Autor: El café de la Historia
Fábulas de Tomás de Iriarte
Tomás de Iriarte nació en las Islas Canarias, en el Puerto de la Cruz, en el año 1750 y murió en Madrid en 1791. Fue un importante escritor español.
Junto con Félix María de Samaniego está considerado uno de los fabulistas más importantes del siglo XVIII.
Sobrino del académico Juan de Iriarte, a los trece años se trasladó a Madrid para vivir con su tío, lo que le permitió adquirir una sólida educación.
Sucedió a su pariente como traductor de la Secretaría de Estado y ocupó el cargo de archivero del Consejo de Guerra.
Su obra está influenciada por el escritor francés Jean de La Fontaine.
Fábulas de Iriarte
Señor Don Juan, quedito, que me enfado
Señor don Juan, quedito, que me enfado:
besar la mano es mucho atrevimiento;
abrazarme… don Juan, no lo consiento.
Cosquillas… ay Juanito… ¿Y el pecado?
Qué malos son los hombres… mas, cuidado,
que me parece, Juan, que pasos siento…
no es nadie…, despachemos un momento.
¡Ay, qué placer… tan dulce y regalado!
Jesús, qué loca soy, quién lo creyera
que con un hombre yo… siendo cristiana
mas… que… de puro gusto… ¡ay… alma mía!
Ay, qué vergüenza, vete… ¿aún tienes gana?
Pues cuando tú lo pruebes otra vez…
pero, Juanito, ¿volverás mañana?
Respuesta de Don Tomás de Iriarte a una dama que le preguntó que era lo mejor que hallaba en su cuerpo
Con licencia, señora, de ese pelo
que en rubias ondas llega a la cintura,
y de esos ojos cuya travesura
ardor infunde al pecho más de hielo;
con licencia del talle, que es modelo
propuesto por Cupido a la hermosura,
y de esa grata voz cuya dulzura
de un alma enamorada es el consuelo,
juro que nada en tu persona he visto
como el culo que tienes, soberano,
grande, redondo, grueso, limpio, listo;
culo fresco, suavísimo, lozano;
culo, en fin, que nació, ¡fuego de Cristo!,
para el mismo Pontífice romano.
Los dos loros
De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La isla en parte es francesa,
y en otra parte española.
Así, cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia.
De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al francés
casi se las toma todas.
Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda.
El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois más que PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!
Los dos conejos
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿Qué es esto?»
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego…;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»
«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
Llévense este ejemplo.
Fábulas de Tomás de Iriarte
El apretón
Cantaron mil ingenios inventores
empresas de valientes capitanes
o amoríos de damas y galanes;
otros, conversaciones de pastores,
o ya el cultivo de árboles y flores;
unos, útiles fábulas morales;
muchos, agudas sátiras cantaron,
y otros, entre columnas teatrales,
con las prestadas voces declamaron,
ya el suceso festivo, ya el funesto.
Yo canto; mas no canto nada de esto,
ni he de decir lo que es, pues con decillo
pierde toda la gracia el cuentecillo.
Musas, pues hoy no halláis quien os invoque,
y casi se os olvida ya el oficio,
por poneros siquiera en ejercicio,
algo de influjo espero que me toque;
y en vez de estaros mano sobre mano,
inspirad a un poeta chabacano.
Entre unos cerros ásperos, enfrente
del camino llamado de la Puente,
que va desde el Molar a Talamanca,
paso difícil, solitario, estrecho,
que apenas deja trecho
a la pezuña asnal o humana zanca,
una mañana del templado mayo
caminaba un ocioso, sin destino,
con sombrero chambergo. con un sayo,
un bastón cual bordón de peregrino,
y atado atrás el pelo, como un payo.
Iba ya en lo mejor de su paseo,
cuando, sin más ni más, le sobrevino
un apretón terrible,
un insulto enemigo del aseo,
urgencia y tentación irresistible,
precisión cuotidiana y repentina,
no de aquellas que un hombre presto aplaca
con soltar un botón a la pretina,
sino de aquellas en que no hay consuelo
mientras el infeliz no desataca
plenamente las bragas hasta el suelo.
Confuso y angustiado,
allí suspende el paso el caminante,
y tendiendo al instante
la vista por la falda del collado,
ningún paraje ve proporcionado
para cumplir tan necesario intento.
