La vida de John Law es un cóctel explosivo de genio, vicio y caos. Nacido en 1671 en una familia escocesa acomodada, este personaje polifacético pasó de ser un heredero millonario y matemático prodigioso a un fugitivo condenado por asesinato, y finalmente a un economista visionario responsable del primer colapso financiero moderno.
Dinero, apuestas y sangre
Su historia parece sacada de una novela de aventuras, pero en realidad moldeó los cimientos de la economía moderna.
¿Listo para un viaje lleno de duelos, apuestas y burbujas financieras?
Arrancamos.
Primer acto: un joven rico y problemático
Su padre, un exitoso orfebre que incluso tenía un castillo, le legó una fortuna mas que respetable cuando John apenas tenía 17 años. Este joven, que parecía tener el mundo a sus pies, rápidamente mostró un gusto por los excesos.
En lugar de continuar el negocio familiar, decidió mudarse a Londres para «disfrutar la vida» (traducción: apostar compulsivamente). Entre fiestas, juegos y mujeres, pronto se ganó la reputación de ser tan brillante como imprudente.

Su talento para las matemáticas lo hizo destacar, pero no en los salones académicos, sino en las mesas de juego. Ahí, combinando su astucia y su entendimiento de las probabilidades, ganó y perdió sumas astronómicas. La gente lo miraba con mezcla de admiración y sospecha: algunos creían que hacía trampas, aunque en realidad su éxito se debía a su habilidad de calcular riesgos de forma casi sobrenatural.
En 1694, su vida dio un giro dramático. En un evento que parecía salido de una novela de capa y espada, mató a Edward Wilson, un «playboy» de la época, en un duelo que algunos atribuían a una disputa amorosa y otros al simple choque de egos.
La herida fue letal, y Law fue arrestado de inmediato. Aunque inicialmente fue condenado a la horca, su ingenio y contactos lo salvaron. Aprovechó una serie de apelaciones, sobornos y confusiones legales para escapar, dejando atrás un rastro de escándalo y misterio.
Su huida lo llevó a Ámsterdam, entonces un hervidero de innovación económica y comercial. Lejos de las garras de la justicia británica, Law cambió los dados por libros y mapas. Se sumergió en el vibrante mundo de la banca y el comercio, absorbiendo todo lo que podía sobre los sistemas financieros más avanzados de la época. En ese entorno, rodeado de mercaderes, banqueros y filósofos, descubrió su verdadera pasión: la economía.
Sin embargo, su espíritu rebelde y su amor por el riesgo seguían intactos, marcando el inicio de una vida llena de altibajos y decisiones controvertidas.
Segundo acto: de ludópata a visionario económico
En Ámsterdam, el epicentro financiero del mundo en ese momento, Law se empapó de conceptos como bancos centrales y compañías cotizadas. La ciudad, con su bullicioso puerto y sus intrincadas redes comerciales alrededor del mundo, era el lugar perfecto para un hombre curioso y ambicioso como él. Fue aquí donde comenzó a desarrollar sus ideas radicales: el uso del papel moneda respaldado por la confianza en lugar de oro, y la creación de grandes monopolios estatales para manejar las finanzas y el comercio.
Fascinado por el éxito de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, una de las primeras empresas cotizadas de la historia, empezó a visualizar un sistema económico que pudiera revolucionar el mundo.
Pero claro, un hombre como Law no podía quedarse quieto. Cuando no estaba estudiando la arquitectura financiera de la ciudad, pasaba las noches en los casinos y salones de juego, refinando su comprensión de las probabilidades y, por supuesto, acumulando deudas (y enemigos). Su capacidad para calcular riesgos seguía siendo legendaria, pero también su habilidad para meterse en problemas. Todas estas circunstancias le convirtieron en un maestro tanto de las matemáticas como del arte de la huida.

Tras absorber el conocimiento financiero de Ámsterdam, Law partió a recorrer Europa. En ciudades como Génova y Venecia, dos de las capitales comerciales más importantes del continente, perfeccionó sus teorías y amplió su red de contactos.
Cada lugar que visitaba acababa siendo una ambivalencia de aprendizaje y caos; por un lado, se relacionaba con las mentes más brillantes de la época, y por otro, dejaba tras de sí una estela de deudas de juego y rumores sobre su carácter excéntrico.
El banco central
Cuando finalmente volvió a Escocia, lo hizo con un plan ambicioso: fundar un banco nacional que funcionara bajo los principios que había aprendido en el extranjero. Propuso un sistema en el que el papel moneda, respaldado por tierras y otros activos tangibles, podría reemplazar al oro como base de la economía.
Sin embargo, su visión era demasiado audaz para su tiempo. Las autoridades escocesas no solo rechazaron su propuesta, sino que también lo consideraron un personaje peligroso, recordando su pasado como duelista y ludópata.
