Autor: El café de la Historia
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Palisade: el pueblo más salvaje del salvaje Oeste
En el siguiente artículo vamos a explicar una de las historias más asombrosas y a la vez desconocidas ocurridas en el «salvaje Oeste».
Para ello nos vamos a desplazar a Palisade, un pequeño pueblo del estado de Nevada, que no se diferencia de otros tantos pueblos que proliferaron en la llamada «Conquista del Oeste», a no ser por su fama de ser el más salvaje entre todos los pueblos del salvaje Oeste.
Todo este asunto empieza cuando se descubren unos importantes yacimientos de minerales en las proximidades.
Unos yacimientos que traen el consiguiente crecimiento de la localidad gracias a la llegada de los trabajadores y los comercios y servicios necesarios para atender a esta recién instalada población.
Palisade, década de 1870
Estamos en la segunda mitad del siglo XIX.
Las minas pronto empezaron a trabajar a pleno rendimiento y se construyó un ferrocarril para poder transportar el mineral, creciendo de nuevo la localidad de manera muy rápida gracias a toda la población que atrajo la construcción de la línea férrea y, sobre todo, por su estratégica ubicación geográfica.
De esta forma, se convirtió en un importante nudo ferroviario que hacía las funciones de transbordo de pasajeros entre las líneas de la Central Pacific y la Union Pacific, construyéndose una pequeña pero funcional estación de tren con cantina incluida para los viajeros, e instalándose diversos comercios en la calle principal para dar servicio tanto a la población local como a los pasajeros que esperaban su próximo tren.
Hasta aquí nada fuera de lo normal y que no hubiese pasado antes ni fuese a pasar después en todo ese proceso de colonización de los vastos territorios del Oeste estadounidense.
Pero cuando el tren se acercaba y el revisor anunciaba que la siguiente parada era Palisade, un escalofrío recorría el espinazo de los pasajeros.
¿El motivo?
Nadie que fuera a bordo del tren desconocía que se iban a detener en la ciudad más peligrosa de todo el Oeste.
Los periódicos de todo el país habían informado en innumerables ocasiones de la desmesurada violencia que se vivía en sus calles, y en sus crónicas reflejaban tiroteos y hombres abatidos a balazos entre charcos de sangre a plena luz del día.
A este goteo constante de sucesos violentos que ocurrían en Palisade le seguía una retahíla de artículos y editoriales exhortando a las autoridades a que intervinieran y tomaran cartas en el asunto para detener esa pérdida continua de vidas humanas que, durante mucho tiempo, nadie atendió.
Pero empecemos por el principio.
El incidente West – Kittleby
El primer suceso del que hay constancia data de 1876 y ocurrió así.
Un tren lleno de pasajeros llega a la estación y muchos viajeros aprovechan la parada para comer en la cantina.
A escasos metros, un individuo apellidado West está apoyado tranquilamente en la valla de un corral de ganado cuando se le acerca un tal Alvin Kittleby.
West examina a Kittleby con dureza, arroja el cigarro al suelo y se retan con la mirada.
Así que aquí estabas.
Te estaba esperando.
Te voy a matar por lo que hiciste a mi hermana pequeña.
Bang, bang.
Kittleby se desploma retorciéndose en el suelo, unos segundos de agónicos espasmos y finalmente queda inmóvil, muerto.
«There ya are, ya low-down polecat.
Ah bin waitin’ fer ya.
Ah’m goin’ to kill ya b’cause of what ya did ta mah sister.»
Dialogo original reproducido en la prensa de la época
Los atónitos pasajeros que presenciaron la escena palidecieron y la noticia llegó a los periódicos en los que pronto se bautizó a Palisade como «el pueblo más salvaje del salvaje Oeste».
La fama de Palisade crecía con cada titular sensacionalista de la prensa y llegamos al segundo incidente ocurrido poco tiempo después.
El incidente entre el tuerto Randall y el manco Paterson
Otro tren llega a Palisade cargado de pasajeros y por motivos técnicos se ha de detener por más de una hora en su estación.