Alza las manos a la azul techumbre,
e invocando a las ninfas de la cumbre,
así las ruega en lastimero acento:
«¡Oh dríadas y oréadas piadosas,
que habitáis estas verdes soledades.
sátiros, faunos y demás deidades,
dueños de estas montañas escabrosas!
Así los moradores
de la empinada sierra de Buitrago
os multipliquen aras y loores,
que me saquéis de lance tan aciago.
Atended al quejido
de aquesta apuradísima persona.
que, como en vuestros montes no ha nacido,
y se crió en la corte regalona,
no sabe despachar tal diligencia
sino sentado a toda conveniencia.
¡Oh, si por orden vuestra aquí naciera
(ya que númenes sois y obráis portentos)
alguno de los frágiles asientos
de que abunda Alcorcón y Talavera!
No reparara entonces en que fuera
el barro tosco o fino,
ya blanco el baño, terso y cristalino,
ya oscuro, ya verdoso,
o del redondo hueco en las orillas
mal vidriado con orlas amarillas,
que a fe que no sería escrupuloso».
Así decía; y las silvestres diosas,
apiadadas, sin duda, del fracaso,
le guiaban el paso
por medio de unas sendas peñascosas,
hasta que descubrió la mejor silla,
digna de un presidente de Castilla;
digna… ¿qué digo? si en la urgencia rara
ni por silla de un papa la trocara.
Llevan por un barranco su vertiente
dos pobres, pero limpios, arroyuelos,
que apenas (aun ya líquidos los hielos)
aumentan a Jarama la corriente.
La tierra misma entre ellos forma un nicho
de los aires y lluvias resguardado,
que la naturaleza, por capricho,
fabricó en un terreno tan quebrado.
Dos lisas piedras de uno y otro lado
ofrecen tal asiento,
que está en el medio de la peña dura
hecha como de intento
una capaz y cómoda abertura.
No quedó más gozoso, más ufano
Colón la vez primera
que avistó la ribera
del nuevo continente americano,
ni obtuvo mayor gloria el extremeño
Hernando al verse dueño
del precioso tesoro mejicano,
que este descubridor, cuando su acierto
le llevó en tal borrasca a tan buen puerto.
Vosotras, ¡oh sensibles criaturas!
las que sabéis por ciencia y experiencia
cuán dulce complacencia,
después de tan molestas apreturas,
es aflojar un hombre lo aflojable,
considerad ¡qué ansioso y diligente
tomaría el paciente
posesión del asilo incomparable!
corre, se desabrocha, dicho y hecho,
se remanga, se sienta… ¡Buen provecho!
Aquel asiento, que era juntamente
poltrona, canapé, reclinatorio,
nicho, púlpito y cátedra eminente,
también era azotea, observatorio,
mirador y atalaya, desde donde
se registraba un vasto territorio.
Allí, pues, a la vista no se esconde
ni la antigua Sansueña,
célebre por sus fértiles campiñas,
ni el soto de Silillos con su aceña,
ni Arjete, Fuente-el-Saz y Valdetorres,
de mieses circundados y de viñas.
Y tú, Jarama altivo, que recorres
tanta fecunda tierra,
desde la fría sierra
hasta aquellos jardines
en cuyos amenísimos confines
el nombre y el raudal te usurpa Tajo,
también allá descubres en lo bajo
tu agua brillante cual bruñida plata,
bañando con reposo
el distrito frondoso
que hasta Tor-de-laguna se dilata.
Por otra parte ostenta su aspereza
el monte de Vellón intransitable,
y los cerros, cubiertos de maleza,
ocultan en un valle extenso y llano
el Molar y la fuente saludable
a que dio nombre un toro,
que fue descubridor de aquel tesoro,
y con beber sus aguas quedó sano.
Mas ¿para qué es pintar lo que el lejano
horizonte a los ojos representa,
cuando en lo más cercano
del natural asiento en que regenta
el ya desahogado caballero,
un recreo no menos placentero,
donde quiera que mira, experimenta?
En todo aquel recinto delicioso
cantuesos aromáticos florecen,
el romero oloroso
y el menudo tomillo reverdecen.