Sin opciones en su tierra natal, Law hizo lo que mejor sabía: buscar un lugar donde alguien estuviera lo suficientemente desesperado como para escucharle. Con su carisma intacto y una maleta llena de ideas revolucionarias, se embarcó en una nueva aventura que pronto lo llevaría a Francia, el escenario donde su audacia económica alcanzaría tanto el éxito como el desastre.
Tercer acto: Francia y el experimento revolucionario
Felipe de Orleans, el aliado perfecto
En 1715, Francia estaba al borde de la bancarrota tras las guerras interminables y el lujo excesivo del reinado de Luis XIV. La deuda era tan colosal que ni siquiera un milagro parecía capaz de salvar al país. Fue entonces cuando John Law, un economista escocés con una reputación tan polémica como sus ideas, encontró a su mecenas perfecto: Felipe de Orleans, regente del joven Luis XV.
Felipe, conocido tanto por su afición a las fiestas extravagantes como por su interés en las teorías económicas poco convencionales, vio en Law una chispa de esperanza. A pesar de las críticas y los murmullos en la corte, Felipe confió plenamente en Law y le dio carta blanca para implementar sus audaces reformas económicas.
Se dice que su primera reunión tuvo lugar en una velada donde el champán y las ideas fluían con igual libertad. Felipe quedó fascinado por las propuestas de Law de revitalizar la economía mediante la introducción del papel moneda y una modernización del sistema financiero.
“¡Un hombre que entiende que el oro no es la única riqueza de un reino!”, exclamó el regente, según algunos testigos de la época. Así, la relación entre ambos no solo fue profesional, sino también una alianza entre dos espíritus audaces que creían en la reinvención de Francia.
El Banco General y la revolución del papel moneda
En 1716, Law fundó el Banque Générale, que no tardó en convertirse en el Banco Real, gracias al patrocinio directo del rey. Este banco marcó un hito en la historia económica de Francia al introducir los primeros billetes respaldados por oro y aceptados para el pago de impuestos. Fue una revolución financiera en una nación acostumbrada al uso exclusivo de monedas de metal.
La emisión de papel moneda tuvo un impacto inmediato en la economía: los campesinos podían invertir en nuevas cosechas, los comerciantes disponían de un medio de pago más práctico y los aristócratas empezaron a entender el valor de la liquidez.
Una anécdota que ilustra el impacto del nuevo sistema ocurrió en un mercado rural cerca de París. Un agricultor, escéptico al principio, aceptó su primer billete con la condición de que el comerciante también lo hiciera para pagarle por sus productos. La facilidad del intercambio y la rapidez con la que podía usar ese billete para adquirir otros bienes lo convencieron: “¡Esto es más ligero que llevar sacos de monedas!”, exclamó, convirtiéndose en un defensor improvisado del sistema.
La Compañía de Misisipi: ¡Todo es mejor con especulación!
No contento con transformar el sistema bancario, Law propuso otro experimento revolucionario: la creación de la Compañía de Misisipi en 1717. Esta megacorporación, que fusionó varias empresas coloniales, tenía el monopolio del comercio con América del Norte. Para financiarla, Law ofreció a los ciudadanos la posibilidad de convertir sus bonos de deuda pública en acciones de la compañía.
La idea era tan brillante como arriesgada: por un lado, los inversores recuperaban la esperanza de riqueza, y por otro, el Estado aliviaba su aplastante deuda.
Sin embargo, la maquinaria publicitaria de Law fue excesivamente optimista. Se narraban historias fantásticas sobre Luisiana, una región descrita como un paraíso de riquezas naturales. Folletos coloridos mostraban paisajes idílicos con ríos llenos de oro y tierras fértiles esperando ser explotadas. En realidad, Luisiana era en gran parte un pantano plagado de mosquitos, pero los inversores, cegados por la promesa de ganancias rápidas, comenzaron a comprar acciones en masa.
La fiebre especulativa alcanzó su punto máximo en 1720, cuando las acciones de la Compañía de Misisipi se dispararon a precios absurdos. Los parisinos abarrotaban las oficinas de Law, ansiosos por adquirir acciones que parecían garantizar la riqueza instantánea.
Una famosa caricatura de la época muestra a un hombre subido a un burro, vendiendo hasta sus muebles para comprar acciones. Fue durante este período que surgió la palabra “millonario”, un término que, irónicamente, describía tanto el sueño como la caída que estaba por venir.
Cuando la burbuja estalló, el caos se apoderó de Francia. Multitudes furiosas asediaron la casa de Law, quien apenas logró escapar disfrazado. Aunque su experimento terminó en desastre, su impacto fue innegable: introdujo conceptos que transformarían la economía moderna y dejó lecciones que aún resuenan en las crisis financieras del presente.
Cuarto acto: el colapso inevitable
La burbuja de la Compañía de Misisipi explotó de manera espectacular, dejando un rastro de devastación económica y social. Los colonos en Luisiana, la prometida tierra de riqueza y prosperidad, se encontraron enfrentando una cruda realidad: muchos morían de hambre o enfermedades en un entorno inhóspito donde las riquezas naturales habían sido enormemente exageradas.
