El obelisco de Luxor y el reloj que nunca dio la hora

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Si alguna vez te has preguntado qué tienen en común un obelisco egipcio que adorna la majestuosa Plaza de la Concordia en París y un reloj que jamás marcó la hora en la Mezquita de Alabastro de El Cairo, la respuesta es simple: un intercambio histórico tan absurdo como hilarante. En un giro de eventos que sólo la historia podría orquestar, Egipto y Francia protagonizaron un trueque que dejó a ambos países con regalos que, en retrospectiva, probablemente habrían preferido devolver.


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Autor: El café de la Historia


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Un intercambio con altas aspiraciones… y bajas expectativas

Corría la década de 1830, y Mohammed Alí, el valí de Egipto, buscaba congraciarse con las potencias europeas. ¿La estrategia? Regalar uno de los monumentos más icónicos de la civilización egipcia: los obeliscos que custodiaban la entrada del Templo de Luxor. Porque, claro, ¿qué mejor forma de asegurar alianzas políticas que desprenderse de parte de tu patrimonio histórico? Carlos X, rey de Francia por aquel entonces, no pudo resistirse a tan magnánima oferta y envió al egiptólogo Jean-François Champollion a elegir cuál de los dos obeliscos debía trasladarse primero. Porque sí, había que llevarlo con estilo.

Champollion, quien ya había descifrado los jeroglíficos de la Piedra Rosetta y, por ende, se creía la reencarnación de un faraón, seleccionó el obelisco de la derecha por estar en mejor estado. Spoiler: el otro se quedó en Luxor, aunque Francia no renunció oficialmente a reclamarlo hasta 1981. Sí, 150 años después.

La mezquita de alabastro

En señal de agradecimiento por tan generoso regalo, Francia decidió responder con un presente de igual valor simbólico: un reloj de cobre que, desde el día de su instalación en la Mezquita de Alabastro, nunca funcionó correctamente. Así comenzó la historia de uno de los intercambios más desastrosos de la humanidad.


El periplo del obelisco: un viaje faraónico a la Ciudad de la Luz

El traslado del obelisco de Luxor fue todo un despliegue de ingeniería y paciencia, cual episodio extendido de un reality show sobre mudanzas imposibles. En 1831, un barco especialmente diseñado, llamado Luxor, zarpó de Toulon hacia Egipto para recoger el monolito. Este barco tenía cinco quillas (sí, cinco) y unas dimensiones cuidadosamente calculadas para poder pasar bajo los puentes del Sena. Porque claro, nada podía salir mal.

Una vez en Egipto, las autoridades locales labraron un canal especial para llevar el barco hasta el obelisco. Todo iba bien… hasta que no. El regreso resultó ser una odisea digna de Homero: hubo que esperar meses a que el Nilo tuviera suficiente caudal, superar bancos de arena y capear tormentas. Finalmente, el Luxor llegó a París en diciembre de 1833, remolcado por otro barco llamado Esfinge. Porque, aparentemente, a los franceses les encanta que todo tenga nombres egipcios.

El obelisco en París

En 1836, tras un acto de ingeniería monumental que incluyó 300 trabajadores y grúas gigantes, el obelisco se erigió en la Plaza de la Concordia. ¿El detalle irónico? Fue colocado en el lugar exacto donde alguna vez estuvo una estatua de Luis XIV, decapitada durante la Revolución Francesa. Pero claro, un obelisco egipcio estaba exento de la ira revolucionaria. Al menos, por ahora.


El reloj que nunca dio la hora: Egipto, estafado en el trueque

Mientras el obelisco disfrutaba de su protagonismo en París, el reloj de cobre francés llegó al Palacio de Shubra, al norte de El Cairo, donde rápidamente pasó a un rincón oscuro de la historia. En 1855, fue trasladado a la Mezquita de Alabastro, situada en la Ciudadela de Saladino. Allí se instaló en una torre decorativa con grabados elegantes que, lamentablemente, no podían ocultar el hecho de que el reloj no funcionaba.

¿Por qué no marcaba la hora? Nadie lo sabe con certeza. Algunos dicen que se dañó durante el transporte, mientras que otros culpan a los mecánicos egipcios que intentaron arreglarlo sin éxito. Lo único claro es que el reloj pasó a ser una metáfora perfecta de las relaciones diplomáticas: vistoso por fuera, pero completamente inútil.

El obelisco gemelo de Luxor

Aunque se sometió a reparaciones en 1943 y 1984, el reloj sigue tan mudo como el día que llegó. En 2022, tras una nueva restauración, las autoridades egipcias prometieron que podría volver a funcionar. Pero seamos sinceros: después de casi dos siglos de silencio, ¿quién confía en esa promesa?


Un balance desastroso: ¿quién ganó en este intercambio?

Si comparamos regalos, está claro que Francia salió ganando. El obelisco es uno de los monumentos más antiguos de París y un testimonio eterno de la civilización egipcia. Mientras tanto, Egipto recibió un reloj defectuoso que ni siquiera cumple su propósito básico. Si este trueque fuera un capítulo de El Precio Justo, Egipto habría perdido de manera humillante.

Sin embargo, hay que reconocer que ambos monumentos tienen su encanto irónico. El obelisco, con sus jeroglíficos que narran las hazañas de Ramsés II, se yergue como un recordatorio de la capacidad humana para mover montañas (o al menos monolitos gigantes). Y el reloj, con su mutismo perpetuo, se ha convertido en una curiosidad histórica que despierta más preguntas que respuestas.


Restauraciones recientes: ¿una segunda oportunidad para el reloj?

En años recientes, tanto el obelisco como el reloj han sido sometidos a restauraciones. En París, el obelisco fue limpiado con técnicas avanzadas para devolverle su esplendor. En El Cairo, el reloj recibió una limpieza profunda y un repinte, acompañado de un asesoramiento del maestro relojero François Simon-Fustier. Según el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto, incluso las campanas podrían sonar de nuevo.

¿Será este el inicio de una nueva era para el reloj? ¿O seguirá siendo un monumento al fracaso diplomático? Solo el tiempo lo dirá… irónicamente, algo que el reloj no puede hacer.


Una historia para no olvidar

El intercambio entre Francia y Egipto en el siglo XIX no solo es una anécdota curiosa, sino un recordatorio de que incluso las mejores intenciones pueden salir terriblemente mal. Mientras los turistas admiran el obelisco en París o el reloj en la Mezquita de Alabastro, pocos saben la historia detrás de estos dos monumentos. Y quizá sea mejor así.

Después de todo, ¿quién quiere admitir que su país cambió un obelisco milenario por un reloj roto? Si algo nos enseña esta historia, es que incluso los peores tratos pueden tener su lado memorable. Aunque, honestamente, Egipto debería haber pedido un recibo.

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