Los viajeros aprovechan para estirar las piernas por un pueblo sucio, polvoriento, aparentemente tranquilo. Tan tranquilo, tan apacible y tan monótono que llega a decepcionar a esos pasajeros que empiezan a pensar que los periodistas son unos exagerados y que vaya birria era el mítico Palisade.
De repente, del Saloon sale un individuo gritando que se pusieran todos a cubierto que el tuerto Randall y el manco Paterson se iban a enzarzar a tiros y que si querían seguir vivos buscaran refugio.
En efecto, dos individuos en la mejor tradición de duelos al sol se colocan frente a frente, se retan con la mirada, unos estruendos sacuden a los estupefactos pasajeros y el manco Patterson acaba en el suelo con dos balas en el cuerpo.
En loca estampida, los pasajeros corrieron hacia la estación para refugiarse en el tren implorando al revisor que arrancase para marcharse de ese infierno violento, petición que el revisor no pudo complacer ya que hasta que no llegase otro tren que venía en dirección contraria no podían moverse del apeadero.
Resignados pero más seguros dentro del tren, los pasajeros observan a un individuo con una estrella de sheriff que aparece por la polvorienta calle, se detiene parsimoniosamente ante el cuerpo del manco Patterson y se quita el sombrero en señal de respeto hacia el difunto mientras masculla «Ha muerto, pobre diablo...»
Pero la cosa no acaba aquí; unos metros más allá el tuerto Randall también yace muerto en el suelo a consecuencia de una bala que ha entrado por la cuenca vacía de su ojo derecho.
Por fin, el tren se pone lentamente en marcha para alivio de los aterrados viajeros llevándose con ellos la noticia de lo que acababan de presenciar.
Lo que el ojo no ve
Lo que éstos y tantos otros pasajeros del ferrocarril no pudieron ver es cómo el manco Patterson y el tuerto Randall se levantaban del suelo sacudiéndose los pantalones, maldiciendo el polvo de ese maldito pueblo y se dirigían a la cantina a echar unos tragos con el sheriff mientras comentaban la jugada del día:
Hoy has caído mal.
Pues tú has sacado el revólver demasiado rápido.
Un día nos pillarán por tu culpa.
Y cosas así que quedaban rápidamente olvidadas entre los efluvios del alcohol y risas hasta que viniese el próximo «cargamento» de turistas.
El primer parque temático de la historia
Sí señores, Palisade podría considerarse el primer parque temático de la historia.
Un gran teatro que estuvo viviendo de lujo a costa de estos turistas «civilizados» que querían sentir de primera mano, ver con sus propios ojos, todas esas aventuras de extrema violencia asociadas a la leyenda del Salvaje Oeste para poder explicarlas a su regreso.
Todo el pueblo estaba conchabado, todos tenían un papel en la función, todos ganaban con el asunto.
Las tiendas, la cantina de la estación, el Saloon del pueblo, los comercios de la calle principal, los vendedores ambulantes, los fotógrafos que vendían a los turistas fotos que inmortalizaban los terribles sucesos allí ocurridos, todos.
Pero… ¿cómo y por qué empezó esta comedia?
La «idea»
Parece ser que todo empezó con una charla en el Saloon en la que el dueño del establecimiento se lamentaba con un revisor del ferrocarril de que el negocio no iba bien por falta de clientes, a lo que el revisor le contestó que la cosa no pintaba mejor en lo suyo ya que a la compañía del ferrocarril no le salían los números, y que la línea estaba en peligro de ser cerrada por falta de viajeros.
Y así, entre trago y trago, al revisor se le ocurrió que el dueño del Saloon podría organizar una escenificación de una riña en el establecimiento de vez en cuando cuando llegase el tren para atraer la curiosidad de los viajeros.