Los rayos del hermano de Dïana
no alteraban aún de la mañana
el apacible fresco, y entre tanto,
cruzando por el aire en prontos vuelos,
alternaban las aves dulce canto;
y el ruido de entrambos arroyuelos,
susurrando entre guijas, infundía
la interior y pacífica alegría
que una campestre soledad ofrece
cuando más melancólica parece.
¡Ah! no es posible, no, que un grave monje
en el escurialense monasterio
se arrellane, se esponje,
se abandone, recueste y regodee
con tal prosopopeya y magisterio,
cuando ocupa a sus solas y posee
uno de los asientos celebrados
de aquellas necesarias, ostentosas,
cómodas, separadas, anchurosas,
cuya profundidad por todos lados
baña el agua corriente,
como el repantigado señor mío
cuando goza y dispone a su albedrío
del trono que adquirió tan felizmente.
Mas ya el sol, que, apuntando en el oriente,
le alumbraba de cara, algo molesto,
le obligaba a dejar el útil puesto;
y él, haciéndole humilde cortesía,
así con tierna voz se despedía:
«Lugar nada común, antes bien raro,
necesario lugar, lugar secreto,
donde hallé receptáculo y amparo,
quédate en paz, y a tu retiro quieto
jamás se atreva el tiempo codicioso
lávente siempre el pie los riachuelos
de este monte fragoso;
siempre alejen los cielos
de ti sus destructoras tempestades,
y dures celebrado en las edades.»
Dijo; y sacando de la vaina el hierro,
con la punta afilada,
en el tronco de un árbol de aquel cerro
la siguiente inscripción dejó grabada:
«Pasajero que vas por estas breñas,
si acaso ves al célebre arquitecto,
autor de las cloacas madrileñas,
di que le está esperando entre estas penas
el modelo de Y griega más perfecto».
Fábulas de Tomás de Iriarte
Perico y Juana
Un día con Perico riñó Juana
por no se que disgusto o fantasía
pero antes que pasase una semana
ya de tanta altivez se arrepentía
con el zagal querido más humana
volver quiso a entablar nueva armonía
y para hacer las paces mano a mano
diole una cita que él aceptó ufano.
Una fresca mañana del otoño
madrugo Juana y desde el pie pulido
hasta el dorado pelo de su moño
de traje más airoso que lucido
adornada salió, y junto a un madroño
que en un sombrío valle está escondido
alegre el rostro y el oído atento
esperando a su amante tomó asiento.
Viendo pues lo mucho que tardaba
y que era solitario aquel paraje
segura de que nadie la miraba
abrió de las enaguas el encaje
descubrió pues la maravilla octava
que ocultaban las sombras del ropaje
y ató en la pierna una encarnada liga
¡pero que pierna¡ Dios se la bendiga.
Llevaba tan delgada vestidura
que casi estar desnuda parecía,
la ágil cadera, el muslo, la cintura
todo el lienzo sutil lo descubría,
dos hemisferios de gentil hechura
en que un rollizo globo se partía
formaban tiernos y elevados bultos
que no pudo el brial tener ocultos.
Perico entre unas matas a Juanilla
atento observaba en tan graciosa planta
ya admira la robusta pantorrilla
ya del pie a la estrechísima garganta
¡que redonda y nevada es la rodilla!
¡como a los ojos y aún al alma encantan
el corto zagalejo, aquel calzado
la media blanca y el azul cuadrado!.
Arrebatado de un impulso ardiente
de la imaginación y los sentidos
salió el joven gallardo y de repente
con brazos amorosos y atrevidos
ciñó a la ninfa, y señaló en su frente
la estampa de los labios encendidos
y el dulce fuego que alteró sus venas
esto le permitió decir apenas.
Deja que bese el blanco y liso pecho
que a la nieve ha robado su blancura
¡que alto y bien dividido! ¡que derecho!
sin sufrir de cotilla la clausura
¡de que terso marfil estará hecho
el cordón de esa enana dentadura!
¡que dicha! repetía el fino mozo
en un abrazo mil deleites gozo.
Ella que antojadiza y desdeñosa
mostrarse intentó tal vez por gala
negole aquélla boca que de rosa
el color tiene y el olor exhala
y huyendo de sus brazos presurosa
poco menos le envió que en enhoramala
Perico que la entiende al verla descontenta
finge serenidad, calla, y se ausenta.
