Si crees que los GPS son imprescindibles para encontrar tu camino, espera a conocer a Charles Francis Coghlan, el hombre cuyo ataúd fue más persistente que un millennial tratando de entrar a un club exclusivo. Esta es la historia de un actor que después de morir protagonizó su obra más espectacular: un viaje de miles de kilómetros, sin boleto, sin escalas, y sin… permiso.
El ataúd viajero que superó a Google Maps
Autor: El café de la Historia
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Quién era Charles Francis Coghlan
Antes de convertirse en una leyenda flotante, Charles Francis Coghlan era un actor británico nacido en 1841 en la idílica isla de Terranova, entonces parte del Imperio Británico. Aunque su nacimiento en una remota isla podría haberlo condenado a un anonimato eterno, Coghlan decidió hacer las maletas (o más bien, zarpar) para conquistar escenarios mucho más glamourosos.
Con su carisma y talento, se hizo un nombre en el teatro londinense y también en Nueva York, donde encandiló a audiencias con su capacidad para interpretar papeles dramáticos. Sin embargo, a pesar de su éxito, Coghlan nunca olvidó sus raíces isleñas. Y como descubrirás pronto, ni la muerte pudo separarlo de ellas.
El gran final… O eso pensábamos
Coghlan falleció en 1899 mientras actuaba en Galveston, Texas. La causa fue una afección cardíaca, pero podría decirse que el verdadero culpable fue su dedicación al trabajo: estuvo actuando hasta el último momento de su vida prácticamente. Su cuerpo fue colocado en un ataúd de metal y enterrado en el cementerio de la ciudad. Fin de la historia, ¿verdad?
¡Pues no! Aquí es donde la trama toma un giro tan surrealista que podría rivalizar con cualquier obra de teatro interpretada por el propio Coghlan.
Cuando la naturaleza se convierte en agente de viajes
En 1900, poco después de su entierro, un huracán de proporciones épicas golpeó Galveston. Las lluvias torrenciales y las inundaciones no solo devastaron la ciudad, sino que también desenterraron varios ataúdes, incluido el de nuestro amigo Charles. Ahora, podrías pensar que este es el final macabro, pero no. El ataúd de Coghlan fue arrastrado hasta una laguna y de allí, al Golfo de México. Sí, su último «viaje» acababa de comenzar.
Un crucero sin escalas ni destino fijo
Durante ocho largos años, el ataúd de Coghlan surcó las aguas como si fuera el personaje principal de una película de aventuras dirigida por el mismísimo Poseidón. Desde el Golfo de México hasta el Océano Atlántico, su «vehículo» no necesitó ni motor ni velas, solo la pura fuerza de las corrientes oceánicas.
¿La parte más sorprendente? Este viaje acáutico, que parecería sacado de una versión gótica de «Buscando a Nemo», terminó en la costa de Terranova, su lugar de nacimiento. Porque, claro, ¡¿dónde más iba a acabar un ataúd tan testarudo?!
El reencuentro con su tierra natal
El ataúd fue encontrado por pescadores locales, quienes, tras verificar la identidad del ocupante (¡ignoramos qué técnica exactamente utilizaron para la verificación!), lo devolvieron a su familia. Finalmente, fue enterrado en un cementerio de Terranova, donde descansa (esperamos que por muchos años) en paz. Aunque con Coghlan, nunca se sabe.
Lecciones que nos deja Charles Francis Coghlan
- La persistencia paga: Si el ataúd de Coghlan pudo recorrer miles de kilómetros para regresar a casa, ¿qué excusa tienes tú para no cumplir tus metas?
- El hogar siempre llama: No importa cuánto te alejes, hay algo profundamente arraigado en cada uno de nosotros que nos lleva de vuelta a nuestras raíces.
- La naturaleza tiene un retorcido sentido del humor: Porque, sí, esto no fue más que una gran broma de los elementos. Un huracán, corrientes oceánicas y un poco de azar hicieron lo que ningún humano habría logrado.
El legado de un ataúd con GPS integrado
Hoy, la historia de Charles Francis Coghlan sigue siendo un recordatorio de que la vida (y la muerte) puede ser extraña, irónica y, a veces, hilarante. Su ataúd viajero nos demuestra que incluso en las circunstancias más sombrías hay lugar para el asombro, la risa y, por qué no, un toque de misterio.
Así que la próxima vez que te pierdas usando Google Maps, recuerda a Charles Francis Coghlan. Si su ataúd pudo encontrar el camino a casa sin ayuda, tú también puedes. Bueno, probablemente con un poco más de dirección y menos agua salada.
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