En la historia de Inglaterra hubo una época en la que la Navidad fue puesta en pausa.
No estamos hablando de problemas logísticos con el reparto de regalos de Papa Noel ni de un invierno particularmente severo que detuviera las festividades.
Nos referimos a un evento político-histórico que culminó con la prohibición de la Navidad por ley.
Cuando Inglaterra y Gales dijeron «¡Se acabó la fiesta!»
Sí, como decíamos, hubo una vez en la que el Parlamento inglés decidió que los villancicos, los banquetes y hasta esas coronas de acebo que se cuelgan en las puertas de las casas eran, en esencia, un problema de Estado. Pero no adelantemos acontecimientos. Vamos a retroceder en el tiempo para desentrañar este chocante capítulo con todo el detalle que merece.
Pero… ¿Por qué prohibir la Navidad?
Nos vamos al siglo XVII, concretamente durante el reinado de Carlos I (1625-1649), un monarca que tenía una facilidad especial para enemistarse con su pueblo y, más importante aún, con el Parlamento. Este señor, que no era precisamente el paradigma de la popularidad, estuvo en el centro de dos guerras civiles. La primera estalló en 1642 y la segunda en 1648, ambas impulsadas por disputas entre la monarquía y el Parlamento sobre quién debía llevar la batuta en el gobierno del país.
Carlos I terminó perdiendo la cabeza.
Un mal lunes de 1649 fue ejecutado tras ser declarado culpable de tiranía, traición y asesinato. Tras su decapitación, Inglaterra se convirtió en una república liderada por un señor llamado Oliver Cromwell, el cual tenía la misma tolerancia por las celebraciones jocosas que un profesor de conocimiento del medio con úlcera en un aula llena de adolescentes.
La Ordenanza del Grinch: cómo abolieron las fiestas
En este contexto político-religioso cargado de tensiones, el Parlamento puritano, que consideraba la diversión como algo sospechoso y la religión como una cuestión seria y sobria, aprobó en 1647 la famosa Ordinance for Abolishing of Festivals. Esta ley declaraba que días como la Navidad, Semana Santa y Pentecostés eran supersticiones «papistas» (léase: católicas) y debían ser eliminadas. La lógica era simple: ¿para qué celebrar cuando puedes trabajar?
Por supuesto, los puritanos no eran del todo insensibles. Para compensar la pérdida de las festividades religiosas, decretaron que los trabajadores tendrían un día libre cada segundo martes del mes. ¡Un martes!
El caos de las coronas de acebo: disturbios y resistencia el año de la Navidad prohibida
A pesar de las nuevas reglas, la gente común (que, por lo que sea, no era tan fanática de los martes libres como los puritanos pensaban) no se tomó la noticia con especial alegría.
En varias regiones del país, las protestas no tardaron en estallar. Una de las más famosas fue la de Canterbury en 1647, conocida como los Canterbury Christmas Riots. Allí, los habitantes de la ciudad y sus alrededores decidieron ignorar las órdenes del Parlamento y celebraron la Navidad a lo grande.
¿Cómo lo hicieron? Decoraron sus puertas con coronas de acebo, símbolo navideño por excelencia, y organizaron fiestas clandestinas. ¡Nada ejemplifica mejor «rebelión contra el sistema» como un buen ponche y villancicos a medianoche!
Los disturbios se extendieron por todo el condado de Kent. Al final, las autoridades locales tuvieron que intervenir, aunque la tradición festiva se mantuvo viva en el corazón de muchos británicos.
El gran protector (de la seriedad): Oliver Cromwell
Aquí entra en escena nuestro querido Oliver Cromwell, quien asumió el cargo de «Lord Protector» tras la ejecución de Carlos I. Cromwell tenía muchas virtudes (según él), pero el sentido del humor y el cariño por las fiestas no estaban entre ellas. En su afán por transformar Inglaterra en una nación virtuosa, consideró que prohibir la Navidad era un paso esencial para purificar el alma colectiva.
Bajo su mandato, las celebraciones navideñas fueron perseguidas de manera más estricta. Se enviaron soldados para patrullar las calles durante diciembre, asegurándose de que nadie organizara banquetes o cantara villancicos.
El fin de la prohibición: ¿Un final feliz?
La prohibición de la Navidad se mantuvo hasta 1660, cuando la monarquía fue restaurada y Carlos II, hijo de Carlos I, ascendió al trono. A diferencia de su padre, Carlos II, que había aprendido la lección, sabía que un buen líder debía permitir a su pueblo disfrutar de unas cuantas diversiones.
Así que, sin pensarlo dos veces, eliminó la odiada ley y devolvió las festividades al calendario.

El regreso de la Navidad fue celebrado con entusiasmo. Después de más de una década de puritanismo, la gente se lanzó a las calles para disfrutar de banquetes, bailes y, por supuesto, coronas de acebo en las puertas.
Lo que se puede aprender de esta peculiar historia
La prohibición de la Navidad en Inglaterra y Gales es un recordatorio de cómo la política puede, a veces, tomarse demasiado en serio y pasarse de frenada, adoptando decisiones que acaban acarreando consecuencias imprevisibles.
Así que, la próxima vez -creas o no creas en su significado- que disfrute de un árbol navideño, un brindis o un villancico, recuerde que hubo un tiempo y un lugar en el que todo esto fue considerado subversivo.
¡Feliz Navidad! (sea cuando sea cuando lea esto).
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- Bravo, Pedro Rosas(Autor)
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EL AUTOR
Fernando Muñiz
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
Y lector empedernido.
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