Fábulas de Tirso de Molina

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Autor: El café de la Historia


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Breve biografía de Tirso de Molina

Tirso de Molina (24 de marzo de 1579 – 20 de febrero de 1648) fue un dramaturgo barroco español, poeta y monje.

Se le ha atribuido tradicionalmente la creación del mito de Don Juan en El burlador de Sevilla, cuya primera versión podría ser de 1617, con la obra Tan largo me lo fiais.

Nació como Gabriel Téllez en Madrid. Estudió en Alcalá de Henares, se unió a la Orden mendicante de la Santísima Virgen María de la Misericordia en 1600 y entró en el Monasterio de San Antolín en Guadalajara en enero de 1601.

Fue ordenado sacerdote en 1610.

Estuvo diez años escribiendo obras de teatro cuando fue enviado por sus superiores en una misión a las Indias Occidentales en 1615, residiendo en Santo Domingo de 1616 a 1618.

A su regreso a España en 1618, residió en el monasterio mercedario de Madrid.

Se conservan una sesentena de piezas dramáticas de Tirso de Molina.

No obstante, según su propio testimonio, posiblemente algo exagerado, habría escrito en 1634 unas cuatrocientas, con lo que, de ser cierto, habría sido uno de los dramaturgos más prolíficos del Siglo de Oro español.

Los últimos años de su vida los pasó en Soria, en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, en el que fue nombrado comendador en 1645.

Murió en Almazán en 1648.

Sus obras más importantes son: Don Gil de las calzas verdes, Los balcones de Madrid, Los amantes de Teruel y El Burlador de Sevilla.

Fábulas de Tirso de Molina

Fábulas de Tirso de Molina

El asno y el cochino

Señor Juan de Silva, escuche:
Crio un villano en su casa
un cochino y un jumento.
Al cochino regalaba
tanto, que al jumento mismo
daba envidia, que esta falta
es muy de asnos. Llegó el día
de San Martín, y escuchaba
el asno grandes gruñidos.
Asomóse a una ventana,
y vio al mísero cochino,
el cuchillo a la garganta,
que roncaba sin dormir.
—¿Para aquesto le engordaban?
—dijo el asno—. Voime al monte
por leña, venga mi albarda.

Mejor goza el bien quien desde el mal vino a él

Yo sé de cierto señor
algo regalado y tierno
que, acostándose el invierno,
después que el calentador
la cama le sazonaba,
se levantaba en camisa,
y dando causa a la risa,
desnudo se paseaba.

Burlábase de él su gente
y juzgaba a desvarío
que tiritase de frío
y diese diente con diente
quien abrigarse podía;
mas él, después de haber dado
sus paseos, casi helado
a la cama se volvía,
diciendo: —Para estimar
el calor que ahora adquiero
es necesario primero
el frío experimentar.

Fábulas de Tirso de Molina

La mula del doctor

Tuvo un pobre una postema
(dicen que oculta en un lado)
y estaba desesperado
de ver la ignorante flema
con que el doctor le decía:
—En no yéndoos a la mano
en beber, moríos, hermano,
porque esa es hidropesía.

Ordenóle una receta,
y cuando le llegó a dar
la pluma para firmar,
la muía, que era algo inquieta,
asentóle la herradura
(emplasto dijera yo)
en el lado, y reventó
la postema, ya madura;
con que cesando el dolor,
dijo, mirándola abierta:
—En postemas, más acierta
la mula que su doctor.

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El león y la raposa – Tirso de Molina

Estaba cojo una vez
un león viejo —no es nuevo
quien anda mucho mancebo
estar cojo a la vejez— .

Como no podía cazar,
y andaba solo y hambriento,
aguzó el entendimiento
para comer sin andar;
y llamando a cortes reales,
mandó por edicto y ley
que atendiendo que era rey
de todos los animales,
acudiesen a su cueva.
Fueron todos, y asentados,
dijo : —Vasallos honrados,
a mí me han dado una nueva
extraña, y que me provoca
a pesadumbre y pasión,
y es que dicen que al león
le huele muy mal la boca.

No es bien que un sujeto real,
de tantos brutos señor,
en vez de dar buen olor,
a todos huela tan mal.

Y así, buscando el remedio,
hallo que a todos os toca,
que llegándoos a mi boca,
veáis si al principio o medio
alguna muela podrida
huele mal, por que se saque,
y desta suerte se aplaque
afrenta tan conocida.

Metióse con esto adentro,
y entrando de uno en uno,
no vieron salir ninguno.
La raposa, que es el centro
de malicias, olió el poste;
y convidándola a entrar
para ver y visitar
al león, respondió : —¡Oste!

