Autor: El café de la Historia
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1815. Indias Orientales Holandesas, hoy Indonesia.
En la isla de Sumbawa, archipiélago de La Sonda, el volcán Monte Tambora erupciona. Y no es una erupción cualquiera, sino que estamos hablando de la más violenta y destructiva registrada jamás por el hombre, con unas consecuencias para todo el planeta de proporciones nunca vistas.
La catástrofe del Tambora
Todo empieza el 5 de abril de ese año 1815 cuando en la capital, Betawi, la actual Yakarta, se escuchan unos sonidos lejanos que parecían el ruido persistente de cañones, por lo que se envían barcos de reconocimiento que no localizan artillería, ni batallas, ni nada fuera de lo normal, así que vuelven a puerto sin aclarar el origen de los supuestos cañonazos. Al poco tiempo, la lluvia de ceniza que empieza a llegar a la ciudad, da la certeza a las autoridades de una erupción volcánica en algún lugar de la zona.
Lo que desde la actual Yakarta parecían cañonazos era la erupción del Tambora.
Entre el Tambora y Yakarta median 1250 kilómetros, hagan un esfuerzo por imaginar el estruendo que tuvo que producir la erupción para confundirlo a esa distancia con cañonazos de artillería.
Pero sólo era el aperitivo; a los pocos días, el 11 de abril, se produce la gran explosión. El sonido que produjo está considerado el más potente registrado en la historia de la humanidad y dio la vuelta al mundo nueve veces. Una erupción calificada de IEV 7.
IEV corresponde a las siglas de «Índice de explosividad volcánica» cuya escala va del 1 al 8. La erupción equivalió a 800 megatones de potencia, 40.000 veces la bomba de Hiroshima.
Varios metros de ceniza sepultaron la propia isla de Sumbawa y la vecina isla de Lombok aniquilando de un plumazo a todos sus habitantes abrasados por la lava, asfixiados por los gases sulfurosos o golpeados por las rocas expulsadas. Un infierno.
Los cálculos de la época bailan según la fuente a la que acudamos, pero podríamos estimar una cantidad de más de 10.000 personas muertas de manera directa y otras 60.000 a causa de las hambrunas posteriores.
Tres días más tarde, una espesa nube de ceniza cubría los cielos en un radio de 600 kilómetros alrededor del volcán, convirtiendo las jornadas venideras en una noche perpetua.
En poco tiempo, un área de más de 2.500.000 kilómetros cuadrados estaba cubierta por la espesa nube, y todo el planeta notó los efectos de la devastadora erupción del volcán, bajando la temperatura media global en 2,5 grados.
Las consecuencias se alargaron en el tiempo debido a la ingente cantidad de ceniza en la atmósfera, hasta el punto de que 1816 es recordado como el año sin verano, y se produjo una pequeña Edad de Hielo en todo el hemisferio norte que duró tres años, merced a la densa capa de cenizas que se elevó hasta la estratosfera a 43 kilómetros de altura, y que el viento esparció cubriendo la Tierra, arruinando las cosechas y provocando pandemias, miseria, hambrunas y crisis humanitarias en todo el mundo.
No en vano, 1816 está considerado el segundo año más frío de la historia.
Ahora hablemos de otras consecuencias que, aparte de las miles de víctimas en la zona más cercana al cataclismo, se produjeron de manera indirecta en las antípodas del Tambora.
Cambios climáticos y sociales
En todo el hemisferio norte bajaron de manera drástica las temperaturas perdiéndose las cosechas, y el intenso frío y el hambre lanzó a las poblaciones del entorno rural a emigraciones masivas a los núcleos urbanos por primera vez en la historia. Son incalculables las muertes por inanición a consecuencia de esta pequeña Edad de Hielo.
En mayo de 1816 los pájaros murieron congelados en muchas ciudades de Estados Unidos y Canadá, a la vez que rebaños enteros de ovejas sucumbieron a las glaciales temperaturas. Estuvo nevando hasta el mes de junio, algo totalmente fuera de lo normal en esos países, haciendo imposible arar las tierras.