Sola queda la ninfa y ya reniega
de su capricho y melindre raro
no, dice, ¿no es verdad que el amor ciega?
¿cuándo en tales escrúpulos repaso?
la que al dueño que adora no se entrega
la que su cuerpo le vende caro
no merece los gustos de Cupido
sino que su beldad muera en olvido.
Parte tras su galán y lo divisa
vuelto de cara a un roble y despachando
diligencia, no limpia, aunque precisa
estaba el joven (si lo diré) meando
escondiose la moza a toda prisa
a observar de Perico el contrabando
y ardiendo en cosquillas de deseo
se chupaba los labios de recreo.
Salen a la luz pública por fin
las crecidas insignias de varón
con un botón más blanco que carmín
con un miembro más blanco que algodón
menudos como el césped de un jardín
negros rizos se asoman al calzón
y ocultos dos acólitos se ven
que no dejó el calzón distinguir bien.
Apenas el zagal regado había
el grueso tronco cuando descuidado
sintió que el cuerpo por detrás le asía
un bello brazo de su dueño amado
y forcejeando entonces a por fía
cayeron ambos en el verde prado,
él, sin botón alguno en la bragueta
y con las faldas ella en la mollera.
No de otra suerte la sutil caterva
de inferiores poetas imaginan,
que en la edad de oro la mojada hierba
sirvió de lecho al hombre, y que la encina
que de aires y soles le preserva
del tálamo nupcial era cortina,
si este era Siglo de oro a fe que Juana
lo gozó con Perico una mañana.
El dulce peso del mancebo siente
en el desnudo muslo y la rodilla
ya con deseo mueve impaciente
del empeine la suave almohadilla
ya incita al saleroso combatiente
con saltos de lasciva rabadilla
y juntando los labios a las mejillas tiernas
enlazados los brazos y las piernas.
¡Con que desenvoltura, cuan risueña
al nervio altivo echó la mano blanca
él era corpulento, ella pequeña
empuñarle intentó, pero fue en vano,
ya con el dedo practico le enseña
el paso del estrecho gaditano
y ofreciendo al bajel la senda clara
las dos columnas de Hércules separa.
Aquel angosto y deleitoso ojal
con los bordes teñidos de clavel
entre dos blancas rocas de cristal
más rubio el crespo pelo que oropel
aquel en que unos dicen que hallan sal
y otros son de dictamen de que hay miel
con mil cosquillas y respingos mil
hospedó el instrumento varonil.
Y mientras con caricias regaladas
palpa el joven los pechos de la moza
con las dos que le cuelgan arrancadas
el tacto de la picara retoza,
dale tiernos pellizcos y palmadas
se empina, se columpia, se alboroza
y al fin yo no se qué la sucede
que en éxtasis suspensa hablar no puede.
La dulce boca inmóvil medio abierta
con la lengua cogida entre los dientes
a suspirar apenas casi casi acierta
en lugar de dar ósculos ardientes,
la vista con los párpados cubierta
solo indica repentinos accidentes
y sino ha muerto Juana por lo menos
le ha dado un parasismo de los buenos.
En gracias a Dios que resucita
pronto se ha serenado, no, no es cosa
como abre ya los ojos, pobrecita
que tal, ¿estáis mejor? duerme reposa
antes que la congoja se repita
¡ay ay, que enfermedad tan contagiosa!
pegósele a Perico, vaya vaya
también el angelito se desmaya.
Ella que ya por experiencia sabe
la causa de aquel mal su especie y cura
viendo que cada vez era más grave
del zagal la amorosa calentura
con un meneo de caderas suave
el remedio aplicó con tal blandura
que la inundó por dentro y fuera
de copioso sudor la delantera.
Aquí de los amantes abrazados
alegremente suspendió el oído
el canto que formaban acordados
los jilgueros del valle y el ruido
de un manso arroyo, a que ellos ocupados
no habían hasta entonces atendido
y allí soplando el céfiro halagüeño
embargó sus espíritus el sueño.
A este tiempo un pastor que la espesura
penetraba guardando su vacada
en divertida y cómoda postura
encontró a nuestra gente embelesada
de la dormida y lánguida hermosura
el pecho de Perico era almohada
enlazados los muslos de él y de ella
y sin pañuelo su garganta bella.
