¿Qué tienen en común una banda de intelectuales británicos, el barco más sofisticado de su tiempo y un príncipe etíope que nunca estuvo allí?
Pues nada menos que una broma maestra que pasó a la historia como el “engaño del Dreadnought”.
El Dreadnought Hoax: una travesura digna de la realeza… literaria
Era el año 1910, y la alta sociedad británica andaba más estirada que los bigotes postizos que pronto protagonizarían esta historia. Londres era un hervidero de pompa y solemnidad, pero también el escenario perfecto para las travesuras de un grupo de intelectuales excéntricos que se deleitaban en burlar las normas de la época.
Liderados por Horace de Vere Cole, un maestro consumado en el arte de las bromas elaboradas, este peculiar grupo decidió enfrentarse al símbolo del orgullo nacional británico: la Royal Navy. Con una mezcla de ingenio, descaro y sentido del humor, idearon un plan que pasaría a la historia como el Dreadnought Hoax.
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Entre los conspiradores destacaba una joven Virginia Stephen, quien más tarde sería conocida como Virginia Woolf, la célebre novelista modernista. Pero aquella Virginia de 28 años aún estaba lejos de los círculos literarios que redefiniría. En ese momento, formaba parte de una camarilla bohemia y rebelde que buscaba reírse del rígido sistema que los rodeaba.
Para llevar a cabo su atrevido plan, Virginia, con su característico sentido del humor seco, accedió a interpretar el papel de un príncipe abisinio en una visita oficial a uno de los buques más prestigiosos de la Marina Real, el HMS Dreadnought.
El grupo, armado con bigotes falsos, turbantes, túnicas y un aire de aristocracia exótica inventada, logró convencer a las autoridades navales de que eran una delegación diplomática extranjera. Virginia, completamente disfrazada, embadurnó su piel con maquillaje oscuro para parecer más auténtica.
Los marineros y oficiales del Dreadnought, sin sospechar nada, les dieron una bienvenida ceremonial: alfombra roja, banda militar y saludos con cañones. Mientras tanto, los «príncipes» apenas podían contener la risa, comunicándose con frases absurdas en un idioma inventado que uno de los conspiradores «traducía» al inglés con tono solemne.
Una de las anécdotas más memorables ocurrió cuando los anfitriones, en su afán por agradar a los visitantes, ofrecieron un menú exclusivo. Uno de los miembros del grupo, con gestos teatrales, declinó los alimentos exclamando: «Bunga, bunga», una expresión sin sentido que más tarde se convertiría en una especie de broma nacional.
Virginia, por su parte, mantuvo la compostura real, pero años después confesó que había estado al borde de soltar una carcajada cuando un oficial intentó recitar torpemente unas palabras en «abisinio».
La farsa terminó cuando el grupo regresó a Londres y publicó su hazaña en los periódicos.
La Royal Navy quedó en ridículo, pues no solo había sido engañada, sino que lo había hecho de manera ostentosa. A pesar de las quejas iniciales de las autoridades, la mayoría de la población recibió la noticia con carcajadas y aplausos por el ingenio de los bromistas.
Para Virginia, esta travesura fue una de las aventuras más extravagantes de su vida, un recordatorio de que, incluso en una época de corsés literales y sociales, siempre había espacio para el absurdo y la irreverencia.
El plan: retorcido pero muy efectivo
El objetivo era infiltrarse en el HMS Dreadnought, la joya de la Royal Navy, disfrazados de una delegación etíope ficticia. ¿Por qué? Porque podían. Y porque, admitámoslo, humillar a la Armada Británica era demasiado tentador para dejarlo pasar.
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Primero, enviaron un telegrama falso firmado por “Sir Charles Hardinge” al Ministerio de Asuntos Exteriores, anunciando la llegada del príncipe Malaken de Abisinia y su séquito. El mensaje decía algo así como:
“Príncipe Malaken de Abisinia y corte llegan 16:20 hs. Weymouth. STOP. Quiere ver Dreadnought. STOP. Lamento aviso último momento. STOP. Olvidé telegrafiar antes. STOP. Llevan intérprete. STOP”
Con esto, la Royal Navy no solo mordería el anzuelo, sino que prepararía una alfombra roja para recibir a la “noble” delegación.
El auténtico Charles Hardinge no se enteraría del telegrama que supuestamente había enviado hasta unos cuantos días después.
Transformación: de intelectuales británicos a aristocracia abisinia
En Londres, el grupo comenzó su meticulosa transformación con la precisión de actores antes de un estreno teatral. Virginia Woolf, quien entonces apenas comenzaba a explorar los límites de su propia creatividad literaria, se entregó al papel con entusiasmo inesperado. Para convertirse en un príncipe abisinio, se cortó el cabello y se oscureció la piel con una mezcla de maquillaje teatral y betún, en un acto que hoy se consideraría controvertido y provocaría una catarata de publicaciones indignadas en redes sociales, pero que en aquel momento fue visto como lo que era, parte del chiste.
