Si creía que la historia no podía ser más absurda, prepárense para conocer cómo un pez, el arenque, y su peculiar «arte» de liberar gases, logró desencadenar tensiones diplomáticas entre Suecia y Rusia.
Agárrense bien, porque esto no es un chiste: es un episodio real que combina biología marina, paranoia de la Guerra Fría y millones de euros desperdiciados en busca de… ¡flatulencias acuáticas!
La historia más surrealista de la Guerra Fría
El escenario: el Mar Báltico y los nervios de acero suecos
El Mar Báltico, hogar de millones de arenques, no es solo un pintoresco e idílico destino para la pesca. Durante la Guerra Fría, también fue un campo minado de tensión internacional. Suecia, neutral pero siempre vigilante, escuchaba con atención cada susurro bajo sus aguas, temerosa de intrusiones de submarinos rusos en sus aguas territoriales.
Y escucharon cosas.
Sin embargo, esas cosas que los suecos identificaron con motores de submarinos espías eran, en realidad… pedos de arenques.
Sí, no es un error: flatulencias de un pez pequeño y -hasta que se demuestre lo contrario- inocente.
Arenques parlantes: ¿más listos de lo que pensamos?
Resulta que los arenques tienen una habilidad muy especial: pueden comunicarse entre ellos mediante sonidos de alta frecuencia. ¿Cómo lo hacen? Liberando burbujas de aire a través de una pequeña abertura cercana a su ano.
Esto, conocido como Fast Repetitive Tick (FRT), es su versión submarina de WhatsApp, solo que en versión analógica. Y escatológica.
El fenómeno fue documentado por Robert Batty y sus colegas de la Scottish Association for Marine Science, quienes describieron el sonido como «una pedorreta metálica en tono alto». Imaginen a un arenque diciendo: «¡Por aquí, broders!» a través de una ventosidad. Lo mejor es que estos «pedos» no son un subproducto digestivo; son burbujas de aire atrapadas a propósito que los peces liberan para mantenerse en contacto durante la noche. Todo un sistema de comunicación digno de admiración.
El gran malentendido sueco: arenques y submarinos rusos
En los años 80, nadie tenía idea de este curioso mecanismo biológico. Lo que sí tenía la Armada sueca eran sofisticados hidrófonos capaces de captar los sonidos más sutiles bajo el agua. Entonces, cada vez que un banco de arenques decidía «charlar», los suecos escuchaban lo que creían que eran motores de submarinos rusos.
La paranoia alcanzó su punto álgido en 1994, cuando el primer ministro sueco Carl Bildt envió una carta subidita de tono a Boris Yeltsin, exigiendo explicaciones por las «intrusiones» en aguas suecas.
Imaginen la cara de Yeltsin recibiendo esa carta: ¿»Submarinos nuestros? ¿Qué están fumando los suecos?» «¡Traigan más vodka!».
Ciencia al rescate: la verdad sale a flote
A mediados de los 90, el bíologo Magnus Wahlberg, de la Universidad del Sur de Dinamarca, fue convocado para investigar los misteriosos ruidos. Tras un sinfín de experimentos y grabaciones bajo el agua, Wahlberg y su equipo llegaron a una conclusión sorprendente (y algo humillante para la Armada sueca): los responsables de esos «motores» no eran submarinos rusos, sino bancos de arenques gaseosos.
Por si fuera poco, también se descubrió que otros sonidos catalogados como «submarinos enemigos» resultaron ser visones juguetones y otros mamíferos acuáticos retozando alegremente.
¡Todo un zoológico conspirando contra Suecia!
El precio de la paranoia: millones a la basura
La broma tuvo un coste colosal para las arcas públicas. Suecia gastó aproximadamente 3.000 millones de coronas (¡unos 324 millones de euros!) persiguiendo sonidos que solo eran burbujas. ¿Bombardeos, maniobras navales, y sofisticados equipos de detección? Todo para descubrir que habían estado luchando contra pedos de peces.
Y aunque el descubrimiento ganó el prestigioso premio Ig Nobel en Biología en 2004, es difícil imaginar que la Marina sueca esté orgullosa de este episodio en su historial.
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