Autor: El café de la Historia
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El Síndrome Tóxico y el aceite de colza
En 1981 empezaron a acudir a los hospitales españoles numerosos pacientes con un cuadro clínico nunca visto hasta entonces. En un principio las autoridades pensaron que se trataba de algún tipo de mutación de neumonía o gripe, y titubearon el tiempo suficiente para que el número de afectados fuera tan gigantesco que se se tuvo que declarar una crisis sanitaria, en parte gracias a la ineptitud manifiesta del ministro de sanidad Sancho Rof, el cual pasará a la historia por sus declaraciones en televisión para atajar la psicosis colectiva: «Es menos grave que la gripe. Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que si se cae de la mesa, se mata».
Teorías sobre el origen del Síndrome Tóxico
Mientras el ministro cazaba moscas a cañonazos con la pólvora de la ineptitud, los medios de comunicación empezaron a propagar una serie de teorías que no hicieron más que inquietar aún más a la población.
Se llegó a decir que el origen estaba en unos tomates de Almería que habían sido sulfatados con un pesticida de Bayer. También se divulgó que la causa eran unas granadas tóxicas que tenía almacenado el ejercito norteamericano en la base de Torrejón de Ardoz. Tanto la embajada estadounidense como la multinacional alemana se apresuraron a desmentirlo.
Otra teoría que hizo fortuna en aquellos días de inquietud y desinformación fue que la enfermedad la transmitían los pájaros con el resultado de turbas de vecinos de las zonas más afectadas saliendo a matarlos a pedradas.
El Doctor Juan Manuel Tabuenca da con la clave: el aceite de colza
Ajeno a todos estos disparates, el doctor Tabuenca, un pediatra del Hospital Niño Jesús de Madrid, llevaba tiempo buscando las causas de la extraña epidemia a base de intensos interrogatorios a los pacientes.
Y dio con la tecla adecuada: se le presentó un caso de un niño de seis meses y barruntó que la dieta de los bebés es lo suficientemente básica como para poder estrechar el cerco de la investigación. Y esa familia le dio la clave para tirar del hilo: tenía que ser el chorrito de aceite que la abuela echaba en su papilla.
Confirmó su teoría al cotejar los datos con los del resto de afectados e inmediatamente alertó a las autoridades. Los investigadores descubrieron una trama para adulterar un aceite de colza destinado a uso industrial, y pusieron el foco en una empresa de Madrid cuyos comerciales distribuían por los pueblos en garrafas a granel con el reclamo de que se trataba de aceite de oliva de primerísima calidad.
Y aquí es donde empieza nuestra historia de hoy.
Siguiendo el rastro al aceite de colza adulterado
Siguiendo el rastro de las diferentes rutas de los comerciales de la empresa que desde Madrid distribuían el aceite, rápidamente se pudo comprobar que en todos los pueblos había personas infectadas por el bautizado como Síndrome Tóxico. Todo cuadraba pero había una extraña circunstancia que rompía todas las teorías: en el itinerario de un vendedor que recorría la zona sur de la Comunidad de Madrid, en la llamada ruta de los pantanos, descubren que en todos los pueblos donde este señor ha vendido aceite, efectivamente hay afectados. En todos menos en uno, en Chapinería.
Próxima parada: Chapinería
Este hecho descoloca a los investigadores que aunque a esas alturas ya tenían claro que el causante de la epidemia era el aceite desnaturalizado, no lograban dar con la explicación a la ausencia de afectados en Chapinería.
Algún tiempo después se descubrió el motivo, que tiene más de guion cinematográfico de película de Ozores que de episodio del Dr House:
El vendedor que visitaba Chapinería tenía, digamos, más confianza de la deseable con la dueña del bar del pueblo. El marido les había sorprendido organizándose un pifostio colosal, y mientras el comercial huía despavorido, el marido no escatimó amenazas de muerte. El distribuidor de aceite, para evitar males mayores, desde ese día esquivó entrar en la localidad por miedo a las represalias.
Y gracias a estos hechos, el pueblo se libró de la plaga de la colza y no compartió el tétrico destino de los pueblos vecinos.
En Chapinería hay una estatua a Cascorro, el héroe de la guerra de Cuba que fue vecino de la villa. No sería mala idea que erigieran otra a los dos protagonistas de esta historia.
Una idea que proponemos para la obra escultórica es a Luis e Isidro, viajante y amo del bar, burlador y burlado, hundidos hasta las rodillas en una balsa de aceite de colza dándose mamporros mutuamente emulando el celebérrimo «Duelo a garrotazos» de Goya.
Se la merecen. Y, por supuesto, el recientemente fallecido doctor Tabuenca también.
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Qué crack el Ministro. Me ha recordado a Celia Villalobos con el hueso para el caldito y a Mariano Rajoy diciendo que el chapapote eran unos pequeños hilitos que parecían de plastilina.
Casanovear perjudica seriamente la salud aunque en este caso fue beneficioso para el resto del pueblo..
Esteso y Pajares, ése es el espíritu Jojo
Estatua ya a este héroe!!
Moraleja-ficción: una autoridad moral que desde el pedestal de su superioridad hubiese afeado a la dueña del bar su exceso de hospitalidad con el viajante, disuadiéndola de cometer adulterio, habría provocado la muerte de varias decenas de vecinos.