Para rematar, se colocó un turbante impecablemente enrollado que, según los testigos posteriores, le daba un aire majestuoso. «Le quedaba divinamente», recordaría Horace de Vere Cole, el cerebro de la operación, con su característico tono irónico.
Su barba falsa, cuidadosamente pegada con adhesivo teatral, era tan convincente que incluso a sus propios conocidos les costaba reconocerla.
A su alrededor, los otros cinco conspiradores, todos miembros del famoso Círculo de Bloomsbury, se sometieron al mismo proceso de transformación. Adrian Stephen, el hermano de Virginia, asumió el papel de traductor oficial, mientras que Cole y el resto de los amigos se convirtieron en una delegación de nobles abisinios con posturas altivas y expresiones de seriedad impostada.
Entre ellos destacaba Duncan Grant, artista y amante del dramatismo, quien insistió en que sus gestos fueran «lo suficientemente grandilocuentes como para impresionar a un almirante».
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Sin embargo, la apariencia no era suficiente. Tenían que actuar y sonar como auténticos miembros de la aristocracia africana. Aquí es donde el ingenio del grupo brilló con más fuerza.
Improvisaron un idioma ficticio compuesto por palabras en swahili, fragmentos de griego clásico que Virginia recordaba de sus estudios, y frases sacadas al azar de la Eneida de Virgilio. Con una entonación exageradamente melodiosa y gestos teatrales, recitaban estas frases mientras Cole, con absoluta solemnidad, se hacía pasar por el traductor.
Bunga, bunga (la expresión marca de la casa del asunto Dreadnought Hoax)
El verdadero toque maestro, y lo que se convertiría en la marca de su actuación, fue la expresión «Bunga bunga». Usada como una exclamación de entusiasmo, sorpresa o incluso aprobación, este término inventado se convirtió en el comodín lingüístico del grupo. Según se dice, Duncan Grant fue quien comenzó a usarlo espontáneamente, al darse cuenta de que causaba risas contenidas entre sus compañeros. “Bunga bunga” era pronunciado con una mezcla de solemnidad y teatralidad, lo que desconcertaba aún más a los marineros británicos que intentaban atender a los supuestos dignatarios con la mayor deferencia.
Una recepción imperial a la altura de la realeza africana
Cuando llegaron al puerto de Weymouth, los militares no solo se tragaron el anzuelo, sino que añadieron la caña de pescar y el sedal.
La banda de música tocó el himno nacional de… Zanzíbar, porque nadie sabía cómo sonaba el de Etiopía.¿Detalles? Bah, ¿quién necesita precisión geográfica cuando eres inglés y tienes una alfombra roja?
El vicealmirante y su equipo, completamente engañados, desplegaron una ceremonia digna de reyes.
Ninguno se dio cuenta de que los “nobles” eran, en realidad, británicos blanquísimos pintados de negro. Ni siquiera la lluvia que comenzó a caer, haciendo que el maquillaje se corriera y que los bigotes postizos se tambalearan, despertó sospechas.
Dentro del Dreadnought: “Bunga, bunga” a todo vapor
Ya a bordo, los falsos príncipes fueron guiados por el vicealmirante en un tour exclusivo. Cada vez que veían algo impresionante —cañones, cabinas, la sala de máquinas—, exclamaban “Bunga bunga!” con fervor.
Los oficiales, creyendo que era una expresión de asombro real, se mostraban más que complacidos.
En un momento, el grupo pidió alfombras de oración, algo que los anfitriones, desconcertados pero serviciales, trataron de improvisar. Incluso les entregaron medallas falsas como agradecimiento por su hospitalidad.
La gran revelación: de príncipes a bufones
La broma hubiera quedado en el anonimato de no ser porque Cole tenía un último truco bajo la manga: enviar una fotografía del grupo disfrazado al Daily Mirror, que publicó la historia con gran escándalo.
El titular sensacionalista no solo ridiculizó a la Royal Navy, sino que convirtió el “engaño del Dreadnought” en el chisme del año y catapultó esta broma a los lugares más elevados del olimpo del humor british.
Consecuencias del Dreadnought Hoax: risas, humillación y un legado “bunga bunga”
Aunque la Armada intentó salvar la cara, el daño estaba hecho. Los periódicos publicaron viñetas humorísticas, y el incidente se convirtió en tema de burla en toda Inglaterra. A partir de entonces, cualquier mención al HMS Dreadnought era recibida con risas y gritos de “Bunga, bunga!”.
- Downer, Martyn(Autor)
- Stephen, Adrian(Autor)
Por otro lado, el auténtico emperador de Etiopía visitó Inglaterra poco después, pero su petición de ver el Dreadnought fue rechazada.
La Armada, con el orgullo aún herido, no estaba dispuesta a correr riesgos.
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