Lo que empezó como una mezcla de divertimento para asustar a los viajeros y atraer visitantes para animar la depauperada economía local se fue profesionalizando hasta llegar a extremos de teatralidad de impecable técnica, llegando incluso a haber celos entre los «actores» por exceso de dramatismo y protagonismo.
Vamos, lo que se conoce hoy en día como «chupar cámara«.
Sea como sea, el improvisado teatro trajo una prosperidad nunca antes vista al pueblo.
Y también a la línea de ferrocarril, que no daba crédito ni encontraba una explicación racional a los beneficios que estaba dando ese desangelado apeadero de un ramal secundario.
The show must go on
Y así fue durante tres años en los que toda persona del pueblo tenía un papel por pequeño que fuera en aquella representación.
Una representación que era planificada por el alcalde en medio de la calle, subido a un cajón repartiendo los papeles y explicando el correspondiente guion.
Así, se dio rienda suelta a la imaginación de los guionistas, resultando cada vez más elaboradas las representaciones.
En las ocasiones en que había muchos actores disponibles, se organizaban auténticas superproducciones que podían empezar con el asalto de una banda de forajidos al banco local con sus consiguientes tiroteos, rehenes y víctimas hasta, cuando ya se venían definitivamente arriba y tiraban la casa por la ventana, se apuntaban al jolgorio un nutrido grupo de indios pertenecientes a una pacífica tribu vecina, que entraban al pueblo gritando como posesos al galope con sus caras embadurnadas con pinturas de guerra, saqueaban el pueblo, mataban y cortaban las cabelleras a todo lo que se movía (preferentemente niños y mujeres que, oh, qué casualidad, estaban dispuestos los más cercanos al tren), para espanto y horror de los viajeros que, agazapados en sus vagones, veían con alivio como al final eran repelidos por un providencial contingente de hombres que llegaban en auxilio del pueblo y que, revólver en mano, iban matando pieles rojas hasta expulsarlos de Palisade.
En fin, todo un despliegue de medios que sólo tenía el límite de su imaginación, el elenco disponible, y sus ganas de divertirse ese día.
Y, como decíamos, así fue durante tres lucrativos años hasta que, alarmados por las noticias que no cesaban de llegar sobre el supuesto descontrol violento en Palisade, el Departamento de Defensa planeó destacar un contingente fijo de caballería para pacificar el pueblo.
Para tantear el terreno y estudiar la ubicación idónea del futuro cuartel, el ejército envió una comisión de investigación a la ciudad que no tardó en descubrir todo el pastel.
Las autoridades no le vieron ninguna gracia a todo el asunto y ordenaron que se suspendieran de manera inmediata las representaciones bajo severas penas.
Cuando se descubrió el fraude, al contrario de lo que se pudiera pensar, una ola de simpatía hacia el pueblo de Palisade recorrió el país, reconociendo el ingenio de los habitantes de un pueblo que, en realidad, durante los tres años que había durado la comedia era tan anormalmente pacífico, que no se había registrado ni un solo delito a pesar de no haber tenido nunca ni siquiera Sheriff.
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Jajajaja, más currado y auténtico que el Fort Bravo de Tabernas
Jodó con el pueblo, Increíble historia, nada nuevo bajo el sol!!!
Saludos
Todo está inventado…
¡Saludos Lucía!
Curiosa historia, vive Dios. Y es que lo de esquilmar al turista no lo hemos inventado en Carpetovetonia.
Veo en el mapa que Palisades ya no existe, apenas es un cruce de carreteras tan secundarias que ni el coche de Google ha llegado allí. También parece que las vías de tren se han sustituido por un túnel.
Pero me ha venido a la cabeza el barrio de Pacific Palisades, en Los Ángeles, y se me ha ocurrido si tiene algo que ver. Wikipedia no lo cita (https://en.wikipedia.org/wiki/Pacific_Palisades,_Los_Angeles)
Hola Luisma,
No nos consta que tenga relación. De hecho, Palisade es como Springfield, hay muchos Palisades a lo largo y ancho de EEUU.
¡Saludos!