Y asomando la cabeza,
dijo : —Por no ser tenida
por tosca y descomedida,
no entro a ver a vuestra alteza;
que como paso trabajos,
unos ajos he almorzado,
y para un rey no hay enfado
como el olor de los ajos.

Por aquesta cerbatana
vuestra alteza eche el aliento;
que si yo por ella siento
el mal olor, cosa es llana
que hay muela con agujero,
y el sacalla está a otra cuenta,
que yo estoy sin herramienta
y en mi vida fui barbero.

Fábulas de Tirso de Molina

Fábula de Mirra, Adonis y Venus – Tirso de Molina

Al hermoso hijo y nieto del caduco Cinira, que en Chipre, rey de flores se corona; al prodigioso efecto del amor y de la ira, que humano un tiempo, ya deidad blasona; al que debe Pomona cuantos en sus pensiles engendra mayos y produce abriles, pues hortensia deidad, flores sazona, panegíricos canto la música, esta vez acorde al llanto. Aquel rapaz gigante, que al mismo Jove arrostra, y nieto de la espuma, es todo llama; ese que, si arrogante imposibles no postra, ni dios se estima, ni permite fama, venenoso derrama su contagión sabrosa en el pecho de Mirra, cuanto hermosa horrenda tanto, pues su nombre infama quien su tragedia ha escrito; si bien todo el delito disculpa de su engaño, pues fue la utilidad mayor que el daño. Mirra, de juventudes asombro desdeñoso, hoy mucho más del tálamo que ofende, venganza e ingratitudes dio en su desprecio hermoso, pues mariposa adora a quien la enciende; en la nieve pretende de las paternas canas de Cinira, templar llamas tiranas; pero es yesca la nieve si se emprende en ella del amor cualquier centella; en fin, para encendella industrias apercibe, pirausta, Mirra, que entre brasas vive. Equívocas caricias al padre lisonjean, que vende a la ignorancia el nombre de hija; y honestando malicias, se admiten y recrean, dorando plata a la vejez prolija; tal vez se regocija,
porque él tronco, ella yedra, verdor trepando por su cuello medra, y, ufano que tal vid tal olmo elija, sin distinguir entre virtud agravios, se permite a los labios, puesto que desiguales, el plomo se guarnezca de corales. Juzga Cinira grato a filial afecto, cariño tanto, no a pasión lasciva; pero como es retrato de la causa el efecto, (si en la similitud amor estriba) viéndose copia viva, con su origen quisiera incorporarse Mirra lisonjera, (que donde unidad falta, amor no priva); para esto su deseo los brazos envidiaba de Briareo, y a su madre adorara, si con el ser su tálamo heredara. Teme, suspira, llora, porque, si oculta enojos, recela que el dolor no la consuma; muda tan habladora que, a descifrar sus ojos, cada pestaña de ellos fuera pluma; tal vez resuelta (en suma, a costa de su mengua) a fiar su remedio de su lengua, fuego acomete y se retira espuma; y tal de amores loca, palabras apercibe y no halla boca, que en tan ambigua guerra, puertas abre el amor que el temor cierra. Retrocedióse al pecho cobarde la osadía, que ya en los labios profanó la raya. Pero ¿de qué provecho fue, si los asistía la vergüenza en carmín, que la desmaya? Comunicóse al aya, cuyos caducos años feriaron su vejez a los engaños, que también hay tormentas en la playa, y aunque la edad la jubiló en el puerto, las más veces es cierto que, tarde o nunca, deja liviana moza los resabios, vieja. Ésta, en fin, facilita estorbos y temores, y, añadiendo a sus llamas combustibles,
al viejo solicita a que despierte amores, ya tibios en su edad, si no imposibles. Díjole: «Apetecibles años de cierta hermosa, (tú, rosa seca y ella fresca rosa) pechera de delicias apacibles tributarte apetecen, si los gustos de amor rejuvenecen. Desyela señor mío en su florido abril, tu enero frío. Dejar de ti desea posteridad augusta que blasonen después sus sucesores. Baja, que de Amaltea el aparato gusta, que en tu jardín des frutos a sus flores; la noche, a sus temores, quietud oculta apresta, sin riesgo que Diana, por honesta, fiscalice, ofendida, sus amores, pues, aunque cazadora, virginidad afecta, amante adora cuando en celos se ofusca al dormido Endimión que en Caria busca». Al cano rey, la astuta aya, halló tan dispüesto, que culpa siglos cuando instantes pierde; que en la materia enjuta se introduce más presto el voraz elemento que en la verde; amor (porque recuerde en él sus incentivos, y en caducas cenizas logre, vivos, hipócritas carbones) que se acuerde le manda de hermosuras, que ocasionaron, joven, travesuras; y remozado en ellas, sopló el deseo y levantó centellas. Delinquió incestuosa esta vez la ignorancia, lince hasta aquí el amor, agora ciego. Vejez apetitosa, su misma repugnancia solicitaba nieve contra fuego; la noche que, al sosiego con sueños aplaudía, Argos de estrellas, este insulto vía; pero vendólas con tinieblas luego, abominando brazos, que en tal monstruosidad tejieron lazos, cuando amor que los funda,


