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La guerra del cerdo: cuando la paz del mundo dependió de un gorrino hambriento y desorientado

La historia mundial está llena de guerras absurdas, pero pocas alcanzan el nivel de ridiculez de la conocida como «Guerra del cerdo», un enfrentamiento que nos recuerda que los seres humanos somos capaces de crear conflictos por razones tan nimias como, bueno… un cerdo.

Sí, un simple cerdo fue la chispa que encendió tensiones diplomáticas entre dos potencias.

Contexto histórico: la frontera menos definida del mundo

La «guerra» del cerdo tuvo lugar en 1859, un momento histórico particularmente decisivo para Estados Unidos y el Imperio Británico. Ambas potencias estaban tratando de establecer sus respectivas esferas de influencia en el Pacífico Noroeste, pero había un pequeño problema: la frontera entre Estados Unidos y Canadá no estaba claramente definida.

guerra del cerdo

Todo esto se remonta al Tratado de Oregón de 1846, que intentó dividir pacíficamente el territorio a lo largo del paralelo 49. Pero el tratado no era especialmente claro. El documento mencionaba que la línea divisoria pasaba «a través del canal que separa el continente de la isla de Vancouver», sin especificar qué canal de los varios que existían.

Esto dejaba un pequeño grupo de islas, las islas San Juan, en una especie de limbo jurídico.

La chispa: un cerdo con muy mal sentido de la orientación

Con este contexto en mente, llegamos al verano de 1859. La isla San Juan estaba habitada por colonos estadounidenses y empleados de la Compañía de la Bahía de Hudson, una importante empresa británica en su época. Los colonos estadounidenses cultivaban la tierra, mientras los británicos criaban cerdos. Y es aquí donde entra en escena el protagonista de esta historia.

Un día cualquiera, un cerdo británico decidió que el huerto de un colono estadounidense llamado Lyman Cutlar era más atractivo que el aburrido pastizal de su propietario británico, Charles Griffin.

El cerdo, siguiendo su instinto de gourmet, se dedicó a devorar las patatas del huerto de Cutlar. El colono, claramente indignado por el atrevimiento del animal, hizo lo que cualquier estadounidense haría: tomó su rifle y disparó al cerdo.

Escalada diplomática: ¿por un cerdo?

Ahora bien, uno podría pensar que este incidente se habría resuelto con una disculpa y un pago por el cerdo perdido, ¿verdad? Pero no. Esto es una guerra, al menos en el sentido más ridículo de la palabra.

Griffin, el propietario del cerdo, estaba furioso y exigió una compensación de 100 dólares. Cutlar, por otro lado, se negó rotundamente, argumentando que el cerdo estaba en su propiedad y que «debería haber estado atado». Este intercambio de opiniones escaló rápidamente, involucrando a las autoridades locales y, finalmente, a los gobiernos de Estados Unidos y el Imperio Británico.

El gobernador británico de la región, James Douglas, envió un destacamento de la Royal Navy para establecer su autoridad en la isla. No queriendo quedarse atrás, los estadounidenses enviaron tropas bajo el mando del capitán George Pickett (quien más tarde tendría un papel destacado en la Guerra Civil estadounidense).

Ambos bandos se plantaron firmemente en sus posiciones, armados hasta los dientes, listos para luchar.

Por un cerdo.

La «guerra»: el enfrentamiento más educado de la historia

A medida que la tensión aumentaba, la «guerra» del cerdo comenzó a parecerse más a una comedia que a un conflicto serio. Ambas partes desplegaron tropas en la isla, pero nadie quería disparar el primer tiro, probablemente porque ambos barruntaban lo absurdo que sería explicar este incidente en los libros de historia.

En su punto álgido, los estadounidenses tenían unos 500 soldados y 14 cañones en la isla, mientras que los británicos desplegaron cinco barcos de guerra con más de 2,000 hombres. Durante meses, las dos fuerzas se observaron mutuamente, intercambiando miradas hostiles y, posiblemente, comentarios sarcásticos. Sin embargo, no hubo ni un solo disparo.

Solución: cuando los adultos finalmente intervinieron

Finalmente, después de meses de tensión creciente, ambas naciones decidieron que era hora de que los adultos en la sala tomaran el control. Los gobiernos de Estados Unidos y el Imperio Británico acordaron someter la disputa a arbitraje internacional.

En 1872, después de años de deliberación (porque resolver un conflicto sobre un cerdo no debía ser lo más prioritario), el emperador Guillermo I de Alemania dictaminó que las islas San Juan pertenecían a Estados Unidos.

Y colorín, colorado….


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EL AUTOR

Fernando Muñiz

Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.

Y lector empedernido.

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