Mientras tanto, en Francia, los inversores, inicialmente seducidos por las promesas de oro y gloria, comenzaron a retirar sus ganancias en oro, agotando rápidamente las reservas del banco real. La confianza en el sistema financiero se desmoronó como un castillo de naipes.
En un desesperado intento por controlar la situación, John Law, el arquitecto de esta monumental burbuja, trató de estabilizar el mercado fijando los precios de las acciones. Sin embargo, lejos de calmar los ánimos, esta medida incrementó el pánico entre los inversores, que se apresuraron aún más a deshacerse de sus acciones. En cuestión de meses, el valor de las acciones de la Compañía de Misisipi se desplomó un 97%, borrando fortunas de la noche a la mañana y dejando a miles de familias en la ruina.
Las calles de París se convirtieron en el escenario de un caos palpable. La inflación, descontrolada por la emisión excesiva de papel moneda, disparó los precios de los productos básicos, convirtiendo en inasequibles artículos tan cotidianos como el pan. Las escenas de desesperación se multiplicaban: familias enteras perdieron sus ahorros, pequeños comerciantes quebraron y la rabia de los parisinos alcanzó un punto de ebullición. Multitudes enfurecidas se congregaron frente a las oficinas del banco real, algunas lanzando piedras, otras exigiendo directamente la cabeza de John Law.
De héroe a villano
Anecdóticamente, se cuenta que una mujer, cuya fortuna familiar había sido invertida en acciones de la Compañía, irrumpió en una reunión pública con un saco lleno de los desvalorizados billetes, arrojándolos al suelo y gritando: «¡Aquí están los sueños que nos vendieron! ¡Papeles para calentar la hoguera de nuestra miseria!».
John Law, una vez celebrado como un genio financiero, pasó de ser un héroe a convertirse en el hombre más odiado de Francia. Forzado a huir de París disfrazado y bajo la protección de soldados, Law abandonó el país dejando tras de sí una nación sumida en la desconfianza hacia el papel moneda y un sistema financiero profundamente dañado.
Caída y legado
En 1720, cuando la burbuja financiera de la Compañía de Misisipi finalmente colapsó, John Law se convirtió en el hombre más buscado de Francia. Destituido de todos sus cargos, huyó de París disfrazado de mendigo para evitar ser linchado por las multitudes enfurecidas. Solo logró llevar consigo unas pocas pertenencias, entre ellas algunos cuadros que había adquirido durante su meteórica carrera. La imagen de su partida se volvió casi legendaria: el otrora poderoso arquitecto de la economía francesa, reducido a un hombre que escapaba bajo la protección de soldados, temiendo por su vida.
Law pasó los años siguientes en un exilio errante. Después de un breve tiempo en Bruselas, se estableció en Venecia, donde se dedicó a sus pasiones: los juegos de azar y las discusiones intelectuales.
Según relatos de la época, solía frecuentar los elegantes salones venecianos, donde su encanto y aguda mente aún atraían la atención de la alta sociedad. Sin embargo, detrás de esta fachada, Law llevaba consigo el peso de sus fracasos. En cartas escritas desde Venecia, reflexionaba sobre los errores que llevaron al colapso, lamentando su excesiva confianza en que las políticas innovadoras podrían superar las limitaciones humanas, como la avaricia y el miedo.
El final de Law
Se cuenta que, incluso en la ruina, Law no perdió su habilidad para calcular probabilidades con precisión. En una ocasión, durante una partida de cartas en el famoso Caffè Florian, dejó a los espectadores boquiabiertos al anticipar con exactitud el desenlace de un complicado juego. Sin embargo, su suerte en las mesas de juego no compensó las pérdidas monumentales que había dejado tras de sí. Irónicamente, murió en 1729 sin una fortuna significativa, una realidad que contrastaba fuertemente con la inmensa riqueza que había manejado durante sus años de gloria.
El legado de John Law es profundamente ambiguo. Por un lado, fue un visionario que introdujo conceptos revolucionarios como el papel moneda y los bancos centrales, pilares del sistema financiero moderno. Sus ideas, aunque mal ejecutadas en su tiempo, sentaron las bases para economías futuras que aprendieron de sus errores.
Por otro lado, su historia es una advertencia a largo plazo sobre los peligros de la especulación desenfrenada y la confianza ciega en sistemas que carecen de una base sólida.
Aún hoy, Law es recordado como un personaje incluso interesante, mitad genio, mitad villano. Una anécdota recurrente cuenta que, cuando un visitante le preguntó si volvería a intentar una empresa similar, Law respondió con una sonrisa melancólica: «Si pudiera empezar de nuevo, haría todo igual, pero esta vez, más despacio».
Una frase que encapsula tanto su ambición como su trágico fracaso.
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EL AUTOR
Fernando Muñiz
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
Y lector empedernido.
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