vio a Mirra, estéril antes, ya fecunda. Deleite ejecutado, y amor arrepentido, todo es uno: testigo la experiencia; volvió el enero helado, si se fingió florido, a intimar su primera intercadencia; efímera violencia veloz enciende y pasa, pues ya en Cinira amor yela, no abrasa. Gozó sin ver, y huyendo la presencia que se negó a sus ojos, lo que anhelaba gustos, juzgó enojos; castigo de quien fía en cano amor, que, cuando abrasa, enfría. Mirra que, satisfecha, su infamia creyó oculta, segundo Paladión lleva consigo; y cuando sin sospecha noticias dificulta, sus entrañas hospedan su enemigo; el tiempo hizo testigo lo que escondió primero: cómplice aleve, agora pregonero, manifestarle pudo, que a veces habla más el que es más mudo. El término cumplido, Mirra ya hermana y madre, Y de Cinira, Adonis, hijo y nieto, ofensor ofendido, se vio su abuelo y padre, público ya a los hombres su secreto; Tesífone y Alecto, gigante hacen su injuria; de amor primero esfera, ya de furia, la causa enemistada con su efecto, y ardiendo por ser vivo, con la madre, al dos veces relativo, de su sustancia helada corre a verter la sangre duplicada. Plumas huyendo pide la hermosa delincuente a la deidad que obedeció lasciva; valles y selvas mide, y, del pecho pendiente, el insulto inocente es joya viva; pero, aunque fugitiva, flores desmaya apenas, azogue en vez de sangre alienta venas de la helada vejez la vengativa injuria, en cuyo empleo cada pie, que fue plomo, es caduceo,
que amores y pesares al segundo Planeta hurtan talares. No Apolo enamorado a Dafne cazadora persigue aquél y estotra se retira; efectos han trocado, pues huye la que adora, siguiéndola los odios de Cinira; vuela esta vez la ira, corre amor, pues la alcanza, señal que es más ligera la venganza: pues si uno flechas otra rayos tira, y con fines opuestos plumas llevan aquellas, llamas éstos, con que una acción obliga a que huya amor y a que el desdén le siga. Ya casi a las espaldas respiraba el aliento de la venganza, que el temor avisa, y de las leves faldas que profanaba el viento, las fimbrias, tropezando, tal vez pisa, cuando viendo precisa la ejecución severa, Mirra, angustiada de su muerte fiera, a la Citerea diosa en el último trance lastimosa, intimándole enojos, dijo, el alma en los labios, y en los ojos. «Común naturaleza nos dio, amorosa diva, Chipre a las dos, que en esto nos hermana; aquí halló tu belleza patria, pues, compasiva, te adora eterna y te alimenta humana; aquí la espuma cana del mar, piélago incierto, en la cuna del nácar tomó puerto, (región sacra por ti, si antes profana) y porque fertilices su amenidad, las Horas, tus nutrices, cuando flores te adulan, Chipre tu imperio, Cipria te intitulan. Aquí, progenitora de la deidad de fuego, con sangre en vez de leche alimentado, me hiciste profesora, (mas ciega, que él es ciego) de su violenta escuela, pues he dado asombro enamorado a cuantos en sus llamas arrojan honras y consumen famas
pues me atreví, por él, al primer grado, que exento de tu imperio, eterno me vincula vituperio, digna que tus favores, a más hazañas, premios den mayores. No, pues, Venus permitas que a tu poder se atreva padre verdugo, desdeñoso amante; si insultos acreditas, múdame en forma nueva, que aromas peche a tu deidad fragante; haz, desde aquí adelante, patrona compasiva, que, entre los vivos, ni me infamen viva, ni, entre los muertos muerta, honras espante, sino que mi remedio consista en ser de estos extremos medio, porque, en angustia tanta, si sensitiva no, me estimen planta». Apenas de su pena Venus oyó el discurso que, grata tutelar a su deseo, fija en la rubia arena el desmayado curso; planta es ya la de amor, monstruoso empleo, aquel arbol sabeo, cuya sudada goma, Estacte llama Arabia y, todo aroma, incorrupto cadáver dio al Hebreo, en la forma sabina, enebro en hojas y en rigor espina, que eterniza y preserva. Si fue Mirra mujer, ya es mirra yerba. Entre los brazos ramas, busca el infante el pecho, y, en vez de él, halla rústica corteza; pero imperiosas llamas de amor, que siempre han hecho mayor efecto en la mayor belleza, mostrar la fortaleza de su poder pretenden, pues, niño Adonis, en su vista encienden la misma Venus, que a sentir empieza, cuando deidad blasona, que amor su misma madre no perdona; pues que recién nacido querer no sabe Adonis y es querido. Prodigio es portentoso enamorar gorjeos, que apenas tienen ser y ya dan penas; mas era tan hermoso que ocasionó deseos