Lindo, dijo el pastor, por vida mía
¿son estos los que quieren que se crea
que hay entre ellos mortal antipatía?
condujo allí las mozas de la aldea
y señalando a Juana las decía
mirad como esta su beldad emplea
aprended a hacer paces bellas niñas
así habéis de dar fin a vuestras riñas.
El burro flautista
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«iOh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!»
Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
La barca de Simón
Tuvo Simón una barca
no más que de pescador,
y no más que como barca,
a sus hijos la dejó.
Mas ellos tanto pescaron
e hicieron tanto doblón,
que ya tuvieron a menos
no mandar buque mayor.
La barca pasó a jabeque,
luego a fragata pasó;
de aquí a navío de guerra,
y asustó con su cañón.
Mas ya roto y viejo el casco
de tormentas que sufrió,
se va pudriendo en el puerto.
¡Lo que va de ayer a hoy!
Mil veces lo han carenado,
y al cabo será mejor
desecharle, y contentarnos
con la barca de Simón.
La abeja y el cuclillo
Saliendo del colmenar,
dijo al Cuclillo la Abeja:
«Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.
No hay ave tan fastidiosa
en el cantar como tú:
cucú, cucú y más cucú,
y sempre una misma cosa»
«¿Te cansa mi canto igual?
(el Cuclillo respondió).
Pues a fe que no hallo yo
variedad en tu panal.
Y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento,
si yo nada nuevo invento,
en ti es viejísimo todo.»
A esto la abeja replica:
«En otra de utilidad,
la falta de variedad
no es lo que más perjudica;
pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no es varia la invención,
todo lo demás es nada.»
Extensión y fama del oficio de puta
No te quejes, ¡oh, Nise!, de tu estado
aunque te llamen puta a boca llena,
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.
Dido fue puta de un audaz soldado
y Cleopatra a ser puta se condena
y el nombre de Lucrecia, que resuena,
no es tan honesto como se ha pensado;
esa de Rusia emperatriz famosa
que fue de los virotes centinela,
entre más de dos mil murió orgullosa;
y, pues todas lo dan tan sin cautela,
haz tú lo mismo, Nise vergonzosa;
que aquesto de honra y virgo es bagatela.
El té y la salvia
El té, viniendo del imperio chino,
se encontró con la salvia en el camino.
Ella le dijo: «Adónde vas, compadre?»
«A Europa voy, comadre,
donde sé que me compran a buen precio.»
«Yo», respondió la salvia, «voy a China,
que allá con sumo aprecio
me reciben por gusto y medicina.
En Europa me tratan de salvaje,
y jamás he podido hacer fortuna.
Anda con Dios. No perderás el viaje,
pues no hay nación alguna
que a todo lo extranjero
no dé con gusto aplausos y dinero».
La salvia me perdone,
que al comercio su máxima se opone.
Si hablase del comercio literario,
yo no defendería lo contrario,
porque en él para algunos es un vicio
lo que es en general un beneficio;
y español que tal vez recitaría
quinientos versos de Boileau y el Tasso,
puede ser que no sepa todavía
en qué lenguas los hizo Garcilaso.
El galán y la dama
Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,
celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.
«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»
Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen.»
El sombrerero
A los pies de un devoto franciscano
se postró un penitente.-Diga, hermano:
¿Qué oficio tiene?-Padre, sombrerero.
-¿ y qué estado?-Soltero.
-¿ Y cuál es su pecado dominante?
-Visitar una moza. -¿Con frecuencia?
-Padre mío, bastante.
-¿Cada mes?-Mucho más.-¿Cada semana?
-Aun todavía más-. ¡Ya! ¿Cotidiana?
-Hago dos mil propósitos sinceros,
pero Explíquese, hermano, claramente:
¿dos veces cada día? -Justamente.
-¿Pues cuándo diablos hace los sombreros?
El rico erudito
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos
«¡Lástima que en vivienda tan preciosa», le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.»
«Cierto», responde el otro. «Que esa idea no me haya ocurrido!…
A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino.
Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros.
Ya tenernos estantes. Pues, ahora», el buen hombre dijo, «¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo…
Pero ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no?
Para estos casos tengo yo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino.
Manos a la labor.»
Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar,
y a más de los impresos, varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito.
Pues ¿qué más quieren
los que sólo estudian títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?
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