Si le contaran que un tipo de un pequeño pueblo en las montañas de Cantabria desapareció nadando para reaparecer cinco años después en Cádiz como un pez con piernas, seguro que pensaría: «¿Qué clase de crossover entre novela de ciencia ficción y mitología se han inventado ahora?»
Pues bien, agárrese porque esto, al menos en teoría, pasó de verdad.
Y no hablamos de un «lo vi en TikTok» o «me ha dicho mi cuñado», sino de documentos históricos firmados por frailes, inquisidores y señores con apellidos kilométricos.
Así que, chapoteemos juntos en esta increíble historia que mezcla misterio, ciencia y ese toque de surrealismo que tanto nos gusta por aquí.
Un chapuzón en el tiempo: Francisco de la Vega Casar
Retrocedamos al siglo XVII, concretamente al año 1674, cuando en el pintoresco pueblo de Liérganes vivía un joven llamado Francisco de la Vega Casar. Este chaval tenía dos pasiones: nadar y evitar cualquier tipo de responsabilidad laboral.
Según contaban sus vecinos, era tan habilidoso en el agua que podía haber sido el Michael Phelps de su época… si Michael Phelps hubiese nadado en ríos fríos de Cantabria con una dieta a base de pan, vino y sobaos pasiegos.
Un día, en la víspera de San Juan, Francisco decidió darse un chapuzón en el río Miera. Lo que nadie sabía es que este sería su «chapuzón de despedida». Sus amigos, que inicialmente pensaron que se trataba de una de sus bromas acuáticas, pronto se dieron cuenta de que había desaparecido.
Sin dejar rastro.
El Pez-Humano aparece… en Cádiz
Pasaron cinco años.
En este tiempo, Liérganes había aceptado que Francisco había decidido quedarse en el fondo del río o unirse a una secta secreta de truchas cantábricas. Sin embargo, en 1679, unos pescadores en la bahía de Cádiz se encontraron con algo que les dejó boquiabiertos: un «hombre pez».
Este ser extraño, mitad humano y mitad «qué diantres es esto», nadaba como si fuera el delfín más veloz del Estrecho de Gibraltar. Los pescadores, que eran gente pragmática, decidieron capturarlo con redes y llevar «esa cosa» a tierra.
Cuando lograron atraparlo, se llevaron una sorpresa: no era un monstruo ni un alienígena, sino un joven humano.
Bueno, humano con algunos «detalles» especiales, como una cinta de escamas que le recorría desde la garganta hasta el estómago, y unas uñas tan desgastadas que parecían haber pasado por un concurso regional de percebeiros.
«¡Liérganes!»: una palabra lo cambia todo
Los pescadores llevaron al hombre pez al convento de San Francisco en Cádiz, porque, claro, ¿quién mejor para resolver un misterio que unos frailes? Durante días, el chico no pronunció una sola palabra. Pero luego, como si hubiese recordado algo importante, soltó un «Liérganes».
La noticia llegó a los oídos del secretario de la Inquisición, Domingo de la Cantolla, quien inmediatamente conectó los puntos: «¡Liérganes es un pueblo de Cantabria!».
Así que enviaron al joven de vuelta a su supuesto hogar, acompañado por el fraile Juan Rosende. Cuando llegaron a Liérganes en 1680, la familia de Francisco lo reconoció al instante. No sólo por su aspecto, sino también por su habilidad para no hablar demasiado y comer como si tuviera tres estómagos.
La vida (extraña) del Hombre Pez
Los siguientes dos años en Liérganes fueron tan bizarros como se podría esperar. Francisco no mostraba mucho interés por la vida cotidiana. Pasaba el día descalzo, caminando por el pueblo sin importarle si iba vestido o desnudo. Tampoco pedía comida, pero si veía comida delante, devoraba como un tiburón hambriento. Su vocabulario era limitado, pero tenía claras sus prioridades: «tabaco», «pan» y «vino» eran sus palabras más utilizadas.
Las escamas que inicialmente decoraban su cuerpo desaparecieron con el tiempo, dejando una piel áspera que algunos confundían con una versión humana de un calamar reseco. Luego, un día, desapareció tan misteriosamente como había llegado, dejando a los habitantes de Liérganes con una historia para contar a sus nietos.
¿Mito, realidad o ciencia malinterpretada?
Esta historia ha fascinado a mentes brillantes y a cuentacuentos por igual. Benito Jerónimo Feijóo, un famoso filósofo y escritor, analizó el caso en su obra Teatro Crítico Universal. Aunque admitió que el relato tenía elementos «peculiares», también señaló que había numerosos testigos que aseguraban haber visto al hombre pez.
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Por otro lado, Gregorio Marañón, un médico español de renombre, planteó que Francisco podría haber padecido una condición llamada ictiosis, que provoca una piel escamosa y seca. También sugirió que Francisco podría haber sido un «cretino» en el sentido médico del término, lo que explicaría su comportamiento errático y su resistencia al agua.
Pero, ¿qué hay de las escamas? Algunos creen que podía haber sido una confusión con la textura de su piel.
Liérganes: el legado del Hombre Pez
Hoy, Liérganes abraza esta historia con orgullo. Una estatua del hombre pez adorna el pueblo, y una placa junto al río Miera resume su increíble historia: «Su proeza atravesando el océano del norte al sur de España, si no fue verdad, mereció serlo». Los visitantes llegan de todas partes para conocer al hombre que, según la leyenda, cruzó el país a nado.
Sea verdad, mito o una mezcla de ambas cosas, la historia del hombre pez de Liérganes es un recordatorio de que la realidad a veces puede ser tan extraña (y divertida) como la mejor ficción. Y si algo nos enseña Francisco de la Vega Casar es que, ya sea en tierra o bajo el agua, siempre hay espacio para un buen chapuzón de misterio en nuestras vidas.
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- SÁNCHEZ GONZÁLEZ, MARÍN(Autor)
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