Autor: El café de la Historia
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Cleptomanía
La cleptomanía es un trastorno compulsivo que impulsa a quien lo sufre a robar.
Quien padece este trastorno recibe el nombre de cleptómano. Aunque no hay cura para el trastorno, sí hay tratamientos que ayudan.
La lista de cleptómanos más o menos famosos es extensa: Desde la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, cuyo vídeo vaciando el bolso con cremas marca Olay en un Eroski madrileño que causó su dimisión, hasta Katy Perry, Megan Fox, O.J. Simpson o el conocido caso de la actriz Winona Ryder.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando el cleptómano en cuestión es un jefe de estado o el presidente de un país?
Vamos con dos llamativos casos de personalidades con alta representación institucional que han pasado a la posteridad por su cleptomanía.
1. Faruq de Egipto
Su Majestad, Faruq I, por la gracia de Dios, rey de Egipto y de Sudán, soberano de Nubia, Kordofán y Darfur, más conocido por el nombre artístico de Faruq I de Egipto, fue un personaje harto peculiar como vamos a ver a continuación, con el que en varias ocasiones Winston Churchill tuvo que contar hasta diez antes de tomar decisiones drásticas hacia su persona, además de tragarse su orgullo en más de una situación en que su supuesto aliado y protegido egipcio se dejaba querer por Adolf Hitler en plena Segunda Guerra Mundial.
Reinó de 1936 a 1952 y aunque Egipto dejó de ser un protectorado en 1923, Faruq no era más que un títere al servicio de los intereses británicos que ejerció su pintoresco reinado a cambio de la protección inglesa dada la privilegiada posición estratégica del país de las pirámides.
Recuerden, el canal de Suez está por aquellas latitudes.
Faruq se sentó en el trono a los dieciséis años y pronto empezó a destacar en el apartado de excentricidades, cacerías, amantes, copiosos banquetes regados por los mejores licores del planeta y, en general, una vida dedicada a, valga la redundancia, darse la vida padre.
La lista de extravagancias es larga; por ejemplo, se inventó un inexistente linaje glorioso que lo emparentaba directamente con Mahoma y su reinado fue el de un rey absolutista totalmente fuera de tiempo y de lugar, causando enojo y desconcierto a sus súbditos, con actos como ataviar con más de cien mil diamantes a su esposa, la reina Farida, en actos públicos.
En plena Segunda Guerra Mundial, Egipto estaba bajo la órbita de los aliados pero al enterarse Faruq de que los alemanes planeaban invadir el país, envió un telegrama a Hitler «agradeciendo el interés en invadir Egipto».
Y es que nuestro amigo Faruq admiraba a Hitler.
Una mañana, tras soñar que había sido atacado por una manada de leones, ni corto ni perezoso, se plantó pistola en mano en el zoo de El Cairo y acabó a tiros con todos los leones del recinto.
Durante una partida de póker su oponente llevaba un póker de damas y él solo un trío de reyes e hizo valer su regia voluntad argumentando que él era el cuarto rey ergo su trío se convertía en un póker de reyes que, casualidad, vence al póker de damas.
En otra ocasión se inventó un juego por el cual una avioneta dejaría caer una pelotita al azar en algún rincón de Egipto, y la persona que la encontrase recibiría espléndidos premios.
Más allá de su ineptitud como gobernante, de vivir rodeado de los lujos más extremos, de comportarse como un déspota medieval en pleno siglo XX, si por algo ha pasado a la historia Faruq I (aparte de su gigantesca colección de temática pornográfica considerada en su momento la más grande del mundo) es por ser un cleptómano nivel leyenda.
Y no exageramos, ya verán.
Su cleptomanía le hacía imposible no hurtar objetos en sus visitas a los mandatarios de medio mundo, normalmente cosas de poco valor, pero es que no solo le robó una espada ceremonial a su propio cuñado, el Sha de Persia, sino que en un encuentro en Londres con Winston Churchill, le robó… ¡un reloj!
Preguntado de cómo tenía él un reloj de Churchill contestó, sin asomo de arrepentimiento, que se lo había encontrado.
Imaginamos a Churchill, como decíamos al principio del artículo, una vez más, contando hasta diez, antes de mandar a las Fuerzas Especiales a dar una lección a ese «aliado» díscolo, molesto, inestable y cleptómano.
Todos estos incidentes le valieron el apodo por el que se le conocía en su propio país: «el Ladrón de El Cairo«
Faruq, sin duda, es uno de los personajes más extravagantes y fascinantes del siglo XX y la lista de sus rarezas y excentricidades darían para un artículo entero pero, para cerrar este episodio digamos que, como no podía ser de otra manera, Egipto se cansó de él, fue derrocado por Nasser y se exilió en Italia.
Este señor, acostumbrado a una vida de excesos y lujos desmesurados en la que desayunar caviar a paladas directamente de la lata era algo rutinario tuvo un fin digno de su trayectoria.
De ser aquel galán joven y atlético, incluso apuesto y varonil que se coronó con dieciséis años, empezó a engordar de tal manera que fue apodado el «estómago con cabeza» y que en su exilio ya era un orondo caballero que se acercaba peligrosamente a los ciento cincuenta kilos, con graves desordenes mentales y alimenticios.
Un fin a la altura del personaje
Su estancia en Roma no podía empezar mejor. Al poco de llegar su segunda esposa, la reina Narriman, lo abandonó cansada de los malos tratos y Faruq empezó a coleccionar amantes una detrás de otra con especial querencia por las bailarinas de cabaret.
Su aspecto no era ni la sombra de lo que fue, la prensa y los romanos en general lo ignoraban, y se dedicó a lo que más le gustaba: comer y beber sin tasa.
Así, el 18 de marzo de 1965, Faruq acude a cenar al restaurante Ile de France de la capital italiana para caer muerto y fulminado sobre la mesa tras la cena para sorpresa y estupor de los allí presentes.
El último menú del último rey de Egipto había sido: una docena de ostras condimentadas con Tabasco, abundante tarta de langosta, cordero asado, patatas asadas, copioso vino, dos naranjas, una mandarina, un café, dos botellas de agua y una Coca Cola.
Satisfecho se encendió un caro puro habano. Fue lo último que hizo antes de caer desplomado.
Vaclav Klaus
En abril de 2011, Vaclav Klaus en calidad de presidente de la República Checa, viaja a Argentina y Chile en una extensa visita oficial de nueve días.
En Chile, entre otros asuntos diplomáticos, se firma un acuerdo bilateral en el Palacio de la Moneda.
Y mientras su homólogo chileno Sebastián Piñera pronuncia un breve discurso, Klaus decide hacerse un auto regalo y roba la pluma ceremonial con cierto disimulo.
Cuesta creerlo ¿verdad?
Pues miren el vídeo…
El asunto empezó a irse de madre en la República Checa siendo Klaus objeto mofa general, llegando a aparecer un sarcástico cartel en un céntrico restaurante de Praga que decía «Se busca pluma de lujo. Se ruega al que la encuentre que la envíe a la embajada de Chile«.
Aunque Chile salió caballerosamente en su rescate alegando que la pluma fue un regalo, el asunto de la «pluma chilena» persiguió al primer ministro checo hasta que abandonó el cargo en 2013, machacado desde el día del affaire cleptómano ante las cámaras de medio mundo hasta hoy en día, en el que en su país natal es más recordado por su bochornoso incidente chileno que por cualquier otra acción de gobierno llevada a cabo durante los diez años que estuvo al frente de Chequia.
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