El obelisco de Luxor y el reloj que jamás supo dar la hora
Autor: Fernando Muñiz – El café de la Historia
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Si te dijeran que un obelisco milenario y un reloj incapaz de marcar las horas están unidos por un pacto histórico, probablemente pensarías en una trama surrealista.
Pero no, esto no es ficción. Es historia, con H mayúscula. Una historia que nos lleva al Egipto de los faraones, a la Francia de la Revolución Industrial y, cómo no, al irónico desenlace de un intercambio tan improbable como disparatado.
Un regalo de Ramsés… o casi
Nos trasladamos a los años 30 del siglo XIX, cuando Mohamed Alí, el ambicioso valí de Egipto con nombre de explosivo boxeador, decidió mejorar sus relaciones con Europa.
¿Su estrategia? regalar un obelisco de Luxor a Francia.
Porque claro, ¿qué otra cosa podía expresar amistad y gratitud si no una pieza monumental de granito rosa que había sobrevivido miles de años bajo el sol abrasador del Nilo?
¿Y por qué Francia aceptó? Bueno, porque Napoleón había puesto de moda todo lo egipcio tras su expedición al país de las pirámides.
Desde entonces, tener jeroglíficos en casa era tan chic como pasear en bicicleta por el barrio latino de Paris.
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Fue así como Carlos X, rey de Francia, no pudo resistirse. ¿El elegido para supervisar esta extravagante transacción? El mismísimo Jean-François Champollion, el hombre que descifró los jeroglíficos.
Imagínate a Champollion inspeccionando los obeliscos, decidiendo cuál tenía «mejor pinta» como si estuviera eligiendo una baguette en la panadería.
El reloj que prometía y no cumplió
Por supuesto, los franceses no iban a quedarse con el obelisco de Luxor sin dar algo a cambio. En un alarde de generosidad (o ingenuidad), enviaron a Egipto un reloj de cobre. Sí, un reloj. No un monumento, no una reliquia histórica, sino un artilugio que en teoría debía marcar las horas.
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La joya llegó al Palacio de Shubra, en El Cairo, y más tarde fue instalada en la Mezquita de Alabastro. Pero aquí viene el chiste: el reloj nunca funcionó bien.
Era bonito, eso sí, pero tan inútil como una nevera en un iglú.
Una odisea épica: llevar un obelisco de Luxor a París
Mover un monolito de 23 metros y 227 toneladas desde Egipto hasta París no era cosa fácil. Para empezar, hubo que construir un barco especialmente diseñado, el Luxor, con cinco quillas y dimensiones que le permitieran navegar por el Sena.
Todo un desafío logístico que, en tiempos modernos, sería digno de un documental tipo Megaestuctras.
En Egipto, labraron un canal para acercar el barco al obelisco. Luego, tuvieron que esperar meses a que el Nilo alcanzara el nivel adecuado. Y eso era solo el principio. El viaje por mar fue un cúmulo de retrasos y contratiempos, con tormentas incluidas.
Pero, milagrosamente, el obelisco llegó a París en 1833.
Una vez allí, erigirlo en la Plaza de la Concordia fue otro espectáculo. Grúas gigantes, cientos de obreros y una multitud curiosa acompañaron la instalación en 1836.
Y, en un giro del destino, el lugar elegido para el obelisco fue el mismo donde la guillotina había hecho de las suyas durante la Revolución Francesa.
¿Qué pasó con el reloj?
Mientras el obelisco se convertía en uno de los emblemas de París, el reloj francés se instalaba en la torre de la Mezquita de Alabastro. Pero no tardó en desvelar su falta de talento. ¿Por qué no funcionaba? Algunas teorías culpan a los daños sufridos durante el transporte.
Otras, a los mecánicos locales, quienes, quizá sin demasiada formación relojera, intentaron repararlo sin éxito.
El reloj fue restaurado en varias ocasiones: en 1943, en 1984 y más recientemente en 2022. Pero incluso después de todos estos esfuerzos, sigue siendo más un adorno que un instrumento útil.
El obelisco que Francia nunca reclamó
Por si te lo preguntabas, el obelisco que quedó en Luxor también tiene su historia. Francia se había reservado el derecho a llevárselo, pero nunca lo hizo.
Finalmente, en 1981, el gobierno francés renunció oficialmente a esa segunda joya. Parece que con uno ya tenían suficiente.
Reflexiones de esta historia
Si nos ponemos a analizar, ¿quién salió ganando en este intercambio? Francia, sin duda. El obelisco es una de las atracciones más visitadas de París, mientras que Egipto recibió un reloj que no cumple ni su función básica. Aunque, si lo miramos desde otro ángulo, ambos países ganaron algo más valioso: una historia hilarante para contar a las futuras generaciones.
Más allá del trueque
El obelisco de Luxor y el reloj defectuoso son símbolos de las complejas relaciones entre dos culturas. Representan un tiempo en el que los regalos diplomáticos eran mucho más que meros gestos de cortesía.
También son un recordatorio de que incluso los intercambios más desiguales pueden tener su encanto.
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