En Europa las cosas no iban mejor con tormentas incesantes, temperaturas bajísimas, inundaciones, y revueltas sociales debido al hambre. En Inglaterra nevó hasta bien entrado el solsticio de verano. En Copenhague llovió sin parar más de un mes. En los Países Bajos cedieron diques. En Alemania, el Rin se desbordó provocando múltiples desgracias a su paso, la cosecha de patatas se pudrió y las uvas no maduraban en las vides. En España llovió tanto el mes de julio y agosto que se perdieron la mayoría de cultivos y el intenso frío dejó al país sin fruta y sin aceite ese año.
Son sólo varios ejemplos de los graves episodios que asolaron todo el continente sin excepción.
Los comerciantes, en previsión de malas cosechas, subieron los precios de los productos agitando un peligroso cóctel que sólo podía conducir a estallidos sociales de la población, la cual sólo hallaba explicación en supuestos castigos divinos, y se refugiaba masivamente en las iglesias buscando algo de consuelo.
La inestabilidad se extendió por toda Europa.
Por ejemplo, en Francia se produjo una revuelta por la subida del precio del pan, mientras en Inglaterra subió tanto el precio de este alimento básico, que a las cenas se pedía a los invitados que se llevasen su propio panecillo. En Londres, las clases más desfavorecidas sobrevivieron gracias a sopas sufragadas por suscripción popular,
La erupción del Tambora y sus terribles consecuencias también están detrás de la primera emigración masiva de irlandeses y alemanes huyendo del hambre a unos Estados Unidos que, también bajo el rigor de las bajas temperaturas, no estaba precisamente en su mejor momento para acogerlos.
En Suiza también se notaron los efectos: llovió nueve de cada diez días esa temporada y las nevadas fueron más intensas de lo normal.
Y precisamente al país helvético nos vamos en busca del primer caso de unos efectos colaterales de la catástrofe, que marcaron de una u otra manera, tres campos diferentes de la cultura.
Literatura: A orillas de un lago suizo nace el terror gótico
Villa Diodati, una casa a orillas del Lago Ginebra, estaba considerada un templo literario ya que en ella se habían alojado John Milton, Rousseau y Voltaire entre otros.
Lord Byron alquiló la mansión aquel verano de 1816 junto a Claire Clairmont, su amante y madre de su hija Allegra, Mary Shelley y su marido el poeta Percy Shelley, y John William Polidori.
La climatología adversa, con oscuros días, continuas tormentas, y bajas temperaturas que impedían hacer turismo, obligó al grupo a pasar las noches alrededor del fuego. Aburridos en aquel ambiente, Lord Byron decidió como pasatiempo retar a los presentes a escribir una historia aterradora.
De aquel reto en tan lúgubres circunstancias, regado con abundante vino y láudano, surgieron varias hitos que marcarían la literatura para siempre.
John William Polidori escribió «El vampiro«, el precursor del género del vampiro romántico. De ahí a Drácula, mediará un paso.
Mary Shelley hizo lo propio con «Frankenstein o el moderno Prometeo«, obra cumbre de la narrativa gótica.
Byron, por su parte, escribió un poema llamado «La oscuridad» cuyos primeros versos reflejan casi como un acta notarial el ambiente tétrico en la Suiza de 1816:
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
el brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
se congelaron en una plegaria egoísta por luz.
Mary Shelley, Lord Byron y Polidori
Música: El villancico que nació el año sin verano
Estamos en 1818 y las gélidas temperaturas que se venían registrando a consecuencia del desastre climático habían estropeado el órgano de la Iglesia de San Nicolás, situada en las montañas de Oberndorf, cerca de Salzburgo. Tan espantoso era el frío que el párroco no era capaz de encontrar a nadie que se atreviera a subir hasta este pequeño pueblo de montaña para arreglarlo. Joseph Morh, que así se llamaba el sacerdote, viendo que se acercaban las fechas navideñas y no había órgano, decidió escribir un villancico en colaboración con su amigo músico Franz Xaver Gruber, capaz de ser cantado sin acompañamiento.
