por las calles de Londres. Acabada su tarea en el museo, la furiosa masa dirigió sus paso hacia Whitehall, donde arrasó las oficinas gubernamentales.

El pánico asomó a la voz del locutor cuando anunció que el Parlamento estaba siendo atacado con morteros y explosivos que los rebeldes habían obtenido «quién sabe dónde».

La torre del Big Ben, habría caído reducida a escombros tras una violenta explosión. En ese momento se informó a la audiencia que para asegurar la continuidad de las emisiones de la BBC, estas serían realizadas a través de la emisora de Escocia.

Según iba avanzando el programa, los informes se iban haciendo paulatinamente más dramáticos y alarmantes, y alcanzaron su punto álgido cuando se anunció el linchamiento del ministro de transportes, Wutherspoon, ahorcado en una farola. Un comunicado posterior corregía esta noticia y anunciaba que el cuerpo del ministro había sido encontrado colgando de un poste del tranvía, algo mucho más apropiado para un ministro de transportes. Otra pista de que se trataba de una broma.

La revuelta finalizaba con el asalto y posterior voladura del lujoso Hotel Savoy desde el que se estaban retransmitiendo las actuaciones musicales del programa y, finalmente, las propias instalaciones de la BBC que se encontraban justo al lado.

Los atónitos británicos apenas podían dar crédito a lo que oían, el Imperio británico se disolvía en cuestión de minutos y caía en garras de la anarquía más violenta.

Centralistas de la policía y periódicos se vieron colapsadas por las llamadas telefónicas y por las personas que acudían personalmente en busca de más información:

«¿Qué está sucediendo en Londres? ¿Es
cierto que el Big Ben ha sido volado? ¿Han saqueado la National Gallery? ¿Necesita el Gobierno ayuda de los ciudadanos leales?»

Las mujeres se desmayaban, alcaldes de todo el país desempolvaban los planes de emergencia y convocaban a las fuerzas vivas del pueblo.

El sheriff de Newcastle se apresuraba a preparar la defensa de la ciudad mientras la esposa de otro alcalde de la zona apuraba la enésima copa de jerez preguntándose cómo le contaría a su marido que habían dicho en la radio que el orden social se había ido al infierno.

Los ciudadanos llamaban al Almirantazgo reclamando que la armada fuera enviada al Támesis para bregar con los insurgentes.

Todos los accesos a Londres quedaron bloqueados ante la avalancha de personas que huía de la ciudad, que se encontró de bruces con otra multitud similar que acudía a la capital para rescatar a sus familiares o, no pocos, unirse a los tumultos de la revolución.

Veinte minutos después de finalizada la emisión, el padre Knox, ajeno al tumulto que sin querer había desatado, se disponía a cenar tranquilamente cuando fue interrumpido por John Reith, el director de la
BBC, que le comunicó la que se estaba organizando a consecuencia de su emisión.

Al día siguiente se presentaron disculpas públicas por parte de la BBC y del Gobierno, que anunció que en el futuro no se permitiría este tipo de emisiones en la radio pública. Aun así, las críticas fueron durísimas.

El alcance real de la emisión

¿Cuánta gente escuchó realmente el programa en directo?

¿Cuántos de estos oyentes creyeron realmente que Gran Bretaña sucumbía a una revolución?

Pues los expertos barajan cifras de no menos de 10 millones de oyentes.
En cuanto al porcentaje de personas que realmente creyeron como real la ficción de Knox es difícil dar una cifra exacta.

Se supone que, como en el caso de Orson Welles años después, las personas que se incorporaron al programa una vez empezado fueron las más crédulas al no haber escuchado las advertencias iniciales de que se trataba de una ficción.

Lo que sí constatan varios estudios es que las personas pertenecientes a las clases más altas se tomaron más en serio lo que estaban oyendo dándose casos de cenas en las que sonaba de fondo la retransmisión que acabaron en brotes de histeria colectiva.

Para colmo, una nevada histórica retrasó el reparto matutino de los periódicos del día siguiente y la incertidumbre se alargó unas horas agravándose este retraso en las zonas más rurales y aisladas del país.

Es que los ingleses son tontos

La prensa estadounidense relató el incidente mofándose de los ingleses y su nivel de credulidad.

Poco se imaginaban que en poco más de una década ellos caerían en otra broma/ficción similar pero protagonizada por… marcianos.

The BBC Radio Panic of 1926

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