a quien del mar espuma burló arenas; crióle en las amenas delicias intrincadas de Chipre y de sus selvas que, pobladas de madreselva, rosas y azucenas, sin preservar ninguna, cama le mullen y le mecen cuna, y con leche sabrosa de una cierva, esta vez sólo piadosa, crecen entre las flores él en los días, ella en los amores. Ya Adonis de la infancia pasaba a la puericia, y ya doraba en él la adolescencia bozos a la arrogancia, arnés a la milicia, flechas a la deidad, toda violencia, cuando con la asistencia del joven, sucesiva por tantos lustros, desde niño viva, es Venus del amor la quinta esencia, y en su fogosa lumbre, (como es naturaleza la costumbre) cuando sin él se mira, ni vive, ni descansa, ni respira. Del néctar olvidada, ni la ambrosía la mueve, ni afecta cielos, ni en sus luces fía, porque en él transformada espíritus le bebe, que al néctar antepone y ambrosía; amor hidropesía, bebiendo, aumenta sedes, y de Adonis los labios Ganimedes, gentilhombres de copa, alientos cría; prodigio es que sazone una sed, otra sed, y la ocasione; mas como firme sea, quien más ama y más goza, más desea. Los ratos que embaraza la juventud traviesa en Adonis el tiempo que la sisa, y por el monte a caza la fugitiva presa sigue oficioso, que el lebrel le avisa, no corre él tan aprisa, como ella aprisa llora, y como tras Menmón la blanca aurora, impidiéndole el paso, así le avisa: «Tragedias ocasiona, quien, racional, con brutos proporciona acciones militares,
sin comparar afectos a pesares. Ya que las castas selvas profanes a su diosa, ni risco, temas, ni perdones cumbre, adviértote que vuelvas con presa temerosa, que quiete mi temor su mansedumbre; la natural costumbre del joven ejercicio, que de virtud, si es mucho, pasa a vicio, y en mí si en ti es deleite es pesadumbre, tus vitorias celebre, ya en el ciervo ramoso, ya en la liebre, de suerte que, al correllos, ellos huyan de ti, no tú huyas de ellos; pues si tus fuerzas mides, más que el ánimo, vencen los ardides. Los lobos salteadores, los osos mal formados, los leones carnívoros te vedo, no des a mis amores, con fúnebres cuidados, mal logros tristes que me anuncia el miedo; mas si tirar no puedo la rienda a tu apetito y te enojas por ver que te limito tanto peligro, yo te lo concedo, con tal, si a ésta te obligas, que, siguiéndolos todos, jamás sigas al jabalí impaciente, presagio de mis lágrimas su diente. Una fiera entre tantas, idolatrado mío, te niega sola quien tu amor conjura; persigue a las que espantas, no a las que muestran brío, que audacia, contra audacia, no es segura: ¡Ay de quién aventura!, que en tu infeliz impresa, cazador, de la caza has de ser presa, y de un bruto, trofeo tu hermosura. Ojalá que me amaras, de modo que jamás te me ausentaras, mas ¡ay suerte severa! que a Venus antepones una fiera». Ansí daba consejos la diva enamorada, a la incauta ocasión de sus enojos, cuando asomó de lejos en fiera transformada la sospecha de Marte, llena de ojos; usúrpale despojos
Adonis, ya adquiridos, de Vulcano y Apolo perseguidos, afrenta de la red sus rayos rojos, y costándole tanto, que celos le atormenten no me espanto, pues si de raya pasan, más al amante que al esposo abrasan. No sufren los lebreles, que estorbe la traílla lances do inclinaciones tan opuestas despedazan cordeles, y rota cada hebilla, atajan valles y trasponen cuestas; Venus, que las funestas tragedias ve cercanas, abrazada con él, lágrimas vanas le intima, que si no le son molestas, bastantes son tampoco a refrenar el ímpetu que, loco, su perdición destina, al bien rebelde cuando el mal se inclina. Aljófares desprecia, desembaraza abrazos, sordo a suspiros, desdeñoso a voces, y