Líjar y su guerra de cien años con Francia
La guerra entre Lijar y Francia: Hay historias que parecen sacadas de una novela de realismo mágico, pero no. Esta sucedió en la vida real, en un rincón pintoresco de la sierra de los Filabres, Almería. El pequeño pueblo de Líjar, con apenas 300 habitantes en 1883, decidió declararle la guerra a toda una nación: Francia. ¿Por qué? Porque a alguien se le ocurrió insultar a Alfonso XII. Prepárate para una crónica de orgullo, surrealismo y diplomacia a la española que termina con una paz firmada… ¡cien años después!
Autor: El café de la Historia
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La razón de todo el alboroto: Alfonso XII y alguna col de más
Imagina por un momento a Alfonso XII, nuestro flamante monarca, regresando de un tour europeo, el equivalente decimonónico de una gira mundial de rock. Allí estaba él, saludando con su característica mezcla de elegancia y estudiada casualidad, recibiendo vítores y aplausos por doquier… hasta que puso un pie en suelo francés. ¿El problema? Había aceptado un cargo honorífico en Alemania, y, en el contexto de la época, eso era como llevar una camiseta del rival al estadio equivocado.
El recibimiento fue, digamos, poco diplomático. Una turba de franceses ofendidos decidió que los abucheos no eran suficientes, así que se armaron con coles. Sí, coles. Ni piedras, ni tomates, ni palabras más gruesas de las habituales, sino coles.
Pero Alfonso, que por algo le apodaban “El Pacificador”, optó por tomarse el asunto con calma. Recibió las disculpas formales de las autoridades francesas con la dignidad que se espera de un rey, y siguió adelante, probablemente pensando en lo surrealista de la situación. Ahora bien, donde se encendió realmente la chispa patriótica fue en Líjar, un diminuto pueblo de la provincia de Almería.
Allí, el ultraje no fue visto como una simple anécdota de viaje: ¡era una afrenta al honor nacional!
¿La solución? Declarar la guerra a Francia.
La declaración de guerra: una clase magistral de patriotismo
El 14 de octubre de 1883, en una reunión que debió de estar llena de discursos encendidos y vino de la tierra, el Ayuntamiento de Líjar decidió por unanimidad declarar la guerra a Francia. El acta, que más parece un poema épico, es un derroche de orgullo patrio:
“España ostenta en su escudo, la insignia de más valor que puede ostentar la primera nación del Mundo. Tiene nada menos que un león.”
Y por si los franceses no estaban al tanto de la historia militar española, el documento les recordaba las glorias pasadas: Sagunto, Lepanto, Bailén… ¡casi nos entran ganas de alistarnos en el ejército de Líjar!
Aunque, bueno, con 600 hombres útiles en aquellos momentos, su ejército habría cabido en un tranvía grande.
Tiempos de guerra, tiempos tranquilos
¿Y qué pasó durante los cien años que duró la guerra? Pues… absolutamente nada. Ni una batalla, ni un tiro, ni siquiera un intercambio de cartas altisonantes. Los habitantes de Líjar siguieron con sus vidas, probablemente entre risas y anécdotas sobre su “hazaña bélica”. Francia, por su parte, parecía ignorar olímpicamente que un pueblito al sur de España les había declarado la guerra. Un conflicto sin sangre, pero con mucha dignidad.
El fin de la guerra: Paz, placas y buen humor
Cien años después, en 1983, alguien en Líjar decidió que ya era hora de hacer las paces. Quizás porque mantener una guerra simbólica durante un siglo empieza a sonar un poco exagerado. Así, se organizó una ceremonia digna de Hollywood, con la presencia del cónsul general de Francia en Málaga, el alcalde de Líjar y más de 500 vecinos.
El acuerdo de paz fue firmado el 30 de octubre de 1983, acompañado de una placa conmemorativa que reza:
“Se acuerda firmar la Paz entre Líjar y Francia, tras cien años de guerra incruenta…”
La ceremonia fue mucho más que un acto protocolario; fue una celebración de la reconciliación y el humor. En el evento participaron figuras clave como Fernando Fernández Montero, director provincial de la Administración Territorial; Charles Santi, cónsul general de Francia en Málaga; René Bicer, vicecónsul francés en Almería; y Diego Sánchez Cortés, alcalde de Líjar. Cada uno de ellos dio un discurso resaltando la importancia del momento.
El acto incluyó música local, comida típica de la región y, por supuesto, anécdotas sobre la peculiar «guerra». Los vecinos, que en su mayoría eran descendientes de aquellos que firmaron la declaración original, no ocultaron su orgullo por protagonizar uno de los episodios más singulares de la historia diplomática europea.
Reflexiones finales: De Líjar al Olimpo de las historias increíbles
La guerra de Líjar contra Francia es mucho más que una anécdota pintoresca. Es un recordatorio de cómo incluso los pueblos más pequeños pueden marcar su lugar en la historia con actos llenos de ingenio y orgullo. ¿Es una exageración? Sin duda. ¿Es glorioso? Absolutamente.
En un mundo lleno de conflictos reales, es refrescante encontrar una “guerra” que terminó con un apretón de manos, una placa y muchas risas. Líjar, pequeño pero valiente, nos enseña que la diplomacia puede tener un toque de teatro, y que incluso una col lanzada puede convertirse en el inicio de una leyenda.
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