Ese villancico, compuesto con urgencia -y por necesidad- en un perdido pueblo de montaña austriaco es Noche de Paz, una canción navideña que ha perdurado hasta nuestros días, y que, tuvo su origen relacionado con un volcán que en la otra punta del mundo cambió el clima, la vida y las costumbres de toda una sociedad.
Pintura: Los atardeceres amarillos de Turner
Ya hemos explicado que los efectos de las cenizas vertidas por el Tambora estuvieron flotando en la atmósfera durante años enfriando el planeta.
Se calcula que hasta 1850 las temperaturas no se recuperaron plenamente.
En Londres, el pintor Joseph Mallord William Turner, un reconocido paisajista británico pintó varios cuadros en los que se puede apreciar la luz amarillenta y mortecina producida por el efecto de la débil filtración de los rayos del sol a través de la nube del Tambora. Testimonios de esa época explican que se podía mirar al sol sin protección e incluso se podían apreciar las manchas solares.
Como una imagen vale por mil palabras, a falta de fotografías, y para cerrar el artículo, sirvan de testimonio de todo lo que hemos intentado explicar, estas pinturas de Turner que reflejan los extraños fenómenos vistos en los cielos ingleses durante la pequeña Edad de Hielo del siglo XIX.
Napoleón y la bicicleta
Otras consecuencias indirectas del incidente volcánico fue que en Alemania, a falta de alimento para los caballos, a alguien se le ocurrió implementar un sistema de pedales y poleas a una carreta llamado «laufmaschine» siendo el antecesor de la bicicleta.
También, diversos estudios científicos defienden que el resultado de la Batalla de Waterloo tiene mucho que ver con el cataclismo del Tambora; debido a su inferioridad numérica, la estrategia de Napoleón para vencer a los diferentes aliados consistía en ir derrotando uno a uno a los ejércitos enemigos.
Al haber llovido de manera tan constante como inusual, el terreno del campo de batalla estaba completamente embarrado, hecho que dificultó los movimientos de la Grande Armée, ralentizando los diferentes desplazamientos franceses con el resultado consabido de la derrota definitiva de Napoleón y la consagración británica como potencia hegemónica a nivel global durante las siguientes décadas.
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Una lección de la que el ser humano debería aprender aunque no tengo claro que sea así
Pues la fama se la llevó el Krakatoa siendo el Tambora mucho más importante. Curioso tema.
Lo que estamos viviendo con esta pandemia también será objeto de estudio en el futuro. Buen trabajo!
Cuánto talento junto en esa mansión Suiza!!
Lo que aprende uno cada dia…
Me he quedado anonadado, gracias por tanto dato en tan buen artículo
Pues muchas gracias, Juanjo.
Impresiona mucho ver los cuadros
Ciertamente, hay más cuadros de Turner pero hemos puesto sólo dos a modo de ejemplo. Abrazos.
Un artículo muy interesante.
Yo investigué este tema en 2016 (se cumplía el bicentenario) y publiqué la historia en mi blog «De buenas a primeras» en varias entradas llamadas «1816: el año sin verano». Nuestros artículos se parecen… y eso me ha sorprendido mucho.
Interesantísimos tus artículos también profundizando en diferentes aspectos de la pequeña Edad de Hielo. Pongo enlace a tu blog para que los lectores que quieran indagar en ese apasionante periodo histórico puedan descubrirlo a través de tus espléndidas entradas.
http://buenasaprimeras.blogspot.com/
Abrazos.
Absolutamente sin palabras…, me gusta la historia, me precio de tener algún conocimiento, pero de este tema, ni idea y las consecuencias que produjo la erupción del dichoso volcán aún perduran y están ahí. Gracias por compartir, me ha gustado mucho.
Gracias, Juan Carlos, nos alegra mucho que te haya tanto gustado el artículo. Saludos.
Muy interesante.
Gracias, Pablo.