porque llore Grecia mal logro de sus brazos, la muerte hace sus pasos más veloces; Marte, que con atroces hazañas se eterniza, trofeos a sus celos soleniza. Tente, intrépido joven, no destroces, vengando a la fortuna, dos almas que incorpora amor en una; no es jabalí el que baja, flechas las púas, el marfil navaja, el dios sí, en sangre tinto, severo alcaide del alcázar quinto. En círculo le ciñe la turba ladradora, ya campo de armas la floresta verde, pero tan diestra riñe la bestia vengadora, que en sangre paga el que sus cerdas muerde; Venus que el tiempo pierde en excusarle enojos, volando tras su Adonis con los ojos, con el alma le avisa que se acuerde de presagios fatales; pero el que apresurando va sus males, consejos desestima, vientos atrasa y el venablo anima. Llega y, de siete, mira
reducidos a cuatro, cadáveres los tres, sus perros fieles; enciéndele la ira, y al verde anfiteatro volver jura mosquetas en claveles; provoca los lebreles, y en la derecha planta cargado el cuerpo, el otro pie levanta, (digna postura de animar pinceles). Tonante es, que fulmina rayo el furor, en vez de jabalina, a no errar, codicioso, valiente el tiro, pero no dichoso. Hurtóle el cuerpo el bruto, ¿qué mucho si le adiestra la bélica deidad del quinto cielo? y viendo el poco fruto del golpe, Adonis muestra mejillas, si antes grana, agora yelo; retírale el recelo de verse desarmado; pero Marte, en la fiera transformado, cometa es que le sigue, el paso vuelo; huye el que perseguía, persigue agora el que primero huía, mas el correr, ¿qué importa, si sacre la venganza, vientos corta? Cedió a fatal violencia la juventud briosa, cedió amor a los celos, sus bastardos, cayó la adolescencia, que apenas se vio rosa y, ya lirio, pimpollos brota pardos; llegaron, aunque tardos, a hacer los escarmientos cuerda a la juventud, cuyos alientos mil veces malograron los gallardos ímpetus juveniles; florecen los abriles, sopla el Bóreas enjuto, y el almendro, que aborta en flor el fruto, enseña castigado al prudente moral razón de estado. Abrió el marfil buido, puerta a la muerte franca, que, en fe de reina, en púrpura teñida, prestó su colorido a la amapola blanca su rosicler, recuerdos de su herida; Venus, con media vida, perdida la otra media, presume, por correr, que la remedia;
pero huyendo la bestia adonicida, al paso que más corre, sintiendo penas más, menos socorre; que el mal en todo amante, menos aflige, cuanto más distante. Desnudo el pie de nieve, carrera presurosa, las plantas, donde el alma está, encamina; sacrílega se atreve, (sospecho que envidiosa) de la rosa, hasta allí blanca, una espina; para quedar divina, divina sangre vierte, con que el candor en rosicler convierte, medio ya entre jazmín y clavellina; dichoso sacrilegio, que ganó entre las flores privilegio de ser, puesto que bellas, ella su emperatriz, sus damas ellas. Violetas con claveles, mezcló amor en los labios de Adonis y de Venus lastimosa; no hay plumas ni pinceles, que pinten los agravios, que a Marte intima la ofendida hermosa. Pondere la amorosa pasión, qué tal sería lo que Venus entonces sentiría, dios el dolor, como su dueño diosa; que yo aquí reverencio los hipérboles mudos del silencio. No a fuer del ave santa, que al túmulo, antes nido, agrega aromas que el oriente espira, Mauseolos levanta que injurien al olvido, ni a holocaustos de amor consagra pira: sembrado el campo mira de lechugas, y entre ellas quiere Venus probar si las centellas que en el cadáver aún vivir admira apagan sus ardores, que, como su frialdad entibia amores, recela que no basta a amor tan firme compañía tan casta. Aquí sepulcro apresta la diva enamorada, para el amante que aún difunto adora; aquí le manifiesta a cuantos malograda su muerte compadece; aquí le llora quien, tierna protectora
de su pasión, desea la diosa que con llantos lisonjea, hasta que resucite con la aurora Adonis, que eterniza sus llamas, semidiós, no ya ceniza, estrella sí, en la parte que ni se esconde al sol, ni teme a Marte».


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