Historia de un valle, bocios y mucho desprecio
¿Alguna vez ha oído hablar de la historia de los golluts?
No son criaturas de un videojuego ni personajes de una novela fantástica. Fueron personas reales, con una vida dura y un destino que parece sacado del argumento de una novela de Dickens.
Pero ojo, esta historia no deja de ser un capítulo oscuro de nuestra historia. Prepárese para conocer a los golluts de Ribes, una comunidad que vivió (o quizá sería más adecuado, sobrevivió) entre bocios, aislamiento y mucha discriminación.
¿Quiénes eran los golluts?
Imagínese un pequeño pueblo en el valle de Ribes, allá por los siglos XVIII y XIX. En este rincón del norte de Cataluña vivían no más de doscientas personas que formaban una comunidad peculiar: personas de baja estatura, rostros marcados y algo que no pasaba desapercibido, una hinchazón en el cuello conocida como bocio.
Su nombre, “golluts,” proviene precisamente de este rasgo físico (goll, en catalán, significa bocio), un regalo no deseado directamente procedente de la deficiencia de yodo en el agua y una dieta austera.
¡Pero espere! No piense que ese bocio era su única característica. Los golluts tenían un “look” colectivo tan único que algunos antropólogos de la época pensaron que eran el eslabón perdido o una raza olvidada.
Con descripciones como “narices chatas, ojos rasgados y mandíbula cuadrada,” más de uno debió preguntarse si había tropezado con un artículo sesudo de revista paleoantropológica.
Un verano, un diputado y un descubrimiento explosivo
El verano de 1886 marcó un antes y un después en la vida de los golluts. Miguel Morayta, periodista, diputado y explorador ocasional, llegó a Ribes de Freser buscando relajarse en el balneario Perramon. Pero en lugar de aguas termales y tranquilidad, lo que encontró fue una comunidad marginada que vivía en condiciones tan precarias que harían llorar al mismísimo Dostoyevski.
Morayta no se quedó callado. Escribió un artículo en el periódico El Globo donde describió a los golluts con tal lujo de detalles que parecía el resumen de un documental de antropología evolucionista.
Su descripción pintoresca, que incluía frases como “de un metro y quince centímetros, con ojos orientales y un aire cuasi medieval,” convirtió a los golluts en una sensación instantánea.
La ciencia y el morbo hicieron el resto.
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La fama internacional: entre la ciencia y el circo
El artículo de Morayta fue una especie de maldición para este peculiar colectivo. De repente, todos querían estudiar a los golluts. ¿Eran humanos? ¿Una raza perdida? ¿El resultado de una dieta extrema o de algo más misterioso?
Antropólogos, médicos y hasta políticos se lanzaron a Ribes para observar a esta comunidad. En congresos internacionales se hablaba de ellos como si fueran una rareza viviente de museo.
Uno de los visitantes más curiosos fue el canadiense Robert Grant Haliburton, que aportó a esta historia las teorías más disparatadas. Según él, los golluts podrían ser descendientes de antiguos tártaros o incluso sobrevivientes de una civilización perdida.
Vamos, que le faltó rodar un capítulo del documental Alienígenas Ancestrales.
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El día a día de los golluts: ni fantasía ni cuento de hadas
Aunque la curiosidad científica creció, la vida cotidiana de los golluts seguía siendo un infierno. Su comunidad vivía aislada, en la pobreza más absoluta y bajo la sombra de la endogamia. Sí, porque el aislamiento no era solo geográfico; también social.
Eran marginados, burlados y tratados como ciudadanos de segunda… o tercera.
Según el propio Morayta, los golluts eran “un espectáculo de burla” para los vecinos del valle. No podían casarse con otras personas, ni siquiera ser enterrados en el cementerio local. Sus hogares eran poco más que chozas, y su dieta, carente de nutrientes básicos, perpetuaba los problemas de salud que los definían.
El gran silencio: del desprecio al olvido
A medida que avanzaba el siglo XX, los golluts comenzaron a desaparecer. Algunos fueron expulsados del valle, otros emigraron y, para los años 80, apenas quedaban rastros de ellos. En Ribes se prefirió el silencio, casi como si borrar su historia fuese una forma de limpiar la imagen del pueblo.
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Sin embargo, las leyendas persistieron, y los golluts quedaron en el imaginario popular como una mezcla de mito y realidad.
En los años 80, se encontraron esqueletos de personas pequeñas cerca del castillo de Sant Pere de Ribes. ¿Eran golluts? Nunca se confirmó, pero la teoría tiene sentido.
Eso sí, incluso después de muertos, su historia parecía destinada a permanecer en las sombras.
Un rayo de luz: reivindicar a los olvidados
En 2015, dos autores locales, Josep Sitjar y Núria Roqué, publicaron el libro Els golluts de Ribes. Con esta obra, buscaron devolver a los golluts su humanidad y romper con las leyendas que los habían reducido a caricaturas. Según los autores, más que un caso curioso de la ciencia, la historia de los golluts es un recordatorio de cómo la intolerancia puede marcar para siempre a una comunidad.
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Sitjar y Roqué no solo investigaron documentos históricos, sino que también recogieron testimonios orales de personas mayores de Ribes. Gracias a esto, lograron reconstruir una parte importante de la vida de los golluts, desmontando mitos y mostrando que eran, ante todo, seres humanos.
Una lección para la historia
La historia de los golluts no es solo una curiosidad antropológica; es un espejo que refleja cómo nuestra sociedad trata a quienes considera diferentes. Durante siglos, estas personas fueron marginadas, ridiculizadas y, finalmente, borradas del mapa.
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